Santa Gertrudis, contemporáneo, modelo de vitral por encargo.
Antonio Montanari[1]
1. El tema de la nupcialidad, dentro de una eclesiología «elitaria» (cont.)
Es entonces en este horizonte que se inscribe la obra de Gertrudis[2], de cuyas páginas aflora con insistencia la memoria de los sufrimientos de Jesús, entramada con los acentos apasionados de una afectividad inédita, típicamente femenina. Baste citar aquí dos únicos ejemplos, tomados del Libro II del Legatus divinae pietatis. El primero se remonta al tiempo inmediatamente posterior a su conversión, marcado por un intenso fervor, que movía a Gertrudis a dirigir con insistencia a Jesús esta oración:
Graba, misericordiosísimo Señor, tus llagas en mi corazón con tu preciosa sangre (scribe, misericordissime Domine, vulnera tua in corde meo pretioso sanguine tuo), para leer en ellas tu dolor y tu amor. Permanezca en lo secreto de mi corazón su recuerdo (vulnerum tuorum memoria) para excitar en mí el dolor de tu compasión (dolor compassionis tuae in me excitetur) y se encienda el ardor de tu amor[3].
Respondiendo a este intenso deseo de Gertrudis, el Señor había impreso en el corazón de esta los estigmas adorables de sus santas llagas. A diferencia de los otros magníficos dones que Él le había concedido experimentar como estados de breve duración, este en cambio le era conservado desde hacía un largo tiempo. Y le permitía no solo no distraer la mirada de los sufrimientos de Cristo, sino también refugiarse en aquellas mismas llagas hasta hacerle objeto de una constante meditación.
La dimensión afectiva de esta contemplación aflora de modo todavía más notorio en la visión que Jesús concedió a la santa el tercer domingo de Adviento, narrada poco después. En esta, Gertrudis ve un rayo que brotaba del lado derecho del Crucificado y la alcanzaba para atraer a sí, dulcemente, todo su afecto:
Al retirarme al lugar de la oración, tras recibir tan vivificantes sacramentos, me parecía que, del costado derecho de un crucifijo pintado en una hoja, es decir, de la herida del costado, salía como un rayo de sol en forma de dardo afilado (in modum sagittae acuatus) que se dilataba y se encogía; así durante un tiempo, y y excitó tiernamente mi afecto (affectum meum blande allexit)[4].
Para una correcta interpretación de esta visión, centrada en las imágenes de la flecha y e la herida destinada a atraer a Cristo con dulzura el affectus de Gertrudis, es útil colocarla en el cauce de la tradición cisterciense en la cual la espiritualidad gertrudiana se mueve. Ya San Bernardo, en efecto, había retomado este tema tradicional, en sus Sermones sobre el Cantar de los Cantares:
Es también saeta la Palabra de Dios, viva y eficaz y más penetrante que toda espada de dos filos (Hb 4,12), de la que dice el Salvador «No vine a traer paz sino espada» (Mt 10,34). Es asimismo saeta elegida el amor de Cristo […]. Yo [...] por feliz me tendría si sintiese por dentro siquiera la punción interior de la punta extrema de esa espada, para que, recibiendo siquiera una leve herida de amor, diga también mi alma: «Estoy herida por la caridad» (Ct 2,5)[5].
En Gertrudis encontramos, sin embargo, un desarrollo original de esta extraordinaria metáfora literaria, no fácil de precisar. En su visión, en efecto, la flecha no solo sale del cuerpo mismo del Crucificado, sino que está también asociada al concepto de affectus, un vocablo que, en la literatura medieval cubre un amplio abanico de significados, que van desde el sentimiento a las disposiciones interiores e intenciones[6].
En la visión de Gertrudis, la flecha, que como rayo de sol sale del cuerpo del Crucificado para penetrar el corazón de ella, deviene instrumento apto para despertar en ella un sentimiento adecuado, capaz de responder al amor de Cristo, que llega a ella de este modo. En este contexto, por tanto, el término affectus viene a expresar, por una parte, la disposición íntima del corazón, es decir la «sensibilidad» con la cual Gertrudis se prepara a ser «tocada» (affecta) por la ternura y la misericordia del Señor; y por la otra, la respuesta que suscita el amor gratuito de Jesús, atrayendo a Sí, dulcemente, todo su afecto. Es interesante notar, a este respecto, que este tipo de expresiones de sentimiento, que no faltan en los escritos de Helfta, permiten que la fe de estas mujeres conserve rasgos de una profunda humanidad.
Continuará
[1] Antonio Montanari es docente de Historia de la Espiritualidad y de Historia de la Hermenéutica Bíblica en la Facultad Teológica de la Italia Septentrional (Milán) y de Historia de la Espiritualidad Antigua, en el Centro de Estudios de Espiritualidad de la misma Facultad del cual es también Director. Ha escrito estudios sobre temas de espiritualidad y de exégesis patrística y medieval.
[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa
[3] Legatus divinae pietatis 2,4,1; MTD I, 143.
[4] Legatus divinae pietatis 2,5,2; MTD I, 148.
[5] Bernardo de Claraval, Sermones super Cantica 29,8 (versión en español: Gregorio Diez Ramos, osb [ed.], Obras completas de San Bernardo, tomo II, BAC, Madrid 1953, 210). Este tema estaba ya presente en Orígenes desde el inicio de su carrera literaria. Se halla, en efecto, en el Comentario al Evangelio de San Juan (I,133; 228-229; 267), pero encuentra su más pleno desarrollo en las Homilías y en el Comentario al Cantar; cfr. H. Crouzel, Origines patristiques d’un thème mystique. Le trait et la blessure d’amour chez Origène, in P. Granfield – J. A. Jungmann (edd.), Kyriakon. Festschrift J. Quasten, vol. 1, Aschendorff, Münster i.W. 1970, 309-319.
[6] El hecho de que raramente, en las traducciones, affectus se traduzca por «afecto», muestra la dificultad de percibir el valor de este término, habitualmente ligado a categorías demasiado vagas. Por lo que sabemos, en la cultura latina, al menos hasta el siglo XIII, affectus no expresaba una noción asociada a nuestra sensibilidad afectiva, sino que tenía un significado específico y denso, capaz de traducir la vida sensible del alma. Cfr. D. Boquet, L’Ordre de l’affect au Moyen Âge. Autour de l’anthropologie affective d’Aelred de Rievaulx, Publications du CRAHM (Brepols), Caen 2005, 195-219; Id., Les mots avant les choses. Mystique cistercienne et anthropologie historique de l’affectivité, in A. Dierkens – B. Beyer de Ryke (edd.), Mystique: la passion de l’Un, de l’Antiquité à nos jours, Editions de l’Université de Bruxelles, Bruxelles 2005, 109-119.