Entrada de Jesús en Jerusalén, fresco, Giotto di Bondone. Capilla de los Scrovegni, Padua (Italia).
Antonio Montanari[1]
2. El léxico de Gertrudis y las imágenes
Si en la interpretación de un texto medieval[2] el acercamiento al léxico del autor constituye generalmente un hecho descontado, el recurso a su imaginario es en cambio, menos frecuente, tal vez considerado aún un aspecto marginal y sospechoso de la vida espiritual, totalmente extraño a la elaboración del pensamiento teológico. Pero los símbolos y las metáforas con las que los hombres y mujeres del Medioevo interpretaban el mundo terreno y ultraterreno son elementos a los que no se puede renunciar, si se quiere comprender adecuadamente su pensamiento. Esto vale especialmente para las monjas de Helfta, que gozaban de una buena educación, fundada sobre todo en el texto bíblico –frecuentemente aprendido de memoria- y del cual la liturgia ofrecía una específica clave hermenéutica. Pero con la Escritura interactuaba también un vigoroso imaginario –hecho de símbolos divinos o demoníacos, de figuras arquetípicas ricas de historia y dotadas de una fuerte carga evocativa- que no solo era parte integrante del tejido religioso cristiano, sino también había inspirado y animado el desarrollo del humanismo medieval[3].
En las páginas que siguen, por tanto, trataré de rehabilitar el concepto de «imaginario», entendido como el repertorio de figuras, símbolos y conceptos compartidos, evocados a través del lenguaje, que están a la base de una identidad cultural y alimentan la imaginación y la representación[4]. Por añadidura, tal imaginario no puede ser ignorado porque, en las visiones, parece prevalecer sobre la trama de la narración; y, en la praxis monástica cotidiana, alimenta diversas prácticas de devoción, de meditación y de oración. Además, las imágenes, vinculadas al género literario de la anécdota, han dotado a estas mujeres de un instrumento humilde, pero no banal, apto para desarrollar nuevas modalidades expresivas[5].
Por tanto, es evidente que, para comprender de modo adecuado las páginas de la mística femenina que nos ocupan, se debe tener la sagacidad de no ceder a la tentación de reducir enseguida las imágenes a conceptos, sino, antes, prestar atención a la visión en su conjunto, transmitida en la forma compositiva de la cual estas monjas se han valido.
En los escritos de Gertrudis es fácil constatar cómo ella se mueve a su aire dentro del mundo simbólico que le es familiar y que bajo su pluma se vuelve un útil instrumento evocativo, capaz de describir una experiencia espiritual y al mismo tiempo implicar en una aventura análoga a su lector. La santa misma despliega esta operación como colusión de una página del Libro II del Legatus:
¡Oh eterno solsticio, morada segura, lugar de todo deleite, paraíso de eternas delicias, donde brotan arroyuelos de incalculables placeres, que hacen brotar la florida primavera con toda variedad de aromas, que halagan con finísima armonía, o mejor, recreas con suavidad de dulces melodías de músicas celestiales, embelesas con el odorífero perfume de intensos aromas, embriagas con fuerte dulzura de gustos íntimos, e inmovilizas en sublime ternura los abrazos más íntimos![6].
En estas pocas líneas se evocan todos los sentidos para decir lo que le ocurre a quien es alcanzado por la gracia y ve, escucha, huele y gusta, con corazón puro, cuanto le es concedido experimentar: «O quid videt, quid audit, quid olfacit, quid gustat, quid sentit». Y la multitud de imágenes que se amontonan parece querer suplir la inadecuación de la lengua, incapaz de comunicar de modo pleno la experiencia de este don:
¿Por qué se esfuerza mi lengua impotente en balbucir estas cosas […]? Más aún, toda la ciencia de los ángeles y de los hombres junta no sería capaz de pronunciar una sola palabra que pudiera alcanzar lo más mínimo de la sublime grandeza [de esta unión][7].
Por esta razón, Gertrudis no teme dar libre curso a las imágenes, a fin de poder expresar al menos algo de una experiencia altísima e irrepetible, de otro modo destinada a ser custodiada en el silencio.
Continuará
[1] Antonio Montanari es docente de Historia de la Espiritualidad y de Historia de la Hermenéutica Bíblica en la Facultad Teológica de la Italia Septentrional (Milán) y de Historia de la Espiritualidad Antigua, en el Centro de Estudios de Espiritualidad de la misma Facultad del cual es también Director. Ha escrito estudios sobre temas de espiritualidad y de exégesis patrística y medieval.
[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa
[3] Cfr. J. le Goff, L’immaginario medievale, Laterza, Bari 1998; F. Cardini, «Belve, Animali nell’Immaginario medievale. Alla ricerca di un codice interpretativo», Abstracta 4 (1986) 42-47.
[4] Es imposible reducir el término «imaginario» a una noción unívoca y compartida. No se puede ignorar que, de hecho, en cada época coexisten varios imaginarios: el de lo cotidiano y el del sueño, el urbano, el científico, geográfico, etc. Cfr. A. Bellavita, Immaginario, in F. Colombo (ed.), Atlante della comunicazione, Hoepli, Milano 2005, 155-156; J. J. Wunenburger, L’immaginario, Il Nuovo Melangolo, Genova 2008.
[5] No es a partir de los criterios de una teología racional y académica que se puede entrar en el universo de la mística, sino más bien a partir de las imágenes y de los símbolos. Por esto es necesario liberarse de la influencia de esa inclinación natural que nos mueve a confundir el término «imagen» con la imaginación, la fantasía, o lo que pertenece al mundo irreal Para acercarse a Gertrudis es necesario partir precisamente de su lenguaje simbólico, de sus visiones, de sus imágenes y de su lenguaje apocalíptico o escatológico. Cfr. M. T. Porcile, «Sainte Gertrude et la liturgie», Liturgie CFC (1990) 220-255: 233-234.
[6] Legatus divinae pietatis 2,8,5; MTD I, 158.
[7] Legatus divinae pietatis 2,8,5; MTD I, 159.