Inicio » Content » LA IGLESIA, EL CLAUSTRO Y EL PARAÍSO, IMÁGENES Y TEMÁTICAS ECLESIOLÓGICAS EN LOS ESCRITOS DE HELFTA (IV)

Las santas mujeres en el sepulcro vacío. Evangeliario. 1268. Hromkla. Armenia.

Antonio Montanari[1]

3. «Corpus meum erit tibi pro claustro»: Mi cuerpo será para ti como un monasterio

La apropiación personal de lo que las monjas vivían en la celebración de la liturgia[2] tenía en Helfta una importancia decisiva; de hecho, tenían la convicción compartida de que la interiorización de la vivencia litúrgica propiciaba el encuentro con Cristo. Esto nos ayuda a comprender la relevancia que asume el término «corazón» en nuestros textos, para indicar el lugar de la experiencia espiritual[3].

En el estudio dedicado precisamente a este tema, Sabine Spitzlei, analizando la vida y la educación que se impartía en Helfta, observa que el lugar en el que estas místicas leían la Biblia no era un escritorio, sino la Iglesia en el sentido más amplio del término. Así, la liturgia predisponía el espacio para un encuentro, en el acontecimiento sacramental, entre la Iglesia celestial y la Iglesia terrena. Estas monjas focalizaban su proceso de formación espiritual en la apertura de corazón; lo cual ciertamente venía favorecido por la gracia de una prolongada meditación de la Pasión, de la oración comunitaria y de la Eucaristía[4]. Muchas páginas del Legatus se hacen más comprensibles a partir de este trasfondo; entre ellas, me limito a citar pocos ejemplos:

En cierta ocasión antes de Cuaresma, el domingo que se canta de entrada Sé para mí (Esto mihi in Deum protectorem)[5] me diste a entender, con las palabras de este canto, que pedías la morada de mi corazón para descansar en él, tras haber sido atormentado y perseguido por la multitud (expeteres a me domicilium cordis mei ad requiescendum)[6].

Durante los tres días siguentes, cada vez que Gertrudis volvía a entrar en su corazón (quoties ad cor meum redii) para contemplar el misterio de la pasión de Cristo, advertía de nuevo la presencia del Señor, que se le aparecía en su debilidad, descansando dulcemente sobre su pecho (videbaris mihi ad similitudinem languentis super pectus meum decumbere). Así, ella no debía hacer otra cosa que ofrecerle un espacio de amoroso reposo, gracias a la oración, al silencio y a la participación en sus sufrimientos (orationibus, silentio et caeteris afflictationibus)[7].

Detrás de estas expresiones, se reconoce fácilmente una típica intuición agustiniana referida a la interioridad del corazón -se debe entrar dentro de sí mismo para encontrar a Cristo- que a través de la relectura de san Bernardo, llega hasta Gertrudis[8]. Sin embargo, en las páginas de la mística de Helfta, se percibe un matiz nuevo que ella introduce en la evolución de este tema: Jesús mismo prepara para ella una morada, ofreciéndole no solamente su corazón, sino también su mismo cuerpo, destinado a llegar a ser un claustro, en el cual ella pueda prolongar la intimidad de su encuentro con Él.

Para ilustrar este nuevo elemento que enriquece la tradición, me detendré en dos páginas distintas del Legatus divinae pietatis. La primera, tomada del Libro III, reporta un episodio cuyo valor se comprende a la luz del contexto litúrgico del siglo XIII, en el cual la comunión cotidiana era un privilegio reservado a los sacerdotes; mientras que, por diversas razones, una larga costumbre había hecho que los fieles fueran admitidos a comulgar solo en ocasión de algunas fiestas más importantes[9]. Estas circunstancias permiten intuir, tanto el vivo deseo de una unión sacramental con el Amado, como la importancia que Gertrudis atribuye a la preparación para recibirla:

Era frecuente en ella el fervor y el deseo de recibir el Cuerpo de Cristo. En cierta ocasión se preparó con más devoción que los días anteriores para la Comunión, pero en la noche del domingo sintió tal desfallecimiento de fuerzas que le pareció que no podría comulgar. Según su costumbre preguntó al Señor qué sería más conveniente hacer. El Señor le respondió amablemente: «Como el esposo saciado de platos variados en una buena comida goza más descansando en la alcoba con la esposa que sentado junto a ella a la mesa, así yo en esta ocasión me deleito más si por prudencia omites la Comunión, que si te acercas a ella»[10].

La respuesta de Jesús parece dejar turbada a Gertrudis, por lo que ella insiste en la pregunta, para comprender. Está convencida de que la comunión sacramental procura mayor riqueza de gracias que la comunión espiritual. Pero el Señor la tranquiliza con estas palabras:

«¿Se tiene por más rico el que está adornado con perlas y joyas preciosas, o el que guarda escondida gran cantidad de oro fino?». En estas palabras daba a entender el Señor que, aunque el que comulga sacramentalmente recibe sin duda abundantes frutos de salvación, tanto en el cuerpo como en el alma, según la fe de la Iglesia; sin embargo, el que, por obediencia y debido discernimiento, se abstiene por pura alabanza de Dios de recibir sacramentalmente el Cuerpo de Cristo, e inflamado en deseo y amor de Dios comulga espiritualmente, merece recibir una bendición de la divina benignidad, como si hubiera recibido [la comunión] en esos momentos, y alcanza más gracias ante Dios, aunque esto queda oculto al entendimiento humano[11].

Quizás de este modo la redactrix justifica la praxis eucarística corriente en su tiempo, que en el monasterio de Helfta era considerada como reductiva; y al mismo tiempo, sin embargo, revela el surgimiento de un nuevo fervor -del cual Gertrudis parece situarse al origen- que intuye que el sentido pleno de la celebración eucarística radica precisamente en la comunión sacramental. Sin embargo, es interesante notar que, en esta página, la motivación para abstenerse de la comunión sacramental está puesta en los labios del mismo Jesús, el cual aprecia el valor del deseo que anima a la monja y que le permite gozar la alegría íntima del tálamo nupcial. De este modo, Gertrudis no se aparta de la limitativa práctica eucarística de su tiempo, pero le da un sentido, manteniendo viva la conciencia de su propia pertenencia eclesial; una pertenencia que ella encuentra en la fuente misma del misterio del cual brota toda la vida de la Iglesia, es decir, en la celebración eucarística.

Continuará

 


[1] Antonio Montanari es docente de Historia de la Espiritualidad y de Historia de la Hermenéutica Bíblica en la Facultad Teológica de la Italia Septentrional (Milán) y de Historia de la Espiritualidad Antigua, en el Centro de Estudios de Espiritualidad de la misma Facultad del cual es también Director. Ha escrito estudios sobre temas de espiritualidad y de exégesis patrística y medieval.

[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa

[3] Cfr. S. Spitzlei, Erfahrungsraum Herz; el artículo enfoca el tema del «propio corazón» como lugar de la experiencia espiritual. Al analizar los testimonios de Gertrudis de Helfta y Matilde de Hackeborn, Spitzlei considera las fuentes litúrgicas y escriturísticas gracias a las cuales estas místicas han elaborado los temas característicos de la vida religiosa femenina del siglo XIII, dedicando una atención particular a los textos del Legatus y del Liber specialis gratiae, de los cuales surge el corazón como lugar privilegiado del encuentro de Dios con los hombres.

[4] S. Spitzlei, Erfahrungsraum Herz, 63.

[5] Antiguo domingo de Quincuagésima y actual domingo 6º del tiempo ordinario.

[6] Legatus divinae pietatis 2,14,1; MTD I, 173.

[7] Cfr. Legatus divinae pietatis 2,14,1; ibíd.

[8] San Agustín de Hipona, In Iohannis Evangelium tr. 18,10: «Vuelve al corazón (Redi ad cor); mira allí qué es lo que tal vez sientes de Dios: allí está la imagen de Dios. En el hombre interior habita Cristo y en el hombre interior serás renovado según la imagen de Dios; conoce en su imagen a su Creador» (versión en castellano: Teófilo Prieto, O.S.A. [ed.], Obras de San Agustín, Edición bilingüe, tomo XIII: Tratados sobre el Evangelio de San Juan [1-35], BAC, Madrid 1968, 426). Cfr. Bernardo de Clairavux, In Vig. Nativitatis 3,1: «Sin duda ella [la Iglesia] es la que hirió su corazón y sumergió el ojo de su contemplación en el abismo de los secretos de Dios, para hacer así una perenne mansión para Él en su corazón, y para sí misma en el corazón de Él» (versión en español: Gregorio Diez Ramos, O.S.B. [ed.], Obras completas de San Bernardo, tomo I, BAC, Madrid 1953, 240).

[9] En las páginas del Legatus divinae pietatis se puede constatar que la frecuencia con que las monjas de Helfta se acercaban a la comunión eucarística era habitualmente dominical, a la que se agregaban las fiestas y solemnidades. Con respecto a las costumbres de su tiempo, se trataba ciertamente de una praxis excepcional. Cfr. O. Quenardel, La communion eucharistique dans le «Héraut de l’amour divin» de sainte Gertrude d’Helfta. Situation, acteurs et mise en scène de la «divina pietas», Brepols – Abbaye de Bellefontaine, Turnhout 1997, 89-94.

[10] Legatus divinae pietatis 3,38,1; MTD I, 337.

[11] Legatus divinae pietatis 3,38,3; MTD I, 339-340.