Desposorios místicos de santa Gertrudis. Iglesia del Monasterio de Ehingen, cerca de Ulm (Alemania).
por Pierre DOYÈRE, OSB †[1]
6. Maestra de oración
La enseñanza que una monja del siglo XIII puede darnos sobre su método de oración[2], hay que entenderla en el sentido en que ella misma la vivió, formada como ha sido por su comunidad, su tiempo y su cultura. Es necesario renunciar a la pueril ilusión de hacerla más clara, juzgándola según las normas de construcción espirituales de nuestro tiempo; tal vez tenemos poco que perder y mucho que ganar, al abandonar aquí nuestros sistemas, para escuchar de un joven corazón medieval, las confidencias de la gran monja mística.
Como se dijo más arriba, es la forma de confidencia que nosotros recibimos esta enseñanza y no en un marco intencionalmente didáctico. Sin embargo santa Gertrudis es perfectamente consciente de que su experiencia tiene valor de enseñanza. Todo lo que se nos dice de su temperamento, por la monja autora del Libro I, nos la muestra como una maestra celosa y admirablemente dotada. Por lo tanto, en lo que se refiere a la oración, es contra un instinto de silencio que se afirma la vocación querida por el Señor. Y si a veces ella teme turbar las almas con sus escritos, el Señor le confirma que estos encenderán en muchos el deseo de gracias divinas y los incitarán a enmendar su vida (L I, 15[3]). Sobre la manera de enmendarse ella apenas se extiende, y se muestra a este respecto mucho menos curiosa de análisis psicológicos que una Santa Teresa. Su testimonio es ante todo, una gratitud, solícita de “no frustrar la sabiduría eterna (L II, 5), dejando enterrado en el fango de su propia miseria, la perla preciosa que otros mejores que ella harían engarzar en oro” (L III, Prol.). Ella se juzga a sí misma tan totalmente indigna de los dones de Dios, que no podría, en manera alguna, creerlos acordados para ella sola, sino más bien “para el aprovechamiento de otros” (L I, 4), cuya confianza se verá fortalecida (L II, 8) y en quienes éstos producirán los más bellos frutos (L II, 10, 15, 24).
Para conducirnos a la oración, Santa Gertrudis nos hace conocer su vida de oración, toda punteada de experiencias místicas.
La vida de oración en el monasterio conoce todas sus formas: lectio divina, oficio coral, “ejercicios” y devociones, oración privada. Considerar que los momentos de oración privada mental –que nosotros llamamos hoy día “los tiempos de oración”- son el lugar, si no exclusivo, al menos privilegiado de la presencia de Dios, del encuentro, del coloquio divino, sería desconocer la naturaleza de la oración contemplativa en el clima espiritual de la vida monástica claustral. Esta oración es comercio de amor con Dios, según la confesión de Santa Teresa, y esta realidad no es solamente la finalidad propia de tal o cuál ejercicio de la jornada monástica, sino más bien el fin único y constante de toda la atención del alma en la búsqueda de Dios, a través de la lectio divina y de las obras de misericordia o los ejercicios de piedad, y el Opus Dei tanto como en el recogimiento mental. El Señor no pide que uno esté atento a El más que en una hora determinada de la jornada, sino más bien, a lo largo de todo el día, sin interrupción, cumpliendo todas las obras para su alabanza (L III, 74) y, en toda ocasión, dirigiendo hacia Dios su pensamiento (L I, 10).
En este comercio la agudeza de la atención es, en primer lugar, fruto de la gracia; es el Dios de amor quien fuerza nuestra mirada y nuestro deseo. Las disciplinas espirituales tienen por finalidad volver nuestra atención más dócil a lo sobrenatural y, en consecuencia, más eficaz a la atracción de la presencia divina. El ejercicio de la oración no es más que una de estas disciplinas y ni la espiritualidad de los claustros medievales, ni siquiera la espiritualidad del oriente, le asignan el lugar de “la parte mejor”, que la especialización metódica habitual de nuestras espiritualidades modernas latinas tiende a acordarle. El ejercicio de la oración es, ante todo, una educación de la atención, destinada a hacer más fácil el recogimiento, pero no es el fin necesario de este ejercicio que desemboque, en lo inmediato, en una contemplación actual. En un claustro del siglo XIII, este concurre, simplemente, con las otras disciplinas, a preparar el alma para esa oración interior continua, que envuelve toda la vida, más allá aún de los “tiempos de oración”.
Una de las más importantes de estas disciplinas es la vida litúrgica. La comprensión de la oración gertrudiana exige que sea bien percibida su relación con la liturgia. A nadie escapa que la santa bebe en el estilo litúrgico, y a través de él, en la Sagrada Escritura, la inspiración de su vocabulario y de sus imágenes poéticas, de su lirismo y de su sensibilidad. Pero sería un contrasentido reducir -por seguir las normas de los métodos modernos- esta relación al rol de “tema de oración” ocasional, como si la atención mental y la experiencia mística tuvieran un movimiento propio, tomando simplemente apoyo o pretexto de tal responsorio, tal versículo de un salmo, o cualquier otro texto escuchado en el curso del Oficio.
Se trata totalmente de otra cosa: del misterio de Dios vivido en su liturgia; esto hace del Oficio, no solamente una preparación a la oración, sino un espacio selecto de oración. El año litúrgico no es un simple marco convencional de divisiones útiles para la manifestación exterior y festiva de recuerdos, sino que da el ritmo mismo del misterio en la vida interior. En este calendario se elabora para la monja el alimento doctrinal que forma los sentimientos fundamentales de su mentalidad espiritual. Esta formación muy simple, es tanto más rica que la lectio divina para abrir el espíritu a la inteligencia sabrosa de los textos escriturísticos donde bebe la liturgia (L III, 30). Santa Gertrudis tenía un conocimiento excepcional de los autores sagrados (L I,1). Cuando se trataba de iluminar o reconfortar a las almas, ella sabía citarlos con prontitud y oportunidad. Este rasgo, aportado por la autora del Libro I, nos deja adivinar cómo este conocimiento podía servir a la oración, alimentada sin cesar con los textos litúrgicos (L IV 27 y 48).
Más aún, la liturgia revive el misterio a la manera de un signo, se puede incluso decir que lo hace presente a la manera de un sacramento. Ella misma es el sacramento, cuando se la considera en su lazo fundamental con la eucaristía. Y en una santa Gertrudis se acusa fuertemente otro vínculo fundamental: el de la Eucaristía con la vida de unión, de la cual la experiencia mística no es más que la maravillosa consciencia.
(Continuará)
[1] Dom Pierre Doyère, OSB, monje de San Pablo de Wisques, fue el impulsor de la revisión y fijación del texto latino de las obras completas de santa Gertrudis y su principal traductor al francés. Murió el 18 de marzo de 1966, durante la preparación de la edición crítica de los libros I a III del Legatus Divinae Pietatis; dos discípulos suyos continuaron la tarea y la obra fue publicada en 1968 por Sources chrétiennes (Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles II, L’Héraut [Livres I-II] SCh N° 139 y Œuvres Spirituelles III, L’Héraut [Livre III] SCh N° 143 – Paris, Les Éditions du Cerf, 1968). La fijación del texto de los libros IV y V del Legatus es obra de Jean-Marie Clément, monje benedictino de Steenbrugge, y la traducción al francés, de las monjas de Wisques. La aparición de la edición crítica del Legatus supuso un punto de inflexión decisivo en los estudios gertrudianos; magna empresa, cuyo mérito debe reconocerse a Dom Pierre Doyére: las líneas marcadas en su estudio introductorio (que aquí publicamos por secciones y traducido al español), han orientado los estudios gertrudianos de los últimos cuarenta años y aún no han sido superadas.
[2] Continuamos la publicación de la Introducción de Pierre Doyère, a la edición crítica latín-francés de las obras de santa Gertrudis. Cfr. «Introduction» a Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles II, L’Héraut (Livres I-II,) Sources chrétiennes N° 139 – Paris, Les Éditions du Cerf, 1968, pp. 9-91. Tradujo la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso, del Monasterio de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina.
[3] L designa el Legatus divinae pietatis (“El Heraldo de la misericordia divina”), en número romano se indica el libro y en número arábigo, el capítulo, según la numeración de la edición crítica de Sources chrétiennes (cfr. nota 2).