Inicio » Content » II. DOCTRINA ESPIRITUAL (6 cont.)

Santa Gertrudis, anónimo (del taller de Lázaro Pardo de Lagos), 87 x 67,5 cm, principios del siglo XVIII, Casa de la Moneda, Potosí, Bolivia.

 

por Pierre DOYÈRE, OSB †[1]

6. Maestra de oración (continuación)

Una vez comprendida esta homogeneidad de orientación contemplativa continua[2] en la tonalidad litúrgica del misterio de unión, la lectura atenta de muchas de las revelaciones nos descubrirá la manera con que la santa vivía su oración y su experiencia en referencia a la acción litúrgica, sin cuidado por seguir un método sistemático, sino en una gran “libertad de corazón” y como con la soltura de una respiración sobrenatural.

Admira darse cuenta la manera tan flexible y tan viva en que ella establece la correspondencia entre tal o cuál gracia mística y el momento litúrgico en el que se sitúa. Volvamos en particular a la correlación de “Vidi dominum facie ad faciem” (L II, 21[3]) con la transfiguración, o de la visión del 27 de enero (L II, 1) con la espiritualidad del tiempo de navidad; a las gracias de “Esto mihi” (L II, 8, 14, 23) con las variaciones sobre el tiempo de Adviento (L III, 30); a las meditaciones durante el “Entierro del Señor” (L III, 27) e incluso a las discretas evocaciones que las gracias de oración deben a la fiesta de san Matías (L III, 10). El lector atento no deja de encontrar, a lo largo de las Revelaciones, muchas pruebas parecidas de esta inserción constante de la vida mística de la santa en el misterio litúrgico.

Una vez reconocida esta orientación esencial dada por la acción litúrgica a la vida de oración, aún la más íntima, sería ser demasiado esquemático de nuestra parte, negar a los “ejercicios” diversos del oficio coral un lugar en este método gertrudiano, si método hay. Santa Gertrudis tiene sus devociones particulares, por ejemplo al crucifijo, a las cinco llagas, sin hablar del Sagrado Corazón. Conoce la práctica de ejercicios de piedad, a veces ligados a esos procedimientos de repetición de fórmulas o de gestos, cuyo carácter de técnica minuciosa se acentuará hacia el fin de la edad media en los ambientes ascéticos, desde donde se trasladada deliberadamente a la corriente mística; Una santa Gertrudis, con su gran libertad de corazón, con toda evidencia, ha escapado a este daño.

Ella practica también la meditación metódica y la aconseja (L III 74). Para sostener el sentido de la oración, preconiza igualmente los Ejercicios Espirituales. Pero su carácter propio es, en su totalidad, teologal, mucho más que moral, o incluso propiamente especulativo. Señalemos solamente que la mayor parte de estos ejercicios consiste, no en meditar intelectualmente sobre los temas o las verdades teológicas, sino en avivar en el alma, por el recuerdo de los ritos sacramentales, el sentido genésico, se podría decir, de su vida de fe.

En fin, ella se entrega profundamente a la oración, a la plegaria solitaria y silenciosa, recogida ante la presencia divina. Una tal oración es deseada por el alma en gracia de unión, no para escapar de las restricciones de la oración litúrgica, sino más bien para prolongar en la intimidad (L IV, 15) el misterio vivido en el sacramento de la liturgia. Estas son a veces horas de abandono y despojamiento más bien exigidas por los imperativos de la unión, que cumplidas por la voluntad de un ascetismo metódico. Este matiz es uno de los rasgos de la oración gertrudiana.

Entre esta diversidad de prácticas y de modos no hay divergencia ni oposición, sino armonía y homogeneidad. No es que esta homogeneidad sea de un rigor sistemático. Santa Gertrudis conoce en su oración ciertas discordancias o tensiones, por ejemplo entre el esfuerzo de recogimiento y el ritmo del oficio coral. Ella sabe también que hay horas en que le cuesta al alma, “privada del sabor de la devoción”, servir a Dios solo por deber, cumpliendo sin más “la recitación de las oraciones, las genuflexiones y otras prácticas semejantes, en la confianza de que Dios se complace, sin embargo, en aceptarlas” (L III, 18). Y cuando, impedida por la enfermedad de asistir a la misa, se le conceda el consuelo de una misa explicada por el Señor, por mística que esta sea, esta acomodación tal vez no encontrará favor a los ojos de los liturgistas (L III, 8 y Missa devota).

Es bueno recordar, por otra parte, que el conjunto de las Revelaciones cubre toda una vida. Si el Libro II relata las gracias de los nueve años que siguieron a la iniciación mística de los veinticinco años, los libros siguientes reúnen las confidencias y las memorias tenidas sin duda desde el inicio de su vida mística hasta su muerte; lo que supone estados diversos y también las circunstancias particulares que motivan ocasionalmente  una u otra actitud. Consta, por ejemplo, que ella es consciente de la libertad del Señor de conducir las almas por vías diferentes (L III, 74).

Como quiera que sea, la armoniosa unidad de la vida de oración en santa Gertrudis, no es el fruto de un esfuerzo de síntesis, reagrupando a posteriori elementos que se han querido que estuvieran, en primer término, netamente circunscritos; sino que es la unidad primera de la vida misma, simple y libre, en la riqueza de su desarrollo. Y después de la visión del 27 de enero, la oración se impone, continua, sin esfuerzo, a través de todas las alternancias de las horas y de los días, como el dulce peso de una obsesión.

Esta oración de todo el ser, debe al clima litúrgico, el ser esencialmente una alabanza. Ciertamente, la oración de petición por ella y por los otros, tiene un gran lugar en la relación del alma de la mística con Dios, pero la oración de petición misma no tiene lugar más que para asegurar que dé al alma la intimidad divina. El conocimiento y el amor a los que conduce esta intimidad, ponen al alma en una constante disposición a la alabanza. Alabanza que estalla, sin duda, en esas fórmulas de admiración maravillada, esas efusiones de amor exclusivo, del que ya hemos tratado; pero la expresión no se reduce a un lirismo verbal. La alabanza es de toda la vida, ofrecida ad laudem Dei. Alabanza del corazón en su deseo y en su alegría colmada; alabanza del sufrimiento, de la paciencia, del sacrificio; alabanza del más humilde movimiento, del más humilde gesto de la esposa consagrada, hasta aceptar el alivio de algunos granos de uva para calmar su fiebre de enferma. Alabanza que acerca a la monja a la multitud de los ángeles, hace de su vida una eucaristía y no tiene otro instrumento perfecto que le corazón del Señor.

(Continuará)


[1] Dom Pierre Doyère, OSB, monje de San Pablo de Wisques, fue el impulsor de la revisión y fijación del texto latino de las obras completas de santa Gertrudis y su principal traductor al francés. Murió el 18 de marzo de 1966, durante la preparación de la edición crítica de los libros I a III del Legatus Divinae Pietatis; dos discípulos suyos continuaron la tarea y la obra fue publicada en 1968 por Sources chrétiennes (Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles II, L’Héraut [Livres I-II] SCh N° 139 y Œuvres Spirituelles III, L’Héraut [Livre III] SCh N° 143 – Paris, Les Éditions du Cerf, 1968). La fijación del texto de los libros IV y V del Legatus es obra de Jean-Marie Clément, monje benedictino de Steenbrugge, y la traducción al francés, de las monjas de Wisques. La aparición de la edición crítica del Legatus supuso un punto de inflexión decisivo en los estudios gertrudianos; magna empresa, cuyo mérito debe reconocerse a Dom Pierre Doyére: las líneas marcadas en su estudio introductorio (que aquí publicamos por secciones y traducido al español), han orientado los estudios gertrudianos de los últimos cuarenta años y aún no han sido superadas.

[2] Continuamos la publicación de la Introducción de Pierre Doyère, a la edición crítica latín-francés de las obras de santa Gertrudis. Cfr. «Introduction» a Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles II, L’Héraut (Livres I-II,) Sources Chrétiennes N° 139 – Paris, Les Éditions du Cerf, 1968, pp. 9-91. Tradujo la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso, del Monasterio de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina.

[3] L designa el Legatus divinae pietatis (“El Heraldo de la misericordia divina”), en número romano se indica el libro y en número arábigo, el capítulo, según la numeración de la edición crítica de Sources chrétiennes (cfr. nota 2).