Impresión de los estigmas[1], fanal del altar de santa Gertrudis de la Iglesia del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla, España.
Fotografía: Francisco Rafael de Pascual, OCSO. Copyright: Cistercium.
Mauro Papalini[2]
El caso de santa Gertrudis es muy distinto[3]: aquí es la santa misma quien pedía con insistencia a Jesús que le imprimiera sus heridas en el corazón. Habían pasado uno o dos años desde su conversión y ocurrió durante el invierno; para pedir esta gracia especial se valió de una oración que había encontrado en un libro y la recitaba muy frecuentemente, había revelado este su ardiente deseo a una hermana que se había unido a su oración, hasta que un día:
In praedicta enim hora, cum memoriam circa hujusmodi haberem devotius occupatam, sensi quasi divinitus collata mihi indignissimae quae in antedicta oratione dudum petieram, scilicet intus in corde meo quasi corporalibus locis per spiritum cognovi impressa colenda illa et adoranda sanctissimorum vulnerum tuorum stigmata; quibus vulneribus animae meae medicasti, necnon mihi poculum nectarei amoris propinasti[4].
Me encontraba en la hora mencionada, inmersa en el recuerdo de estas cosas y sentí como si divinamente se me concediera a mí, indignísima, lo que había pedido en la oración citada. Es decir, advertí en espíritu, como gravados en un lugar real de mi corazón, los estigmas dignos de devoción y adoración de tus santísimas llagas. Con ellas curaste mi alma y me ofreciste la copa de tu dulce amor.
La descripción es muy concisa y totalmente interior, no hay nada corpóreo, aunque ella diga que fue como si las heridas hubieran sido impresas en su cuerpo. En cambio, describe más detalladamente los efectos de este don maravilloso expresados en una oración basada en cinco versos del salmo 102, aplicados cada uno a una herida de Jesús impresa en su corazón:
Sed non adhuc indignitas mea abyssum pietatis tuae exhaustum invenit, quin ex supereffluentia liberalissimae largitatis tuae acciperem et illud memorabile donum, ut quoties singulis diebus cum quinque versibus Benedic anima mea per spiritum amatoriae signacula impressionis visitare intenderem, nunquam me speciali beneficio fraudatam causari possem. Accepi enim ad primum versum Benedic anima mea, ad vulnera beatorum pedum tuorum deponere omnem rubiginem peccatorum et mundanae voluptatis vilitatem. Deinde per secundum Benedic, et noli oblivisci, in amatorio lavacro, unde mihi profluxit sanguis et aqua, abluere omnem maculam carnalis et transitoriae delectationis. Per tertium versum Qui propitiatur, ad requiem spiritus ad sinistrum vulnus ad pausandum properans quasi columba in petra nidificare. Ex hinc per quartum versum Qui redimit de interitu, ad dextram accedens, omnia quae mihi desunt in perfectione virtutum, ibi mihi plene reposita fiducialiter appropriare. Quibus decenter ornata, per quintum versum Qui replet in bonis, jam omni infamia peccatorum emendata et penuria meritorum suppleta, desiderantissima et dulcissima praesentia tua, etsi per me indigna, per te tamen satis digna, inter castos amplexus tuos merear jucundari[5].
Pero mi indignidad no había agotado todavía el abismo de tu ternura, antes bien, recibí de la superafluencia de tu generosidad inconmensurable aquel memorable don por el que, cuantas veces recitara al día cinco versos del salmo Bendice alma mía, contemplaba en espíritu cada una de las llagas y nunca me sentí defraudada de haber recibido don tan especial. Durante el primer verso: Bendice alma mía, recibí el poder de poner en las llagas de tus sagrados pies toda la herrumbre de los pecados y la vaciedad de los placeres mundanos. En el segundo verso: Bendice y no olvides, lavaba en esa fuente de amor donde brotó para mí sangre y agua, toda mancha de placer carnal y pasajero. En el tercer verso: Que se perdone, fui de prisa a la llaga de la mano izquierda para sosegar el espíritu, como paloma que pone su nido en el agujero de la roca. En el cuarto verso: Que libra la vida de la muerte, me acerqué a la llaga de tu mano derecha, y de los tesoros allí encerrados me apropié con confianza todo lo que me faltaba para la perfección de las virtudes. Adornada con ellas, purificada de toda deshonra de los pecados y suplida en mi toda carencia de méritos por el quinto verso: Que te llena de bienes, merecía gozar [por la llaga de tu costado], de tus castos abrazos en tu ansiada y dulcísima presencia, de la que en mí soy indigna, pero en ti dignísima.
Estos dos modos de impresión de los estigmas continúan en los siglos siguientes: hay santos estigmatizados en el cuerpo, como santa Verónica Giuliani, san Pio de Pietrelcina, la beata Madre Esperanza de Jesús y muchos otros. Hay estigmatizados en el corazón como santa Catalina de Siena, san Carlos de Sezze, etc.
Dos textos de los dos santos presentan algunos términos similares. A oración conclusiva del segundo ejercicio de santa Gertrudis y la oración ante el Crucifijo de san Francisco. Este es el texto gertrudiano:
Omnipotens sempiterne Deus, respice propitius ad preces nostras, et da nobis famulis tuis, qui in tui nominis honore in unius caritatis singularitatemconvenimus, fidem rectam, spem inconcussam, humilitatem veram, devotionem sanctam, caritatem perfectam, boni operis sedulitatem et constantiam atque perseverantiam[6].
Dios todopoderoso y eterno, atiende favorablemente nuestras plegarias, y concédenos, a nosotros tus servidores que, por el honor de tu nombre, estamos reunidos en la unidad de una misma caridad, una fe recta, una esperanza inquebrantable, una humildad verdadera, una devoción santa, una caridad perfecta, y en nuestras buenas obras, asiduidad, constancia y perseverancia.
Este es en cambio el texto de san Francisco:
Summe, gloriose Deus, illumina tenebras cordis mei et da mihi fidem rectam, spem certam, caritatem perfectam et humilitatem profundam, sensum et cognitionem, Domine, ut faciam tuum sanctum et verax mandatum[7].
Oh sumo y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y concédeme una fe recta, una esperanza cierta, caridad perfecta y humildad profunda, discernimiento y conocimiento, oh Señor, para que pueda cumplir tu mandamiento santo y veraz.
La fórmula, casi igual en los términos en los que se piden las virtudes teologales, podría hacer pesar en alguna influencia de la oración franciscana en Gertrudis, pero hemos dicho ya que ella no conocía los escritos del santo. Esto se explica por el hecho de que los dos santos han de haber bebido de las mismas fuentes: la predicación y la catequesis en el medioevo seguía cánones bien precisos, incluso en las palabras. Esta fórmula para pedir las virtudes teologales se remonta a un breve tratado de san Ambrosio sobre la Carta a los Filipenses (4,4-6) en la cual el santo afirma que el Señor está siempre cerca de aquellos que lo invocan “con fe recta, esperanza firme y caridad perfecta”[8].
Otro punto en común entre los dos santos se puede encontrar en la devoción al Santísimo Nombre de Jesús En el ya citado episodio del pesebre del Greccio, san Francisco dio una demostración también visible de su amor al Nombre de Jesús; escribe en efecto Tomás de Celano:
Saepe quoque, cum vellet Christum “Iesum” nominare, amore flagrans nimio, eum “puerum de Bethlehem” nuncupabat, et more balantis ovis “Bethlehem” dicens, os suum voce sed magis dulci affectione totum implebat. Labia sua etiam, cum “puerum de Bethlehem” vel “Iesum” nominaret, quasi lambebat lingua, felici palato degustans et deglutiens dulcedinem verbi huius[9] .
Y frecuentemente cuando quería el nombre de Cristo “Jesús”, ardiendo en flagrantísimo amor, lo llamaba “Niño de Belén”; y pronunciando “Belén” al modo del balido de las ovejas, su boca, además de su voz, se llenaba plenamente con el dulce afecto. Su lengua, cuando nombraba al “Niño de Belén” o el nombre de “Jesús”, casi se movía alrededor de sus labios saboreando algo muy dulce y gustando la dulzura de esas palabras.
Con solo decir el nombre de Jesús, Francisco modulaba su voz: cuando pronunciaba al palabra Belén, balaba como un cordero; cuando profería el santo Nombre de Jesús, se lamía los labios y engullía como si hubiera comido dulcísima miel. Y más adelante agrega:
Multa illi utique cum Iesu, Iesum in corde, Iesum in ore, Iesum in auribus, Iesum in oculis, Iesum in manibus, Iesum in reliquis membris semper portabat. O quoties cum sederet ad prandium, audiens, vel nominans, vel cogitans, Iesum, corporalis escae oblitus est, et, ut de sancto legitur: “Videns non videbat, audiens non audiebat”. Immo et multoties cum per viam iret, meditans et cantans Iesum, obliviscebatur itineris et omnia elementa invitabat ad laudem Iesu[10].
Y de muchas maneras siempre llevaba a Jesús: Jesús en el corazón, Jesús en la boca, Jesús en los oídos, Jesús en los ojos, Jesús en las manos, Jesús en los restantes miembros. ¡Oh!, y cuántas veces cuando se sentaba para la comida, oyendo o pronunciando o pensando en Jesús, se olvidaba del alimento corporal; y también (se cumplía) en él lo que se lee del santo: “Mirando, no veía, oyendo no escuchaba”. Así, del mismo modo muchas veces, yendo de camino, meditando y cantado a Jesús, se olvidaba de su viaje e invitaba a todas las criaturas a la alabanza de Jesús.
Esta devoción tuvo una enorme difusión en el siglo XV no solo en la Orden Franciscana en sus varias ramas, sino que influyó toda la piedad popular, hasta el punto de llegar a representarse en el trigrama del nombre de Jesús: IHS (Jesus Hominum Salvator: Jesús Salavdor de los hombres). Gran heraldo de esta devoción fue san Bernardino de Siena (1380-1444).
También santa Gertrudis tenía gran devoción al nombre de Jesús y lo invocaba a menudo. En el capítulo 5 de Libro IV del Legatus, titulado De salutatione Nominis Iesu in Circumcisione (Sobre la salutación del Nombre de Jesús en la fiesta de la Circuncisión), se relata esta visión tenida precisamente el 1º de enero:
Die denique sancto Circumcisionis obtulit Domino salutatiunculas dulcissimi nominis Jesu quas quaedam personae legerant in laudem Domini. Quae statim apparuerunt coram Domino dependere tamquam in quodam firmamento, in specie candidarum rosarum; et de qualibet rosa dependebat aureum tintinnabulum mirae sonoritatis, quod sine intermissione commovebat Cor divinum ineffabili delectatione propriae dulcedinis et bonitatis caeterarumque quae per adjectiva nominis replicaverat, verbi gratia: Ave, Jesu amantissime, benignissime, desiderantissime, et similia. Hinc desiderabat tam pertransitive dulcia nomina Jesu adinvenire adjectiva, quae omnes praedictas praecellendo divinum Cor medullitus penetrando suaviter afficerent. Cumque in horum scrutinio affectuosius laborando jam viribus deficeret, Dominus affectu pietatis allectus, immo, ut ita dicam, devictus, blande se et quasi in impetu divini amoris ad eam inclinans, infixit ori ejus osculum vincens mellis poculum, dicens: “Ecce impressi ori tuo nomen meum dignissimum, quod palam portabis coram omnibus, et quotiescumque ad illud proferendum labia tua commoveris, melos suavissimi clangoris mihi resonabis”. His dictis, comperit in superiori labio animae suae aureis et vivis litteris, crebris ictibus, ut astra micantia rutilantibus, delectabiliter inscriptum: Jesus; in inferiori vero labio, similiter aureis et vivis litteris scriptura: Justus. Unde per inscriptionem: Jesus, quod habebat in supremo labio, et interpretatur Salvator, intellexit quod omnibus a se audire cupientibus, salutem et misericordiam divinae pietatis pronuntiare deberet[11] .
Finalmente el día santo de la Circuncisión ofreció [Gertrudis] al Señor breves salutaciones del dulcísimo Nombre de Jesús que algunas personas habían recitado en alabanza del Señor. Al momento aparecieron estas salutaciones en presencia del Señor como colgadas del firmamento en forma de rosas blancas. De cada una de las rosas pendía una campanilla de oro cuyo maravilloso sonido no cesaba de excitar en el Corazón divino el inefable placer de su propia dulzura, bondad y demás perfecciones que resonaban en los saludos dirigidos a su Nombre. Por ejemplo: Salve, Jesús amantísimo, benignísimo, desiderabilísimo y otros semejantes. Entonces deseaba ella encontrar dulces nombres más íntimos para enaltecer a Jesús, que desbordaran a todos los anteriores, tocaran el Corazón divino y lo penetraran mansamente con inefable dulzura. Mientras trabajaba con el mayor afecto en esta búsqueda y sus fuerzas comenzaran a desfallecer, el Señor atraído, o mejor dicho vencido por su ternura, se inclinó hacia ella con bondad, como por un impulso de amor divino, estampó en su boca un beso más dulce que una copa de miel y le dijo: “Mira, he impreso en tu boca mi nombre nobilísimo, lo llevarás abiertamente delante de todos, y cada vez que muevas tus labios para pronunciarlo, harás resonar a mis oídos una música de finísima sonoridad”. Dicho esto, vio escrito con inmensa dulzura en el labio superior de su alma con brillantes letras de oro, en marca indeleble más brillante que los astros: Jesús; en el labio inferior escrito igualmente con brillantes letras de oro: Justo. Entonces comprendió que por la inscripción Jesús, que llevaba en el labio superior y se interpreta “Salvador”, debía anunciar ella la salvación y la misericordia de la bondad divina a todos los que deseaban escucharla.
Continuará
[1] La talla de Santa Gertrudis, de madera policromada, vestida con cogulla blanca cisterciense y con los atributos de báculo, diadema, corazón y pluma, en piezas desmontables, es la figura principal del altar de santa Gertrudis la Magna de la Iglesia del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla. Este constituye uno de los grupos escultóricos más originales y llamativos de la iconografía gertrudiana. Se trata de una obra artística de estilo rococó, única en el mundo por su avanzada realización y originalidad. Debajo de la imagen, en el retablo, se ubican varios fanales o cajones desmontables de 83 x 73 x 45 cm, profusamente decorados, que representan en miniatura distintos episodios de la vida de Gertrudis, reproduciendo al detalle las características que surgen de los respectivos textos del Legatus. Los fanales están realizados en madera, pan de oro, barro, pintura al óleo, tela, papel y pegamento, conforme a la técnica de dorado estofado y policromado. El altar se desmonta para la novena de santa Gertrudis y se va rearmando día por día, para estímulo de la devoción. El cuarto fanal, que aquí reproducimos, representa a la Trinidad isomorfa celebrando una Misa que Cristo preside como Sumo Sacerdote. El siguiente relato del Legatus Divinae Pietatis corresponde aproximativamente al diseño del fanal: «Después vio al Señor de los ejércitos bajar por una escala teñida de rojo y luego se le apareció en medio del altar de la iglesia, revestido con los ornamentos pontificales y teniendo en sus manos una píxide parecida a las que sirven habitualmente para guardar a hostia consagrada. Durante la misa, hasta el prefacio, permaneció sentado de cara al sacerdote. Y una gran multitud de ángeles, que llenaba completamente toda la parte de la iglesia que estaba a la derecha del Señor... Durante la entonación del Gloria, el Señor Jesús, Pontífice supremo, exhaló hacia el cielo, un soplo divino semejante a una ardiente llama... Luego, dirigiéndose hacia el cielo y llevando en sí mismo los deseos y los votos de todos, los presentó en ofrenda a Dios Padre. Después, conforme a su infinita bondad, con su sagrada boca dio el beso de paz a todos los santos allí presentes. Sin embargo, con el coro de las vírgenes quiso tener una predilección especial, que no había tenido con los demás: tras el ósculo de paz, les concedió también el privilegio de depositar en sus pechos un beso infinitamente dulce. Después de esto, el Señor, derramándose todo él en suave amor divino, se entregó a sí mismo a la comunidad con estas palabras: “Soy todo vuestro, en propiedad. Por lo tanto, goce cada una de vosotras de mí en la medida de sus deseos”» (Legatus III 17,2-4).
[2] Mauro Papalini es graduado en lengua y literatura extranjeras, especialista en filología románica y en historia de las Clarisas, Terciarias franciscanas, Agustinas y de otras Órdenes. Estudioso de la mística y de los aspectos económico-jurídicos de las comunidades religiosas femeninas, ha publicado numerosos estudios en revistas especializadas. Está trabajando en la publicación de textos relacionados con algunas clarisas y varios monasterios.
[3] Continuamos con la publicación de la traducción de las actas Congreso: “LA “DIVINA PIETAS” E LA “SUPPLETIO” DI CRISTO IN S. GERTRUDIS DI HELFTA: UNA SOTERIOLOGIA DELLA MISERICORDIA. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 15-17 novembre 2016. A cura di Juan Javier Flores Arcas, O.S.B. - Bernard Sawicki, O.S.B., ROMA 2017”, Studia Anselmiana 171, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2017. Cfr. el programa del Congreso en esta misma página: http://surco.org/content/convenio-divina-pietas-suppletio-cristo-santa-gertrudis-helfta-una-soteriologia-misericordia. Traducido con permiso de Studia Anselmiana y del autor, por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.
[4] GERTRUDE D’HELFTA, Le héraut, Livres I et II, en Oeuvres spirituelles, vol. II, introduction, texte critique, traduction et notes par P. Doyère moine de l’Abbaye Saint-Paul de Visques (Sources Chrétiennes 139), Cerf, Paris 1966, 244-246.
[5] Ibid.
[6] GERTRUDE D’HELFTA, Les Exercices, en Oeuvres spirituelles, vol. I, texte latin, introduction, traduction et notes par J. Hourlier et A. Schmitt, moines de l’Abbaye S. Pierre de Solesmes (Sources Chrétiennes 127), Les editions du Cerf, Paris 1967, 88.
[7] FRANCESCO D’ASSISI, Scritti, edizione critica a cura di C. Paolazzi, OFM (Spicilegium bonaventurianum 36), Frati editori di Quaracchi, Grottaferrata 2009, 31. Hay muchas variantes de esta oración, tanto en latín como en lengua vulgar.
[8] Cf. Patrologia latina, Supplementum I, Paris 1959, col. 618.
[9] THOMAS DE CELANO, “Vita prima sancti Francisci”, op. I, cap. XXX, n. 86, in Fontes Franciscani, 361-362.
[10] Id., “Vita prima sancti Francisci”, op. II, cap. IX, n. 115, in Fontes franciscani, 393-394.
[11] GERTRUDE D’HELFTA, Le héraut, Livre IV, cap. V, 82-84.