Capítulo 6. Sobre los que renunciando al mundo buscan la perfección sin caridad
Cuando se pierde de vista el objetivo, la pureza de corazón, puede suceder que también se diluya el motivo de la renuncia a los bienes y a las restantes privaciones que se han abrazado. Es necesario mantener aquel amor “que consiste solamente en la pureza de corazón”. Afirmación que Casiano fundamenta sobre el texto de 1 Co 13.
6.1. Por eso algunos que renuncian sus grandes riquezas -y no solo a mucho oro y talentos de plata, sino también a la magnificencia de los predios-, después vemos que se inquietan por un escalpelo, un punzón, una aguja, una pluma para escribir. Quienes, si tuvieran fija la atención en el corazón puro, nunca admitirían que algo así (sucediera) por pequeñas cosas, ya que para evitar que acaeciera por cosas más grandes y preciosas, prefirieron despreciarlas por completo.
6.2. Algunos a menudo guardan con tanto celo un códice que no permiten fácilmente a otro leerlo o tocarlo, y así incurren en situaciones de impaciencia y de muerte, donde estarían invitados a adquirir estipendios de paciencia y caridad. Y cuando, por amor de Cristo, repartieron todas sus riquezas, sin embargo, mantienen el precedente afecto del corazón por cosas mínimas, y por ellas mismas algunas veces se enfadan con ligereza, y devienen infructuosos y estériles, como quienes no tienen la caridad apostólica.
6.2a. Previendo esto en espíritu el beato Apóstol dice: “Incluso si distribuyera todos mis bienes en alimentos para los pobres y entregara mi cuerpo al fuego, pero no tuviera caridad, de nada me serviría” (1 Co 13,3).
6.3. Por donde se comprueba claramente que la perfección no se alcanza de inmediato con la pobreza ni la privación de todos los bienes, o con el desprecio de las dignidades, si no está presente aquella caridad cuyos elementos describe el Apóstol, que consiste solo en la pureza de corazón. ¿Y qué significa no ser envidioso, no exaltarse, no irritarse, no hacer el mal, no buscar las cosas propias, no alegrarse de la iniquidad, no pensar el mal y lo restante (cf. 1 Co 13,4-7), sino ofrecer siempre a Dios un corazón perfecto y muy puro, y custodiarlo intacto de todas las perturbaciones?
Capítulo 7. Que es necesario buscar la tranquilidad del alma
El título del capítulo no es del todo correcto, y puede llamar a engaño. En efecto, la propuesta que presenta Casiano es más amplia y muy clara: en la vida monástica cristiana todas las observancias son un medio, están en función de la pureza de corazón, que es la caridad. Por tanto, cualquier práctica ascética, por muy loable que sea, que nos aparte de este objetivo, debe ser considerada como dañina.
Las obras virtuosas que nos conducen a la pureza de corazón
7.1. Luego, es por la pureza de corazón que debemos realizar y desear todas las cosas. Por ella se debe buscar la soledad, por ella sabemos que debemos sostener los ayunos, las vigilias, los trabajos, la desnudez del cuerpo, las lecturas y otras obras virtuosas, de modo que por medio de estas podamos preparar y conservar ileso nuestro corazón de todas las pasiones nocivas, y ascender a la perfección de la caridad apoyados sobre estos grados.
Evitar la absolutización de nuestras observancias monásticas
7.1a. Si, tal vez, una ocupación honesta y necesaria nos impide cumplir los ejercicios acostumbrados de nuestra vida austera, no por esto caigamos, por el amor desmedido a nuestras observancias, en la tristeza, en la cólera o en la indignación. Porque precisamente para contrarrestar esos vicios hacíamos nosotros todo eso que nos vemos ahora obligados a omitir[1].
7.2. En efecto, la ganancia del ayuno no es tanta cuanto el dispendio de la ira, ni es tanto el fruto que se recoge de la lectura cuanto el detrimento en que se incurre con el desprecio del hermano.
Toda nuestra actividad se debe hacer en función de la pureza de corazón y la caridad
7.2a. Por tanto, las cosas que son secundarias, esto es: los ayunos, las vigilias, la anacoresis, la meditación de las Escrituras, nos conviene hacerlas en función del scopos, es decir: la pureza de corazón, que es la caridad; y por causa de aquellas no rechazar esta virtud principal; la que, permaneciendo íntegra e ilesa en nosotros, nada podrá perjudicarnos, aunque alguna de las virtudes secundarias fuera omitida por necesidad. Puesto que de nada nos aprovecharía hacer todas las cosas si no se cumpliera esa que dijimos ser la causa principal, para cuya obtención se llevan a cabo todas las demás.
7.3. Por esto, en efecto, quien que se apresure a procurar y preparar para sí las herramientas de un arte cualquiera, no lo hace en función de una posesión ociosa, ni el fruto que espera sacar de esos mismos instrumentos consiste solamente en su mera posesión, sino que, por medio de ellos, (pueda) obtener la pericia y el fin de aquella disciplina de los que son eficaces ayudas. Por esto, los ayunos, las vigilias, la meditación de las Escrituras, la desnudez y privación de todas las riquezas no son la perfección, sino instrumentos de la perfección, pues no en ellos consiste el fin de aquella disciplina, sino que por medio de ellos se llega al fin.
7.4. En vano, por tanto, emprende estos ejercicios quien, contento con ellos como si se tratara del bien supremo, fijara la intención de su corazón solo en ellos y no la extendiera con todo el esfuerzo de la virtud hacia la consecución del fin, por el cual son deseadas estas cosas; tendrá así, sin duda, los instrumentos de aquella disciplina, pero ignorará el fin en el que se encuentra todo el fruto. Cualquier cosa que pueda turbar la pureza y la tranquilidad de nuestra mente, incluso aunque nos parezca útil y necesaria, debe ser evitada como dañina. Con esta norma, en efecto, podremos evadir la divagación de los errores y todas las dispersiones, y alcanzar el fin deseado en la línea de una dirección cierta.
Capítulo 8. Que nuestro principal esfuerzo debe orientarse hacia la contemplación de las cosas divinas. La comparación con Marta y María
Mucho parece haber influenciado a Casiano la enseñanza de Evagrio sobre el tema: vida práctica (o activa) y contemplación. En efecto, éste decía: “La finalidad de la práctica (practiké) es purificar el espíritu y hacerlo impasible. La de la física, mostrar la verdad oculta en todos los seres; pero apartar al espíritu de las materias y volverlo hacia la Causa primera, es un don de la teología” (Tratado Gnóstico, 49; SCh 356, p. 191). Y también: “Es imposible que la paz esté unida a la justicia, si la verdad no se encuentra con la misericordia; pues, por una parte, la misericordia engendra la justicia; y, por la otra, la verdad [engendra] la paz. Justicia y paz conciernen a la acción y la contemplación” (Scholia sobre el Salmo 84 [85],11; SCh 615, pp. 124-125). Porque “eleva hacia el Señor su alma quien la hace ligera por la acción y la contemplación” (Scholia sobre el Salmo 85,4; SCh 615, pp. 126-127; cf. Scholia sobre el Salmo 86,2; SCh 615, pp. 132-133: “El Señor ama al práctico y al contemplativo, pero prefiere al contemplativo…”).
En su interpretación del texto evangélico sobre Marta y María, Casiano afirma claramente la caducidad de la parte activa, pero al mismo tiempo sostiene que ambas, la práctica y la contemplación, son necesarias para conseguir el objetivo final de la vida monástica (cf. Conversazioni, pp. 144-145, nota 20).
Un objetivo inmutable
8.1. Este, por consiguiente, debe ser nuestro esfuerzo principal, este objetivo[2] inmutable del corazón debe ser ansiado continuamente, para que la mente esté siempre adherida a las cosas divinas y a Dios. Cualquier cosa que sea diversa de esto, por grande que sea, sin embargo, debe ser juzgada secundaria, también inferior y ciertamente dañina.
El ejemplo de Marta y María
8.1a. Una imagen de este modo de pensar y obrar se designa sabiamente en el Evangelio por medio de Marta y María (cf. Lc 10,38-42). Porque cuando Marta realizaba con mucha diligencia el santo ministerio, pues servía al Señor mismo y a sus discípulos, María atenta solo a la enseñanza espiritual, a los pies de Jesús, que besaba ungiéndolos con el ungüento de la buena confesión, fue preferida, sin embargo, por el Señor, puesto que eligió la mejor parte, aquella que no le podía ser sustraída.
El bien principal
8.2. Cuando Marta trabajaba con piadosa solicitud y estaba ocupada en las tareas, viendo que no podía bastarse sola para aquel servicio, pidió al Señor la ayuda de la hermana diciendo: “¿No te importa que mi hermana me deje sola en el servicio? Dile que me ayude (Lc 10,40)”. Sin duda la estaba solicitando no para una obra vil, sino para un servicio laudable. Y, con todo, ¿qué oyó del Señor? “Marta, Marta, estás solícita y agitada por muchas cosas, pero hay necesidad de pocas cosas, incluso de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada (Lc 10,41-42)”. Miren, por tanto, que como el Señor puso el bien principal solo en la theoria, esto es, en la contemplación divina.
8.3. De modo que las demás virtudes, si bien necesarias, útiles y buenas, sin embargo, deben ser consideradas secundarias, porque todas son realizadas para obtener esta única[3].
8.3a. En efecto, cuando el Señor dice: “Estás solícita y agitada por muchas cosas, pero hay necesidad de pocas cosas, incluso de una sola” (Lc 10,41-42), ha puesto el sumo bien no en una acción práctica, por muy laudable y abundante en muchos frutos que sea, sino en la simple y única contemplación suya, afirmando que pocas cosas son necesarias para la perfecta felicidad, es decir, aquella theoria que es custodiada con atenta consideración por pocos santos. Subiendo desde la contemplación de estos, quien todavía se encuentra en una posición de progreso, con la ayuda de ellos alcanzará a lo que también es llamado uno[4], esto es, la visión de solo Dios; de modo que habrá superado incluso la acción de los santos y sus maravillosos servicios, siendo alimentado de la belleza y del conocimiento de solo Dios.
La mejor parte
8.4. “María, por tanto, ha elegido la parte buena, que no le será quitada” (Lc 10,42). Esto debe ser considerado con mucha diligencia. Pues cuando dice: “María ha elegido la parte buena”, aunque calla sobre Marta y no parece vituperarla, sin embargo, alabando a aquella afirma que esta última ocupa una posición inferior. De nuevo, cuando dice: “Que no le será quitada” (Lc 10,42), muestra que a aquella su parte le podría ser quitada -pues una persona no puede realizar ininterrumpidamente un servicio corporal-, pero enseña que el quehacer de la otra, [María], jamás tendrá fin[5].
Capítulo 9. Pregunta: ¿por qué la eficacia de los actos de virtud no persiste en el hombre?
Ante estas palabras quedamos muy conmovidos y dijimos [Germán y Casiano]: «¿Y entonces? ¿El esfuerzo de los ayunos, la atención a las lecturas, las obras de misericordia, de justicia, de piedad y de humanidad nos serán quitadas y no permanecerán con sus autores? Sobre todo, cuando el mismo Señor ha prometido la retribución del reino de los cielos para estas obras diciendo: “Vengan benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber” (Mt 25,34-35), y lo restante. ¿Cómo, entonces, nos serán quitadas estas cosas que introducen a sus autores en el reino de los cielos?».
Capítulo 10. Respuesta: no cesará la recompensa de la virtud, sino su ejercicio
«La pureza de corazón solo será permanente en el reino de los cielos, pero quien comienza una vida ascética debe iniciar el recorrido de aproximación a ella ya en la vida terrena. Se abre aquí una ventana “política” al objetivo inmediato (destinatio) del asceta: las obras de caridad y de misericordia no son solo propedéuticas a la pureza de corazón, sino que favorecen la instauración de la justicia social por medio de la reducción de la desigualdad entre quien posee (a menudo culpablemente) los bienes de la tierra y quien está excluido de ellos»[6].
Las prácticas corporales son propias del tiempo presente
10.1. Moisés: «Yo no dije que la recompensa por las buenas obras será quitada. El Señor mismo dice: “Quien dé de beber un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños solo por ser mi discípulo[7], en verdad les digo, que no perderá su recompensa” (Mt 10,42). Lo que yo digo es que será quitada la acción que exige administrar ya la necesidad corporal, ya el requerimiento de la carne, ya la iniquidad de este mundo. Pero la diligencia para la lectura, la aflicción de los ayunos, la purificación del corazón y la mortificación de la carne, solo en e mundo presente se ejercitan útilmente, puesto que “la carne desea contra el espíritu” (Ga 5,17). Estas prácticas vemos que, algunas veces, también ahora les son quitadas a quienes están fatigados por grandes trabajos o por la enfermedad del cuerpo o por la edad, y una persona no puede realizarlas continuamente.
10.2. Cuanto más, por consiguiente, ellas cesarán en el futuro, cuando este cuerpo corruptible revestirá la incorrupción, y este cuerpo que ahora es animal resucitará espiritual (cf. 1 Co 15,53. 44), y la carne comenzará a ser tal que no desee contra el espíritu.
10.2a. Sobre estas realidades ha hablado manifiestamente también el beato Apóstol diciendo: “La ejercitación corporal es muy poco útil; la piedad, en cambio, -la que sin duda es comprendida como caridad- es útil para todas las cosas, teniendo la promesa de la vida presente y futura” (1 Tm 4,8). Por tanto, si dice que es poco útil, se pronuncia con claridad que no puede ser ejercitada en todo tiempo ni puede por sí misma conferir el grado más alto de perfección con solo nuestros propios esfuerzos.
Necesidad y límites de “las obras corporales”
10.3. El término “poco”, puede, en efecto, referirse a ambas realidades, esto es, a la brevedad del tiempo, pues la ejercitación corporal no puede coexistir en una persona, al mismo tiempo, en el presente y en el futuro; y ciertamente también al poco beneficio que se obtiene por la disciplina corporal. Porque la aflicción corporal reporta un progreso inicial, pero no la perfección del amor mismo, que tiene la promesa de la vida presente y futura. Y por eso debemos considerar el ejercicio de las obras mencionadas como necesario, puesto que sin ellos no se puede ascender a las cimas del amor.
La “inicua diversidad”
10.4. Las realidades que ustedes llaman obras de piedad y misericordia son necesarias en este tiempo, mientras todavía domina la inicua diversidad[8]. Su práctica no será necesaria para siempre donde no haya un gran número de personas pobres, necesitadas y enfermas, que es el resultado de la iniquidad de los hombres, que han reunido para su propio uso -pero no las han utilizado- las cosas que fueron concedidas por el Creador para todos.
La pureza de corazón perpetua
10.5. Mientras se siga perpetrando tal desigualdad en este mundo, entonces, dicha conducta será necesaria y beneficiosa para quien la practica, retribuyendo una buena disposición y una piadosa voluntad con la recompensa de la herencia eterna. Pero en el siglo futuro cesará, cuando ya reinará la igualdad y no existirá la desigualdad que hacen necesarias estas prácticas. Entonces todos pasarán de esta multiplicidad, esto es, de la actual actividad, al amor de Dios y a la contemplación de las realidades divinas en perpetua pureza de corazón. Quienes aspiran a esto y se esfuerzan en purificar su espíritu han elegido, incluso viviendo en el mundo presente, entregarse a ese objetivo con todo su vigor y sus fuerzas. Mientras todavía viven en la carne corruptible se dedican a esta tarea, en la que permanecerán hasta que la corrupción será dejada de lado, cuando lleguen a esa promesa del Señor Salvador, que dice: “Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8)[9].
Capítulo 11. Sobre la caridad perpetua
Solo el amor permanece. Fiel al texto paulino de 1 Co 13, Casiano afirma sin medias tintas la perpetuidad del amor cristiano, que no acaba en esta vida y que alcanza su máximo esplendor en la vida futura.
El amor nunca muere
11.1. ¿Y de qué nos admiramos, si aquellas obras, que antes mencionamos, pasarán, cuando el santo Apóstol describe incluso los más sublimes carismas del Espíritu Santo como transitorios, pero afirma que solo el amor permanecerá para siempre? “Las profecías desaparecerán, dice, las lenguas, cesarán; el conocimiento, será abolido. Pero el amor nunca perecerá” (1 Co 13,8).
11.2. Porque todos los dones nos son dados para ser utilizados para las necesidades de este tiempo; y sin ninguna duda pasarán tan pronto como se haya consumado la edad presente[10], pero el amor nunca pasará[11]. Pues no solamente en el tiempo presente opera útilmente en nosotros, sino que también en el venidero, una vez que el fardo de las necesidades de la carne haya sido depuesto, permanecerá y será más eficaz y excelente. Nunca se corromperá por causa de ningún defecto, al contrario, se unirá a Dios con más ardor e intensidad en virtud de su perpetua incorrupción».
[1] Sigo la traducción propuesta en Col. I, p. 42. El texto latino no es de fácil interpretación: “et non propter has obseruantias, si forte honesta ac necessaria occupatione praeuenti sollemnitatem districtionis nostrae non potuerimus implere, incidamus in tristitiam uel iram siue indignationem, ob quae expugnanda illud quod praetermissum est fueramus acturi”.
[2] El vocablo latino es destinatio, que debería ser la traducción de skopos, pero que en el caso presente parece que se usa como sinónimo de fin (telos); cf. Conversazioni, p. 141, nota 16.
[3] La contemplación divina.
[4] La referencia es a la cita de Lc: “una sola (cosa)”: cf. Conversazioni, p. 142, nota 18.
[5] Sigo la versión de Col I, p. 38. Una traducción más próxima al original sería: enseña que el celo (o: el quehacer) de la otra puede ciertamente no terminar nunca (illius uero studium nullo prorsus aeuo docet posse finiri).
[6] Conversazioni, pp. 148-149, nota 23.
[7] Lit.: solo por el nombre de discípulo (tantum in nomine discipuli).
[8] «“Inaequalis diversitas” (lit.: desigual diversidad) indica la condición de injusticia presente en el mundo. En este contexto las obras de misericordia son necesarias, pero deben ser entendidas como transitorias y causadas por la iniquidad querida por los seres humanos» (Conversazioni, p. 148, nota 22).
[9] Apunta, respecto del valor de la praxis acética, muy acertadamente el Prof. Alciati: las obras ascéticas (ayuno, lectio divina, pobreza, soledad) son un instrumento, no el fin del monje que desea llegar a la contemplación de Dios. Por tanto, la práctica de la ascesis corporal cesará en el Reino, ya que el cuerpo será “santificado” y naturalmente se inclinará de forma definitiva hacia una existencia santa. Finalmente, no es propio de la existencia escatológica la práctica de la ascesis, pues no habrá dicotomía entre la riqueza de pocos y la pobreza de muchos; y, por ende, no serán ya necesarias las obras de caridad, la renuncia al poder, a la riqueza y a la abundancia (Conversazioni, pp. 149-150, nota 24).
[10] Consummata dispensatio; otra traducción: cuando la economía terrena terminará. Cf. Conversazioni, pp. 150-151, y nota 25.
[11] Lit.: será sustraído (caritas… intercipietur).