Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia V, capítulos 12-14)

Capítulo 12. En qué modo puede ser útil la vanagloria

Valerse de la vanagloria para expeler la fornicación es un argumento que ya había formulado Evagrio Póntico:

“El demonio de la vanagloria se opone al demonio de la fornicación, y no es admisible que los dos asalten el alma al mismo tiempo, porque uno promete honores, el otro es agente del deshonor. Por eso, si alguno de los dos se aproxima presionándote, en seguida forja en ti mismo los pensamientos del demonio contrario, y si pudiste sacar -como se suele decir- un clavo con otro clavo, conocerás que estás cerca de las fronteras de la apatheia. Porque tu espíritu tiene la fuerza para destruir por medio de pensamientos humanos los pensamientos del demonio. Pero rechazar con humildad el pensamiento de la vanagloria, o con la continencia al de la fornicación, sería signo de una muy profunda apatheia. E intenta aplicar este (método) a todos los demonios que se oponen entre sí; porque al mismo tiempo también sabrás por cuál pasión estás más afectado. Pero, en tanto puedas, pide a Dios resistir a los enemigos de la segunda forma”[1].

Pero Evagrio no omite señalar que existe incompatibilidad entre el vicio de la vanagloria y el de la fornicación:

“Odia el espíritu de fornicación y el de vanagloria, dos demonios amargos que se oponen entre sí: une huye las personas, el otro se regocija con ellas. El demonio de la fornicación, después de haber golpeado repentinamente con su impureza, como una flecha, al luchador de la ascesis, se retira rápidamente, incapaz de soportar la antorcha ardiente de sus esfuerzos; pero en aquel que ablanda su continencia, por el halago de los placeres, proyecta poco a poco entrar relación con su corazón, para que, atizado por los vicios y el diálogo, sea apresado y consume el acto abominable del pecado. En cuanto al demonio falaz de la vanagloria, si bien siente placer con la multitud, es en la sombra que planea sobre el alma de aquellos que sienten gusto por los esfuerzos, adquiriendo la gloria por medio de los esfuerzos que hacen. Por tanto, si alguien quiere triunfar sobre estos demonios, con la ayuda de Dios, que fatigue su carne contra la fornicación y que humille su alma contra la vanagloria. Así, nos libraremos fácilmente de la gloria vana de uno para agradar a Dios, y soplaremos sobre las imágenes impuras del otro para purificar el corazón de los placeres”[2].

 

Vanagloria y fornicación

12.1. Sin embargo, en un solo caso la vanagloria puede ser asumida útilmente por los principiantes, por estos que hasta ahora solo han sido instigados por los vicios carnales; por ejemplo, si en ese tiempo, mientras son urgidos por el espíritu de la fornicación, concibieran en la mente o la dignidad del oficio sacerdotal o en la opinión de los demás, que los creen ser santos e inmaculados, y así, juzgando los estímulos inmundos de la concupiscencia como torpes e indignos de su reputación o de aquel orden [sacerdotal], al menos abandonen ese pensamiento, poniendo freno con un mal menor otro mucho mayor. Porque es mejor ser golpeado por el vicio de la vanagloria que caer en el ardor de la fornicación, del cual o no es posible restablecerse, o solo con dificultad recuperarse después de la caída.

 

La acción de la vanagloria en la lucha contra la fornicación

12.2. El sentido de lo expuesto lo expresa con propiedad uno de los profetas diciendo en nombre de Dios: “Por mi causa, alejaré el rostro de mi furor, y para mi alabanza te refrenaré, para que no mueras” (Is 48,9). Es decir, que, mientras estás aprisionado por las alabanzas de la vanagloria, no marcharás hacia las profundidades del infierno e irrevocablemente te sumergirás en la consumación de los pecados mortales. Y no debe asombrarnos cómo es tan fuerte esta pasión, que puede reformar al que está por caer en la fornicación, cuando está comprobado por la práctica de muchos que, con frecuencia, una vez envenenados por esta peste, devienen infatigables, de modo que pueden soportar ayunos de dos o tres días.

 

La dificultad del ayuno en el desierto

12.3. También en este desierto a menudo hemos visto personas que confiesan que, cuando vivían en los cenobios de Siria, toleraban sin esfuerzo un ayuno de cinco días; en cambio, ahora están tan urgidos por el hambre que ya a la hora de tercia con dificultad logran mantener el ayuno cotidiano hasta nona.

12.3a. Sobre el asunto se le hizo una pregunta a abba Macario: ¿por qué en el desierto era golpeado por el hambre desde la hora de tercia, mientras que en el cenobio no sentía hambre, rechazando a menudo la refección por semanas enteras? Él respondió: “Porque aquí no hay ningún testigo de tu ayuno que te alimente y sostenga con sus alabanzas; allí, en cambio, te saciaba el reconocimiento[3] de los hombres y la refección de la vanagloria”[4].

 

Un testimonio bíblico

12.4. Una imagen de este tema, sobre el que dijimos que, cuando aparece la vanagloria el vicio de la fornicación es expulsado, se expresa de una forma pulcra y clara en el Libro de los Reyes, donde, ascendiendo Nabucodonosor, rey de los asirios, para regresar a su país, desde los confines de Egipto, se llevó consigo al pueblo de Israel que había sido hecho prisionero por Necao rey de Egipto. Pero hizo esto no para restituirle la libertad prístina y la región de origen, sino para llevarlo a tierras mucho más lejanas de cuanto lo fuera Egipto, donde había estado cautivo (cf. 2 R 23,31—24,16). Esta figura se adapta mucho mejor a aquello de lo que estábamos hablando. Pues si tal vez es más tolerable estar sometido al vicio de la vanagloria que al de la fornicación, sin embargo, es mucho más difícil escapar de la dominación de la vanagloria.

 

El grave peligro de no librarse de los vicios terrenos

12.5. En cierto modo, en efecto, alguien que es mantenido prisionero por un largo espacio de tiempo, laboriosamente podrá retornar a su suelo natal y a la libertad de la patria, y con razón a él se dirige aquella increpación profética: “¿Por qué has envejecido en tierra extranjera?” (Ba 3,10). Quienquiera que no se libere de los vicios terrenos, rectamente se dirá que ha envejecido en tierra extranjera.

 

Dos clases de orgullo[5]

12.5a. Los géneros de orgullo son dos: el primero es carnal, el segundo espiritual, que es también el más pernicioso; pues ataca especialmente a aquellos en quienes encuentra que han hecho progresos en algunas virtudes.

 

Capítulo 13. Sobre los varios modos en que atacan cada uno de los vicios

“La descripción de los vicios, que ha ocupado la primera mitad de la Conferencia, es seguida de una exposición, de la misma amplitud, sobre el combate que el monje debe librar contra ellos. Partiendo del hecho que cada ser humano tiene su vicio dominante, Serapión propone comenzar la lucha por ese adversario principal y proseguir después concentrándose siempre en la tendencia malvada que domina en el alma”[6].

Idéntica enseñanza hallamos también en los Apotegmas:

«Un hermano interrogó a un anciano diciendo: “¿Qué hacer? Porque son muchos los pensamientos que me combaten y no sé cómo luchar contra ellos”. Le dijo el anciano: “No combatas contra todos, sino contra uno solo. Porque todos los pensamientos de los monjes tienen a uno como cabeza. Lucha entonces contra esa cabeza, y así los pensamientos serán humillados”»[7].

 

13. Puesto que estos ocho vicios perturban a todo el género humano, sin embargo, no asaltan a todos del mismo modo. En alguno tiene el lugar principal el espíritu de fornicación, en otro predomina la ira, en otro vindica la dominación tiránica la vanagloria, en otro tiene el mando la soberbia. Y cuando consta que todos somos atacados por todos los vicios, sin embargo, los sufrimos en un diverso modo y en un orden singular.

 

Capítulo 14. Qué tipo de combate se debe disponer contra los vicios según la infección de cada uno

El método de lucha contra los vicios, esbozado en el capítulo precedente, tal vez se inspire en un modelo profano: el de los combates circenses, en que el luchador se enfrenta a fieras de toda clase. “Ese pancarpum tiene una regla: que se ataque a las bestias una por una, comenzando por la más fuerte y feroz”[8].

Sin embargo, la imagen secular deja paso, muy pronto, a los testimonios bíblicos. Especialmente a textos tomados del Deuteronomio, referidos a la conquista de Canáan por parte de Israel.

Orígenes nos ofrece un aporte significativo sobre el tema del combate contra los vicios:

«Hay algunas potestades enemigas, estirpes diabólicas, a las cuales nosotros les hacemos la guerra y contra las que luchamos con gran esfuerzo en esta vida. Todas esas grandes potestades, en consecuencia, si las sometemos bajo nuestros pies, si las vencemos en los combates, de nosotros serán sus regiones, sus provincias y sus reinos, que nos distribuirá el Señor Jesús. Porque esas potestades fueron en otro tiempo ángeles, que estaban en el magnífico reino de Dios. ¿O no leemos lo que dice Isaías sobre uno de ellos: “Cómo cayó Lucifer, que sale a la mañana” (cf. Is 14,12)? Este Lucifer sin duda tenía su sede en el cielo, pero después que se convirtiera en ángel fugitivo, si puedo vencerlo y someterlo bajo mis pies, si merezco que el Señor Jesús aplaste a Satanás bajo mis pies (cf. Rm 16,20), mereceré recibir consecuentemente el lugar de Lucifer en los cielos.

Así, por tanto, comprendemos la promesa que nos hace nuestro Señor Jesús de que todo lugar que pise la planta de nuestros pies será nuestro (cf. Jos 1,3). Pero no creamos que podemos entrar en esa heredad si bostezamos y dormitamos en la ociosidad y la negligencia. La ira tiene un ángel de su raza; si no lo vences en ti mismo y cortas de ti todos los movimientos de iracundia y furor, no podrás recibir en heredad el lugar que antes tenía ese ángel, por tu desidia no lo habrás expulsado de la tierra de las promesas. De modo semejante la soberbia, la envidia, la avaricia y la libidinosidad: todos estos malos vicios tienen unos ángeles para incitarlos e instigarlos; si no vences a estos vicios en ti mismo y no los exterminas de tu tierra, que ya ha sido santificada por la gracia del bautismo, de ningún modo recibirás la plenitud de la heredad prometida.

Bajo Moisés no fue dicho esto que se dice bajo Jesús: “La tierra descansó de los combates” (Jos 11,23). Es cierto que esta tierra, que es la nuestra, en la cual libramos luchas y combates, solo podrá descansar de las guerras por el poder del Señor Jesús. Porque están dentro de nosotros todas esas naciones de vicios, que combaten nuestra alma continua e incesantemente. Dentro nuestro están los cananeos, están los pereceos, están los jebuseos. ¡Cuántos esfuerzos, qué vigilias o qué larga perseverancia será necesaria para expulsar de nosotros estas naciones de vicios, para que cese en nuestra tierra la guerra! Y por eso el profeta nos amonesta para que meditemos en la ley del Señor día y noche (cf. Sal 1,2). Esta meditación de las divinas palabras es como una trompeta que incita tu ánimo a la lucha, no suceda que duermas mientras que tu adversario vigila. Por eso no basta meditar durante el día, sino que (la Escritura) agrega: también durante la noche»[9].

 

Una lucha sin cuartel

14.1. Por este motivo debemos emprender nuestro combate contra los vicios de una forma tal que, cada uno, una vez que haya examinado de cuáles está mayormente infectado, luche en primer término contra él, con toda la atención y la solicitud de su mente, observándolo con mucha atención, dirigiéndole los dardos del ayuno cotidiano, volviendo con fuerza contra aquel, en todo momento, los suspiros del corazón y las muchas flechas de los gemidos; sosteniendo contra aquel el esfuerzo de las vigilias y las meditaciones de su corazón, derramando sin cesar ante Dios las lágrimas de la oración, y pidiendo especial y continuamente la extinción de los ataques en su contra.

 

Una estrategia de combate

14.2. Es imposible para una persona merecer el triunfo sobre una pasión, si antes no ha comprendido que no se puede obtener la victoria con el propio empeño y esfuerzo. Por el contrario, le será necesario ocuparse día y noche con todo cuidado y solicitud. Y cuando se sienta liberado, de nuevo recorra los recovecos de su corazón y reciba para sí qué restos permanecen más terribles, y contra ellos movilice especialmente todas las armas del espíritu. Y así, cuando haya superado las pasiones más resistentes, sobre las restantes obtendrá una rápida fácil victoria, pues también la mente se hace más fuerte a través de una sucesión de triunfos, y las luchas contra los enemigos más débiles que vienen después hacen más fácil la victoria. Es lo que les sucede a aquellos que, ante los reyes de este mundo, suelen combatir contra todo género de bestias en consideración de los premios que pueden obtener. Este espectáculo se llama comúnmente: pancarpum[10].

 

Es necesario luchar primero contra los vicios más terribles

14.3. Estos, se dice, después de observar las fieras más fuertes por su poderío y las más salvajes por su terrible ferocidad, acometen en primer lugar contra ellas para combatirlas; y una vez que las han eliminado, entonces abaten más fácilmente a las demás, que son menos terribles y menos vehementes. Así también, superados los vicios más fuertes y sucesivamente los más débiles, estará preparada para nosotros sin riesgo ninguno la perfecta victoria. Sin embargo, no hay que pensar que alguien luchando principalmente contra un vicio y olvidando incautamente los otros, pueda ser más fácilmente herido por un golpe inesperado.

14.4. Esto nunca sucederá. Porque es imposible que quien sea solícito en la purificación de su corazón y, por consiguiente, haya armado la determinación de su mente contra los ataques de uno cualquiera de los vicios, no tenga un cierto horror y una custodia similar contra todos los demás vicios. ¿De qué modo, en efecto, merecerá alguien obtener una victoria sobre una pasión de la que desea liberarse, si se hace indigno del premio de la purificación a causa del contagio de los otros vicios? Pero cuando la principal intención de nuestro corazón esté dirigida a la lucha contra una pasión especial, deberemos orar más atentamente, con una peculiar solicitud y siendo asiduos en nuestra súplica, de forma que la oración se realice más diligentemente y, por este medio, merecer una pronta victoria.

 

Un testimonio bíblico

14.5. También el legislador nos enseña que debemos atenernos al orden de este combate, sin confiarnos en nuestras fuerzas, con estas palabras: “No les temerás porque el Señor tu Dios está en medio tuyo, el Dios grande y terrible. Él destruirá paulatinamente estas naciones en tu presencia, una a una. Tú no podrás destruirlas todas juntas, no sea que se multipliquen contra ti las bestias de la tierra. Y el Señor tu Dios las traerá a tu presencia, y las aniquilarás hasta que sean completamente destruidas” (Dt 7,21-23).

 


[1] Tratado Práctico 58; SCh 171, p. 636.

[2] A Eulogio 21; SCh 591, pp.358-361.

[3] Lit.: el dedo (digitus).

[4] Como muy acertadamente lo señala Alciati ninguna Conferencia tiene como protagonista a un Macario, “pero Casiano se sirve varias veces de historias que lo muestra en acción (cf. Conf. XV,3) y de sentencias que le son atribuidas. Es el caso del dicho aquí citado (que no se encuentra en ninguna otra fuente) y de dos narraciones (Conf. VII,27 y XXIV,13)” (Conversazioni, p. 381, nota 20). Sin embargo, el P. de Vogüé, reconociendo el carácter inédito del apotegma citado, señala un texto de la Colección alfabética que tiene cierta semejanza: «Decían que en cierta aldea había un hombre que ayunaba mucho, de modo que lo llamaban el ayunador. Habiendo oído hablar de él, abba Zenón lo hizo ir adonde él estaba. Fue él con alegría y, hecha la oración, se sentaron. Comenzó el anciano a trabajar en silencio. El ayunador, que no encontraba la manera de conversar con él, comenzó a ser molestado por la acedia. Dijo al anciano: “Ruega por mí, abba, porque quiero retirarme”. Le dijo el anciano: “¿Por qué?”. Respondió: “Porque mi corazón está como ardiendo y no sé qué tiene. Mientras estaba en la aldea ayunaba hasta la tarde y nunca me sucedió esto”. Le dijo el anciano: “En la aldea te alimentabas por las orejas, pero vete, y desde ahora come a la hora novena, y todo lo que hagas, hazlo en lo oculto”. Cuando empezó a hacerlo, esperaba con aflicción hasta la hora novena. Los que lo conocían decían: “El ayunador está endemoniado”. Fue a contarlo todo al anciano, y éste le dijo: “Este es el camino según Dios”» (Zenón 8; PG 65,177CD). Cf. Vogüé, pp. 218-219.

[5] Cf. Inst. XII,2: “Hay dos tipos de orgullo: uno del que, como hemos dicho, son atacados los monjes espirituales y más perfectos; el otro, que envuelve a los principiantes y carnales. Y aunque los dos tipos de orgullo se alcen con arrogancia tanto contra Dios como contra los hombres, sin embargo, el primero apunta especialmente a Dios y el segundo a los hombres” (CSEL 17, pp. 206-207).

[6] Vogüé, pp. 219-220.

[7] Apotegma anónimo N 219; SCh 477, pp. 96-99..

[8] Vogüé, p. 220.

[9] Homilías sobre el libro de los Jueces, I,6-7; SCh 71, pp. 108-113.

[10] Espectáculo en el que se presentaban bestias de todas las especies para la diversión (cf. Blaise, p. 591). San Agustín utiliza este vocablo en su Respuesta a Secundino maniqueo: “… pancarpo, alimento propio de esclavos, que lo solían comer en los juegos públicos” (§ 23; trad. en: https://www.augustinus.it/spagnolo/contro_secondino/index2.htm).