Capítulo 6. Sobre el género de las tentaciones con las que el Señor fue acometido por el diablo
El argumento desarrollado en este capítulo es principalmente paulino:
“Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo” (1 Co 15,21-22).
“Esto es lo que dice la Escritura: El primer hombre, Adán, fue creado como un ser viviente; el último Adán, en cambio, es un ser espiritual que da la Vida. Pero no existió primero lo espiritual sino lo puramente natural; lo espiritual viene después. El primer hombre procede de la tierra y es terrenal; pero el segundo hombre procede del cielo. Los hombres terrenales serán como el hombre terrenal, y los celestiales como el celestial. De la misma manera que hemos sido revestidos de la imagen del hombre terrenal, también lo seremos de la imagen del hombre celestial” (1 Co 15,45-49).
Pero lo encontramos también en san Ireneo de Lyon (+ hacia 202):
«El que en el paraíso sedujo con un manjar a un hombre que no tenía hambre, para que despreciase el mandamiento divino, al final no pudo disuadir a otro hombre hambriento de que esperase solo el pan que viene de Dios. Pues cuando lo tentó diciéndole: “Si eres Hijo de Dios haz que estas piedras se conviertan en pan”, el Señor lo rechazó citando un precepto de la Ley: “Está escrito: ‘No solo de pan vive el hombre’ (Mt 3,3-4; Dt 8,3)”. En cuanto a la condición “si eres Hijo de Dios”, guardó silencio; en cambio encegueció al tentador confesándose hombre, y mediante la palabra del Padre le vació su argumento. De este modo la hartura del hombre por el doble bocado se disolvió por la pobreza que se introdujo en este mundo.
Aquél, cuya tentación había sido destruída por la Ley, volvió al ataque con otra mentira sacada de la Ley. Lo llevó a lo más alto del templo y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, échate abajo. Pues está escrito: ‘A sus ángeles te envió para que te lleven en sus manos, a fin de que tu pie no tropiece en la piedra’ (Mt 4,6)”. Escondió tras la Escritura su mentira, como hacen todos los herejes. Estaba escrito: “Te enviará a sus ángeles”; en cambio “échate abajo” en ninguna parte lo dice la Escritura, sino que el diablo había inventado ese pretexto. El Señor lo refutó por la Ley, diciendo: “También está escrito: ‘No tentarás al Señor tu Dios’ (Mt 4,7; Dt 6,16)”. Citando la Ley le mostró lo que toca al hombre, no tentar a Dios; y en el hombre que el tentador tenía ante los ojos, no tentar a su Dios y Señor. De esta manera, la soberbia de los sentidos en la serpiente quedó diluida en la humildad de este hombre»[1].
Y en Orígenes, aunque de una forma diferente:
«El que no cultiva el hombre interior, el que no siente preocupación por él, el que no lo dota de virtudes, no lo adorna de costumbres, no lo ejercita en las divinas enseñanzas, no busca la sabiduría de Dios, no se aplica a la obra de la ciencia de las Escrituras, éste no puede llamarse hombre-hombre (cf. Nm 30,3), sino solo hombre, y hombre animal (cf. 1 Co 15,44-45), porque aquel interior, al que compete más verdadera y noblemente el nombre hombre, está adormecido en él por los vicios carnales y sofocado por aplicarse a los cuidados de este mundo, hasta el punto de que ni siquiera pueda llevar el nombre de hombre. Por ello debemos intervenir mucho en cada uno de nosotros, de modo que, si uno viese en sí que el hombre interior yace oprimido por las torpezas de los pecados y por los escombros de los vicios, en seguida arranque de él todas las inmundicias, lo libre en seguida de toda sordidez de la carne y de la sangre, se convierta alguna vez a la penitencia, recupere para sí la memoria de Dios, recupere la esperanza de la salvación. Puesto que estos bienes no hay que buscarlos fuera, en otro lugar, sino que la oportunidad de la salvación está dentro de nosotros, como dijo el Señor: “He aquí que el Reino de Dios está dentro de ustedes” (Lc 17,21). Porque dentro de nosotros está la posibilidad de la conversión; en efecto, cuando, convertido, gimas, serás salvado (cf. Is 30,15), y entonces podrás cumplir dignamente tus votos al Altísimo (cf. Sal 49 [50],14) y ser llamado hombre-hombre”[2]».
Mientras que en una de las Cartas de san Antonio leemos:
«Queridos hijos míos en el Señor, hijos de Israel, nacidos santos según su naturaleza espiritual. A ustedes, que han deseado acercarse a su Creador, les conviene buscar la salvación de sus almas en la Ley de la Alianza. Es verdad que, a consecuencia de nuestros innumerables pecados, de nuestras funestas rebeldías, de nuestras pasiones sensuales, se ha enfriado la Ley de la Promesa y se han embotado las facultades de nuestras almas. Por la muerte en que estamos precipitados se nos ha hecho imposible tener cuidado de nuestro verdadero título de gloria: nuestra naturaleza espiritual. Por eso se lee en las divinas Escrituras: “Como en Adán todos los hombres morimos, en Cristo todos somos vivificados” (1 Co 15,22)»[3].
El primer Adán
6.1. El que poseía la incorruptible imagen y semejanza de Dios debía ser tentado por las mismas pasiones con que fue tentado Adán -esto es, por la gula, la vanagloria y el orgullo-, cuando todavía permanecía en Adán la inviolada imagen de Dios, y no por las que se establecieron en él después que violó el mandamiento, cuando la imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27) fue violada y el hombre ya había caído por culpa de su propia falta. Porque fue por la gula que presumió poder alimentarse del árbol prohibido; puesto que, por la vanagloria, se le dijo: “Sus ojos se abrirán” (Gn 3,5); y por la soberbia: “Serán como dioses, que conocen el bien y el mal” (Gn 3,5).
El segundo Adán
6.2. Leemos que el Señor, el Salvador, también fue tentado por estos tres vicios: por la gula, cuando el diablo le dijo: “Dile a estas piedras que se conviertan en panes” (Mt 4,3); por la vanagloria, cuando le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, tírate abajo” (Mt 4,6); y por la soberbia, cuando le mostró todos los reinos y su gloria, diciéndole: “Te daré todo esto si postrándote, me adoras” (Mt 4,9). Así, siendo atacado por estas tentaciones similares, Él nos enseñó por medio de su propio ejemplo cómo debemos vencer al tentador. Por consiguiente, ambos son llamados Adán; uno fue el que primero llegó a la ruina y a la muerte; el otro, el primero en marchar hacia la resurrección y la vida
La diferencia entre el primer y el segundo Adán
6.3. Por el primero todo el género humano fue condenado; en cambio, por el segundo, la entera humanidad fue liberada. El primero fue creado con tierra inculta e intacta. El segundo nació de la Virgen María. Éste, si bien tuvo que padecer las tentaciones del primero, no era necesario que fuesen excesivas. Pues el que había vencido la gula, no podía ser tentado por la fornicación, que procede de la saciedad de aquella y de su raíz. E incluso el primer Adán no habría sido derribado por la gula, engañado por las artimañas del diablo, si no hubiera contraído la pasión que la genera.
La Encarnación
6.3a. Por este motivo sobre el Hijo de Dios no se dice absolutamente, que se hizo carne, sino: “en la semejanza de la carne del pecado” (Rm 8,3). Tenía realmente una carne verdadera, pues se dice que comía, bebía y dormía, e incluso verdaderamente fue sujetado con clavos, pero no contrajo pecado obrando mal, sino que solo padecía de forma aparente.
Cristo Jesús padeció las consecuencias del pecado
6.4. Puesto que Él no había experimentado los ardientes aguijones de la concupiscencia carnal, que surgen incluso si no los queremos, debido a la acción de la naturaleza, pero experimentó cierta similitud por la participación en nuestra naturaleza.
El Señor Jesús vence al Maligno
6.5. El diablo, en síntesis, lo tienta solo con aquellos vicios por medio de los cuales había engañado al primer hombre, conjeturando que, como hombre, le sería posible burlarse de él, de alguna forma, seduciéndolo con aquellas cosas con las cuales había vencido al primer hombre. Pero derrotado en aquella primera batalla, fue incapaz de infligirle un segundo morbo nacido de la raíz del vicio principal. Porque veía que Él de ninguna forma estaba afectado por la causa inicial de esta enfermedad y sería inútil esperar de Él el fruto del pecado, cuando vio que en modo alguno había recibido las semillas y las raíces.
El vicio más nefasto: la soberbia
6.6. Y, según Lucas, que como última tentación pone aquella en la que se dice: “Si eres el Hijo de Dios, tírate abajo” (Lc 4,9), que puede ser comprendida como la pasión de la soberbia, así aquella mencionada antes, que Mateo coloca en tercer lugar y en la cual, según el evangelista Lucas, el diablo le promete todos los reinos del mundo mostrándoselos por un momento, puede ser entendida como la pasión de la avaricia. Es claro entonces que, vencida la gula, incapaz de prevalecer por medio de la fornicación, pasó a la avaricia, que sabemos es la raíz de todos los males (cf. 1 Tm 6,10). Vencido de nuevo, no se atrevió a lanzarle los otros vicios que siguen, pues sabía que nacen de la raíz de este último; de modo que pasó a la última pasión, la soberbia, con la que sabía que podían ser golpeados los perfectos y los que habían superado todos los vicios. Recordaba que él mismo, Lucifer, y muchos otros, fueron abatidos desde los cielos por ella, incluso sin haber sido incitados por una pasión precedente.
6.7. Por tanto, conforme al orden que antes presentamos, descripto por el evangelista Lucas, también la incitación misma y la representación de las tentaciones, con las que el muy astuto enemigo agredió al primer y segundo Adán, se corresponden con mucha propiedad. Porque al primero le dice: “Se abrirán los ojos de ustedes” (Gn 3,5); y al segundo: “Te mostraré todos los reinos del mundo y su gloria” (Mt 4,8). Donde a aquel le dice: “Serán como dioses” (Gn 3,5), al segundo: “Si tú eres el Hijo de Dios” (Mt 4,6).
Capítulo 7. Sobre la vanagloria y la soberbia, que se consuman sin la mediación del cuerpo
Al regresar al tema central de la presente conferencia, es decir, los ocho vicios (o pasiones) principales, Casiano comienza por subrayar el carácter no corporal de los dos más peligrosos. En esto sigue de cerca las enseñanzas de Evagrio Póntico:
“Las pasiones del alma tienen su origen en los hombres, las del cuerpo, en el cuerpo. Y las pasiones del cuerpo se cercenan por medio de la abstinencia y las del alma por el amor espiritual.
Los que gobiernan las pasiones del alma persisten hasta la muerte, pero los que gobiernan las del cuerpo se retiran más rápidamente”[4].
“El pensamiento de la vanagloria es muy sutil y se disimula fácilmente en los virtuosos, que quieren publicar sus luchas y capturar la gloria que viene de los hombres (cf. 1 Ts 2,6)”[5].
“El demonio del orgullo es el que conduce el alma a la falta más grave. Porque la persuade a negar el auxilio de Dios, y a considerar que ella misma es la causa de sus buenas acciones; y a mirar con desprecio a los hermanos considerándolos como tontos porque no tienen la misma opinión que él”[6].
«Los que la llevan sobre la cabeza la capucha cantan con vigor: “Si el Señor no construye la casa y no custodia la ciudad en vano se esfuerzan el constructor y el que intenta vigilarla” (Sal 127 [126],1). Estas palabras engendran la humildad y arrancan el orgullo, el mal original que precipitó sobre la tierra a “Lucifer, el que se eleva al amanecer” (Is 14,12)»[7].
Retornar al tema central de la conferencia
7.1. Digamos algo, en el mismo orden que nos habíamos propuesto, sobre los efectos de las otras pasiones, explicación que nos vimos forzados a interrumpir a causa de nuestra exposición sobre la gula y las tentaciones del Señor.
Sin concurso de la carne
7.1a. La vanagloria y la soberbia se suelen consumar sin ninguna participación del cuerpo. ¿Por qué estas acciones, que causan abundantemente la ruina del alma cautiva con el solo propósito de obtener la alabanza y conseguir la gloria humana, necesitarían la colaboración de la carne?
7.2. ¿O qué actividad corporal hubo en la antigua soberbia del ya mencionado Lucifer, habida cuenta que él la concibió solo con la mente y el pensamiento? Como dice el profeta: “Tú que dices en tu corazón: ‘Subiré hasta el cielo, pondré mi trono encima de las estrellas de Dios. Ascenderé a lo más alto de las nubes, seré como el Altísimo’ (Is 14,13-14)”. No tenía a nadie que lo indujera a la soberbia, le bastó solamente el pensamiento para su crimen y su ruina eterna, sin que se siguiera ninguna acción a su ansia de dominación.
[1] Adversus haereses, V,21,2.
[2] Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, 24,2,2; SCh 461, pp. 168-171.
[3] Carta séptima (o quinta); trad. en: Cartas de los Padres del desierto, Munro, Eds. Surco Digital, 2023, p. 100.
[4] Evagrio Póntico, Tratado Práctico (= TP), 35-36; SCh 171, pp. 580-583.
[5] TP 13; SCh 171, p. 528.
[6] TP 14; SCh 171, pp. 532-535.
[7] TP Prólogo 2; SCh 171, pp. 484-486.