Capítulo 9. Pregunta sobre la relación entre el alma y los demonios
9. Germán: “¿Qué es, te ruego, este consorcio indiscreto y confuso entre el alma y los espíritus malvados, por el que ellos son capaces no digo de estar así unidos, sino incluso de poderse asociar al extremo de hablarle sin ser percibidos y entrar en ella e inspirarle cualquier cosa que quieran, e incluso hasta poder instigarla, ver y escrutar sus pensamientos y movimientos, tal es la unión entre ellos y la mente que, sin la gracia de Dios, es casi imposible discernir qué proviene de su incitación y qué procede de nuestra voluntad?”.
Capítulo 10. Respuesta: el modo en que los espíritus inmundos se unen a las mentes humanas
La respuesta de abba Sereno a la inquietud planteada por Germán es de un tono netamente positivo. “Ya sea que se trate de la penetración de los espíritus en el alma, o de la posesión corporal, o del conocimiento que los demonios puedan tener de nuestros pensamientos, su poder real es menor que lo que se suele imaginar, y deja al ser humano la facultad de resistirles”[1].
10. Sereno: «No es admirable que un espíritu pueda unirse a otro espíritu sin que nadie se dé cuenta y que ejercite una fuerza de persuasión oculta hacia aquellas cosas que él desea. Porque entre ellos y los seres humanos existe una cierta semejanza sustancial y una relación, en razón de que el modo en que se concibe la naturaleza del alma se adapta también a la sustancia de aquellos. Pero, por otra parte, es imposible para ellos entrar y poder unirse uno con el otro, de forma que uno pueda contener al otro. Esto, en efecto, solamente se puede atribuir a la divinidad, que es la única incorpórea y de naturaleza simple»[2].
Capítulo 11. Objeción: sobre el modo en que los espíritus inmundos pueden ser admitidos en el interior de las almas o unirse a ellas
11. Germán: “Creemos que aquello que vemos en el caso de los posesos es bastante contrario a esta situación, cuando bajo la influencia de los espíritus inmundos éstos dicen y hacen cosas de las que no son conscientes. ¿Por qué, entonces, no debemos creer que sus almas estén unidas a aquellos espíritus de los que vemos se han convertido en instrumentos y, abandonando el estado natural propio, han adquirido sus movimientos y sus emociones, de modo que ya no pueden sacar fuera la propia voz, los propios gestos y voluntades, sino los de aquellos espíritus?”.
Capítulo 12. Respuesta: cómo los espíritus inmundos dominan sobre los endemoniados
Los espíritus inmundos no penetran en el alma
12.1. Sereno: «Lo que ustedes afirman que sucede con los posesos, cuando quienes son poseídos por los espíritus inmundos dicen y hacen cosas que no quieren o se ven obligados a obrar de una forma que ignoran, no es contrario a nuestra antedicha definición. Pues es muy cierto que ellos no sufren estas incursiones[3] de los espíritus de un solo modo. En efecto, algunos son poseídos de tal forma de lo que están haciendo, otros lo saben y después no se acuerdan. No se debe creer que, durante las incursiones, el espíritu inmundo penetre en la sustancia misma del alma y que, en consecuencia, como si estuviera unido a ella y la revistiera cual una vestimenta, emita frases y palabras por medio de la boca de la víctima. De ninguna manera se debe creer que los espíritus puedan hacer esto. Está manifiestamente demostrado que esto sucede no a través de una cierta disminución del alma, sino por una debilidad del cuerpo, cuando el espíritu inmundo se instala en aquellos órganos en los que reside el vigor del alma, imponiendo sobre ellos un peso insoportable e inmenso, oprimiendo e impidiendo con una terrible oscuridad sus facultades cognoscitivas.
Al diablo no le está permitido quitarle la vida a un ser humano
12.2. Vemos que esto sucede en ocasiones también por culpa del vino, de la fiebre, del frío excesivo o por otras condiciones desfavorables que provienen del exterior. El diablo, que había recibido potestad sobre la carne del beato Job, no pudo echarse sobre él, porque le estaba prohibido por mandato del Señor que le dijo: “He aquí que lo pongo en tus manos, solo cuida su alma” (Jb 2,6), esto es, no llevarlo a la demencia por el debilitamiento de la sede de su alma y no oprimir el intelecto y la sabiduría del que resiste, sofocando con tu peso la parte principal de su corazón.
Capítulo 13. Que un espíritu no puede ser penetrado por otro espíritu, y solo Dios es incorpóreo
Solo la Trinidad puede habitar plenamente en el ser humano
13.1. Un espíritu, en efecto, si se mezcla con esta materia crasa y sólida, cual es nuestra carne -cosa que puede acontecer fácilmente-, no por esto hay que creer que pueda unirse también al alma, que es espíritu como él, de modo que formen una sola naturaleza. Esto solo es posible a la Trinidad, que penetra de tal forma las naturalezas intelectuales, que no solo las abraza y las ciñe, sino que también desciende en ellas, y siendo ella misma incorpórea, puede ser infundida en el cuerpo. Porque decimos, es verdad, que existen naturalezas espirituales, como los ángeles, los arcángeles y otras potestades celestiales, como también nuestras almas y este aire sutil que nos circunda. Pero no debemos considerar que sean incorpóreas.
Dios nos conoce íntimamente
13.2. Ellas un cuerpo por el cual subsisten, si bien que mucho más sutil que el nuestro, según la sentencia del Apóstol que dice: “Hay cuerpos celestiales y cuerpos terrestres” (1 Co 15,40). Y también: “Se siembra cuerpo animal y surge un cuerpo espiritual” (1 Co 15,44). De donde se concluye con claridad que nada hay incorpóreo excepto Dios. Y por esto solo Él puede penetrar en todas las sustancias espirituales e intelectuales, por cuanto solo Él está en todas partes y en todas las cosas; así puede examinar y escrutar los pensamientos y las disposiciones interiores de los seres humanos y todos los lugares íntimos de la mente[4].
Testimonios de las Escrituras: Dios conoce los secretos de nuestro corazón
13.3. Solamente sobre Él mismo hablaba el Apóstol diciendo: “La palabra de Dios es viva, eficaz y más tajante que una espada de dos filos, y penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y ninguna criatura es invisible en su presencia, sino que todas las cosas están desnudas y manifiestas a sus ojos” (Hb 4,12-13). Y el beato David afirma: “Él forma el corazón de cada uno” (Sal 32 [33],15). Y de nuevo: “Él conoce los secretos del corazón” (Sal 43 [44],22). Y Job, por su parte: “Sólo tú conoces los corazones de los hombres” (2 Cro 6,30)».
[1] Vogüé, p. 232.
[2] Cf. Orígenes, Tratado sobre los principios, I,6: “No se ha de pensar que Dios es cuerpo, ni está en un cuerpo, sino que es una naturaleza intelectual simple (simplex intellectualis natura), que no admite en sí ninguna adición”. Ver Conversazioni, pp. 482-483, nota 11.
[3] Lit.: infusión (infusio), que también podría traducirse por penetración (cf. Blaise, p. 444).
[4] “Declarar que los seres espirituales, desde los ángeles hasta las almas humanas, son corpóreos es el claro signo de la voluntad de distinguir entre la sustancia del Creador y la de la creación. Aunque exista una diversa consistencia entre la corporeidad de los seres espirituales y la de aquellos visibles a ojos vista, la posición propiamente estoica (pero también de Tertuliano) de la semejanza total entre Creador y criaturas es rechazada” (Conversazioni, pp. 486-487, nota 12).