Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia VIII, capítulos 1-3)

Conferencia octava: con abba Sereno. Sobre las potestades

Capítulos:

1. Sobre la afabilidad de abba Sereno.

2. Proposición sobre la diversidad de los espíritus malvados[1].

3. Respuesta sobre los múltiples alimentos de las Escrituras santas.

4. Sobre la doble sentencia respecto de la comprensión de las Escrituras santas.

5. Sobre que la cuestión propuesta habría que colocarla entre aquellas cosas que deben considerarse indiferentes.

6. Sobre que ningún mal ha sido creado por Dios.

7. Sobre el origen de los principados y potestades.

8. Sobre la caída del diablos y los ángeles.

9. Objeción: que la ruina del diablo tuvo su inicio en el engaño de Eva.

10. Respuesta sobre el inicio de la caída del diablo.

11. Sobre el castigo del que engaña  y de quien es engañado.

12. Sobre la multitud de los demonios y la inquietud que siempre causan en el aire.

13. Sobre que las potestades adversas fomentan entre sí aquel combate con que amenazan a los seres humanos.

14. De dónde proviene que los espíritus malvados sean llamados potestades y principados.

15. Sobre el hecho que no sin razón les fueran atribuidas a las santas y celestiales potestades los nombres de ángeles y arcángeles.

16. Sobre la sujeción de los demonios muestran a su príncipe, descripta por la visión de un hermano.

17. Sobre que cada ser humano tiene siempre junto a sí dos ángeles.

18. Sobre la diversidad de maldades que se encuentran en los espíritus adversos, como se prueba en el caso de dos filósofos.

19. Sobre que en nada prevalecen los demonios contra los seres humanos, si primero no toman posesión de sus mentes.

20. Una pregunta a propósito de los ángeles apóstatas de quienes en el Génesis se dice que tuvieron relaciones con las hijas de los hombres.

21. La solución a la pregunta propuesta.

22. Una objeción: ¿cómo la unión perversa con las hijas de Caín puede ser imputada a los descendientes de Seth antes de la prohibición de la Ley?

23. Respuesta: los seres humanos fueron pasibles de juicio y castigo desde el inicio en virtud de la ley natural.

24. Sobre que aquellos que pecaron antes del diluvio fueron justamente castigados.

25. Sobre de qué modo se debe comprender lo que dice del diablo en el Evangelio: “Pues es mentiroso y padre de la mentira[2]” (Jn 8,44).

 

Capítulo 1. Sobre la afabilidad de abba Sereno

La generosa hospitalidad de abba Sereno

1.1. Cuando toda la exigencia de la solemnidad fue cumplida y la comunidad despedida de la iglesia, nosotros regresamos hacia la celda del anciano, donde en primer término fuimos alimentados de modo espléndido. En efecto, en vez de la salmuera con la que, con el agregado de una gota de aceite, tenía la costumbre de preparar su comida cotidiana, él mezcló una pequeña cantidad de salsa y derramó sobre ella un poco de aceite en una medida más generosa que habitualmente. Cuando cada uno está por tomar su refección cotidiana pone aquella gota de aceite no para percibir la suavidad gustándolo -pues la cantidad es tan pequeña que diré no es suficiente ni para aromatizar el paladar al pasar por él-, sino porque, mediante esta costumbre, puede embotar la jactancia del corazón, que a causa de tan rigurosa abstinencia suele insinuarse sutilmente y de forma subrepticia. Pues cuando la abstinencia es practicada secretamente y se cumple sin testigos humanos, tanto más no deja de poner a prueba sutilmente a quien la oculta.

1.2. Entonces añadió sal frita y tres aceitunas; después de esto presentó un canasto que tenía garbanzos cocidos, que ellos llaman “trogalia”, y de los que toman cinco granos, dos ciruelas y un higo. Quienquiera que en el desierto superaba esta cantidad era considerado culpable de exceso.

1.2a. Terminada la refección y cuando empezamos a pedirle la respuesta prometida a nuestra pregunta, el anciano dijo: “Presenten la pregunta de ustedes, sobre la cual diferimos la respuesta hasta esta hora”.

 

Capítulo 2. Proposición sobre la diversidad de los espíritus malvados

Entonces Germán [dijo]: «Queremos saber de dónde proviene esta tan gran variedad y diversidad de potestades adversas al ser humano, que el beato Apóstol enumera de este modo: “Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malvados que están en las alturas[3]” (Ef 6,12); y de nuevo: “Ni los ángeles, ni los principados, ni las potestades, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8,38-39). ¿De dónde entonces procede este odio con tanta maldad contra nosotros? ¿Debemos creer que estas potestades fueron creadas por el Señor para que combatieran contra los seres humanos con diversos grados y disposiciones?».

 

Capítulo 3. Respuesta sobre los múltiples alimentos de las Escrituras santas

El desarrollo que presenta abba Sereno en este capítulo, es netamente “origeniano”. Básicamente se apoya en la introducción de la Homilía XXVII sobre el libro de los Números del gran maestro alejandrino, texto que tuvo una notable influencia en el monacato y en la espiritualidad de la Iglesia.

«Cuando Dios creó el mundo, produjo una innumerable variedad de alimentos, según las diferencias de los apetitos del hombre o de la naturaleza de los animales. De ahí que no solo el hombre, al ver la comida de los animales, sepa que no fue creada para él, sino para los animales, sino que también los mismos animales reconozcan sus propias comidas; y así, de unas, por ejemplo, usa el león, de otras el ciervo, de otras el buey y de otras, en cambio, las aves. Pero también entre los hombres hay ciertas diferencias en la elección de los alimentos, de suerte que uno que está bien sano y goza de buena salud corporal, necesita una alimentación fuerte y cree poder comer de todo (cf. Rm 14,2), como los más robustos atletas. Pero si uno se siente más enfermo y delicado, se deleita en las verduras, y, debido a su enfermedad, no soporta alimento fuerte. Si se trata de un niño pequeño, aunque no pueda indicarlo con su voz, sin embargo, por su propia condición no busca otro alimento que la leche. Y así, cada uno por su edad o por sus fuerzas o por su estado de salud, requiere una comida que sea apta para él y adecuada a sus fuerzas.

Si han considerado suficientemente el ejemplo de las realidades corporales, pasemos ahora desde ellas a la comprensión de las espirituales. Toda naturaleza racional necesita nutrirse de alimentos propios y adecuados a ella. Ahora bien, el verdadero alimento de la naturaleza racional es la palabra de Dios. Pero, así como hace muy poco hemos indicado muchas variedades en los alimentos del cuerpo, del mismo modo la naturaleza racional, que como hemos dicho, se alimenta del pensamiento y de la palabra de Dios, no se nutre de una sola e idéntica palabra[4]. Por donde, a semejanza del ejemplo corporal, hay también en la palabra de Dios un alimento de leche (cf. 1 Co 3,2; Hb 5,12; 1 P 2,2), o sea, una doctrina más abierta y más simple, como suele ser la de las cosas morales, que es habitual ofrecer a los que se inician en los estudios divinos y que reciben los primeros elementos de la ciencia razonable.

Cuando a éstos, pues, se les proclama alguna lectura de los libros divinos en la que no parece que haya nada oscuro, la reciben de buen grado, como por ejemplo el librito de Ester o el de Judit, o también el de Tobías o los preceptos de la Sabiduría; pero, cuando se le lee a uno el libro del Levítico, en seguida se resiente su ánimo y rechaza el alimento como si no fuera apropiado para él. Puesto que, quien ha venido aquí para aprender a dar culto a Dios y recibir sus preceptos de justicia y piedad, (pero) oye que se dan mandatos acerca de los sacrificios y que se enseña el ritual de las inmolaciones, ¿cómo no va a retirar inmediatamente su audición y no va a rechazar el alimento como inadecuado para él?

Pero también otro [cristiano], cuando se leen los Evangelios o (las cartas del) Apóstol, o los Salmos, los recibe contento, los abraza gustosamente, y, recibiéndolos como cierto remedio para su enfermedad, se alegra. A éste, si se le lee el libro de los Números, y en especial los lugares que ahora tenemos entre manos, juzgará que éstos no le sirven para nada, ni le proporcionan remedio alguno para su debilidad ni para la salvación de su alma; sino que los desecha inmediatamente y los rechace como graves y onerosos alimentos, inadecuados a la condición de un alma enferma y delicada. Ahora bien, como, por ejemplo -usando de nuevo un ejemplo de las realidades corporales-, si se le diera inteligencia al león, no reprobaría de inmediato la abundancia de hierba creada, porque él mismo se alimenta de carnes crudas, ni diría que el Creador las había producido en vano puesto que él no las usa para su alimento; ni tampoco por su parte el hombre, al valerse de pan y de otros alimentos adecuados, debe culpar a Dios de haber hecho las serpientes, que parecen servir de comida a los ciervos; ni la oveja o el buey pueden criticar, por ejemplo, el que se haya concedido a otros animales alimentarse de carne, por el hecho de que, para comer ellos, les baste la hierba.

Otro tanto acontece en las comidas espirituales, me refiero a los Libros Divinos: no se puede culpar o impugnar de pronto una Escritura que parece más difícil o más oscura de entender o que contiene realidades que, a juicio de quien es incipiente, niño (cf. Hb 5,13) o más débil (cf. Rm 14,2) y con menor fuerza para comprenderlo todo, no puede usar y estima que no le ofrecen nada de utilidad o de salud (espiritual)[5]. Más bien se debe considerar que, lo mismo que la serpiente, la oveja, el hombre y la hierba son todas ellas criaturas de Dios, y esta diversidad colabora a la alabanza y a la gloria del Creador, para que ofrezcan o tomen el alimento correspondiente en el tiempo (oportuno) cada uno de aquellos para quienes fueron creados, así todas estas cosas, que son palabras de Dios y en las que hay una comida diversa según la capacidad de las almas, cada cual ha de tomarla según se sienta de sano y fuerte.

Sin embargo, si buscamos más diligentemente, por ejemplo, en la lectura del Evangelio o en la enseñanza apostólica, en las que parece que te deleitas y en las que consideras encontrar un alimento muy apto y suavísimo para ti, ¿cuántas cosas no se te ocultarán, si discutes y escrutas los mandatos del Señor? Y si es preciso huir cuanto antes y evitar las realidades que parecen oscuras y más difíciles, encontrarás también en aquellas en las que mucho confías (pasajes) tan oscuros y difíciles, que, si te aferras a esta postura, habrás de alejarte también de ellos. Hay, sin embargo, en ellos, muchas palabras que, dichas de modo más claro y sencillo, edifican al oyente, aunque éste sea de inteligencia infantil»[6].

 

Diversidad de sentidos en las Sagradas Escrituras

3.1. Sereno: «La autoridad de las divinas Escrituras ha dicho algunas cosas de una manera tan lúcida y evidente para nuestra instrucción, incluso para quienes carecen de agudeza de ingenio, que no solo ellas no están veladas por ningún sentido oculto, sino que ni siquiera necesitan el auxilio de la interpretación, y ofrecen la propia comprensión y el propio sentido en la sola pronunciación de las palabras literalmente. En cambio, otras están cubiertas y oscurecidas por el misterio, a tal punto que en el examinarlas y comprenderlas se abre ante nosotros un campo ilimitado de fatiga y dificultad.

 

La comprensión de la palabra de Dios requiere esfuerzo

3.2. Es claro que Dios ha dispensado todas las cosas de esta forma por varios motivos: el primero, porque los misterios divinos, si no tuvieran ningún velo que impidiese su compresión espiritual, serían accesibles y comprensibles por igual para los hombres de fe como también para los profanos, y así no habría ninguna distinción entre los perezosos y los esforzados de la virtud y la prudencia; entonces, también entre los mismos que tienen familiaridad con la fe la pereza de los ociosos sea condenada y el ardor y la laboriosidad de los celosos sean puestos a prueba, pues frente a ellos se abren los espacios inmensos del conocimiento

 

Diversos clases de alimentos que nos ofrece la naturaleza

3.3. Por lo tanto, las Escrituras divinas se comparan muy apropiadamente con un campo rico y fértil, que produce y ofrece muchas cosas que son aptas para la alimentación de los seres humanos sin ninguna cocción al fuego; en tanto que algunas otras, a menos que primero se ablanden y se endulcen con el calor de la llama, dejando de lado toda la aspereza de su crudeza, o se consideran no aptos para el uso humano o nocivos. Ciertas cosas nacen de tal manera que son aptas para ambos usos, de modo que crudas ni desagradan ni son nocivas; y, sin embargo, se vuelven más saludables cuando se cocinan al calor del fuego. Muchas también son ofrecidas para alimento solo de los irracionales jumentos, de los animales, de las fieras y de los pájaros, pero en modo alguno sirven para alimento de los hombres; estas cosas, aun permaneciendo en su aspereza sin ser cocidas, confieren salud vital al jumento.

 

“El ubérrimo paraíso de la Escritura”

3.4. Vemos que esta situación evidentemente se encuentra en ese ubérrimo paraíso de las Escrituras espirituales, donde algunas realidades resplandecen tan clara y luminosamente en el nivel literal al extremo que, no teniendo necesidad de una explicación más sublime, alimentan y nutren a los oyentes con solo el sonido de las palabras, como es aquello de: “Oye, Israel, el Señor tu Dios es el único Señor” (Dt 6,4); y: Ama al Señor Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Dt 6,5). Pero si otras cosas no se hacen digeribles por medio de una interpretación alegórica y se ablandan por el examen del fuego espiritual, de ninguna forma llegarían a ser un alimento salutífero para el hombre interior sin mancha de corrupción; y al comerlas se seguiría más daño que utilidad, como está dicho: “Estén sus lomos ceñidos y las lámparas encendidas” (Lc 12,35); y: Quien no tiene espada, venda su túnica y cómprese una espada” (Lc 22,36); y: “Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt 10,38).

 

Lectura literal y alegórica de la Sagrada Escritura

3.5. Algunos entre los más austeros de los monjes, que sin duda tenían “el celo de Dios, pero no según un pleno conocimiento[7]” (Rm 10,2), comprendiendo con simplicidad [la Escritura] , se construyeron cruces de madera y las llevaban por todas partes sobre sus espaldas, provocando no edificación sino la burla de todos los que los veían. Pero algunos temas [de las Escrituras] se pueden comprender fácil y necesariamente de ambos modos, esto es, tanto histórica como alegóricamente, de modo que ambas interpretaciones suministran zumos vitales para el alma, como está dicho: “Si alguien te pega en la mejilla derecha, preséntale también la otra” (Mt 5,39); y: “Cuando los persigan en esta ciudad, huyan a otra” (Mt 10,23); y: “Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y ven, y sígueme” (Mt 19,21).

 

Las narraciones históricas de la Sagrada Escritura

3.6. En verdad también produce “pasto para los animales” (Sal 103 [104],14), alimento del que están repletos todos los campos de las Escrituras. Es decir, [la Escritura también] produce el simple y sencillo relato de las narraciones históricas, con el que, los más simples y quienes son menos capaces del razonamiento perfecto e íntegro, sobre quienes se dice: “Señor, tú salvarás a hombres y animales” (Sal 35 [36],7), se hacen más fuertes y robustos, según su condición y el nivel de su capacidad, para enfrentar el trabajo y el esfuerzo de la vida actual.


[1] Lit.:la diversidad de malicias (o maldades) celestiales.

[2] Lit.: su padre; o también: “padre del mentiroso”

[3] Lit.: caelestibus: en los cielos.

[4] Cf. Si 37,28: No a todos les conviene todo, y no a todo el mundo le gusta lo mismo. Este texto, que no suele tenerse en cuenta, y aunque tal vez no haya sido considerado por Orígenes porque se encuentra en un contexto diverso, puede muy bien ser de ayuda para una mejor comprensión de su pensamiento.

[5] Aut salutis, que podría traducirse también: para la salvación.

[6] Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, XXVII,1.1-6; cf. trad. en Cuadernos Monásticos n. 124 (1998), pp. 64-69, pero la versión que aquí ofrecemos es diversa de esta.

[7] Lit.: pero no según la ciencia (sed non secundum scientiam).