Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia X, capítulos 1-3)

Conferencia décima: segunda conversación con abba Isaac. Sobre la oración

Capítulos:

1. Proemio.

2. Sobre la costumbre que se mantenía en la provincia de Egipto respecto del anuncio de la Pascua.

3. Abba Sarapión y la herejía antropomorfita, que él contrajo engañado por su simplicidad.

4. Nuestro regreso a [ver a] abba Isaac, y nuestra pregunta sobre el error en que había incurrido el nombrado más arriba.

5. Respuesta sobre el origen de la herejía antes mencionada.

6. Las causas por las que Cristo Jesús se aparece a cada uno de nosotros sea en su humildad sea en su gloria.

7. En qué consiste nuestro fin, o nuestra perfecta felicidad.

8. Pregunta sobre la enseñanza de la perfección, por medio de la cual podemos llegar a la memoria continua de Dios.

9. Respuesta sobre la eficacia de la inteligencia, que se adquiere por medio de la experiencia.

10. Sobre la enseñanza de la oración continua.

11. Sobre la perfección de la oración, a la que se llega por medio de la predicha enseñanza.

12. Pregunta: ¿de qué modo los pensamientos espirituales pueden mantenerse inmóviles?

13. Sobre la movilidad de los pensamientos.

14. Respuesta: de qué forma se puede adquirir la estabilidad del corazón o de los pensamientos.

 

Capítulo 1. Proemio

“El único acontecimiento históricamente fechable entre los relatos de Casiano sobre Egipto, es la llegada a Escete de una carta de Teófilo, patriarca de Alejandría, en la que condena a los que conciben a Dios con forma humana (los antropomorfistas). En general, se piensa que Teófilo la escribió en el invierno de 399[1]. Casiano afirma que la carta fue recibida con alegría por la congregación de Pafnucio; sus simpatías por la teología de Orígenes les hacían hostiles a las opiniones antropomorfitas. Basándose en la carta, afirma Casiano, impugnaron el antropomorfismo de un tal abba Sarapión. El relato de Casiano se refiere principalmente a los fundamentos teológicos de esta impugnación”[2].

 

1. Entre las sublimes enseñanzas de los anacoretas sobre las cuales, aunque de forma imperita, he hablado, pero que, por un don de Dios, he referido, el orden mismo de la narración nos obliga a insertar y tratar algo que parecerá una mancha puesta sobre un hermoso cuerpo. Sin embargo, no dudo que hasta de esto los más simples pueden extraer alguna mínima enseñanza a propósito de la imagen de Dios omnipotente, sobre la cual se lee en el libro del Génesis, ya que se trata de un fundamento para una doctrina tan importante, e ignorarlo conlleva inevitablemente una gran blasfemia y un daño relevante a la fe católica.

 

Capítulo 2. Sobre la costumbre que se mantenía en la provincia de Egipto respecto del anuncio de la Pascua

La tendencia a efectuar una lectura fuertemente literal de los textos bíblicos ya había sido denunciada por Casiano en las Instituciones:

«Hemos oído que algunos intentaron excusar la enfermedad de la ira, tan perjudicial para el alma y atenuar su gravedad, recurriendo a una detestable interpretación de las Escrituras. Sostuvieron que no está mal irritarnos contra nuestros hermanos culpables, ya que se dice del mismo Dios que se encoleriza y se enfurece contra los que no quieren conocerlo o que, conociéndolo, lo desprecian, como en este pasaje: Y se encendió la ira del Señor contra su pueblo (Sal 105 [106],40) o cuando el profeta ora diciendo: Señor, no me reprendas en tu furor, no me castigues en tu cólera (Sal 6,2). Estos tales no comprenden que al querer conceder a los hombres la ocasión de un vicio pernicioso, introducen en la inmensidad divina y en la fuente de toda pureza la injuria de una pasión carnal[3].

En efecto, si hay que entender estas cosas literalmente, según su sentido carnal y tosco, cuando son dichas de Dios, entonces quiere decir que Dios también duerme cuando se dice: Levántate, Señor, ¿por qué duermes? (Sal 43 [44],23), él del cual se dice por otra parte: No dormitará ni dormirá el que guarda a Israel (Sal 120 [121],4), y está de pie y se sienta cuando dice: El cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies (Is 66,1 LXX), él, que mide el cielo con el cuenco de la mano y encierra la tierra en su puño (Is 40,12); y se embriaga con vino, porque se dice: Y se despertó el Señor como de un sueño, como un valiente vencido por el vino (Sal 77 [78],65), él, el único que es inmortal y que habita en una luz inaccesible (1 Tm 6,16). No menciono la ignorancia y el olvido que en las santas Escrituras frecuentemente encontramos como referidos a Dios; ni la configuración de los miembros, que son descritos de la misma manera con que se describen los de un hombre, a saber: los cabellos, la cabeza y la nariz, los ojos y el rostro, las manos y los brazos, los dedos, el vientre y los pies. Si quisiéramos admitir todo esto según el sentido literal ordinario, habría que creer que Dios está compuesto de un conjunto de miembros y tiene una configuración corporal: pero tal afirmación es una blasfemia que debemos rechazar absolutamente.

Por tanto, así como no podemos entender estas cosas en sentido literal sin cometer un horrible sacrilegio contra aquel a quien la autoridad de las Escrituras define como invisible, inefable, incomprensible, inestimable, simple e incorpóreo, tampoco se puede, sin proferir una enorme blasfemia, atribuir a esta naturaleza inmutable la perturbación de la ira o del furor. Por medio de la imagen de miembros corporales debemos entender los divinos atributos de Dios y sus operaciones sin límite, que no se nos pueden hacer comprender sino mediante tales palabras corrientes.

Por ejemplo, en la imagen de la boca hemos de reconocer su palabra, que suele derramarse bondadosamente en los sentidos ocultos del alma o bien la palabra que él mismo dijo a nuestros padres y a los profetas. En la imagen de los ojos debemos entender su inmensa perspicacia, que penetra con su mirada y sondea todas las cosas y a quien no se le oculta nada de cuanto hacemos, proyectamos o pensamos. En la mención de las manos debemos comprender su providencia y su obra, por la cual él mismo es el creador y autor de todas las cosas. Del mismo modo el brazo es el signo de su fuerza y de su gobierno, por el cual sostiene, ordena y dirige todas las cosas; y, pasando por alto lo demás, los cabellos blancos, ¿qué significan sino la longevidad y la antigüedad de la divinidad, que no tiene principio alguno y que, existiendo antes de todos los tiempos, supera a todas las criaturas?

Por tanto, lo que leemos acerca de la ira o del furor de Dios, no debemos entenderlo anthropopathoos (antropomórficamente), es decir, a semejanza de la vileza de la cólera humana, sino de un modo digno de Dios, que es ajeno a toda perturbación. En virtud de esto debemos considerarlo como juez y vengador de todas las acciones malas de este mundo, y temiendo -conforme al significado de estas palabras- al que retribuye con severidad nuestros actos, no consintamos en hacer cosa alguna contra su voluntad»[4].

 

La carta festal

2.1. En la región de Egipto se sigue una antigua costumbre por la cual, pasado el día de Epifanía, que los sacerdotes de aquella provincia consideran el día tanto del bautismo del Señor cuanto de su nacimiento según la carne, es decir, que celebran la solemnidad de ambos misterios en un único día, y no en dos días distintos como sucede en las provincias occidentales, es enviada todas las Iglesias de Egipto una carta del obispo de Alejandría, en la cual se fija el inicio de la Cuaresma y el día de la Pascua, no solo para cada ciudad sino también para todos los monasterios.

 

El antropomorfismo

2.2. Según esta costumbre, por consiguiente, pocos días después de la precedente conversación que tuvimos con abba Isaac, llegó la solemne carta de Teófilo, el obispo de la antes mencionada ciudad. En ella, junto con el anuncio de la fecha Pascual, él disertaba ampliamente contra la inepta herejía de los antropomorfitas, refutándola con un copioso discurso. Esto, a causa de un error generado por la simplicidad [de los anacoretas], fue percibido con tal amargura por la casi totalidad de los monjes que habitaban en la entera provincia de Egipto que, como reacción, la mayoría de los ancianos consideró al célebre obispo como corrompido por una gravísima herejía y digno de ser detestado; en otras palabras, era visto como quien va contra una definición de la santa Escritura, negando que Dios omnipotente esté formado según el diseño de la figura humana, cuando justamente la Escritura prueba muy claramente que Adán fue creado a su imagen.

2.3. En consecuencia, esta Carta fue rechazada por aquellos que vivían en el desierto de Escete y que, en perfección y conocimiento, superaban a todos los que vivían en monasterios de Egipto, al punto que con la sola excepción de abba Pafnucio, el sacerdote de nuestra comunidad, ningún otro de los sacerdotes que estaban al frente de las otras tres iglesias en aquel desierto, permitió que fuese leída o que se diese mínimamente pública lectura en sus reuniones.

 

Capítulo 3. Abba Sarapión y la herejía antropomorfita, que él contrajo engañado por su simplicidad

«Casiano utiliza la historia de abba Sarapión por su lección soteriológica: fue fatal para él excluir, incluso por ignorancia, la posibilidad de conocer ahora algo de la realidad del cielo. Para Casiano esa posibilidad era todo el sentido de la vida monástica. El antropomorfismo, tal como se presenta en la Conferencia 10, no era simplemente una cuestión de piedad. Esa oración imaginativa no era una forma menos sofisticada o menos deseable de orar; era una “terrible blasfemia y un perjuicio para la fe católica” (Conf. X,1) y, como lo aprendió Sarapión, prácticamente imposible de cambiar una vez que se había convertido en algo habitual. Aunque Sarapión era perfecto en la actualis disciplina, la vida ascética, no había avanzado hasta contemplar las realidades espirituales. La abolición de la imagen antropomórfica de Dios de su corazón era la renuncia espiritual crítica requerida para hacer posible tal contemplación, el análogo al programa monástico básico de desarraigar el vicio, dejar a un lado las preocupaciones laborales y olvidar los lazos y afectos anteriores. Sarapión había llevado a cabo esas renuncias básicas, pero ahí se detuvo. Todo el peso de la enseñanza monástica de Casiano se pone de manifiesto en esta coyuntura crítica de la teología y la espiritualidad»[5].

 

Abba Sarapión

3.1. Entre aquellos que se desviaron por este error estaba un hombre llamado Sarapión, hombre de una austeridad de muchos años y consumado en la disciplina práctica. Su ignorancia a propósito de la doctrina mencionada antes era perjudicial para aquellos que se mantenían en la verdadera fe, tanto más cuanto que él superaba a casi todos los monjes por el mérito de su vida y por su venerada edad.

 

El diácono Fotino

3.2. Cuando las múltiples exhortaciones del sacerdote Pafnucio no lograron reconducir a Sarapión a la recta fe, desde el momento en que esta opinión le parecía a él que era nueva y nunca había sido enseñaba por los predecesores, sucedió que llegó de la región de Capadocia un cierto diácono llamado Fotino[6], un hombre con gran conocimiento que deseaba ver los hermanos que habitaban en aquel desierto. El beato Pafnucio, recibiéndolo con gran alegría y conduciendo frente a todos los hermanos, busco saber, para confirmar la fe que estaba contenida en la Carta del susodicho Pontífice, de qué modo lo que se dice en el Génesis -es decir: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26), es interpretado por la Iglesia católica de todo el Oriente.

 

Sarapión reconoce su error

3.3. Cuándo, por tanto, él explicó que la imagen y la semejanza con Dios eran interpretados por todos los jefes de las Iglesias no conforme al pobre sentido literal sino espiritualmente, probándolo con un largo discurso y con muchos ejemplos tomados de las Escrituras; y que en aquella inmensa, incomprensible e invisible majestad no podía hallarse cosa alguna que pudiera ser definida en una forma humana o semejante a ella y que, efectivamente, una sustancia incorpórea, no compuesta y simple no podía ser comprendida por el ojo ni ser juzgada por la mente, finalmente el anciano, movido por las muchas y muy válidas argumentaciones de aquel muy sabio hombre fue llevado de nuevo a la fe de la tradición católica.

 

El lamento de Sarapión

3.4. Cuando dio su asentimiento incondicional, a abba Pafnucio y todos nosotros nos sentimos llenos de alegría porque el señor no había permitido que un hombre tan rico en años y virtudes, inducido por el error de la ignorancia y por una natural simplicidad, se desviase de la vía de la recta fe hasta el fin de sus días. Por este motivo, nos levantamos y oramos al señor para dar gracias. Fue así que, durante la oración, el anciano con, con la mente confusa, se dio cuenta que aquella imagen antropomorfa de la divinidad, que siempre se había imaginado mientras rezaba, había sido quitada de su corazón, y prorrumpió en llantos amargos y sollozos frecuentes; y, Y postrando en tierra con un fuerte lamento gritó: “¡Pobre de mí! Me han quitado a mi Dios, y ahora no sé a quién tengo, no sé a quién adorar, no sé a quién invocar”.

3.5. Muy a agitados por estos hechos y también por los efectos de la precedente conversación, todavía frescos en nuestros corazones, volvimos a visitar a abba Isaac. Apenas lo vimos desde lejos lo conminamos con las siguientes palabras».


[1] Aunque la historia se conoce por varios relatos antiguos y ha sido bien estudiada por los estudiosos modernos, quedan todavía muchos interrogantes. Cf. Paladio, Diálogo sobre la vida de san Juan Crisóstomo, VI-VIII (SCh 341, pp. 126-181); Sócrates, Historia eclesiástica VI,7-23 (SCh 505, pp. 288-295); Sozomeno, Historia eclesiástica VIII,11 (SCh 516, pp. 282-285); Paladio, Dial. 6-8 (pp. 126-180). Para un breve resumen moderno, ver Derwas J. Chitty, The Desert a City, The Desert a City: An Introduction to the Study of Egyptian and Palestinian Monasticism under the Christian Empire, Oxford, Blackwell, 1966, pp. 57-61; para un estudio más amplio, cf. Elizabeth A. Clark The Origenist Controversy. The Cultural Construction of an Early Christian Debate, Princeton, Princeton University Press, 1992. A. de Vogüé, Histoire littéraire du mouvement monastique dans l’antiquité. 3. Première partie: le monachisme latin. Jerôme, Augustin et Rufin au tournant du siècle (391-405), Paris, Les Éditions du Cerf, 1996, pp. 80-90 (Patrimoines christianisme). [Nota adaptada]

[2] Stewart, p. 12.

[3] “La digresión de los capítulos 2-4 se dirige contra los monjes antropomorfitas, quienes tomando al pie de la letra ciertos pasajes de la Escritura, se representaban a Dios bajo forma humana. Eran numerosos en el Bajo Egipto, en el siglo IV, y fueron condenados por el patriarca de Alejandría, Teófilo. Conforme al testimonio de Casiano, que fue testigo ocular, se resistieron a la condena (cf. Conferencias X,2-3)” (cf. Guy, SCh 109, pp. 338-339).

[4] Inst. VIII,4.1-3; CSEL 17, pp. 153-154.

[5] Stewart, p. 89.

[6] «Este “diácono muy sabio” venido de Asia Menor evidentemente hace pensar en Evagrio Póntico, que terminaba su existencia en Las Celdas en ese tiempo [Epifanía del año 399]. El nombre de Fotino, “el luminoso”, que le atribuye Casiano podría ser una alusión a la influencia espiritual e intelectual de este espíritu singularmente resplandeciente, que las Instituciones y las Conferencias jamás nombran, aunque difunden de forma manifiesta sus enseñanzas» (Vogüé, p. 260).