Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XIV, capítulos 14-16)

Capítulo 14. Que un alma impura no puede transmitir ni recibir el conocimiento espiritual

 

Una enseñanza que procede de “un buen conocimiento”

14.1. «Es imposible, como ya lo hemos mencionado, que alguien pueda conocer o enseñar algo sin experiencia. Pues, ¿cómo podrá ser apto para transmitirlo si ni siquiera es capaz de percibirlo? Sin embargo, aunque alguien presuma enseñar algo sobre estas cosas, sus palabras serán sin duda ineficaces e inútiles, y solo llegarán a los oídos de los oyentes, pero el corazón de ellos no podrá penetrarlas debido a la inercia de sus obras y a la esterilidad de su vanidad, porque no se prometen bienes engendrados del tesoro de un buen conocimiento, sino de la presunción de una vana ostentación.

 

Un vaso maloliente contamina todo lo que echa en su interior

14.2. Porque es imposible que un alma impura, por mucho que se esfuerce en la inmediatez de su lectura, pueda alcanzar el conocimiento espiritual. Nadie, en efecto, vierte alguna sustancia noble, ya sea miel o cualquier líquido preciado, en un vaso fétido y corrupto. Es más fácil que el olor repulsivo del recipiente contamine la mirra más aromática, antes que reciba de ella algo de su dulzura o su gracia, ya que las cosas puras se corrompen mucho más rápidamente que se purifican las que están corrompidas.

 

Necesidad de la purificación para acceder al conocimiento espiritual

14.3. Del mismo modo, por lo tanto, a menos que el vaso de nuestro corazón haya sido limpiado primero de todo vicio maloliente, no merecerá recibir aquel ungüento de bendición del que habla el profeta: “Como aceite sobre la cabeza, que desciende sobre la barba de Aarón, que desciende hasta el borde de su vestimenta” (Sal 132 [133],2). Tampoco conservará intacto ese conocimiento espiritual y las palabras de la Escritura que son “más dulces que la miel y el panal” (Sal 18 [19],11). “¿Qué tienen en común la justicia y la maldad? ¿O qué comunión hay entre la luz y las tinieblas? ¿O qué acuerdo hay entre Cristo y Belial? (2 Co 6,14-15)».

 

15. Objeción: muchos impuros poseen este conocimiento, y muchos santos no lo tienen

 

15. Germán: “De ninguna manera nos parece que esa posición esté fundamentada en la verdad o apoyada por una razón creíble. Porque, en efecto, es evidente que todos aquellos que no aceptan la fe en Cristo o la corrompen con la vileza de sus doctrinas impías, tienen un corazón impuro. ¿Cómo es posible que muchos judíos, herejes o incluso católicos, que están involucrados en diversas malas conductas, afirman haber alcanzado un conocimiento perfecto de las Escrituras y se glorían por la grandeza de su doctrina espiritual, y en cambio, la multitud de santos, cuyo corazón ha sido purificado de toda contaminación del pecado, no entiende los secretos de una ciencia más profunda, a pesar de su simple fidelidad? ¿Cómo puede mantenerse la posición que otorga el conocimiento espiritual únicamente a la pureza del corazón?”.

 

Capítulo 16. Respuesta: Que los malvados no pueden poseer el verdadero conocimiento

En la respuesta de Nesteros a la objeción de Germán, resuena un texto de Orígenes:

«Todo hombre tiene en sí algún alimento que presenta al prójimo que se le acerca. Porque es imposible que, cuando los hombres nos acercamos unos a otros y mantenemos una conversación, no recibamos u ofrezcamos algo para degustar entre nosotros: una respuesta, una pregunta, o algún otro gesto. Y si en verdad es un hombre puro y de buen espíritu, de él recibimos un sabor, tomamos un alimento puro; pero si el que tocamos es impuro, tomamos un alimento impuro… Pero para que aparezca ante tu inteligencia más evidentemente lo que decimos, tomemos un ejemplo de las realidades superiores para descender paulatinamente desde ellas hasta llegar a las inferiores. Nuestro Señor y Salvador dice: “Si no comen mi carne y beben mi sangre, no tendrán vida en ustedes. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6,53. 55). Por tanto, puesto que Jesús es totalmente puro, toda su carne es comida y toda su sangre es bebida, porque toda su obra es santa y toda su palabra es verdadera. Por eso, entonces, también su carne es verdadera comida y su sangre es verdadera bebida. Porque de la carne y de la sangre de su palabra, como de una comida y una bebida puras, da de beber y alimenta a todo el género humano…

Todo hombre tiene en sí algún alimento, el que lo toma, si en verdad es bueno y “saca del tesoro de su corazón lo bueno” (cf. Lc 6,45), ofrece a su prójimo un alimento puro. En cambio, si [es] malo y “saca lo malo” (cf. Lc 6,45), ofrece a su prójimo un alimento impuro. Porque quien [es] inocente y de recto corazón puede ser visto como una oveja y ofrecer a quien lo escucha un alimento puro, así como la oveja es un animal puro»[1].

 

Personas incapacitadas para penetrar en la profundidad de las Sagradas Escrituras

16.1. Nesteros: «Quien no sopesa cuidadosamente todas las palabras de una opinión que se ha expresado, no percibe correctamente el sentido de la declaración. Pues ya hemos dicho que tales personas solo tienen experiencia en el debate y en la elocuencia, pero no pueden penetrar en las profundidades de las Escrituras ni en los secretos del sentido espiritual. Porque la verdadera ciencia solo es poseída por los verdaderos adoradores de Dios, que ciertamente no la tiene aquel pueblo al que se le dice: “Escucha, pueblo necio, que no tienes corazón, aunque tienes ojos no ves, y oídos, pero no oyes” (Jr 5,21); y otra vez: “Porque rechazaste la sabiduría, yo también te rechazaré para que no puedas desempeñar el sacerdocio ante mí” (Os 4,6).

 

Recorrer el camino señalado por los profetas

16.2. Porque “en Cristo, se dice, que están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col 2,3), ¿cómo puede considerarse que aquel que despreciaba encontrarse con Cristo o que blasfemaba con boca sacrílego al encontrarse con Él, o que ciertamente contaminaba con obras impuras la verdadera ciencia, ha alcanzado la verdadera sabiduría? En efecto, “el Espíritu de Dios huirá de lo ficticio y no habitará en un cuerpo sometido a los pecados” (Sb 1,5; 1,4). Por ende, no hay otra vía para el conocimiento espiritual sino conformándose a aquel recorrido, que uno de los profetas expresó elegantemente: “, según justicia, cosechen la esperanza de la vida, enciendan para ustedes la luz del conocimiento[2]” (Os 10,12 LXX).

 

La pureza de corazón es la llave del conocimiento espiritual

16.3. Por tanto, primero debemos sembrar en nosotros la justicia, es decir, promover la perfección real mediante obras de justicia; luego, debemos cosechar la esperanza de la vida, esto es, reunir los frutos de las virtudes espirituales, expulsando los vicios carnales; y así podremos encender en nosotros la luz del conocimiento. A este orden también se atiene el salmista al decir: “¡Bienaventurados los perfectos[3] en el camino!, los que caminan en la ley del Señor. ¡Bienaventurados los que buscan sus testimonios!” (Sal 118 [119],1-2). Porque no dijo primero: “Bienaventurados los que buscan sus testimonios”, y después añadió: “Bienaventurados los perfectos en el camino”, sino que primero dijo: “Bienaventurados los perfectos en el camino”, demostrando claramente con esto que nadie puede llegar correctamente a conocer los testimonios de Dios, sino primero caminando en el camino de Cristo con pureza.

 

Conocimiento “pseudónimo”

16.4. Esas personas impuras sobre las que hablaste, por lo tanto, no pueden tener este conocimiento. En cambio, poseen un conocimiento pseydónimon, es decir, que es solo de nombre y sobre el cual el bienaventurado Apóstol dice: “Oh Timoteo, custodia el depósito, apartándote de las profanas palabras vanas y de las opiniones contradictorias del conocimiento falso” (1 Tm 6,20). Esto aparece en griego como: Tas antithesis tes pseydonymoy gnoseos. Sobre aquellos que parecen adquirir un cierto barniz de conocimiento y que, aunque emprenden diligentemente la lectura de los libros sagrados y la memorización de las Escrituras, no abandonan, sin embargo, los vicios carnales, se dice muy bien en los Proverbios: “Como anillo de oro en el hocico de un cerdo, así es la belleza de una mujer de malas costumbres” (Pr 11,22 LXX).

 

Las acciones desordenadas estropean nuestra lectura de las Escrituras

16.5. ¿Para qué sirve, entonces, que alguien busque la ornamentación de sermones celestiales y la muy preciosa belleza de las Escrituras, si después la destruye con obras y sentimientos impuros, como si fuera una tierra inmunda, la aplasta o la contamina con sus viles pasiones? Entonces ocurrirá que no solo no podrá adornar aquello que correctamente suele ser digno de honor, sino que además lo ensuciará aún más con una mayor cantidad de inmundicia. Porque “de la boca del pecador no sale una alabanza bella” (Si 15,9), y a estos les dice el profeta: “¿Por qué narras mis justificaciones y tomas mi pacto en tu boca?” (Sal 49 [50],16).

 

El conocimiento espiritual no se reduce a la sola sabiduría humana

16.6. Sobre estas almas, que de ninguna manera poseen de manera estable el temor del Señor -sobre el cual se dice: “El temor del Señor es disciplina y sabiduría[4]” (Pr 15,33 LXX)-, e intentan adquirir el sentido de las Escrituras sometiéndose al yugo de su meditación, así son recordados en los Proverbios: “¿De qué le sirvieron las riquezas al insensato? Porque no podrá poseer sabiduría el insensato” (Pr 17,16 LXX). Sin embargo, el conocimiento verdadero y espiritual está tan alejado de ese aprendizaje mundano, manchado por la impureza del vicio carnal, que sabemos que ocasionalmente florece de manera admirable en algunas personas rústicas[5] y casi analfabetas.

 

La pureza de la castidad es necesaria para alcanzar el verdadero conocimiento espiritual

16.7. Esto se comprueba claramente en los apóstoles y también en muchos santos varones, quienes no se extendieron en una inútil abundancia de hojas, sino que se inclinaron bajo el peso de los frutos del verdadero conocimiento espiritual. Sobre ellos está escrito en los Hechos de los Apóstoles: “Y viendo la firmeza de Pedro y Juan, y al comprender que eran hombres iletrados y simples, se admiraban” (Hch 4,13). Y por eso, si te importa alcanzar esa fragancia inmarcesible, primero haz todos los esfuerzos para obtener del Señor la pureza de la castidad.

 

El ordenamiento de las virtudes

16.8. Porque nadie en quien todavía domine el amor a las pasiones carnales y especialmente a la fornicación podrá poseer el conocimiento espiritual. Pues “la sabiduría reposa en un buen corazón” (Pr 14,33 LXX). Y: “Quien teme al Señor encontrará el conocimiento con la justicia” (Si 32,20[16]). El beato Apóstol enseña también que siguiendo este orden, del que hemos hablado, se puede adquirir el conocimiento espiritual. Pues cuando quiso no solo componer una lista de todas sus virtudes, sino también exponer su secuencia para mostrar cuál seguía a cuál y cuál surgía de cuál, mencionó después de algunas otras cosas: “En las vigilias, en los ayunos, en la castidad, en la ciencia, en la longanimidad, en la mansedumbre, en el Espíritu Santo, con caridad sincera” (2 Co 6,5-6).

 

Un fruto ubérrimo

16.9. A través de la conjugación de las virtudes, quiso enseñarnos claramente cómo pasar de las vigilias y ayunos a la castidad, de la castidad al conocimiento, del conocimiento a la longanimidad, de la longanimidad a la mansedumbre, de la mansedumbre al Espíritu Santo, y del Espíritu Santo al premio de la caridad sincera. Por tanto, con esta disciplina y este orden, también tú llegarás al conocimiento espiritual, y sin duda tendrás, como hemos dicho, un saber[6] que no sea estéril ni inerte, sino vívido y fecundo. Y un abundante aguacero del Espíritu Santo hará germinar la semilla de la palabra salvadora, aquella que tú has transmitido a los corazones de tus oyentes, según lo prometido por el profeta: “La lluvia será dada a tu semilla, dondequiera que siembres en la tierra, y el pan del fruto de tu tierra será abundantísimo y sustancioso” (Is 30,23)».


[1] Orígenes, Homilías sobre el Levítico, VII,5.2. 3. 6; SCh 286, pp. 336-341.

[2] O: “ilumínense a ustedes mismos con la luz del conocimiento”.

[3] Lit.: inmaculados; también se podría traducir: irreprochables.

[4] O: la instrucción y la sabiduría.

[5] Lit.: que no saben hablar, sin lengua (elinguis).

[6] Lit.: doctrina.