Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XIV, capítulos 9-10)

Capítulo 9. Que del conocimiento práctico se progresa al [conocimiento] espiritual

 

La luz del conocimiento espiritual

9.1. Por tanto, si les preocupa alcanzar la luz del conocimiento espiritual no por el vicio de una jactancia vana, sino por la gracia de la purificación, ardan primero en el deseo de esa beatitud de la que se ha dicho: “Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8), para que también puedan alcanzar aquella de la que el ángel habló a Daniel: “Los que sean sabios brillarán como el esplendor del firmamento; y los que instruyan a muchos en la justicia, [serán] como las estrellas, por toda la eternidad” (Dn 12,3). Y en otro profeta [leemos]: “Ilumínense a ustedes mismos con la luz del conocimiento mientras hay tiempo” (Os 10,12 LXX).

 

Es necesario esforzarnos para alcanzar el conocimiento espiritual

9.2. Así, manteniendo esa diligencia en la lectura, que siento que ustedes tienen, con todo tu esfuerzo, adquieran ante todo aquella disciplina [práctica], es decir, ética. Sin esta, no se puede conseguir la pureza del conocimiento sobre el que hemos hablado, que solo logran, después de muchas obras y esfuerzos, como si ya estuvieran recibiendo una recompensa, aquellos que no se hacen perfectos con las palabras de otros maestros, sino por la virtud de sus propias acciones. Pues no es a partir de la meditación de la Ley que se obtiene el conocimiento, sino que, a partir del fruto de su trabajo, cantan con el salmista: “Por tus mandamientos he comprendido” (Sal 118 [119],104); y, purificados de todas las pasiones, dicen confiadamente: “Cantaré y entenderé en el camino inmaculado” (Sal 100 [101],2).

 

Evitar la dispersión

9.3. El que salmodia, entiende lo que se canta, quien en el camino inmaculado apoya sus pasos en un corazón puro. Por lo tanto, si desean preparar un santuario en su corazón para el conocimiento espiritual, purifíquense del contagió de todos los vicios y despójense de las preocupaciones del presente siglo. Pues es imposible que el alma, ocupada por las distracciones mundanas o levemente distendida, merezca el don del conocimiento o se convierta en la generadora de los sentidos espirituales o en la receptora de las sagradas lecturas.

 

Aprender ante todo a escuchar

9.4. Observa, por tanto, en primer lugar, y sobre todo tú, Juan, a quien la juventud aún más favorece para custodiar estas cosas que estoy a punto de decir, para que tu estudio de la lectura y tu deseo no se vean frustrados por una vana exaltación, como indica tu silencio supremo. Este es, en verdad, el primer ingreso a la disciplina actual, para que recibas con atento corazón y casi con boca muda las enseñanzas y opiniones de los ancianos, y las acumules diligentemente en tu pecho para llevarlas a cabo más que para enseñarlas rápidamente. De aquí surgirán, en efecto, la perniciosa presunción de la cenodoxia, y de allí, los frutos de la ciencia espiritual florecerán.

 

“Res non verba”

9.5. No te atrevas a presentar nada en la conferencia de los ancianos, a menos que te lo impulse la necesidad de conocer o la ignorancia que podría hacer daño, como algunos que, distraídos por la vana gloria, simulan preguntar sobre lo que mejor saben para ostentar su erudición. En verdad, es imposible que quien se dedica a la lectura en busca de la alabanza humana obtenga el don del verdadero conocimiento. Pues quien está encadenado por esta pasión, necesariamente también estará sometido a otros vicios, especialmente al de la soberbia; así, en la conversación actual y ética, no podrá alcanzar el conocimiento espiritual que de ello nace. Por tanto, sé siempre rápido para escuchar, pero lento para hablar (cf. St 1,19; Si 5,11; Pr 10,19), no sea que caiga sobre ti lo que es señalado por Salomón: “Si ves a un hombre veloz en sus palabras, debe saber que el insensato tiene más esperanza que él” (Pr 29,20 LXX). Y no supongas que puedes enseñar a nadie con palabras lo que no has hecho antes con acciones.

 

Enseñar más con las obras que con las palabras

9.6. Porque nuestro Señor nos ha instruido para seguir este orden también con sus ejemplos, sobre lo cual se dice: “Lo que Jesús comenzó a hacer y a enseñar” (Hch 1,1). Por lo tanto, ten cuidado de no ser contado entre aquellos de los cuales el Señor habla a los discípulos en el Evangelio: “Lo que ellos dicen, cúmplanlo y háganlo; pero según procedan sus obras, porque dicen y no hacen. Ellos atan cargas pesadas e insoportables y las imponen sobre los hombros de los hombres, pero ellos mismos no quieren moverlas ni con un dedo” (Mt 23,3-4). Si aquel que enseña a los hombres rompiendo un mandamiento mínimo, será llamado el más pequeño en el reino de los cielos (cf. Mt 5,19), es de suponer que quien presuma enseñar sobre cosas mayores y más importantes, no solamente no será el más pequeño en el reino de los cielos, sino que será considerado el mayor en el castigo de la gehena.

 

El verdadero conocimiento

9.7. Y por eso debes tener cuidado de no dejarte inspirar en la enseñanza por los ejemplos de aquellos que han alcanzado la destreza en el arte de debatir y la fluidez del lenguaje, pensando que poseen un conocimiento espiritual aquellos que no saben discernir su fuerza y cualidad. Tener facilidad de palabra y un lenguaje pulido es algo, y entrar en las venas y médulas de las palabras celestiales y contemplar con el ojo puro del corazón los profundos y ocultos sacramentos es completamente diferente; y esto no poseerá de ninguna manera la doctrina humana ni la erudición secular, sino únicamente la pureza de la mente a través de la iluminación del Espíritu Santo.

 

Capítulo 10. Sobre la comprensión de la disciplina del verdadero conocimiento

La inhabitación de Dios en nosotros es un tema que tiene su principal fuente en Orígenes:

«El Señor busca un camino en ti, no solo para habitar en ti -porque no te prometió únicamente esto-, sino también para pasear[1] dentro de ti (cf. Lv 26,12). Por tanto, busca un camino para pasear dentro de ti, como busca en ti una casa para habitar en ti (cf. 2 Co 6,16). Por consiguiente, construye una casa para el Señor y esfuérzate por comprender espiritualmente, como espiritual, lo que dice el profeta, y decirlo con una disposición semejante a la suya. En efecto, “Acuérdate, Señor, de David y de toda su mansedumbre, así como ha jurado el Señor, ha prometido al Dios de Jacob: ‘Si subiré sobre el cobertor de mi lecho, si daré sueño a mis ojos y adormecimiento a mis párpados, y descanso a mis sienes, hasta que encuentre un lugar para el Señor, una carpa para el Dios de Jacob’ (Sal 131 [132],1-5)”, no dormirás “hasta que encuentres un lugar para el Señor” (Sal 131 [132],5), donde le construirás una casa. Busca, para que se cumpla lo que ha prometido diciendo: “Yo habitaré en ellos”[2] (2 Co 6,16). No “des sueño a tus ojos ni reposo a tus párpados[3]” (Pr 6,4), hasta que prepares un camino para Él, que quiere caminar en ti. ¿Qué significa preparar un camino para Dios, que quiere caminar en ti? El Señor camina sobre lo que es puro, el Salvador celebra una fiesta en un lugar limpio. Limpia tu lugar del mismo modo que lo hacen los ricos. En efecto, cuando los ricos tienen un lugar de paseo en sus casas, se toman algunas disposiciones para prepararlo: barrerlo, limpiarlo y regarlo, para hacer el lugar de paseo más agradable al dueño. Así también tú comprende que tienes en ti mismo lugares de paseo»[4].

 

El peligro de la vanidad

10.1. Por lo tanto, si deseas alcanzar la verdadera sabiduría de las Escrituras, primero debes preocuparte por alcanzar la imperturbable humildad del corazón, la cual no te conduce al conocimiento que enorgullece, sino al que ilumina, y te lleva a la perfección del conocimiento del amor. Porque es imposible que una mente impura obtenga el don del conocimiento espiritual. Y por eso evita con toda precaución que, por el esfuerzo de la lectura, nazcan en ti las vanidades de la arrogancia -instrumentos de perdición-, en vez de la luz del conocimiento y aquella gloria perpetua que se promete por medio de la iluminación de la doctrina.

 

Un arca interior

10.2. Luego, en todo caso, has de esforzarte por expulsar de ti toda inquietud y pensamiento terrestre, y en su lugar dedicarte continuamente a la lectura sagrada, hasta que la meditación constante impregne tu mente y, de alguna manera, la modele a su semejanza, formando así un arca, que en cierto modo será como un Testamento, conteniendo en sí misma dos tablas de piedra, es decir, la firmeza perpetua de un instrumento[5] doble; y es también una urna de oro, esto es, la memoria pura y sincera, que conserve con una constante tenacidad el maná oculto en sí; o sea, la dulzura eterna y celestial de los sentidos espirituales y de aquel pan de los ángeles; e igualmente el bastón de Aarón, es decir, la bandera salvadora de nuestro sumo y verdadero pontífice, Jesucristo, siempre floreciente en la memoria inmortal con sus hojas verdes (cf. Hb 9,4-5)[6].

 

El Señor habita en nosotros

10.3. Este es el bastón que, después de haber sido cortado de la raíz de Jesé, se revivifica y se revitaliza tras ser mortal (cf. Is 11,1). Y en verdad todo esto es protegido por dos querubines, es decir, por la plenitud del conocimiento histórico y espiritual. Pues, “querubín” significa “conocimiento extraordinario”[7]: el cual, como propiciatorio de Dios, es decir, la paz del corazón, protege constantemente y lo salvaguarda de todas las agresiones de las malicias espirituales. Y así, tu mente no solo será elevada hasta el arca del pacto divino, sino también al reino sacerdotal, mediante un inquebrantable amor a la pureza de modo que, absorta en las disciplinas espirituales, cumplirá la misión sacerdotal que el legislador prescribe de esta manera: “No te alejes de las realidades santas, para no profanar el santuario de Dios” (cf. Lv 21,12), esto es, su corazón, en el cual el Señor promete habitar continuamente, diciendo: “Habitaré en ellos y caminaré en medio de ellos” (2 Co 6,16; cf. Lv 26,11-12).

 

Los beneficios de la meditación continua de las Escrituras Sagradas

10.4. Por tanto, se debe enviar cuidadosamente a la memoria y releer continuamente la serie de las Escrituras Sagradas. En efecto, esta continua meditación, nos procurará un doble beneficio: primero, que mientras la atención de la mente se ocupa en las lecturas y se esfuerza en ello, la mente no quedará inevitablemente atrapada en las trampas de los pensamientos nocivos. Luego, en cuanto a aquello que, después de recorrerlo con la repetición más frecuente, mientras intentamos transmitirlo a la memoria, no pudimos comprender en ese momento con la mente ocupada, posteriormente, al estar libres de todas las seducciones de las acciones y de las visiones, volviendo a dichos textos en silencio durante la meditación nocturna, al revisarlos con mayor claridad, de tal manera que los sentidos más ocultos, que ni siquiera con una tenue vigilancia percibimos por la simple opinión, al estar en reposo y casi sumidos en un sueño, vuelven a revelarse a la comprensión.


[1] Traduzco emperipateo conforme a sus dos sentidos principales: pasearse en, caminar en, alternando ambas versiones.

[2] O también: “entre ellos”; o: “en medio de ellos”.

[3] Lit.: “ni te duermas sobre los párpados”.

[4] Homilías griegas sobre los Salmos, 67,5.4; Origene. Omelie sui Salmi. Volume I. Omelie sui Salmi 15, 36, 67, 73, 74, 75. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2020, pp. 412-413 (Opere di Origene, IX/3a).

[5] Lit.: instrumentum, vocablo con el que se indican los textos de la Primera Alianza y del Nuevo Testamento (Conversazioni, p. 876, nota 20).

[6] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, X,3.4-5; SCh 415, pp. 288-289: «Por los Querubines y el propiciatorio (cf. Ex 25,17-18; Hb 9,5) se debe entender la ciencia de la Trinidad, puesto que Querubín se traduce por “multitud”, esto es, indica la perfección de la ciencia; y ¿qué otra perfección de la ciencia hay, sino el reconocer al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo? Estas realidades deben ser cuidadas por los sacerdotes, para que se mantengan incontaminadas e incólumes. En cuanto a la urna que tiene el alimento celestial del maná (cf. Hb 9,4), es evidentemente el tesoro de la palabra de Dios. Y el arca de oro, en la que están las Tablas de la Alianza, no simboliza otra cosa, a mi juicio, que nuestra mente, en la que debemos tener grabada la Ley de Dios. Esta mente debe ser de oro, esto es, pura y preciosa, en la que tengamos siempre grabada la Ley de Dios, como dice el Apóstol: “Escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente, no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón” (2 Co 3,3). Esto es, en efecto, lo que se dice también de algunos: “Que muestran la obra de la Ley escrita en sus corazones” (Rm 2,15). ¿Pero quién se la escribió en sus corazones, a no ser Dios con su dedo (cf. Ex 31,18)?...».

[7] Lit.: scientiae multitudo.