Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XV, capítulos 3-4)

Capítulo 3. Sobre el muerto resucitado por abba Macario

La narración que presenta Casiano tiene su correlato en algunos textos procedentes de la tradición del monacato primitivo.

Paladio afirma que “una vez se extendió la voz de que [Macario] había resucitado a un muerto para convencer a un hereje que negaba la resurrección de los cuerpos. Esta voz cundió en el desierto y se hizo muy persistente”[1].

Por su parte, Rufino dice:

«Cuentan que en una ocasión, un hereje de los llamados hieracitas[2], cuyo género de herejía encontró terreno fecundo para difundirse en Egipto. Muchos de los hermanos que habitaban en el desierto estaban confundidos por las palabras de aquel, pues era un gran dialéctico, y hasta se atrevió a afirmar en presencia del mismo [Macario] la falsedad de su fe. 

Cuando el anciano resistió y lo contradecía, él refutaba sus palabras con argumentos astutos y simples. Pero cuando [Macario] vio que la fe de los hermanos estaba en peligro, dijo: “¿Para qué discutir con palabras que buscan destruir a quienes creen? (cf. 2 Tm 2,14). Vayamos a las sepulturas de los hermanos que nos precedieron en el Señor, y que el Señor nos conceda a todos saber que Él puede resucitar a los muertos de la sepultura, porque nuestra fe es sostenida por Dios”.

A todos los presentes les agradó esta palabra del anciano (cf. Hch 6,5). Fueron a las sepulturas, y Macario exhortó al hieracita a que llamara al muerto en el nombre del Señor. Pero él le dijo: “Tú fuiste quien propusiste, sé tú quien lo llame primero”.

Y Macario, arrodillándose en oración ante el Señor y habiendo rezado largamente, levantó sus ojos hacia el Señor y dijo: “Tú, Señor, muestra quién de los dos mantiene la verdadera fe resucitando a este muerto que está en el speulcro”. Y cuando dijo esto, llamó por su nombre a un hermano, que había sido sepultado recientemente. Este respondió desde la tumba, y los hermanos que estaban presentes inmediatamente quitaron lo que estaba sobre ella y, habiendo sacado al hombre de la sepultura, le desataron las vendas que lo aprisionaban y lo mostraron vivo (cf. Jn 11,41. 44).

Cuando el hieracita vio esto, quedó atónito y huyó asustado. Los hermanos lo persiguieron y lo expulsaron fuera de los límites del territorio»[3].

Los textos de Paladio y Rufino difieren con el de Casiano en dos puntos principales: el hereje no es un eunomiano sino un hieracita; y el muerto resucitado no es un hombre fallecido antiguamente sino en fecha reciente.

Todos estos relatos parecen basarse principalmente en un apotegma[4], que fue insertado en una de las ediciones de la Historia Lausíaca, y que también aparece en los fragmentos coptos de esta obra, aunque de forma bastante más extensa[5].

 

Macario el Egipcio

3.1. «Es así como recordamos a un muerto resucitado por abba Macario, quien fuera el primero en establecer su morada en el desierto de Escete[6]. Cuando cierto hereje, que seguía la perfidia de Eunomio[7], intentaba socavar la pureza de la fe católica mediante artes dialécticas y ya había engañado a un vasto número de personas, el bienaventurado Macario, llamado por algunos católicos, que estaban muy preocupados por esta ruinosa subversión, llegó para evitar el naufragio de todo Egipto por causa de su simplicidad e incredulidad.

 

El encuentro de abba Macario con el hereje

3.2. Cuando el hereje se le aproximó y, mediante el arte dialéctico, quería conducir al beato Macario, que no estaba instruido aristotélica, el bienaventurado Macario, resumiendo su parlamento apostólico, dice que no está en la palabra el reino de Dios, sino en la virtud: vayamos, pues, a las tumbas y, en nombre del Señor, invoquemos al muerto que primero sea hallado, y como está escrito, mostremos con las obras nuestra fe, para que los más evidentes testimonios de la verdadera fe sean declarados por su testimonio y mostremos la verdad clara no en una disputa vana de palabras, sino en virtud de los signos y en aquello que no puede ser defraudado por el juicio.

 

El hereje no se presenta

3.3. Al escuchar esto, el hereje, avergonzado y constreñido por la vergüenza ante toda la multitud que lo rodeaba, simuló aceptar la condición propuesta en ese momento y prometió que acudiría al día siguiente. Pero al día siguiente, cuando todos los que con más interés habían acudido por la curiosidad de presenciar aquel espectáculo y esperaban, aquel, lleno de miedo al tomar conciencia de su infidelidad, huyó de inmediato, abandonando Egipto por completo. Cuando el bendito Macario, que había esperado hasta la hora novena con el pueblo, vio que él había desistido por causa de su conciencia, tomó a la multitud, que había sido corrompida por aquel, y se dirigió a la sepultura acordada.

 

La costumbre de dar sepultura a sus muertos que tienen los egipcios

3.4. Las inundaciones del río Nilo han obligado a los egipcios a aquella práctica según la cual los muertos son embalsamados con ungüentos aromáticos y colocados luego en pequeñas habitaciones, por encima del nivel del terreno. Porque toda la superficie de esa región se convierte en un inmenso mar durante no poca parte del año, de tal manera que no hay forma de que nadie vaya a ningún sitio si es no en barco. El suelo de esa región, que es siempre muy húmedo, impide la realización de entierros. Pues si en él se han enterrado cadáveres, la excesiva humedad los obliga a salir a la superficie.

 

El diálogo con el muerto resucitado

3.5. Así que, cuando el venerable Macario, se encontró ante un cadáver muy antiguo, dijo: “¡Oh, hombre! Si hubiese llegado aquí conmigo aquel hereje, hijo de la perdición, y estuviera él mismo de pie aquí, y si yo hubiera gritado e invocado el nombre de Cristo mi Dios, di si te habrías levantado en presencia de estas personas, que estaban casi subvertidas por su engaño”. Entonces se levantó y respondió con una palabra de asentimiento. Preguntando el abad Macario qué había sido él en el pasado, en qué época de la humanidad había vivido y si en aquel tiempo había conocido el nombre de Cristo, aquel respondió que había vivido bajo los más antiguos reyes y afirmó que no había oído mencionar el nombre de Cristo en aquellos tiempos.

 

Un portento en beneficio del pueblo de Dios

3.6. Entonces abba Macario dijo: “Duerme en paz con los demás de tu condición, al final de los tiempos serás resucitado por Cristo”. Este poder y gracia suyos tan grandes, que estaban en él, tal vez habrían permanecido siempre ocultos si la necesidad de toda una provincia en peligro, una completa devoción a Cristo y un amor sincero no le hubieran obligado a realizar tal milagro. Ciertamente, no fue una muestra de orgullo, sino de amor a Cristo y al bienestar de todo un pueblo lo que le impulsó a realizarlo, como muestra la lectura del Libro de los Reyes, que también fue el caso del bendito Elías (cf. 1 R 18,38). Él pidió que descendiera fuego del cielo sobre las ofrendas depositadas en la pira, para poder liberar la fe en peligro de todo el pueblo de la astucia de los falsos profetas".

 

Capítulo 4. Sobre el milagro que hizo abba Abraham en los senos de una mujer

 

4. ¿Y por qué no recordar los hechos de abba Abraham[8], que es llamado aploys, es decir, simple, por la sencillez de su conducta y por su inocencia? Él, en los días de Quincuagésima fue a Egipto desde el desierto, para la cosecha. Y una mujer que traía a su bebé, que ya se estaba consumiendo y medio muerto por falta de leche, le suplicó con lágrimas en los ojos; entonces él le dio a beber un vaso de agua que había marcado con la cruz. Y con esa bebida, inmediatamente, de forma asombrosa, sus pezones secos se llenaron de leche, y la abundancia de leche que había quedado completamente seca fluyó copiosamente.

 


[1] Paladio, Historia Lausíaca, 17,11; ed. cit., pp. 76-77; trad, cit., p. 95. Cf. Vogüé, pp. 314-315.

[2] Los hieracitas fueron unos  herejes del siglo III, cuyo líder fue un médico llamado Hieras o Hieracas, natural de Leontópolis en Egipto. Hieras negaba la resurrección de la carne y no admitía más que una resurrección espiritual de las almas.

[3] Historia monachorum in Aegypto, XXVIII,4.1-5; ed. Eva Shulz-Flügel, Tyrannius Rufinus. Historia Monachorum sive De vita sanctorum patrum, Berlin – New York, Walter De Gruyter, 1990, pp. 367-368. Cf. Atanasio de Alejandría, Vida de san Antonio, § 80.1: “… Si todavía ustedes no creen, buscando silogismos (que nacen) de los razonamientos, nosotros como ha dicho nuestro maestro (san Pablo), no demostramos por medio de las palabras persuasivas de la sabiduría pagana (cf. 1 Co 2,4), sino que persuadimos claramente mediante la fe, que precede a los razonamientos artificiosos”.

[4] Apotegma Nau 490 A (PG 34,209-216), trad. en Les sentences des pères du désert. Série des anonymes, Sable-sur Sarthe – Bégrolles-en-Mauges, Abbaye de Bellefonatine – Abbaye de Solesmes, 1985, pp. 174-177 (con el n. 490 B).

[5] Cf. Quatre ermites égyptiens. D’après les fragments coptes de l’Histoire Lausiaque, Bégrolles-en-Mauges, Abbaye de Bellefontaine, 1994, pp. 108-117 (Spiritualité orientale, 60).

[6] «Es conocida la complejidad del problema macariano. Las fuentes hablan abundantemente de dos Macarios contemporáneos, el Alejandrino y el Egipcio, sin que sea siempre posible distinguir lo que le concierne a uno o el otro (cf. Antoine Guillaumont, Le problème des deux Macaire dans les “Apophthegmata Patrum” en Irénikon 48 [1975], pp. 41-59). Aquí nos interesa solo el segundo, de quien Casiano nos dice que fue el primero en establecerse en Escete. Su biografía puede establecerse de la siguiente manera: nació hacia el año 300, siendo de origen modesto, un camellero ocupado en el transporte de nitro (Macario 31). Hacia 330, se retiró a una celda en las afueras de un pueblo del Delta. Rechazó la clericatura y se fue a otra población, donde soportó la calumnia, partiendo después para instalarse en Escete (lugar que sus viajes transportando nitro [o salitre] le habían dado la oportunidad de conocer; cf. Macario 1). Entre 330 y 340 fue a visitar al menos una vez, sino dos, a Antonio (Macario 4 y 27). Hacia 340, tal vez por consejo de Antonio, aceptó ser ordenado sacerdote (Historia Lausíaca, cap. 17), afirmándose como el padre espiritual de los hermanos que se habían reunido en torno suyo. Después de 356 (muerte de Antonio), Sisoes, uno de los más célebres de sus discípulos, deja Escete, ya muy poblado (Sisoes 28): es el fin de la que proponemos llamar “primera generación”. Otros discípulos, siempre más numerosos, tomaron la posta. En 373-375, Macario sufrió el exilio, al igual que su homónimo, por obra del arriano Lucio, a una isla del Delta, donde convirtió a los habitantes (Sócrates, Historia Eclesiástica, 4,23). De regreso a Escete su reputación siguió creciendo; los discípulos seguían afluyendo: le llevaron un paralítico para que lo curara (Macario 15). Poimén de Pispir, antiguo discípulo de Antonio, le imploró una palabra (Macario 25; este Poimén es aquel que menciona Rufino, Historia Eclesiástica, 2,8, y que interviene en el apotegma Antonio 4 y en el apotegma Amún de Nitria 2, y nada tiene que ver con su homónimo del siglo V). Dos jóvenes extranjeros que habían oído hablar de él le manifiestan su deseo de vivir en su proximidad (Macario 33)... Y es recibido con mucha deferencia en el centro monástico de Nitria (Macario 2 y 34). Murió en Escete hacia 390, a la edad de casi 90 años. Tal fue el fundador de Escete, de quien los testimonios subrayan unánimemente la aptitud excepcional para ayudar a los demás. Había recibido, según la Historia Monachorum in Aegypto, el don permanente de la cardiognosis, es decir el conocimiento de las ilusiones que el demonio podía formar en el corazón de los hermanos (PL 21,455 A). Casiano recuerda también su discretio en tres de los cinco episodios que narra sobre él (Instituciones, V,41; Conferencias, VI,12,3; XXIV,13,1-4). Y Paladio añade: desde su juventud monástica había recibido el don de discernimiento; pero como ese don es normalmente una prerrogativa de los ancianos, por eso lo llamaban el paidariogéron, el niño-anciano (Historia Lausíaca, cap. 17)...» (SCh 387, pp. 47-49). Cf. Historia Monachorum in Aegypto, caps. 21 y 23 [del griego], o caps. 28-29 [del latín: PL 21,449 C-455 C]; Historia Lausíaca, cap. 17. Las informaciones de los historiógrafos no son siempre muy confiables (cf. Rufino, Historia Eclesiástica, 2,4; Sócrates, Historia Eclesiástica, 4,23-24; Sozomeno, Historia Eclesiástica, 3,14 y 6,20).

[7] Eunomio de Cízico (+ hacia 394) fue el principal exponente del arrianismo radical en la segunda mitad del siglo IV. Su doctrina presenta la diversidad de naturalezas entre el Padre y el Hijo, haciendo consistir la esencia de la divinidad en la no generación (innascibilidad) del Padre. Cf. José Luis Narvaja, sj, Teología y Piedad en la obra de Eunomio de Cízico, Excerpta ex dissertatione ad doctorandum in theologia et scientiis patristicis, Roma, Pontificia Università Lateranense, Istituto Patristico Augustinianum, 2003.

[8] Nada sabemos a ciencia cierta sobre este Abraham. Cf. Conversazioni, p. 912, nota 9.