Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XV, capítulos 5-7)

Capítulo 5. Sobre la curación de un cojo que obró el mismo [abba Abraham]

 

5. «Cuando [Abraham], yendo en dirección a un pueblo, se vio rodeado por una multitud de burlones que le mostraban con sorna a un hombre que, a causa de una rodilla encogida, llevaba muchos años privado de la capacidad de caminar y se arrastraba a causa de su antigua dolencia; y le decían a abba Abraham: “Si eres siervo de Dios, restáuralo en su antigua salud, para que no creamos que el nombre de Cristo, a quien adoras, es en vano”. Entonces, él, al invocar inmediatamente el nombre de Cristo, se inclinó y tomó el pie seco del hombre y lo estiró. Con su toque, la rodilla seca y encogida se enderezaron de inmediato. Al recuperar la capacidad de caminar que su enfermedad de años le había hecho olvidar, el hombre se marchó feliz».

 

Capítulo 6. Que el mérito de una persona no debe juzgarse por sus milagros

 

Los signos maravillosos son un regalo de Dios

6.1. «Estos hombres, en efecto, no se atribuían el mérito de ser capaces de realizar tales maravillas, porque reconocían que las realizaban no por su mérito propio, sino por la misericordia del Señor, y con las palabras de los apóstoles rechazaban la gloria humana que surgía de la admiración por sus milagros: “Hermanos[1], ¿por qué se maravillan de esto, o por qué nos miran como si hubiéramos hecho caminar a este hombre por nuestro propio poder o santidad[2]?” (Hch 3,12). Consideraban que una persona no debía ser alabada por los dones y maravillas de Dios, sino más bien por los frutos de su propia virtud, que se producen por el esfuerzo de la propia mente y por el poder de obras.

 

El verdadero valor de los milagros

6.2. Porque, como ya se ha dicho antes, por lo general, hombres corrompidos en su mente, réprobos en materia de fe, expulsan demonios en el nombre del Señor y realizan grandes portentos. Sobre estos, cuando los apóstoles hablaban, decían: “Maestro, vimos a uno que, en tu nombre, expulsaba demonios, y se lo prohibimos, porque no está con nosotros” (Lc 9,49). Pero a estos mismos Cristo les respondió en aquel momento: “No se lo impidan; porque quien no está en contra de ustedes, está a favor de ustedes” (Lc 9,50). Sin embargo, al final de los tiempos, a quienes digan: “Señor, Señor, ¿no hemos en tu nombre profetizado, y en tu nombre hemos expulsado demonios, y en tu nombre realizado muchos milagros?” (Mt 7,22), Él les responderá declarando: “Nunca los he conocido. Aparténse de mí, obradores de iniquidad” (Mt 7,23; cf. Sal 6,9).

 

La auténtica alegría de los cristianos

6.3. Por eso les advierte a aquellos a quienes ha concedido la gloria de los signos y de los portentos por su santidad que no deben vanagloriarse a causa de ellos, cuando dice: “No se alegren porque los demonios se les sometan, sino alégrense porque sus nombres estén escritos en los cielos” (Lc 10,20)».

 

Capítulo 7. Que el poder de los carismas no consiste en los milagros, sino en la humildad

 

Solo a Dios pertenece la gloria

7.1. «Finalmente, el mismo autor de todos los signos y prodigios, cuando convocaba sus discípulos a la enseñanza de su doctrina, mostró claramente qué debían aprender de Él en particular sus verdaderos y más cercanos seguidores: “Vengan, dijo, y aprendan de mí” (Mt 11,28), no cómo expulsar demonios con poder celestial, ni cómo limpiar a los leprosos, ni cómo dar la vista a los ciegos, ni cómo resucitar a los muertos. Pues, aunque yo realice estos signos por medio de algunos de mis discípulos, la condición humana no puede hacer suyas las alabanzas de Dios, ni un ministro y siervo puede reclamar para sí parte alguna en esto, cuando la gloria es solo de la divinidad. “Pero ustedes, dice, aprendan esto de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).

 

La excelsa virtud de la humildad

7.2. Porque esto es lo que todos, en general, pueden aprender y practicar; en cambio, las obras de los signos y los prodigios no siempre son necesarios, ni convenientes para todos, ni se conceden a todos. Por lo tanto, la humildad es la maestra de todas las virtudes, es la base más firme de la edificación celestial, y es el don propio y magnífico del Salvador. En efecto, aquel que sigue al manso Señor no por la sublimidad de los signos, sino por la virtud de la paciencia y de la humildad, realizará sin peligro de soberbia todos los milagros que Cristo obró.

 

El mandamiento del amor mutuo

7.3. Puesto que, quienes quieren gobernar a los espíritus inmundos, conceder la salud a los que están languideciendo o mostrar algún signo admirable al pueblo, aunque invoquen el nombre de Cristo en sus ostentaciones, están, sin embargo, lejos a Cristo, porque siguen al Maestro de la humildad con una mente soberbia. Pues incluso cuando estaba retornando a su Padre, redactó, por decirlo así, su testamento, dejándolo a sus discípulos y diciendo: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado, para que también ustedes se amen los unos a los otros” (Jn 13,34), y en seguida añadió: “En esto conocerán todos que son mis discípulos, si se tienen amor los unos con los otros” (Jn 13,35).

 

El peligro de la vanagloria

7.4. No dice: “Si obran signos y prodigios”, sino: “Si se tienen amor los unos con los otros” (Jn 13,35), que es seguro no puede realizarse a menos que sean mansos y humildes. Por eso, nuestros mayores nunca consideraron a los monjes rectos y exentos de la enfermedad de la vanagloria, a quienes se presentan ante los hombres como exorcistas y, rodeados por una multitud maravillada, difaman esa gracia que han merecido o presumen haber merecido.

 

Lo más importante es el amor

7.5. Pero todo esto es en vano. Porque “quien se apoya en mentiras, pastoreará vientos; y este mismo perseguirá pájaros en vuelo” (Pr 12a LXX). Sin duda, le sucederá lo que se dice en los Proverbios: “Así como los vientos, las nubes y también las lluvias son muy evidentes, así, quien se ufana por un regalo falso” (Pr 25,14 LXX). Y por eso, si alguno hace algo de esto delante nuestro, debemos pensar que es digno de alabanza no por sus maravillosos signos, sino por su espléndido comportamiento, y no debemos preguntar si los le demonios le están sometidos, sino si posee la porción de la caridad descrita por el Apóstol (cf. 1 Co 13,4-7)».


[1] Lit.: hombres hermanos.

[2] Lit.: piedad.