Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XVI, capítulos 23-26)

Capítulo 23. Que una persona que se somete a la voluntad de otra es fuerte y sana

 

Un enfermo no debería cuidar a otro enfermo

23. «Por cierto, en general, puede decirse que aquel que tiene más fortaleza es el que somete su voluntad a la voluntad de su hermano, en comparación con aquel que es más obstinado en defender y aferrarse a sus propias opiniones. Porque el primero, al soportar y tolerar a su prójimo, se ubica entre las personas fuertes y valientes, mientras que el segundo está en la posición de alguien débil y enfermizo, a quien hay que halagar y persuadir de tal manera que, en ocasiones, es bueno ser condescendiente, incluso en lo que respecta a cosas necesarias, en aras de su tranquilidad y paz. En esto, sin duda, no debe creer que su perfección se vea en absoluto disminuida, aunque al ceder haya mitigado en cierta medida su prefijado rigor. Por el contrario, debe darse cuenta de que ha ganado mucho más con su tolerancia y su paciencia. Porque el precepto apostólico dice: “Ustedes que son fuertes, soporten las debilidades de los débiles” (cf. Rm 15,1). Y: “Lleven las cargas los unos de los otros, y así cumplirán la ley de Cristo” (Ga 6,2). En realidad, el débil nunca podrá sostener a otro débil, ni puede tolerar o cuidar al que padece, que también está enfermo como él, sino que, al contrario, aquel que ofrece la curación al enfermo no padece la misma enfermedad que él. De otra forma sería razonable decirle: “Médico, cúrate a ti mismo” (Lc 4,23)».

 

Capítulo 24. Que los débiles injurian a otros, pero no pueden soportar la injuria de otros

 

24. «También es digno de notar que la naturaleza de los débiles es siempre así: son rápidos y fáciles para insultar y ofender, pero ellos mismos no están dispuestos a soportar el más mínimo maltrato, y aunque mantienen discusiones violentas y se suben al pedestal sin temor alguno por las consecuencias, no están dispuestos a soportar cosas pequeñas y, de hecho, muy insignificantes. Por lo tanto, según la opinión antes mencionada de los ancianos, un amor estable e inquebrantable no puede perdurar excepto entre hombres de la misma virtud y propósito. Porque está destinado a quebrarse en algún momento, por mucho cuidado con que lo mantenga una de las personas involucradas».

 

Capítulo 25. Pregunta: ¿cómo puede ser fuerte una persona que no siempre soporta al débil?

 

25. Germán: “¿En qué, pues, puede ser digna de alabanza la paciencia del hombre perfecto, si no puede soportar siempre al débil?”.

 

Capítulo 26. Respuesta: es el débil quien no permite que lo soporten

 

La virtud de la paciencia

26.1. José: «No he dicho que se debe vencer la virtud y la paciencia de quien es fuerte y robusto, sino que la pésima condición del débil, incluso con el apoyo generoso de quien está sano, empeorando cada día, provocará tales disturbios que no podrá ser soportada de ninguna manera. Sin embargo, pudiendo advertir la paciencia del prójimo y la deformidad de su impaciencia, preferirá irse en lugar de sentirse soportado por la magnanimidad del otro[1].

 

Anhelar siempre la paz y la comunión fraterna

26.2. Por tanto, creemos que esto debe ser observado con especial cuidado por parte de todos aquellos que desean proteger el inviolable afecto de la comunidad, de modo que, en cuanto el monje sea provocado por cualquier agresión, no solo calme sus labios, sino también lo profundo de su corazón; aunque sienta que esa perturbación ha sido leve o superficial, que se contenga en su silencio y observe cuidadosamente aquello que el Salmista recuerda: “Estaba turbado, y no hablé” (Sal 77 [78],5); y: “Dije: ‘Custodiaré mis caminos, para no pecar con mi lengua. Puse una custodia a mi boca cuando el pecador me enfrentó. Quedé mudo, me humillé, no hablé de cosas buenas’ (Sal 49 [40],2-3)”. Teniendo presentes estas condiciones, que no exprese aquello que la furia turbulenta le sugiere y que dictamina un ánimo exasperado, sino que recapacite sobre la gracia del amor pasado y dirija su corazón a la restauración de la paz, y la contemple como algo que posiblemente volverá incluso en medio de la agitación del momento.

 

Ante todo, la misericordia

26.3. Y al prever para sí mismo la dulzura de la futura concordia, no sentirá la amargura de la disputa presente, y así responderá de tal manera que, una vez restaurada la caridad, no podrá culparse a sí mismo ni ser considerado culpable por otro. Y de esta forma cumplirá la palabra del profeta: “En la ira recordarás la misericordia” (Ha 3,2)».


[1] Para este apartado, de no fácil traducción, sigo la versión del Prof. Alciati (Conversazioni, p. 967).