Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XVI, capítulos 27-28)

Capítulo 27. Cómo debe contenerse la ira

 

Tenemos que evitar que la ira se adueñe de nosotros

27.1. «Por lo tanto, es necesario que todos nosotros controlemos y moderemos los movimientos impulsivos de la ira con el discernimiento, para que, por una furia imprudente, no nos precipitemos en aquel exceso que Salomón condena: “El impío manifiesta toda su ira, mientras que el sabio la dispensa gradualmente” (Pr 29,11); es decir: el necio, por su perturbación[1], se enciende en venganza de su ira, en cambio, el sabio la atenúa y la expulsa gradualmente con madura deliberación y con moderación.

 

Disolver la ira con la mansedumbre y la paciencia

27.2. Es también aquello que se nos dice por el Apóstol: “No se venguen ustedes mismos, amados, sino dejen lugar a la Cólera[2]” (Rm 12,19); es decir: de ninguna manera, acudan a la venganza movidos por la cólera, sino den lugar a la ira. Esto es: que sus corazones no se encuentren constreñidos por la impaciencia y la pusilanimidad, de modo que no puedan soportar la tempestad de la conmoción violenta, cuando llegue; sino que se dilaten sus corazones, recibiendo las ondas adversas de la ira en aquellas extensas ensenadas de la caridad, que todo lo tolera, todo lo soporta (cf. 1 Co 13,7). Y así la mente de ustedes, dilatada por la longanimidad y la paciencia, mantenga en sí misma los saludables lugares apartados del consejo, en los cuales, recibido y de alguna manera disperso, el humo más horrible de la ira se disuelva inmediatamente.

 

No alimentemos las discordias

27.3. O bien debe entenderse de otro modo: dejamos lugar a la ira (cf. Rm 12,19) siempre que, en momentos de agitación ajena, cedemos con humildad y calma, y en cierto modo, admitiendo que, de alguna manera, somos merecedores del maltrato, y sucumbimos a su feroz impaciencia. Pero aquellos que tergiversan el significado de la perfección apostólica hasta el punto de pensar que las personas que se alejan de la persona enfadada están dando lugar a la ira, me parece que no están cortando, sino más bien alimentando la raíz de la discordia.

 

Debemos aprender a pedir perdón

27.4. Porque, si la ira del prójimo no es vencida inmediatamente con una satisfacción humilde, más bien se la provoca huyendo en lugar de evitarla. También esto es similar a lo que dice Salomón: “No te apresures en tu espíritu a enojarte, porque el enojo reposa en el seno de los insensatos” (Qo 7,9 LXX); y: “No corras rápidamente a una disputa, no sea que finalmente te arrepientas” (Pr 25,8 LXX). Cuando condena la precipitación para las peleas y la ira, no lo hace de tal manera que apruebe la tardanza [para caer] en ellas. Del mismo modo, hay que prestar atención a lo que sigue: “El necio manifiesta su ira en seguida, pero el astuto oculta su propia ignominia” (Pr 12,16 LXX).

 

Dilatar nuestro corazón para vencer la ira

27.5. Los sabios, en efecto, no deben ocultar la pasión vergonzosa de la ira, de modo que, condenando la rapidez de la ira, sucesivamente no sea prohibida, porque esta irrumpirá con furia necesariamente a causa de la debilidad humana; pero debe ocultarse, de modo que, mientras está contenida con sabiduría, después pueda ser destruida para siempre. Porque la naturaleza de la ira es tal que, cuando se controla[3], se debilita y perece, pero cuando se manifiesta abiertamente, se enciende cada vez más. Por consiguiente, nuestro corazón debe agrandarse y expandirse, para que, al estar confinado dentro de los estrechos límites de la pusilanimidad, no se llene por completo de las turbulentas emociones de la ira y no seamos capaces ni de recibir en nuestros corazones estrechos, en palabras del profeta, el mandato extremadamente amplio de Dios, ni de decir con el profeta: “El camino de tus mandamientos he recorrido cuando has ensanchado mi corazón” (Sal 118 [119],32).

 

Sabiduría y prudencia

27.6. Que la longanimidad es señal de sabiduría nos lo enseñan los testimonios más evidentes de las Escrituras: “El hombre longánime es grande en la prudencia, y el pusilánime es muy insensato” (Pr 14,29 LXX). Por eso, la Escritura menciona a aquel que solicitó laudablemente del Señor el don de la sabiduría: “Y Dios le concedió a Salomón sabiduría y prudencia muy grandes, además de una gran amplitud de corazón, incalculable como la arena del mar” (1 R 5,9)».

 

Capítulo 28. Que las amistades basadas en la conspiración no pueden ser duraderas

 

Conclusión de la conferencia

28. «También ha sido comprobado en muchas experiencias que, en modo alguno, aquellos que han establecido desde un principio un pacto de amistad sobre la base de un juramento, han podido mantener una concordia ininterrumpida, ya sea porque esta no se busca por deseo de perfección ni por imperio de la caridad apostólica, sino por amor terreno, por necesidad y vínculo del pacto que intentan retener; o porque aquel enemigo astutísimo, para hacer que sean traidores de su causa, precipita más rápidamente la ruptura de los lazos de amistad. Por ello, la opinión de los hombres más prudentes es la más segura: que la verdadera concordia y la unión indisoluble no pueden sostenerse sino entre hombres irreprensibles, con una misma virtud y propósito».

Esto fue lo que el beato José, en un discurso espiritual, explicó sobre la amistad, y nos despertó con mayor ardor a guardar la caridad perpetua de la fraternidad[4].

 


[1] Lit.: en el calor de su ira (ultionem sui irae).

[2] La cólera divina que se reserva el castigo del pecado.

[3] Lit.: dilatata, con el sentido de dilatar, diferir. Cf. Blaise, p. 273.

[4] Solidatatis: amistad, camaradería.