Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XVI, capítulos 6-7)

Capítulo 6. De qué manera puede mantenerse una unión inviolable

 

Casiano se hace eco de una enseñanza fundamental del monacato cristiano, ya firmemente asentada por la enseñanza de san Antonio abad, y transmitida en la Vita Antonii:

«Por esto, entonces, [Antonio] no recordaba el tiempo transcurrido, sino que cada día, como si empezara la ascesis, se esforzaba más por progresar, diciendo continuamente la palabra de san Pablo: Olvidándome de lo que queda atrás, tiendo a lo que está delante[1].

Y establecido siempre en el servicio voluntario, como en sus comienzos, incitaba el deseo hacia el progreso en el temor de Dios. Y, queriendo aumentar los méritos pasados con los nuevos, recordaba las palabras del doctor ya mencionado, el que dijo: “Olvidando el pasado y fortaleciéndose para el futuro”»[2].

El mensaje es claro: vivir día a día (cf. Mt 6,34), mirando siempre hacia delante, como si hoy fuera el primer día, conforme a la enseñanza del apóstol Pablo (Ef 3,13). Es decir, no medir el tiempo pasado; iniciar cada día el camino como si fuera el primero.

Este tema está unido a la firme esperanza en la promesa de la vida eterna:

«Nuestro esfuerzo común ha de ser éste: no ceder un poco después de haber comenzado, ni perder el ánimo en los esfuerzos, ni decir: “Llevamos mucho tiempo practicando la ascesis”; antes bien, cada día, como si comenzáramos, aumentemos nuestro fervor.

Que este sea el primer mandamiento para todos en común, que nadie flaquee en el vigor del propósito abrazado, sino que siempre debe aumentar como un principiante lo que ha comenzado, especialmente porque los tiempos de la vida humana son muy cortos comparados con la eternidad»[3].

 

Primer y segundo fundamento

6.1. «Por lo tanto, los primeros fundamentos de una verdadera amistad residen en el desprecio por los bienes materiales del mundo y de todas las cosas que poseemos. En verdad, es sumamente injusto e impío que, después de haber renunciado a la vanidad del mundo y de todo lo que en él hay, se prefieran aquellos objetos sin ningún valor que todavía nos quedan al preciosímo afecto del hermano. El segundo fundamento es que cada uno recorte así sus voluntades propias, para no considerarse sabio y prudente, y obedecer las disposiciones de su prójimo en lugar de las propias.

 

Los restantes fundamentos

6.2. El tercer fundamento es posponer todas las cosas, incluso aquellas que considera útiles y necesarias, por el bien de la caridad y la paz. El cuarto, consiste en no ceder a la ira ni por causas justas ni por injustas. La quinta es que debe desear calmar la ira que un hermano pueda haber concebido contra él, aunque sea infundada, igual que lo haría con la suya propia, sabiendo que la molestia ajena será tan peligrosa para él como si él mismo estuviera movido contra otro, si no la ha expulsado, en la medida de lo posible, de la mente de su hermano. El último fundamento, no hay duda que es aquel decisivo para todos los vicios en general. Es decir, creer cada día que estamos a punto de dejar este mundo.

 

La envidia destruye la caridad

6.3. Esta certeza no solo permite que ninguna tristeza permanezca en el corazón, sino que también reprime la multitud de movimientos de las concupiscencias y de todos los pecados. Por lo tanto, cualquiera que obtenga esta firmeza no podrá ni soportar ni infligir la amargura de la ira y la discordia. Pero tan pronto cesan estas cosas, el que es envidioso de la caridad, lentamente va vertiendo en los corazones de los amigos el veneno de tristeza; entonces, es inevitable que, a través de frecuentes disputas, el amor se enfriará y, tarde o temprano, los corazones de quienes se quieren se exasperarán hasta separarse.

 

El camino de la unidad entre amigos

6.4. El que toma el camino que se ha mencionado antes, ¿cómo podrá discordar con su amigo, ya que elimina por completo la causa subyacente de las disputas, que suelen ser ocasionadas por las cosas más insignificantes y los asuntos más despreciables, y no reclama nada para sí? De este modo, observa con todas sus fuerzas lo que leemos en los Hechos de los Apóstoles sobre la unidad de los creyentes: “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma, y ninguno de ellos decía que lo que poseía era suyo, sino que todas las cosas eran comunes entre ellos” (Hch 4,32) ¿Y cómo germinarán las semillas de la disensión en una persona que sigue la voluntad de su hermano antes que la suya propia y que se ha convertido en imitador de su Señor y Creador, que dijo, hablando en la persona del hombre en el que se manifestó[4]: “No he venido para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn 6,38)?

 

Un solo Pastor y un solo rebaño

6.5. ¿Cómo logrará suscitar algún motivo de disputa, aquel que ha decidido, basándose en su conocimiento y entendimiento, confiar no tanto en su propia decisión cuánto en el juicio de su hermano, de acuerdo con su voluntad aprobando o desaprobando sus propias decisiones, cumpliendo así con corazón devoto y humilde las palabras evangélicas: “No como yo quiero, sino como quieras tú” (Mt 26,39)? ¿O cómo va a permitir que algo provoque a su hermano, si no considera nada más precioso que el bien de la paz, sin olvidar aquellas palabras del Señor: “En esto conocerán todos que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (Jn 13,35)? Fue por este signo particular por lo que Cristo quiso que su rebaño de ovejas fuera reconocido en este mundo, y por esta característica, por así decirlo, se distinguiera de todos los demás.

 

No se puede orar si estamos airados contra nuestros hermanos

6.6. ¿Y cómo alguien dejará que un rencor molesto lo agobie o que resida en otra persona si su principio rector es que no puede haber razón justa para la ira, que es perversa e inadmisible, y que, asimismo, cuando un hermano se enoja contra él, al igual que cuando él mismo se enoja contra su hermano, no puede orar? Porque siempre retiene en su corazón aquella sentencia del Señor, nuestro humilde Salvador: “Si presentas tu ofrenda en el altar y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí en el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces ven y ofrece tu ofrenda” (Mt 5,23-24).

 

La preocupación por el prójimo

6.7. Porque nada aprovechará que afirmes no enojarte y creas que con esto cumples el precepto que dice: “Que el sol no se ponga sobre tu ira” (Ef 4,26); y: “El que se enoja contra su hermano será reo en el juicio” (Mt 5,22); mientras que un corazón contumaz desprecias la tristeza de otro que, con tu mansedumbre, podrías haber mitigado. Pues de la misma manera serás castigado por la transgresión del precepto del Señor. Porque aquel que dijo que no debes enojarte contra otro, también dijo que no debes despreciar la tristeza del prójimo, ya que, ante Dios, “que quiere que todos los hombres se salven” (1 Tm 2,4), lo que cuenta es si tú o algún otro se pierde.

 

El último y más importante fundamento

6.8. En verdad, uno solo es el perjuicio que procede de la ruina de alguien, como así también una sola es la ganancia que obtiene con tu muerte o con aquella del hermano quien se complace en la ruina de todos. ¿Cómo podrá, en definitiva, retener una tristeza leve contra un hermano, quien cree que cada día, o incluso continuamente, se irá de este mundo?».

 

Capítulo 7. Que nada debe preferirse al amor, y nada debe ser más rechazado que la ira

 

7. «Así pues, de la misma manera que nada debe anteponerse a la caridad, nada ser más rechazado que la furia o la ira. Pues todas las cosas, aunque parezcan útiles y necesarias, deben ser despreciadas para evitar la perturbación de la ira; y del mismo modo todas las cosas, incluso las que parecen adversas, deben ser aceptadas y toleradas, para que la tranquilidad del amor y la paz se mantengan intactas, ya que no hay nada más dañino que la ira y la tristeza, ni nada más útil que la caridad».


[1] Flp 3,13.

[2] Vida de san Antonio, § 7.11. El texto en negrita corresponde a la versión del original griego, y el que está en cursiva es la traducción de la versión latina de Evagrio de Antioquía; trad. de ambos pasajes en: San Atanasio de Alejandría. Vida de San Antonio, Munro, Surco Digital, 2023, pp. 140-141.

[3] Vida de san Antonio, § 16.3; trad. cit., pp. 209-210.

[4] Ex persona hominis quem gerebat (lit.: por la persona del hombre que llevaba). En su Tratado sobre los Salmos, 54,2, san Hilario de Poitiers (+ 367) utiliza la expresión: ex persona hominis, para afirmar la encarnación del Verbo (SCh 565, p. 154); y en la explicación del Salmo 53,5 recurre a una forma similar: ex persona formae servilis (SCh 545, p. 124). Cf. Conversazioni, pp. 940-941, nota 12.