Capítulo 10. Nuestra pregunta sobre el temor por el voto que se hizo en el cenobio de Siria[1]
10. Germán: «En lo que se refiere a nuestro deseo, impulsado por el bien espiritual, deseábamos ser edificados por la constante compañía de ustedes. En efecto, si volvemos a nuestra comunidad, no solo nos apartaremos de tan elevado propósito, sino que también, por la mediocridad de ese modo de vida, sin duda, sufriríamos muchos daños. Pero el mandamiento del Evangelio nos amedrenta terriblemente: “Que su hablar sea sí, sí, no, no. Todo lo que sea más que esto proviene del Maligno” (Mt 5,37). Creemos que ninguna justicia puede compensar tan grave transgresión del precepto, y que lo que una vez ha sido mal comenzado no puede salir bien al final».
Capítulo 11. Respuesta: se debe considerar la intención del que actúa más que los efectos de las acciones
11. José: «En todas las decisiones, como ya hemos mencionado, no se debe considerar el resultado de la acción, sino la voluntad del que la realiza; ni considerar lo qué se hizo, sino con qué intención se ha hecho. Así, encontramos algunos que han sido condenados por hechos de los cuales posteriormente surgió un bien; y viceversa, otros han alcanzado la más alta rectitud mediante acciones censurables. Y tampoco ha sido de ninguna utilidad el resultado beneficioso para la persona que, habiendo iniciado una acción con mala intención, no deseaba realizar el bien que se produjo, sino algo diferente; ni ha sido perjudicial un comienzo censurable para la persona que aceptó la necesidad de un comienzo defectuoso, no por desdén hacia Dios o con la intención de hacer el mal, sino por el bien de un fin necesario y santo».
Capítulo 12. Que los buenos resultados no benefician a quienes han obrado mal, ni las malas acciones perjudican a los buenos
El lamentable caso del traidor Judas
12.1. «Y para aclarar esto mismo con ejemplos de las sacras Escrituras, ¿qué remedio saludable y qué utilidad más provechosa pudo ofrecerse a todo el mundo que la salvación por la pasión del Señor? Sin embargo, no solo no fue en vano, sino que incluso le perjudicó tanto al traidor cuya acción se consideraba cumplida, como lo prueba lo que fue dicho en su contra: “Hubiera sido bueno para aquel hombre no haber nacido” (Mt 26,24). Porque el fruto de su obra no le fue recompensado de acuerdo con lo que resultó, sino de acuerdo con lo que él quería hacer y creía que iba a lograr.
“El crimen de la avaricia”
12.2. ¿Y qué hay más criminal que el engaño y la mentira, incluso hacia un extranjero, y aún más, hacia un hermano, el padre? Sin embargo, no solo no le causó ninguna condena o reproche al patriarca Jacob, sino que además fue enriquecido con la herencia de la bendición eterna (cf. Gn 27). Y no sin razón, porque él también deseó la bendición del primogénito no por la avaricia del beneficio presente, sino por la fe de la santificación perpetua. En cambio, Judas no entregó al Salvador de todos no por la salvación del género humano, sino por el crimen de la avaricia (filargyriae).
El engaño del patriarca Jacob
12.3. Y por eso, a ambos les corresponde, de acuerdo con la intención de su mente y el propósito de su voluntad, recoger los frutos de su obra, pues ni aquel busca la estafa ni este busca la salvación. Porque la verdadera recompensa se considera justamente en base a lo que principalmente se ha concebido en la mente, no en lo que, en consecuencia, haya surgido de allí, ya sea para bien o para mal, contra la voluntad del que actúa. Por eso el justísimo juez evalúa que es excusable, incluso encomiable, el temerario engaño, porque sin este no se podría alcanzar la bendición de los primogénitos, ni debió ser llamado a la culpa aquello que surgió del deseo de bendición.
Una nueva pregunta
12.4. De lo contrario, no solo habría sido injusto el patriarca mencionado anteriormente con el hermano, sino que también habría engañado al padre y sería un sacrílego, si, teniendo otra vía para alcanzar la gracia de aquella bendición hubiera preferido buscarla, en lugar de buscar aquello que sería dañino y nocivo para su hermano. Por tanto, ven que ante Dios no se examina el resultado de la acción, sino la intención del corazón[2]. Y, teniendo esto en cuenta, para volver a la cuestión propuesta por la cual se ha mencionado todo lo anterior, quisiera que primero me respondieran: ¿por qué motivo se vincularon con los lazos del compromiso a aquella promesa?».
Capítulo 13. Nuestra respuesta, sobre por qué se nos exigió un voto
13. Germán: “Como ya lo he mencionado, la primera razón es que temíamos entristecer a nuestros ancianos y oponernos a sus preceptos. La segunda es que estábamos inconsideradamente convencidos de que, si hubiéramos recibido algo perfecto o excelente de ustedes, por lo visto y oído, que habríamos podido ponerlo en práctica cuando hubiéramos regresado al cenobio”.
Capítulo 14. El discurso del anciano: sobre que el orden del obrar de alguien puede alterarse sin culpa, siempre que se mantenga la intención de un buen deseo
Un juicio deficiente
14.1. José: «Como ya he dicho, la intención de la mente será o recompensar al hombre o condenarlo, según aquello [que está escrito]: “Sus pensamientos contrapuestos los acusan o incluso defienden, en el día en que Dios juzgará las acciones secretas de los hombres” (Rm 2,15-16); y también: “Yo, en cambio, vengo para reunir sus obras y pensamientos con todas las naciones y las lenguas” (Is 66,18 LXX). Por lo tanto, tal y como yo lo veo, se han atado con las cadenas de este juramento por su deseo de perfección, en la medida en que creían que así podría alcanzarse, mientras que ahora, tras una reflexión más profunda, se dan cuenta de que a sus alturas no se puede ascender de este modo.
La decisión “por amor a Dios”
14.2. Por consiguiente, cualquier cosa que discrepe de aquella disposición no perjudica lo que pueda parecer que ha sucedido, siempre y cuando no se produzca ningún cambio en la intención principal. Porque cambiar una herramienta no es lo mismo que abandonar un proyecto, ni elegir un camino más corto y directo demuestra que un viajero sea perezoso. Del mismo modo, entonces, la corrección de una decisión impróvida no debe juzgarse como si fuera una transgresión de un voto espiritual. Porque todo lo que se hace por amor a Dios o por amor a la devoción, que “contiene la promesa de la vida presente y futura” (1 Tm 4,8), no solo no es censurable, sino también muy loable, aunque parezca haber tenido un comienzo difícil y adverso.
El “scopos”: la pureza de corazón
14.3. Por consiguiente, el incumplimiento de una promesa irreflexiva es inofensivo si en todos los casos se mantiene el scopos, es decir, el objetivo de piedad propuesto. Porque hacemos todo lo posible para poder presentar a Dios un corazón puro. Si ustedes consideran que esto es más fácil de lograr en este lugar, la alteración de la promesa que les fue arrancada no los perjudicará, siempre y cuando la perfección de la pureza, que es primordial y por la que hicieron su promesa, se obtenga más rápidamente de acuerdo con la voluntad del Señor».
[1] La utilización de esta denominación, que puede causar extrañeza a un lector contemporáneo, se explica por la división en provincias del Imperio romano, como lo indica el mapa que incluimos.
[2] Lit.: el fin de la mente.
