Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XVII, capítulos 15-17)

Capítulo 15. Pregunta: ¿sobre si es pecaminoso que nuestro conocimiento ofrezca una ocasión de escándalo a los débiles?

 

15. Germán: «En lo que respecta a la fuerza de las palabras -que fueron sopesadas de forma razonable y cuidadosa-, podríamos haber superado el escrúpulo sobre nuestra promesa sin ninguna dificultad, excepto que nos asusta terriblemente el hecho de que estos ejemplos parecen ofrecer una excusa para mentir a las personas más débiles si alguna vez descubren que se puede romper legítimamente una promesa, sobre todo porque esto mismo lo prohíbe el profeta con un lenguaje tan amenazador cuando dice: “Destruirás a todos los que hablan mentira” (Sal 5,7). Y: “La boca que miente mata el alma” (Sb 1,11)».

 

Capítulo 16. Respuesta: que la verdad de las Escrituras no debe ser alterada por el escándalo que esto pueda causar a los débiles

 

Atenerse a las enseñanzas de las Sagradas Escrituras contra viento y marea

16.1. José: «Las ocasiones y las causas de la perdición de aquellos que están a punto de perecer, o más aún, que desean morir, no pueden faltar. Porque no deben ser desechados los testimonios de las Escrituras ni erradicados de su cuerpo de manera absoluta, con lo cual ya sea la perversidad de los herejes se alimenta, o la infidelidad de los judíos se endurece, o el orgullo de la sabiduría pagana ofende. Por el contrario, [esos testimonios] deben ser creídos piadosamente, mantenidos firmemente y predicados según la regla de la verdad.

 

Sostener sin vacilaciones la economía salvífica que nos enseña la Escritura santa

16.2. Por eso no debemos, bajo el pretexto de la infidelidad ajena, rechazar la economía[1], es decir, las dispensaciones de los profetas y santos que la Escritura menciona. No sea que, al creer que debemos condescender a sus debilidades, no solo nos manchemos con el crimen de la mentira, sino también con el de sacrilegio. En cambio, como hemos dicho, debemos confesar estas dispensaciones como históricamente verdaderas y explicar piadosamente cómo se llevaron a cabo.

 

Distorsionar el testimonio de las Escrituras no es la senda por la que debemos transitar

16.3. Por tanto, aquello en lo que los malintencionados están empeñados, no será impedido por esta vía de mentir, si intentamos negar completamente o disminuir con interpretaciones alegóricas la verdad de las cosas que vamos a divulgar o que hemos divulgado. Puesto que, ¿qué daño les hará a aquellos la autoridad de estos testimonios, a quienes incluso la simple corrupción de la voluntad basta para pecar?».

 

Capítulo 17. Que las personas santas han hecho buen uso de la mentira como si fuera eléboro

 

La mentira de Rahab

17.1. «Es necesario considerar y utilizar la mentira como se haría con el eléboro[2]. Ante una amenaza de enfermedad mortal, este remedio salva. Fuera de este peligro extremo, causa la muerte de inmediato. Los santos, varones muy gratos a Dios, se sirvieron útilmente de la mentira; y al hacer esto, lejos de caer en pecado, llegaron a la más eminente justicia. Pero si la falacia les pudo conceder la gloria, ¿la verdad, por el contrario, no les habría provocado la condenación? Tal fue el caso de Rahab. La Escritura no recuerda de ella ninguna virtud, sino solo su impudicia. Sin embargo, por su mentira ocultó a los espías de Josué, en vez de entregarlos; y por esto no solo mereció ser agregada al pueblo de Dios, con una bendición eterna (cf. Jos 2,1-21; 6,17-25).

 

La verdad que le valió la condenación eterna a Dalila

17.2. Ahora bien, si hubiera preferido decir la verdad para proveer a la salvación de sus conciudadanos, no hay duda alguna que ella no habría escapado, con toda su casa, de la muerte inminente. Tampoco habría merecido ser insertada entre aquellos que son responsables del nacimiento del Señor; ni hubiera sido enumerada en la lista de los patriarcas, ni hubiera merecido generar, por medio de las generaciones salidas de su seno, al Salvador de todos (cf. Mt 1,5). Miren también a Dalila. Ella optó por los intereses de sus conciudadanos, reveló la verdad que había logrado conocer, y su suerte fue la perdición eterna, y no dejó a todos más que el recuerdo de su crimen (cf. Jc 16,4-21).

 

El ejemplo del eléboro

17.3. Por tanto, cuando es grave el peligro si se dice la verdad, hay que resignarse a recurrir a la mentira, sintiendo en lo íntimo de la conciencia un saludable remordimiento. Pero, poniendo a parte este caso de extrema necesidad, evitemos por completo la mentira como un veneno mortal. Ya lo hemos dicho respecto a la infusión del eléboro: saludable cuando se toma frente a una enfermedad sin esperanza y mortal si la salud del cuerpo es plena e imperturbable, pues tiende a adueñarse peligrosamente de las fuerzas vitales.

 

Lo que nos enseñan los textos bíblicos

17.4. Se trata evidentemente de lo que se ha afirmado sobre Rahab de Jericó y el patriarca Jacob: aquella no habría escapado de la muerte y este no habría conseguido la bendición [destinada] al primogénito sin recurrir a aquel remedio. Dios, en efecto, no examina y juzga solo nuestras palabras y nuestros actos, sino también nuestro propósito y nuestra finalidad.

 

La mentira de Jacob

17.5. Si Dios ve a una persona hacer o prometer algo para obtener la salvación eterna y la contemplación divina, aunque sea algo duro e injusto, sin embargo, escrutando la íntima devoción del corazón, Él mira la intención de la voluntad y no al sonido de las palabras. Porque es la finalidad de la acción y la disposición de quien obra lo que debe ser tenido en cuenta, según lo que ya se ha dicho. Por ende, una persona puede ser justificada incluso cuando miente; mientras que otra, diciendo la verdad, puede cometer un pecado que conduce a la muerte eterna. Es también con este fin que el patriarca Jacob no temió simular un cuerpo velludo del hermano revistiendo de pelos, adecuándose laudablemente a la orden de la madre que lo exhortaba a mentir (cf. Gn 27).

 

Los frutos de la bendición obtenida con simulación

17.6. Jacob pensaba que obtendría mayores beneficios de bendición y justicia que aquellos que habría conseguido si se hubiera atenido a observar la sinceridad. Estaba seguro que la mancha de aquella mentira sería rápidamente lavada una vez que, por la inundación de la bendición paterna, y, cual una pequeña nube, sería prontamente removida por el soplo del Espíritu Santo. Pues gracias a esta rebuscada simulación habría conseguido una más copiosa ventaja que no diciendo la verdad».


[1] Lit.: oikonomias (en griego en el texto), es decir la economía divina, el plan de salvación.

[2] Esta planta en sus dos variantes, blanco y negro, era considerada una planta medicinal en la antigüedad, tanto en las obras de farmacología como de terapéutica. Aunque sus raíces son muy tóxicas y se desconoce cuál sea la dosis exacta para evitar la muerte del paciente, los médicos antiguos la prescribían para un amplio espectro de enfermedades: parálisis, epilepsia, vértigos, tétano, gota, hidropesía, etc. Se pensaba que su ingesta permitía eliminar los tumores nocivos que infectaban el cerebro, por medio de vómitos, fuerte diuresis y diarreas (Conversazioni, pp. 998-999, nota 14).