Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Conferencia XVII, capítulos 21-24)

Capítulo 21. Si la abstinencia oculta de alguien debe ser divulgada sin mentir a quienes preguntan, y si lo que, en alguna ocasión, ha sido rechazado debe ser aceptado

 

Una pregunta incómoda

21.1. «Ahora presentemos también algunos ejemplos de nuestras necesidades inevitables y casi diarias, contra las que nunca podemos protegernos, por muy cuidadosos que seamos, de tal manera que no nos veamos obligados a satisfacerlas, queramos o no. ¿Qué, pregunto, debemos hacer cuando hemos decidido posponer nuestra refección y un hermano que llega al anochecer nos pregunta si hemos comido? ¿Debemos ocultar nuestro ayuno y nuestra virtuosa frugalidad, o debemos revelarlo diciendo la verdad?

 

¿Cómo debemos proceder?

21.2. Supongamos que lo ocultamos para cumplir el mandato del Señor, que dice: “Cuando ayunes, no te dejes ver por los hombres, sino por tu Padre, que está en lo escondido” (Mt 6,18). Y también: “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha” (Mt 6,3). Entonces, sin duda, estaríamos mintiendo. Pero si hacemos pública nuestra virtuosa abstinencia, las palabras del Evangelio nos intimidarían con razón: “En verdad les digo que ya han recibido su recompensa” (Mt 6,2).

 

¿Qué hacer ante el hermano que nos invita a un refrigerio?

21.3. ¿Qué pasa si alguien ha rechazado rotundamente una bebida que le ha ofrecido un hermano, negándose por completo a aceptar lo que él, contento de su llegada, le ruega humildemente que reciba? ¿Es correcto que se someta, aunque sea con esfuerzo, al hermano que se ha arrodillado y se ha postrado en el suelo, y que cree que solo puede actuar con amor prestándole este servicio, o debe perseverar en la obstinación de su palabra y su intención?».

 

Capítulo 22. Objeción: que está bien ocultar la abstinencia, pero que lo que una vez ha sido rechazado no debe ser aceptado

 

22. Germán: “En el primer ejemplo, no hay duda de que, como pensamos, es mejor que nuestra abstinencia permanezca oculta que revelarla a quienes nos preguntan, y admitimos también que una mentira por razones de este tipo es inevitable. En el segundo caso, sin embargo, no nos vemos obligados a mentir; en primer lugar, porque podemos rechazar lo que nos ofrece el ministerio de nuestro hermano, no estando vinculados por las restricciones de una promesa; y, en segundo lugar, porque, una vez que hemos rechazado, podemos mantener nuestra resolución firme”.

 

Capítulo 23. Respuesta: la obstinación con respecto a esta decisión es irrazonable

 

Necesidad de no revelar la propia abstinencia

23. José: «No hay duda de que estas distinciones se hicieron en aquellos monasterios en los que, como ustedes dicen, se dieron los primeros pasos de su renuncia. Sus guías tienen la costumbre de anteponer su propia voluntad a las comidas de sus hermanos, y persiguen obstinadamente lo que una vez han concebido en sus corazones. En cambio, nuestros ancianos, cuya fe ha sido atestiguada por los signos de las virtudes apostólicas y que hacen todo de acuerdo con el juicio y la discreción del Espíritu, en lugar de seguir rígidamente la obstinación su propia mente, han determinado que aquellos que se adaptan a las debilidades de los demás obtienen mayores frutos que aquellos que se aferran a sus propias decisiones, y han declarado que es más sublimemente virtuoso ocultar la propia abstinencia mediante esta mentira necesaria y humilde, como se ha dicho, que revelarla indicando con orgullo la verdad».

 

Capítulo 24. Cómo abba Piamun decidió ocultar su abstinencia

 

Los ancianos monjes ocultaban sus virtudes

24.1. «Está también abba Piamun, quien, después de veinticinco años, sin dudarlo tomó unas uvas y vino que le ofreció cierto hermano y, en contra de su costumbre, prefirió probar de inmediato lo que le habían traído en vez de dar a conocer la virtud de su abstinencia, que nadie conocía. Porque si también queremos considerar lo que recordamos que nuestros mayores solían hacer sin hesitación, o sea que habitualmente ocultaban bajo otro nombre las maravillas de sus propias virtudes y de sus propias acciones, que tenían que ser mencionadas en las conferencias para instrucción de los jóvenes, ¿qué otro juicio podemos hacer sobre esto, sino que era una mentira patente?

24.2. ¡Ojalá nosotros también tuviéramos algo digno que presentar a los jóvenes para estimular su fe! Ciertamente, no debemos temer seguir los engaños de hombres de ese tipo. Porque es más justificable mentir con este tipo de engaño que ocultar con un silencio inapropiado cosas que podrían edificar a nuestros oyentes o alardear con vanidad perjudicial al hablar con sinceridad sobre nosotros mismos.

 

La experiencia del apóstol Pablo

24.3. El maestro de los gentiles también nos ha instruido claramente al respecto con su propia enseñanza, cuando prefirió hablar de la grandeza de sus revelaciones como si fuera otra persona, diciendo: “Conozco a un hombre en Cristo -si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe-, que fue arrebatado al tercer cielo. Y sé que este hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables, que al hombre no le está permitido pronunciar” (2 Co 12,2-4)».