Capítulo 4. La pregunta de abba José y nuestra respuesta sobre cómo surgió nuestra preocupación
4. Entonces el venerable José, al notar que estábamos bastante abatidos y conjeturando que no era sin razón, nos dirigió las palabras del patriarca José: «“¿Por qué hoy sus rostros están tristes?” (Gn 40,7)».
A lo que respondimos [Germán y Casiano]: “No es que hayamos tenido un sueño y no haya nadie que lo interprete, como les sucedió a los siervos del faraón encarcelados (cf. Gn 40,8). Pero hemos pasado una noche en vela y no hay nadie que alivie el peso de nuestra angustia, a menos que el Señor la quite mediante tu discernimiento”.
Entonces José, que había recordado la virtud del patriarca, tanto en dignidad como en nombre, dijo: “¿Acaso la curación de los pensamientos humanos no proviene del Señor? Que se pongan de manifiesto los suyos, pues la misericordia divina es capaz, según la fe de ustedes, de proporcionar un remedio para ellos a través de nuestro consejo”.
Capítulo 5. La explicación de abba Germán sobre por qué preferíamos permanecer en Egipto, y aquellos motivos por los que regresaríamos a Siria
Una promesa que anhelaba un fin
5.1. A estas palabras Germán respondió: “Nosotros creíamos que, después de haber contemplado la santidad de ustedes, íbamos a regresar a nuestro cenobio no solo rebosantes de alegría espiritual, sino también habiendo progresado mucho y que, tras nuestro regreso, íbamos a seguir, aunque modestamente, lo que habíamos aprendido de ustedes. Esto, en efecto, y el afecto de nuestros ancianos nos impulsó a hacer aquel juramento, convencidos de poder imitar de alguna manera en nuestro cenobio la sublimidad de la vida y doctrina de ustedes. Por lo tanto, habiendo juzgado que esto nos proporcionaría una alegría completa, por el contrario, nos consume una pena insoportable cuando reflexionamos sobre el hecho de que, al seguir aquella disposición, sabemos que seremos incapaces de adquirir lo que es beneficioso para nosotros mismos.
Una promesa que produce una fuerte tensión
5.2. Por eso, ahora nos vemos presionados por ambos lados. Porque si deseamos cumplir la promesa que hicimos en presencia de todos los hermanos en la cueva en la que nuestro Señor resplandeció desde el seno áulico del vientre de la Virgen[1], y de la que Él mismo fue testigo, estamos incurriendo en la mayor pérdida para nuestra vida espiritual. Pero si hacemos caso omiso de nuestra promesa y permanecemos en estas tierras, con la intención de ignorar esos votos en aras de nuestra perfección, tememos los vertiginosos peligros de la mentira y el perjurio.
Una promesa que puede ser un obstáculo para el progreso espiritual
5.3. No podemos aliviar nuestra angustia ni siquiera con este plan: que, una vez cumplidos los términos de nuestro juramento con un apresurado regreso, volvamos rápidamente aquí de nuevo. Porque, aunque incluso una ligera dilación es peligrosa y perjudicial para quienes persiguen el progreso en materias espirituales y en la virtud, seguiríamos manteniendo nuestra promesa y nuestra fidelidad incluso con un regreso apresurado, si no fuera porque nos damos cuenta de que estaríamos inextricablemente atados no solo por la autoridad de nuestros mayores, sino también por el amor que les profesamos, de tal manera que a partir de entonces nunca se nos daría la posibilidad de volver aquí”.
Capítulo 6. La pregunta de abba José sobre si progresaríamos más en Egipto que en Siria
Y ante esto, el bienaventurado José, tras un breve silencio, dijo: “¿Están seguros de que en esta región se les ofrece un mayor avance espiritual?”.
Capítulo 7. La respuesta, sobre la diferencia en la instrucción en cada una de las dos provincias
Germán: “Aunque aún debemos expresar nuestro más profundo agradecimiento a aquellos cuya doctrina nos enseñó desde nuestra juventud[2] a intentar grandes cosas y que, al ofrecernos una muestra de su propia bondad, han depositado en nuestro corazón una extraordinaria sed de perfección, sin embargo, si confiamos en nuestro juicio, no encontramos comparación entre estas enseñanzas y las que recibimos allí. Por no hablar de la inimitable pureza de la forma de vida de ustedes, que creemos que les fue conferida no solo por el rigor de su mente y de su propósito, sino también por las circunstancias favorables del lugar. De modo que no dudamos en que, para imitar la grandeza de la perfección de ustedes, no basta escuchar rápidamente esta enseñanza que se nos transmite, a no ser que contemos también con el apoyo de la permanencia aquí y la indolencia de nuestro corazón haya sido eliminada por la disciplina de la instrucción diaria durante un largo período de tiempo”.
8. Que los hombres perfectos no deben prometer nada en absoluto, y sobre si pueden incumplir sus promesas sin pecar
Juicio ponderado en las decisiones de vida importantes
8.1. José: «Es bueno y perfecto, totalmente acorde con nuestra profesión que aquello que decidimos bajo alguna promesa se cumpla adecuadamente. Por esa razón, un monje no debe prometer nada abruptamente, para que no se vea obligado a cumplir lo que ha prometido imprudentemente o, tras reconsiderarlo con más ponderación, quede como un incumplidor de su propia promesa.
Elegir la posibilidad que provoque menos inconvenientes
8.2. Y porque ahora nuestro propósito no es tanto tratar sobre la conveniencia de aquella promesa[3], sino la curación de la enfermedad, de lo que hay que ocuparse no es lo que deberías haber hecho en primer lugar, sino más bien cómo es posible escapar de los peligros de este peligroso naufragio. Cuando, pues, ningún vínculo nos constriñe ni ninguna condición nos limita, pudiendo obrar con libertad, se debe elegir lo que sea de mayor conveniencia; pero cuando alguna complicación adversidad nos obstaculiza y se nos presentan situaciones perjudiciales, se debe buscar aquello que cause menos perjuicios.
Una opción que apunta a un mayor beneficio espiritual
8.3. Por consiguiente, como por su propia afirmación ha quedado claro, que una promesa imprudente les ha llevado a esta situación, de modo que en cualquier caso tendrán que sufrir una grave pérdida, la elección debe inclinarse hacia la opción en la que el daño sea más tolerable y pueda compensarse más fácilmente con la reparación. Entonces, si creen que al permanecer aquí las ventajas son mayores para su espíritu que las que encontraban en el modo de vida de ese cenobio, y que los términos de su promesa no pueden cumplirse sin la pérdida de bienes muy significativos, es mejor para ustedes asumir el daño de una mentira o de una promesa incumplida -que, una vez pasada, no se repetirá ni podrá engendrar otros pecados por sí misma-, que caer en la situación en la que un estilo de vida algo tibio, como ustedes dicen, les causará un daño diario y duradero.
El testimonio de las Escrituras
8.4. Porque una promesa irreflexiva es perdonable e incluso digna de elogio si se transforma en algo mejor, y no debe creerse que es una traición a la fidelidad, sino más bien una corrección de la imprudencia, cuando se corrige una mala promesa. Todo ello puede demostrarse muy claramente también a partir de los textos de las Escrituras, pues para cuántas personas el cumplimiento de las promesas ha resultado ser algo mortal y, por otro lado, para cuántas, romperlas ha sido útil y beneficioso».
Capítulo 9. Que con frecuencia es más beneficioso cambiar las decisiones que mantenerlas
9. «Ambos ejemplos, el del santo apóstol Pedro y el de Herodes, son testimonios muy claros. Porque aquel, al apartarse de las palabras de la promesa que había hecho con algo parecido a la fuerza de un juramento cuando dijo: “Nunca me lavarás los pies[4]” (Jn 13,8), se ganó para siempre la comunión con Cristo, mientras que sin duda se habría visto privado de la gracia de esta bienaventuranza si se hubiera aferrado obstinadamente a sus palabras. En cambio, el segundo, al insistir cruelmente en mantener su imprudente juramento, fue el asesino del precursor del Señor y, en el vano temor de romper su juramento, se acarreó la condenación y el tormento de la muerte eterna (cf. Mt 14,3-10; Hch 12,20-23). Por tanto, en todos los casos, hay que considerar la finalidad y, según ella, orientar nuestro rumbo; y si, gracias a haber recibido un mejor consejo, viéramos que estábamos en el camino equivocado, sería preferible eliminar la insensata decisión y avanzar hacia lo que es mejor, en lugar de, al aferrarnos persistentemente a lo que hemos prometido, involucrarnos en pecados más graves».
[1] Lit.: el aula del útero virginal (aula uteri virginalis).
[2] Lit.: desde niños (a parvulis).
[3] Lit.: la salud o sanidad (sanitatis).
[4] Lit.: “No lavarás mis pies en eterno”.
