Inicio » Content » JUAN CASIANO: “CONFERENCIAS” (Prefacio. Conferencia I, capítulos 1-5)

Primera serie de Conferencias (I-X)

Prefacio[1]

Dedicatoria

1.1. La deuda, contraída con el bienaventurado papa Castor en el prefacio a aquellos volúmenes que resumen en doce libros las instituciones[2] para los cenobios y los remedios para los ocho vicios principales, con la ayuda de Dios y hasta donde mi pobre ingenio fue suficiente, ha sido en cierto modo saldada.

1.2. Ciertamente me gustaría saber cuál fue la opinión ecuánime sobre estos libros, tanto de parte de aquel como de ustedes; es decir, si, en un asunto tan profundo y tan sublime, y del que según creo, nunca antes se había escrito, hemos dado a conocer algo digno de la atención de ustedes, y de los deseos de todos los santos hermanos.

2. Pero ahora, que el mencionado pontífice nos ha dejado y ha emigrado hacia Cristo, en el ínterin, estas diez conferencias de los más grandes Padres, a saber: los anacoretas que moraron en el desierto de Escete, las que Castor, encendido por una incomparable pasión por la santidad, me había ordenado escribir para sí en el mismo estilo -no considerando, en la grandeza de su caridad, qué carga colocaba en hombros demasiado débiles para soportarla-, he pensado en dedicarlas especialmente a ustedes, oh bienaventurado papa Leoncio y santo hermano Heladio.

Leoncio y Heladio

3. Uno de ustedes estaba unido a aquel varón, a quien he recordado, por el afecto de hermano y la dignidad del sacerdocio, y lo que es todavía más grande, por el fervor en el estudio sagrado, y así tiene derecho hereditario para exigir la deuda debida a su hermano. (Mientras que) el otro se ha aventurado a seguir las sublimes instituciones de los anacoretas, no como algunos, presuntuosamente por su propia cuenta, sino por inspiración del Espíritu Santo, siguiendo el legítimo camino de la doctrina, prefiriendo, casi antes de comenzar a aprender, ser formado no tanto por sus propias invenciones, sino por las tradiciones de aquellos (anacoretas). En las cuales, para mí, que ahora he anclado en el puerto del silencio, se abre un mar inmenso, de modo que debo atreverme a escribir para la posteridad sobre las instituciones y la enseñanza de hombres tan insignes.

Limitaciones del Autor

4. Pues tanto más (es) el peligro de una navegación en alta mar, a que está expuesta la debilidad de mi ingenio, cuanto la vida anacorética es más importante y sublime respecto a aquella de los cenobitas; y la contemplación de Dios, a la que esos inestimables hombres siempre están dedicados, respecto de la vida práctica[3]. Por consiguiente, ustedes deben ayudar nuestros esfuerzos con sus oraciones piadosas, por temor a que un tema tan sagrado, que va a ser tratado de una manera imperita, aunque con un lenguaje fiel, sea puesto en peligro por nosotros, o que por nuestra simplicidad el tema se sepulte en los abismos.

De lo exterior a lo interior

5. Pasemos, entonces, del modo de vida exterior y visible de los monjes, sobre el que tratamos en los libros anteriores, a la disposición invisible del hombre interior; y de la regla de las oraciones canónicas, que nuestro discurso ascienda (ahora) hacia la oración de duración incesante, que el Apóstol prescribe (cf. 1 Ts 5,17). De modo que, quien a través de la lectura de nuestra obra anterior ya ha merecido espiritualmente el nombre de Jacob (cf. Gn 27,36), por la expulsión de los vicios carnales, ahora también pueda, no tanto por mis (enseñanzas), cuanto por la recepción de las instituciones de los padres, pasar ya, por la contemplación de la pureza divina, hacia los méritos y -por así decirlo- la dignidad de Israel (cf. Gn 32,28)[4]; y que, al mismo tiempo, sea instruido en lo que se debe observar en esta cumbre de la perfección.

Casiano desea transmitir la perfección de los monjes egipcios

6.1. Y que las oraciones de ustedes puedan obtener de Él, que nos ha juzgado dignos de verlos, de aprender de ellos y de morar con ellos, que se digne concedernos un perfecto recuerdo de su enseñanza y una expresión sencilla para exponerla, a fin de que santa e íntegramente expliquemos lo que de ellos mismos recibimos. Y lo que es más importante, poder presentarles, de alguna forma, esto mismo a los hombres incorporados a sus institutos, expresándolo en lengua latina.

6.2. Ante todo, esto queremos advertir al lector de estas Conferencias, como de nuestros volúmenes precedentes, que si, tal vez, hay posibilidad de que lo que contienen estos libros, por su condición y la cualidad de su propósito, o debido a la costumbre y el modo de vida común, le parezca imposible o duro, debe medirlo no según el módulo de sus facultades, sino conforme a la dignidad y la perfección de quien habla. Que piense ante todo en su ascesis y en su propósito; ya que quien estaba realmente muerto al modo de vida secular, ningún vínculo lo unía a sus padres según la carne y a las ocupaciones mundanas.

El ejemplo de vida de los ascetas egipcios

7. Además, que considere la cualidad de los lugares en que habitaban, cuál era la vastísima soledad en la que vivían, separados del consorcio con todos los mortales; y así fueron capaces de tener sus mentes iluminadas, contemplar y pronunciar aquellas cosas que, tal vez, parecerán imposibles a los inexpertos y no instruidos, debido a su forma de vida y el carácter mediocre de sus costumbres. Sin embargo, si alguien quiere proferir una sentencia verdadera sobre este modo de vida, y está ansioso por probar si se puede alcanzar tal perfección, primero apresúrese por hacer suyo el propósito de ellos, con el mismo esfuerzo y modo de vida; y, entonces, finalmente encontrará que aquellas cosas que solían parecer como las más imposibles, no solo son posibles, sino también suavísimas. Pero ahora ya apresurémonos (a escuchar) sus conferencias y enseñanzas.

 

Primera conferencia del abad Moisés. Sobre el objetivo y el fin del monje

Capítulos:

1. Sobre el desierto de Escete y la forma de vida del abad Moisés.

2. Pregunta de abba Moisés sobre el objetivo (scopos[5]) y el fin [último] (finis) del monje.

3. Nuestra respuesta.

4. Nueva pregunta del abad Moisés sobre el mismo tema.

5. Comparación con aquel que apunta a un blanco.

6. Sobre los que renunciando al mundo buscan la perfección sin caridad.

7. Que es necesario buscar la tranquilidad del alma.

8. Que nuestro principal esfuerzo debe orientarse hacia la contemplación de las cosas divinas. La comparación con Marta y María.

9. Pregunta: ¿por qué la eficacia de los actos de virtud no persiste en el hombre?

10. Respuesta: que no cesará la recompensa de la virtud, sino su ejercicio.

11. Sobre la caridad perpetua.

12. Pregunta sobre la perseverancia en la contemplación espiritual.

13. Respuesta sobre la dirección del corazón hacia Dios; y sobre el reino de Dios y sobre el reino del diablo.

14. Sobre la inmortalidad del alma.

15. Sobre la contemplación de Dios.

16. Pregunta sobre la movilidad de nuestros pensamientos.

17. Respuesta: qué puede o no puede hacer la mente respecto del estado de sus pensamientos.

18. Comparación del alma con una piedra de molino movida por el agua.

19. Sobre los tres principios de nuestros pensamientos.

20. Sobre el discernimiento de los pensamientos comparado con el arte del hábil cambista.

21. Sobre la ilusión del abad Juan.

22. Sobre las cuatro formas de discernimiento.

23. Sobre el discurso del maestro según el mérito del que escucha.

 

Capítulo 1: Sobre el desierto de Escete y la forma de vida de abba Moisés

Este primer párrafo no es de fácil traducción, ya que presenta dos largos paréntesis. En él se nos ofrece una visión del contexto de la primera Conferencia. Ella tuvo lugar el desierto de Escete. El entrevistado fue el célebre abba Moisés. Los textos que hemos puesto entre paréntesis, al igual que lo hace la edición latina del CSEL, nos revelan: a) la profunda amistad entre Casiano y Germán; b) y la dificultad con que Moisés aceptaba compartir sus experiencias espirituales con personas foráneas (actitud que sabemos no era rara entre los grandes Abbas del desierto egipcio).

 

Casiano y Germán en Escete

1. Cuando en el desierto de Escete, donde moraban conjuntamente los padres más experimentados de los monjes y toda perfección, deseando ser cimentado en la enseñanza de abba Moisés[6], que entre aquellos egregios no solo era la flor de más suave olor[7] en la virtud práctica, sino también en la contemplativa[8], en compañía con el santo abba Germán[9] (con quien me unía una íntima camaradería, desde el inicio mismo del noviciado y los comienzos de la milicia espiritual[10], tanto en la vida del cenobio como en la del desierto, de manera que todos acostumbraban decir, para señalar nuestra estrecha amistad y común propósito, que éramos una sola mente y una [sola] alma habitando en dos cuerpos), juntos nos deshicimos en lágrimas ante aquel abba pidiéndole un sermón de instrucción[11]. (Conocíamos muy bien el rigor de su voluntad y que jamás hubiera condescendido a abrir la puerta de la perfección, sino solo a aquellos que la desearan sinceramente y la buscaran con un corazón verdaderamente contrito; no queriendo él, es claro, mostrar las cosas necesarias, que deben darse a conocer únicamente a quienes desean la perfección; nunca a personas indignas y que las reciben con fastidio, para que no parezca que se incurre en el vicio de la jactancia o en el crimen de traición). Al fin, fatigado por nuestras oraciones comenzó así.

 

Capítulo 2: Pregunta de abba Moisés sobre el objetivo (scopos)

y el fin [último] (finis) del monje

Una vez planteado el tema que abordará, el venerable anciano recurre a comparaciones de resonancias evangélicas (el agricultor y el comerciante) y paulinas (el militar) para ilustrar el objetivo y la meta de la vida monástica cristiana.

 

Moisés inicia su conferencia

2.1. [Moisés] dijo: «Todas las artes y las disciplinas ciertamente tienen un scopos, es decir, un destino, y un telos[12]; es decir, un fin propio, mirando al cual, quien desea aplicarse con esfuerzo a un arte cualquiera, soporta con igualdad de ánimo y de buena gana todos los trabajos, los peligros y los esfuerzos.

 

La comparación del agricultor que trabaja su tierra

2.1a. También el agricultor, en efecto, hiende infatigablemente la tierra sin evitar ya los tórridos rayos del sol, ya las escarchas y el hielo; con insistencia, somete los indómitos terrones del campo con el arado. Sirve así a su objetivo (scopos), de modo que, expurgada la tierra de todas las espinas y libre de todas las hierbas, la desmenuza haciéndola fina como la arena, confiando obtener así una copiosa cosecha y una mies exuberante, que le permita después pasar a una vida segura y poder aumentar su fortuna.

2.2. Además, vuelve a llenar a voluntad sus silos con granos; y confía a los surcos húmedos las semillas, no lamentando la disminución presente al pensar en las futuras mieses.

 

Otros ejemplos tomados de las actividades humanas

2.2a. También aquellos que suelen realizar negociaciones comerciales, no temen las inciertas circunstancias del mar, de nada sienten miedo, ya que, movidos por la esperanza, desean con ansia la ganancia final.

2.2b. Asimismo, tampoco quienes están inflamados por la ambición militar del mundo, mientras miran el fin de ella: honores y poder, experimentan el daño y los peligros de los cambios de lugar, ni se quebrantan por los presentes trabajos ni por las guerras, ya que desean conseguir una meta: la dignidad es su fin.

 

Es en razón de la meta que aspiran alcanzar que monjes y monjas abrazan con gozo sus actividades cotidianas: ayuno, vigilias, lectio divina, trabajo, pobreza, soledad; y existenciales: renuncia a la familia, a la patria, a las delicias del mundo. Y es asimismo en virtud de dicha finalidad que buscan la ayuda de quienes ya han experimentado dichas exigencias.

 

El “scopos” y el “telos” de la vida monástica cristiana

2.3. En consecuencia, igualmente nuestra profesión tiene su scopos propio y su fin, para el que no solo nos aplicamos infatigablemente con todos los trabajos, sino que también [lo hacemos] con alegría. Por este motivo no nos fatiga la abstinencia de los ayunos, nos deleita el cansancio de las vigilias, no nos sacia la lectura y meditación continua de las Escrituras; incluso el trabajo incesante, la desnudez, la privación de todas las cosas y el horror de esta vastísima soledad no nos amedrenta. Por esta causa ustedes mismos sin duda despreciaron el afecto de los padres, el suelo patrio y las delicias del mundo; menospreciaron atravesar tantas regiones para poder llegar hasta nosotros, hombres rústicos e ignorantes, que pasan la vida en este desierto

2.3a. Por eso, respóndanme, dijo [él], ¿cuáles sean el objetivo (destinatio) y el fin de ustedes, que los ha provocado a sostener todas esas cosas voluntariamente?».

 

Capítulo 3: Nuestra respuesta

Y cuando persistía en saber nuestra respuesta a su pregunta, respondimos que todas esas cosas las soportábamos por el reino de los cielos.

 

Capítulo 4: Nueva pregunta del abad Moisés sobre el mismo tema

Después de la pregunta formulada por abba Moisés, y la respuesta de los interlocutores, el anciano plantea un nuevo interrogante, ahora respecto del scopos u objetivo de la vida monástica. Desarrolla entonces lo que, en cierto modo, podríamos denominar el carisma de la vida monástica. Para esto retoma dos de las comparaciones que antes había desarrollado: la del agricultor y la del comerciante; y modifica la tercera, que era la del militar, ampliándola. Y a continuación (en 4.3a), presenta el scopos u objetivo inmediato (destinatio) de la vida monástica: la pureza de corazón. Así, el fin y el objetivo se fundamentan en sendos textos evangélicos: Reino de Dios (Mc 1,14) o de los cielos (Mt 4,17); y pureza de corazón (Mt 5,8). Abba Moisés afirma que en este segundo tema se centrará en adelante su exposición (4.4)[13].

 

Scopos y telos

4.1. A lo que aquel [= Moisés] dijo: «¡Bien! Sobre el fin respondieron agudamente. ¿Pero cuál es nuestro scopos, es decir, nuestro objetivo inmediato (destinatio), por el que, aplicándonos sin cesar, podemos alcanzar el fin último?».

4.1a. Y cuando simplemente confesamos nuestra ignorancia, [Moisés] agregó: «Como he dicho, en todo arte y disciplina viene primero un scopos, esto es, el objetivo (destinatio) del alma y la perseverante intención de la mente; el objetivo, si no es preservado con todo cuidado, no permite llegar al fin del fruto deseado.

4.2. Pues, como dije, el agricultor, que tiene como fin vivir segura y opulentamente con el fruto de la mies fecunda, su scopos, es decir, el objetivo inmediato, es manejar su campo expurgándolo de todas las espinas y dejándolo libre de todas las gramíneas infructuosas, convencido que de otra forma no alcanzará la plenitud de un pacífico fin, a no ser que antes posea, mereced al esfuerzo y la esperanza, lo que desea lograr con su actividad.

4.2a. Asimismo, el comerciante no renuncia al deseo de adquirir mercaderías, por medio del cual puede reunir cuantiosas divisas; y si no eligiera este camino la concupiscencia del lucro quedaría frustrada.

4.2b. Y quienes desean ser honrados con alguna de las dignidades de este mundo, ante todo se proponen qué oficio o qué posición quieren alcanzar, para que, por un legítimo trámite, puedan al fin llegar a la dignidad deseada.

4.3. Así, sin duda, el fin de nuestro camino es el reino de Dios. Pero se debe buscar con diligencia cuál sea su scopos; porque si no estuviera averiguado de igual forma, en vano nos fatigaríamos esforzándonos, pues quien marcha sin [conocer] el camino, la labor es la del viaje, no la del progreso».

4.3a. El anciano al vernos atónitos ante estas palabras, prosiguió: «El fin (telos) de nuestra profesión, como dijimos, es el reino de Dios o reino de los cielos; pero el objetivo (destinatio), el scopos, es la pureza de corazón, sin la cual es imposible llegar a aquel fin.

4.4. Fija la vista sobre el objetivo de nuestro destino, dirijamos con rectitud la dirección de la mirada, como si debiéramos seguir una línea precisa. Y si nuestro pensamiento se apartara, aunque fuera solo un poco, de esto, inmediatamente volvamos a contemplar de nuevo ese objetivo, como corrigiéndonos conforme a una rectísima norma, la que siempre nos reclama, si nuestra mente se desvía un poco de la dirección prefijada, restableciendo en seguida todos nuestros esfuerzos, siempre hacia este único propósito».

 

Capítulo 5. Comparación con aquel que apunta a un blanco

La comparación con el que apunta a un blanco ofrece “una metáfora iluminadora y no deja espacio para malentendidos: scopos y telos deben estar, aunque sea difícil, constantemente sincronizados, porque es grande el peligro de concentrarse en el primero, perdiendo de vista el segundo. Fuera ya de la metáfora, Casiano pone en guardia sobre el repliegue sobre sí mismo y sobre las propias capacidades, especialmente cuando los resultados de las mortificaciones de los deseos y el éxito en los ejercicios ascéticos hacen perder de vista la última etapa del recorrido”[14].

 

El objetivo y la meta

5.1. «Como los que están acostumbrados a manejar armas bélicas, cuando (están) ante un rey de este mundo desean demostrar su pericia, y contienden en lanzar jabalinas y flechas a pequeñísimos escudos, que contienen pintados en sí los premios, seguros de que no hay otro modo de alcanzar el fin de los premios deseados a no ser siguiendo la trayectoria que a ellos conduce, solo cuando puedan obtener el objetivo prefijado se apoderarán de forma segura del propio fin.

5.1a. Pero si sucede que se retira de su vista el blanco, por mucho que en su falta de habilidad su puntería se desvíe en vano del camino recto, no pueden darse cuenta que se han desviado de la dirección de la línea recta prevista, porque no tienen una marca clara para probar la habilidad de su puntería, o para mostrar su improbidad; y por lo tanto, mientras disparan sus proyectiles ociosamente al espacio, no pueden juzgar cómo se han equivocado o cuán completamente se han desviado, ya que ninguna indicación es su acusador, mostrando cuán lejos se han desviado de la dirección correcta; ni un ojo vacilante puede ayudarlos a corregir y modificar la línea de la disciplina[15].

 

La enseñanza del Apóstol

5.2. Así, por tanto, también el fin de nuestro propósito es la vida eterna, según lo afirma el Apóstol: “Ustedes tienen como fruto ciertamente la santificación, pero el fin (es) la vida eterna” (Rm 6,22)[16]. Mas el scopos es la pureza de corazón, que no sin razón es llamada santificación, sin la cual el fin predicho no puede ser alcanzado[17]. Es como si dijera con otras palabras: “Tienen ciertamente su scopos en la pureza de corazón, pero su fin es la vida eterna”. Enseñándonos sobre este fin el beato Apóstol utiliza significativamente la misma palabra, es decir scopos, diciendo así: “Olvidando las cosas que están detrás, y extendiéndome hacia las que están delante, corro hacia el objetivo (scopos), el premio de la suprema llamada del Señor” (Flp 3,13-14).

5.3. En griego es más evidente: “kata scopon dioko”, es decir: “Corro según el objetivo”; como si dijera: “Con este objetivo, olvido las cosas que están atrás, esto es, los vicios del hombre viejo[18], combato para llegar al fin del premio celestial[19].

5.3a. Por tanto, lo que puede dirigirnos hacia este scopos, esto es, la pureza de corazón, debe ser seguido con toda la fuerza; por el contrario, hay que evitar lo que nos aparta de él por ser pernicioso y nocivo.

5.3b. En efecto, por ella hacemos y toleramos todas las cosas: desdeñamos los parientes, la patria, las dignidades, las riquezas, las delicias de este mundo y todas las voluptuosidades, para mantener la perpetua pureza de corazón.

 

Grave peligro: perder de vista nuestro objetivo

5.4. Así, con este objetivo siempre ante nuestros ojos, nuestras acciones y nuestros pensamientos se dirigen a obtenerlo de la forma más conveniente. Si (la pureza de corazón) no estuviera continuamente colocada ante nuestros ojos, no solo hará caer en el vacío y sin ninguna ganancia todos nuestros esfuerzos, tornándolos vacuos e inestables a un mismo tiempo, sino que también (su ausencia) suscitará todo género de pensamientos diversos y contradictorios.

5.4b. Pues es necesario que la mente, no teniendo un lugar al que recurrir y en el que instalarse particularmente, cambie a cada hora y a cada momento por la variedad de sus ímpetus, y que su estado sea continuamente transformado por esas cosas que llegan desde afuera y que se le ocurren en primer término.

 


[1] Como suspendimos la presentación de la versión castellana de las Conferencias para la celebración de la Pascua, ofrecemos ahora el texto completo de lo que se ha publicado hasta el presente en el sitio.

[2] En su versión al italiano de las Conferencias, el Prof. Alciati denomina “Normas” (Norme) a esta obra de Casiano, y explica los motivos de su opción en las pp. 57-60 de su introducción; ver también pp. 114-115, nota 2. Rufino utilizó el mismo vocablo (instituciones) para referirse a las Cuestiones de san Basilio en su traducción latina de este texto (Prefacio, v. 4). Cf. Vogüé, p. 46.

[3] Sigo la propuesta de Alciati en el sentido de traducir actuali vita por vida práctica (cf. Conversazioni, p. 116, nota 8).

[4] Cf. De inc., VII,9,2. 3; CSEL 17, p. 365: «… A ese admirable patriarca a quien Dios, presente en una visión, le impuso un nombre (cf. Gn 32,29), y del nombre de “suplantador” (cf. Gn 27,36) se elevó al de Israel (cf. Gn 35,10)… Patriarca verdaderamente digno del nombre que recibió, y que debió más a la mirada interior que a los ojos del cuerpo, la dignidad del nombre que Dios le atribuyó. Vio una apariencia de hombre luchando con él y afirmó que veía a Dios. Pues sabía que esa apariencia de hombre era la verdad de Dios, porque la apariencia bajo la cual Dios se le apareció era aquella en la realidad de la cual él debía venir más tarde». Cf. Conf. V,23,1-2; CSEL 13, pp. 147-148; XII,11,2; CSEL 13, pp. 351-352. Ver asimismo Orígenes, Homilías sobre el libro del Génesis, XII,4: “Jacob recibió su nombre del hecho que él lucha y suplanta” (SCh 7bis, [1976], p. 300); ibid., XV,3: «Debemos considerar también que “el que revivió su espíritu” (cf. Gn 45,27), ese espíritu que parecía casi extinguido, es llamado Jacob; en cambio, el que dice: “Gran cosa es para mí que mi hijo José esté vivo” (Gn 45,28), como si comprendiese y viese que la vida que está en el José espiritual es (algo) grande, éste no es llamado ya Jacob, sino Israel, como el que ve con la mente la vida verdadera, que es Cristo, verdadero Dios» (SCh 7bis, p. 356).

[5] Mantengo la forma en que Casiano escribe este término, no transliterando el vocablo griego.

[6] «Algunos aspectos de la vida de Moisés pueden establecerse con suficiente certeza. Ante todo, su muerte: habiendo rehusado huir ante la llegada de los bárbaros, fue asesinado por éstos cuando devastaron Escete (Moisés 10; PG 65,285BC). ¿Pero en qué fecha sucedió esa devastación?... Las fuentes invitan a ubicarla en 407, y no en 395 o 396. Esta probabilidad parece sostenerse en: a) Casiano, que dejó Escete hacia 399/400, y no hace la menor alusión a la muerte de Moisés (como tampoco de una invasión a Escete); b) Paladio, que salió de Egipto por la misma época, menciona ciertamente la muerte de Moisés, pero en una especie de addendum después de la noticia concerniente a éste (HL 19; pp. 96-102). Este agregado tiene en cuenta una información recibida después de su salida de Egipto; c) la fecha de 395 chocaría aquí con una imposibilidad. Un apotegma relata, en efecto, que un hermano fue a visitar sucesivamente a dos celebridades de Escete: Arsenio y Moisés (Arsenio 38; PG 65,104B-105AB). Pero Arsenio no pudo comenzar con su “renuncia” antes de 394-395. Se puede entonces considerar seguro que Moisés murió en 407. Tenía entonces 75 años, y por tanto habría nacido hacia 332. La primera parte de su vida fue muy desgraciada. De origen “etíope”, es decir de piel negra, fue expulsado por el señor a cuyo servicio estaba por causa de sus muchos robos. Incluso mató a un hombre y se hizo jefe de bandidos. Tocado de compunción, se convirtió a la vida monástica en una fecha que no se puede precisar (el color de su piel y su origen marcarán su existencia y lo forzarán a una humildad heroica; cf. Moisés 3, 4 y 8; PG 65,284AB y 285AB). A partir de su conversión vivió una profunda evolución espiritual, a juzgar por dos hechos: joven monje, fresca aún su experiencia anterior, encadenó a cuatro ladrones y los condujo a la iglesia para que los padres le dijeran qué hacer (HL 19; p. 98); y, el último día de su vida, a quienes le aconsejaban huir de los bárbaros, les respondió: “¡Después de tantos años que esperaba por este día!” (Moisés 10; PG 65,285C). Dos acontecimientos importantes parecen haber marcado su vida escetiota: su ordenación sacerdotal (Moisés 4; PG 65,284AB) y su retiro del centro de Escete hacia la soledad de Petra (desierto más interior que Escete, considerado como excepcionalmente árido...; cf. Geroncio 1; PG 65,153AB; Sisoes 23 y 26; PG 65,400C y 400D-401A), aconsejado por Macario, a fin de poder gozar de un mayor recogimiento (Moisés 13; PG 65,285D-288A; y Macario 22; PG 65,272B). Sus dos maestros fueron Macario el Grande primero, y después Isidoro el Presbítero. Los apotegmas nos lo muestran también relacionado con Silvano y con el joven Zacarías (cf. Silvano 11; PG 65,412C; Zacarías 2, 3 y 5; PG 65,180AC), hijo de Carión. Por otra parte, muchas palabras de Moisés nos han sido conservadas por Pastor (= Poimén), que sin duda tuvo la ocasión de conocerle durante los años que precedieron a la devastación de Escete (Moisés 12; PG 65,285D; Zacarías 5; PG 65,180C; Pastor 166; PG 65,361C)...» (SCh 387, pp. 68-70)

[7] Lit.: de olor suave (fragrabat).

[8] El texto latino dice: non solum actuali, verum etiam theoretica…, que podría también traducirse por vida práctica y vida contemplativa. Casiano sigue la enseñanza que Evagrio proponía en sus obras: “Carne de Cristo: las virtudes de la vida ascética (praktiké); quien la come se tornará impasible (apathés). Sangre de Cristo: la contemplación de las criaturas; quien la bebe, se tornará sabio. El pecho del Señor: el conocimiento de Dios; quien se recuesta en él será teólogo” (A los monjes [Ad Monachos], 118-120; ed. H. Gressmann, Nonnenspiegel und Mönchsspiegel des Evagrios Pontikos, Leipzig, J. C. Hinrisch’sche Buchhandlung, 1913, p. 163 [Texte und Untersuchungen, 39]). Y: “El cristianismo es la doctrina de Cristo, nuestro Salvador, que se compone de la vida, ascética [praktiké], de la contemplación del mundo físico [physiké] y de la contemplación de Dios [teología]”; Tratado práctico 1; SCh 171, p. 498)

[9] Germán había acompañado a Casiano en su viaje desde la patria de ambos a Palestina, donde ingresaron en un monasterio de Belén, aquí se formaron en la vida cenobítica y viajaron luego a Egipto. Cuando Casiano tuvo que viajar a Roma, Germán lo acompañó, y muy posiblemente murió en dicha ciudad en el año 404.

[10] El tema del combate o la milicia espiritual tiene su apoyo central en Ef 6,15-17. Y quien lo va a desarrollar de forma magistral es Orígenes. De él han tomado los autores posteriores esta temática.

[11] O: un discurso edificante (aedficationis sermonem).

[12] Cuatro términos que deben aclararse: Ars et disciplina, “son una dupla terminológica importante en el lenguaje de Casiano. Ambas se refieren a la capacidad de aprender que es propia de los oficios y de las técnicas (‘artes’), y son una eficaz metáfora de la vida ascética: a ser asceta se aprende; y, por ende, es de extraordinaria importancia la calidad de la enseñanza y el compromiso dedicado de los aspirantes. Muy semejante es también el uso del término disciplina… También ella puede compararse a una profesión [o a un oficio]. Aunque en otros contextos, de mayor amplitud, puede referirse a aquella particular práctica o régimen de vida caracterizado por un extremo rigor” (Conversazioni, pp. 126-127, nota 8). Scopos (scopus; skopos en griego) es un vocablo que en latín designa el blanco al que se apunta (cf. Novísimo Diccionario Latino-Español de Salvá, Paris, Ed. Garnier Hermanos, 1895, pp. 908-909), y más ampliamente: el propósito, el designio. En tanto que el término griego telos significa: fin, acabamiento, final, conclusión, término.

[13] Evagrio formula una distinción entre reino de los cielos y reino de Dios, que en la Sagrada Escritura son expresiones equivalentes (cf. Tratado Práctico 2-3; SCh 171, pp. 498-500). Tal distinción se encuentra ya en Orígenes: “… Pienso que ha de entenderse por reino de Dios el bienestar espiritual de la mente que regula y ordena los sabios pensamientos. El reino de Cristo consiste en las sabias palabras dirigidas a quienes escuchan, y en las buenas obras y otras virtudes que llevan a cabo. Porque el Hijo de Dios es para nosotros sabiduría y justicia (1 Co 1,30)” (Tratado de la Oración, 25; trad. en: Orígenes. Exhortación al martirio. Sobre la oración, Salamanca, Eds. Sígueme, 1991, p. 120 [Ichthys 12]). Para Evagrio el reino de los cielos corresponde a la contemplación de los seres creados; y el reino de Dios, a la contemplación de Dios.

[14] Conversazioni, pp. 132-133, nota 12.

[15] Trad. literal de: lineam disciplinae. Otra traducción: “… ni puede la mirada incierta enseñarles cómo deben corregir o modificar la propia técnica” (Conversazioni, p. 133).

[16] El pasaje de Rm citado literalmente dice: “Mas ahora habiendo sido liberados del pecado y hechos esclavos de Dios (o: para Dios), tienen el fruto de ustedes para la santificación (agiasmon), y el final (telos): la vida eterna”.

[17] La pureza de corazón es, por consiguiente, sinónimo de santificación (cf. Conversazioni, p. 134, nota 13).

[18] Anterioris hominis.

[19] Cf. Flp 3,14. Bravium, o brabeium, o brabium: brabio, el premio de la victoria en los juegos públicos (cf. Novísimo Diccionario…, p. 144).