Santa Gertrudis, talla de madera policromada, siglo XVIII, actualmente en la casa arzobispal de San José de Costa Rica.
Abad Dom Paulo Celso Demartini, O. Cist.[1]
2. La mística correctamente entendida
El Catecismo de la Iglesia Católica es bastante objetivo, completo y sintético al tratar de la mística (que, infelizmente, algunos reducen apenas a los fenómenos extraordinarios no siempre realmente místicos), enseñando que “el progreso espiritual tiende a una unión cada vez más íntima con Cristo. Esto unión recibe el nombre de ‘mística’, pues participa del misterio de Cristo por los sacramentos -‘los santos misterios’- y en él, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esa íntima unión con Él, aunque las gracias especiales o signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solo a algunos, en vistas a manifestar el don gratuito hecho a todos” (n. 2014).
En otras palabras, quien progresa espiritualmente llega, con la gracia divina, a la unión con el Señor Jesús. Esta unión es llamada mística, pues participa de los sacramentos, especialmente del Bautismo, de la Penitencia y de la Eucaristía, y por ellos llega al misterio de la Santísima Trinidad, de modo que podríamos tener el siguiente esquema:
Fiel → Sacramentos → Santísima Trinidad
La vida mística no es privilegio de pocos. Todos son llamados al consorcio con Dios, aunque las personas, con su libertad, pueden rechazar esta invitación divina. De entre los que aceptan esta unión íntima (la esencia de la mística) con Dios -el bien supremo- algunos pocos tienen signos extraordinarios (éxtasis, matrimonio místico con signos, levitaciones, etc.) como don gratuito de Dios, llamado en la Teología, de gratia gratis data.
Gratia gratis data significa “gracia dada de gracia”. Esta expresión redundante al pie de la letra quiere decir que es una gracia especial -no necesaria para la salvación del agraciado-. Dada por dios a alguien para el bien del prójimo. A final, todo lo que hacemos, es para el Señor que lo hacemos (cf. 1 Co 10,31-33) y quien no ama al hermano a quien ve, ¿cómo podrá amar a Dios a quien no ve?, pregunta san Juan (cf. 1 Jn 4,20).
Esto que acabamos de decir es importante, pues muchas personas confunden la mística con los fenómenos místicos (levitación, estigmas, trueque de corazones, etc.), pero en realidad tales acontecimientos no son, como vimos esenciales, y pueden también no acontecer en la vida mística, conforme escribe el padre franco-brasileiro Maurílio Teixeira-Leite Penido: “La vida mística de que hablo -la única auténtica, la única no engañosa- es la perfección del amor. Es desear la vida mística, es desear amar con toda la unidad que acompaña un amor perfecto, porque solo cuenta el amor. Santa Teresita jamás tuvo una sombra de visión o de éxtasis y, sin embargo, fue una auténtica mística, porque al cabo de su corta existencia tenía el alma transformada en amor” (Padre Penido: vida e pensamento, p. 294).
¿Por qué el P. Penido dice que la vida mística llena de fenómenos extraordinarios puede ser engañosa? Si bien no tenemos tiempo y también excede nuestro propósito debatir esto, debemos decir que: a) no todo fenómeno tenido como místico, de hecho lo es. Puede ser fruto de fantasías o también de alucinaciones de una persona que dice entrar en éxtasis, tener revelaciones particulares, visiones etc.; b) san Juan de la Cruz († 1590), uno de los más grandes místicos da Iglesia, es severo, al afirmar que es necesario no aceptar las revelaciones particulares cuando se manifiestan; es preciso incluso resistirlas como si fueran tentaciones, pues podrían excitar el amor propio o la vanidad de la persona ‘agraciada’ (Subida do Monte Carmelo II 27,6). Si fueran auténticas revelaciones, prevalecerán sobre la resistencias que se les opone; si fuesen ilusiones, no habrá daño para el cristiano que las resiste” (Teología fundamental, p. 145, apud Um oportuno alerta, p. 21).
Por último, la vida mística verdadera es, por tanto, esencial y la unión cada vez más íntima con Dios, especialmente por medio de la oración pública y oficial de la Iglesia, sobre todo de la Santa Misa y de la Liturgia de las Horas, la práctica de la Confesión sacramental frecuente y la oración personal a elección de cada uno, teniendo siempre presente la Lectio Divina (lectura orante de la Palabra de Dios) como tercera, u otra forma de rezar que la persona elija, siempre inspirada por el Espíritu Santo, el Maestro interior que le habla en el día a día. Todo esto se traduce, evidentemente, en los actos de caridad misericordiosa para con el prójimo. Al fin y al cabo, no hay auténtica mística en el egocentrismo pero sí en la donación a los hermanos y hermanas.
3. La divina misericordia aplicada a nuestras vidas
Para iniciar esta tercera parte[2], cito -presten mucha atención a cada palabra- un pasaje del libro Recorramos a Santa Gertrudes de Helfta que dice lo siguiente: “Rezando por una persona, Gertrudis recibió esta enseñanza destinada a regir su vida: cuando fije su nido en la cavidad de la muralla, esto es en el Corazón Sagrado del Señor Jesús, que encuentre allí su reposo y saboree la miel de esa piedra, es decir la benevolencia de las aspiraciones de ese corazón deífico. Que medite atentamente, en las Escrituras, la vida admirable de Cristo y se esfuerce por imitar sus ejemplos, principalmente en tres puntos”.
Estos puntos son, en síntesis: a) recurrir siempre al Señor en sus tribulaciones, a ejemplo del maestro que pasaba noches en oración; b) dar buen ejemplo al prójimo no solo con palabras, sino también con sus acciones, actitudes y conducta, como el Señor Jesús, que predicaba por las ciudades y aldeas y c) encomendar sus acciones a Dios antes de obrar o de hablar, a fin de que sus actos sean unidos a las obras perfectísimas del Hijo de Dios. Al concluirlas, las ofrecerá nuevamente para que sean perfeccionadas y unidas a Dios Padre como ofrenda de alabanza eterna.
También al salir de ese nido, el alma debe tener tres apoyos: el primero es la ardiente caridad, a fin de atraer todos a Dios y ser útil a los hombres, para la gloria del Señor, en unión con Cristo, por cuyo amor se realizó la salvación del mundo; el segundo es la humildad, con la cual se someterá a toda autoridad por amor de Dios. Tendrá cuidado también de que sus palabras y acciones no escandalicen a sus superiores ni inferiores; y, tercero, la vigilancia exacta sobre sí misma, pues así sus pensamientos, acciones y palabras serán preservadas de cualquier mancha que pueda ofender a Dios (Revelações, p. 235-236).
Notemos cuantas veces se confirma aquello que decíamos en el punto anterior: la mística es la unión con Dios que lleva, necesariamente, al amor al prójimo. Ahora, ese amor al prójimo, cualquiera sea, es el verdadero ágape, la verdadera caridad, que se traduce en obras de misericordia, tan recomendadas por la Iglesia en este Jubileo de la Misericordia. Esto, ya esbozado en el Antiguo Testamento (Lv 19,18. 33) solo llega a ser pleno en el Nuevo Testamento (Mt 25,31-46), y como novedad, enseña a amar a todos, inclusive al enemigo (cf. Mt 5,44; Lc 6,27-35). Esto porque el cristiano no ama al enemigo por sus cualidades sino por el amor de Dios reflejado en él. El mismo Señor no hace acepción de personas y da el sol y la lluvia a todos indistintamente (cf. Mt 5,45), y nos enseña a hacer lo mismo, a pesar de las flaquezas humanas.
Gertrudis, en el pasaje citado, reza por otros, soporta las tribulaciones, enseña a dar el buen ejemplo, a entregarse a Dios, practica y recomienda la práctica de la caridad y, por fin, habla de la humildad, o sea, el reconocer que somos criaturas de Dios. Pero no solo eso: somos elevados por El mismo a la condición de hijos. Sí, en Jesucristo nos hacemos hijos en el Hijo (cf. Ga 5,4). Esto es el culmen de la misericordia: sacarnos del pecado para hacernos herederos del reino celestial sin que lo merezcamos. Si pensáramos en esto cada mañana, seríamos muy felices todos los días de nuestra vida.
La propuesta del Evangelio, como se ve, es osada, pone una meta alta, para que nunca nos desanimemos de luchar para llegar a ella: “Sed perfectos como el Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Al ser humano esto puede parecerle imposible, pero para Dios todo es posible y su gracia nos conduce, si nos abrimos a ella con corazón generoso y sincero. La gracia de Dios obra en nosotros, pues Él mismo es nuestra fuerza (cf. Flp 4,13).
Si pensamos en nuestra pequeñez y en la grandeza de Dios al mismo tiempo, podemos asustarnos; pero entonces debemos rehacernos del susto con confianza en la divina misericordia. Es así como las monjas de Helfta describen a santa Gertrudis en el siguiente relato, como alguien que realmente confiaba en esa misericordia, que es lo propio de Dios: «Y como le preguntásemos muy admiradas si ella no temía morir sin los sacramentos de la Iglesia, dijo: “En verdad deseo con todo mi corazón recibir los sacramentos, pero la voluntad y la orden de mi Dios serán para mí la mejor y más saludable preparación. Iré, pues, con alegría a Él, ya sea que mi muerte sea súbita o prevista, sabiendo que, de todos modos la misericordia divina no podrá faltar y sin ella no podríamos salvarnos, cualquiera sea el género de nuestra muerte”» (Mensagem do amor de Deus. Livro I, p. 40-41).
Más bien, a pesar de nuestra pequeñez, debemos confiar siempre en la infinita bondad de Dios, según nuestra santa mística que, rezando, escribe: “Oh dispensador de todos los dones, Tú de quien todo bien procede, sin el cual nada es sólido ni bueno, concédeme, tanto para tu gloria como para mi salvación, que siempre vea cuán indigna soy de todas las gracias que me prodigas. Y por encima de todo, dame la plena y entera confianza en tu bondad” (Revelações, livro II, p. 72).
El Santo Padre, Papa Francisco, cierra así esta reflexión: “En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que nunca se da por vencido hasta no haber disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas, tres en especial: las de la oveja extraviada, la de la moneda perdida y la del padre con sus dos hijos (cf. Lc 15,1-32). En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas, encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia es presentada como la fuerza que todo lo vence, llena el corazón de amor y consuela con el perdón” [...].
“En la Sagrada Escritura, como se ve, la misericordia es la palabra clave para indicar el obrar de Dios para con nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y palpable. En efecto el amor nunca podría ser una palabra abstracta. Por su propia naturaleza, es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en la actividad de todos los días. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, llenos de alegría y serenos. Y, en sintonía con esto, se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Tal como ama el Padre, así también aman los hijos. Tal como Él es misericordioso, así somos llamados también nosotros a ser misericordiosos unos para con los otros” (Misericordiae vultus, online).
Un buen filólogo y teólogo cristiano debe ser como Gertrudis: alguien que experimenta la misericordia de Dios en su vida para después anunciar siempre lo que dice el estribillo del salmo 135: “quoniam in aeternum misericordia eius”(porque es eterna su misericordia).
Que este breve mensaje cale hondo en los corazones de todos, pues santa Gertrudis fue una monja, una teóloga (y ojalá que podamos verla también declarada Doctora de la Iglesia). En efecto, es la única mujer de la Iglesia que en Alemania tiene el título de grande. Por ser humilde, llegó a ser grande. Fue una gran devota del Sagrado Corazón de Jesús. Que su ejemplo, al inicio de este nuevo año académico de la Facultad de San Benito de Río de Janeiro, sea aprovechado al máximo por todos como aprendizaje y profundización en el amor de Dios y del prójimo. Así podremos ser más místicos y en consecuencia, más llenos de misericordia para con el prójimo, comenzando por el colega que está a nuestro lado.
Como dice nuestro Padre san Benito: “Nunca desesperar de la misericordia de Dios”.
¡Gracias por su atención! Buenas tardes y buen año académico!
Referencias
BENTO XVI. Santa Gertrudes de Helfta. Audiência geral de 06/10/10.
https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/pt/audiences/2010/documents/hf_ben-xvi_aud_20101006.html, acessado em 16/12/15.
BÍBLIA DE JERUSALÉM. São Paulo: Paulus, 2002.
CATECISMO DA IGREJA CATÓLICA. São Paulo: Loyola, 2011.
FRANCISCO. Misericordiae vultus (O rosto da misericórdia).
http://w2.vatican.va/content/francesco/pt/apost_letters/documents/papa-francesco_bolla_20150411_misericordiae-vultus.html, acessado em 28/12/15.
GERTRUDES DE HELFTA. Vida e exercícios espirituais. 2ª ed. Juiz de Fora: Subiaco, 2013.
JOÃO PAULO II. Ecclesia de Eucharistia.
http://www.vatican.va/holy_father/special_features/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_20030417_ecclesia_eucharistia_po.html, acessado em 30/12/15.
LIMA, Vanderlei de. Um oportuno alerta sobre “aparições” e revelações particulares. São Paulo: Ixtlan, 2015.
MENSAGEM DO AMOR DE DEUS. Revelações de Santa Gertrudes. Livro I. São Paulo: Artpress, 2003 (Trad. Celso Carvalho Vidigal).
MENSAGEM DO AMOR DE DEUS. Revelações de Santa Gertrudes. Livro II. 2ª ed. São Paulo: Artpress, 2011 (Trad. Celso Carvalho Vidigal).
MENSAGEM DO AMOR DE DEUS. Revelações de Santa Gertrudes. Livro III. São Paulo: Artpress, 2009 (Trad. Celso Carvalho Vidigal).
MOURA, Dom Odilão, OSB. Padre Penido: vida e pensamento. Petrópolis: Vozes, 1995.
[1] Abad de la Abadía cisterciense de Nossa Senhora de São Bernardo, São José do Rio Pardo, SP.
[2] Concluimos con esta entrega el texto de la Lección inaugural del año lectivo 2016 dada en la Faculdad São Bento de Río de Janeiro el 15/02/2016. Tradujo la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.