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“Nadie entre las criaturas podía sanar nuestra gran herida, sino solo la bondad de Dios, su Unigénito, a quien Él envió como salvación del mundo entero. Él es el gran sanador, que es capaz de curar esta gran herida. En su benevolencia, y por la salvación de todos nosotros, el Padre de la creación no perdonó a su Hijo único, sino que lo entregó por nuestros pecados. Él fue humillado por nuestras iniquidades y por sus llagas hemos sido curados. Por la palabra de su poder Él nos reunió de todos los países, desde un confín al otro de la tierra, resucitando nuestros corazones terrenales y enseñándonos que somos miembros los unos de los otros” (san Antonio abad).