«La anciana Isabel trajo al mundo al último de los profetas, y María, una joven mujer, al Señor de los ángeles. La hija de Aarón trajo al mundo “la voz en el desierto”, y la hija del rey David al Verbo del reino celestial. La esposa del sacerdote trajo al mundo “el ángel ante el rostro” de Dios, y la hija de David al Dios fuerte de la tierra. La estéril trajo al mundo al que perdona los pecados, y la virgen al que los cargó sobre sí. Isabel trajo al mundo al que reconcilia a los hombres por medio de la penitencia, y María al que purifica la tierra de su mancha. La anciana encendió una lámpara en la casa de Jacob, su padre; pues esa lámpara es Juan. El más joven encendió el sol de justicia para todas las naciones. El ángel anunció la misión de Juan a Zacarías, para que el que debía ser asesinado anunciara al que iba a ser crucificado; el que iba a ser odiado al que sería enviado; el que bautizaba en el agua al que bautizaría “en el fuego y en el Espíritu Santo”; la luz brillante al sol de justicia; el que estaba lleno del Espíritu al que dona el Espíritu; el sacerdote invitando con la trompeta al que vendrá el último día al sonido de la trompeta; la voz, al Verbo; el que vio la paloma a aquel sobre quien la paloma se posó, como el relámpago antes del trueno» (san Efrén).