Inicio » Content » OCTAVA DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR. SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

«Aquel que, sin madre, fue engendrado por el Padre antes de la aurora, hoy, sin padre, ha asumido la carne en ti aquí en la tierra; la estrella anuncia la buena noticia a los Magos, y los ángeles, junto con los pastores, cantan tu parto virginal, ¡oh llena de gracia!

Yo no traiciono la gracia de la que me has hecho gozar, Señor, no rebajo la dignidad que he recibido al darte a luz, porque soy la Reina del mundo; porque he llevado tu poder en mi seno, tengo poder sobre el universo. Tú transformaste mi miseria por tu condescendencia, tú te humillaste y elevaste mi raza. Ahora alégrense conmigo, tierra y cielo; yo llevo a su creador en mis brazos. Habitantes de la tierra, dejen de lado sus tristezas, al contemplar la alegría que ha brotado en mi seno inmaculado cuando fui proclamada: “llena de gracia”.

Entonces, mientras María cantaba a Aquél a quien había dado a luz, y acariciaba al recién nacido a quien había engendrado sin concurso humano, la que había dado a luz en el dolor la oyó; Eva, gozosa, dijo a Adán: "¿Quién ha hecho resonar en mis oídos la noticia que yo tanto esperaba? Una virgen que da a luz el rescate de la maldición, y cuya sola voz ha puesto fin a mis penas, y cuyo alumbramiento ha herido a aquél que me había herido; ella es la que había cantado por adelantado Isaías, el hijo de Amós, aquel tronco de Jesé del cual brotó para mí una rama cuyo fruto comeré para no morir jamás, ella, la Virgen “llena de gracia”.

Al oír la voz de la golondrina, al despuntar el día, abandona tu sueño de muerte, Adán y levántate; escúchame. Yo, tu esposa que otrora provoqué la caída de los mortales, me levanto hoy. Considera los prodigios, mira a la virgen que, sin conocer varón, sana nuestra herida con el fruto de su vientre; en otro tiempo la serpiente me capturó y se jacta de ello, pero al ver a mis descendientes huirá arrastrándose. Ella levantó la cabeza contra mí, pero ahora, humillada, adula en vez de burlarse, porque teme a Aquél a quien dio a luz la mujer “llena de gracia”.

Que las palabras de tu compañera, esposo mío, te den una seguridad plena; ya no te daré consejos amargos. El pasado desapareció y todo es nuevo gracias a Cristo, el Hijo de María. Respira su rocío y florece instantáneamente, yérguete como una espiga, porque la primavera ha llegado hasta ti. Sopla Jesucristo, la dulce brisa; ahora que escapas al calor implacable adonde estabas, ven acompáñame junto a María; apenas nos vea prosternados [a los pies del pesebre], ella se apiadará, ya que ella es la “llena de gracia”.

Reconozco la primavera, mujer, y respiro las delicias de donde fuimos expulsados en otro tiempo; sí, veo otro paraíso, un paraíso nuevo, la virgen que lleva en su seno el árbol de la vida, [la cruz], ese mismo árbol sagrado que custodiaban los querubines para evitar que lo tocáramos. Al ver crecer este árbol intocable, sentí, esposa mía, el Soplo viviente que había hecho de mí, polvo y barro inanimado, un ser animado. Ahora, fortalecido por su perfume, iré hacia aquella en la que crece el fruto de nuestra vida, hacia la “llena de gracia”» (Romano el Cantor).