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Santa Gertrudis de Helfta, detalle del ciclo de los santos benedictinos. Monasterio Hagia Maria Sion, capilla de San Benito, Jerusalén.

 

Mírame y considera quién soy, paloma mía[1]:

Soy Jesús, tu dulce amigo.

Ábreme lo más íntimo de tu corazón,

pues vengo de la tierra de los Ángeles,

y soy de belleza deslumbrante[2].

Yo mismo soy el esplendor del sol divino.

Soy el día primaveral resplandeciente,

el único que siempre brilla y no conoce ocaso.

La majestad de mi gloria, que supera todo ser,

llena el cielo y la tierra;

y cuya anchura solo puede medirla la eternidad.

 

Sólo yo llevo sobre mi cabeza la diadema imperial de mi gloriosa deidad.

Llevo la corona de flores teñidas de rojo por mi sangre,

que he derramado por ti.

Por encima del sol o por debajo,

nada hay semejante a mí[3].

Al gesto de mi mano,

salen los coros de vírgenes como lirios[4],

y yo las precedo en el coro de la vida eterna,

en las delicias de mi divinidad.

Yo reparo sus fuerzas con el goce delicioso de la alegría primaveral.

Al mismo tiempo, no desdeño inclinar mis ojos hacia el valle,

de donde puedo reunir violetas sin mancha.

 

Así pues, la que quiera amarme,

a ésa quiero hacerla mi esposa,

preferirla y amarla intensamente.

Le enseñaré el cántico de las vírgenes,

que suena tan dulcemente en mi garganta,

que se verá impulsada a unirse a mí,

por el dulcísimo vínculo del amor.

Lo mismo que Yo soy por naturaleza,

Llegará ella a serlo por la gracia.

La abrazaré con los brazos del amor,

Estrechándola en las entrañas de mi divinidad,

para que por la fuerza de mi ardiente amor,

se derrita como la cera ante el fuego[5].

 

Amada paloma mía,

si quieres ser mía,

es necesario que me ames con dulzura,

sabiduría y fortaleza;

para que puedas llegar a experimentar estas cosas

suavemente en ti.

 

El amor despierta al alma:

¡Despiértate, oh alma! ¿Cuánto tiempo dormirás[6]?

Oye la palabra que te anuncio.

Por encima del cielo hay un rey

que está poseído por el deseo de tí.

Te ama con todo el corazón,

y sobre toda medida.

El mismo te ama tan dulcemente,

te quiere con tanta fidelidad,

que por ti ha renunciado humildemente a su reino.

Para buscarte,

ha soportado ser capturado como un exaltado.

Te ama tan cordialmente,

te quiere tan intensamente,

te emula tan dulcemente,

te cela tan eficazmente,

que por ti entregara alegremente

su cuerpo florido a la muerte.

Éste es quien te lavó con su sangre,

quien te liberó con su muerte.

¿Cuánto tiempo esperará que tú correspondas a su amor?

El paga un carísimo precio por ti y por tu amor.

El mismo te ama por encima de su propio honor,

te amó más que a su noble cuerpo,

que nunca escatimó por ti.

 

Por eso,

ese dulce amor, esa suave caridad, ese amante fiel,

exige de ti un amor recíproco.

Si quieres aceptar esto con presteza,

está dispuesto a desposarte consigo;

y por eso, apresúrate a anunciarle tu elección.

(…)

 

Voz de Cristo:

Te desposaré en mi Espíritu Santo;

Te estrecharé con mi unión inseparable.

Serás mi huésped

y yo te acogeré en mi amor vivo.

Te vestiré con la noble púrpura de mi preciosa sangre,

te coronaré con el oro escogido de mi amarga muerte.

Yo mismo colmaré tu deseo

y así te haré feliz para siempre.

 

Santa Gertrudis, Ejercicios Espirituales III

 

 


[1] Son evidentes las alusiones al Cantar de los Cantares en todo este ejercicio. Aquí concretamente a Ct 2,10; 5,2.

[2] Sal 44,1. 3.

[3] Ex 15,11.

[4] Todo este pasaje se inspira en el capítulo 14 del Apocalipsis.

[5] Sal 67,3.

[6] Cf. Sal 56,9