Visión de santa Gertrudis. Fresco. Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas de Madrid.
En la muy gloriosa noche de la excelentísima Resurrección del Señor, mientras (Gertrudis) oraba con gran fervor antes de Maitines, se le apareció nuestro Señor Jesucristo florido y lleno de encanto en la gloria de su divina majestad y con el resplandor de su inmortalidad. Ella se arrojó con humildad a sus pies, le adoró muy devotamente y le dijo:
- “Tú, esposo encantador, honor y gloria de los ángeles, te has dignado escogerme a mí, la última de todas tus criaturas, como tu esposa. Deseo y tengo sed de de tu alabanza y de tu gloria desde lo más profundo de mi corazón y mi alma. (…) Mira, mi único Amor: yo, indignísima, me presento con amor a ti, Rey y Señor de todos los reyes, y te ofrezco todo mi ser, cuerpo y alma para servirte mientras viva a gloria de tu adorable Resurrección”.
Le respondió el Señor:
- “Emplearé este don de tu buena voluntad como cetro real de mi divina magnificencia; y me gloriaré de él perpetuamente en presencia de la Santísima Trinidad y de todos los santos, por ser un don que tú, amada mía, me has otorgado (…)”.
Luego, mientras Gertrudis dilataba todas sus energías y sentidos, tanto interiores como exteriores, con esta intención y devoción, y se preparaba para cantar los Maitines en la gloria del Domingo de Resurrección, dijo al Señor, mientras se entonaba el Aleluya del Invitatorio:
- “Enséñame, maestro amabilísimo, con qué devoción podré alabarte con el Aleluya que tantas veces se repite en esta fiesta”.
Le responde el Señor:
- “Me podrás alabar de la manera más oportuna con el canto del Aleluya unida a la alabanza de los ejércitos celestiales, que, por esto mismo, me alaban en el cielo”.
Y añadió:
-“Fíjate como en la palabra Aleluya se encuentran todas las vocales, excepto la o, que designa dolor; y en su lugar se repite dos veces la primera, es decir la a. Por consiguiente:
Alábame con la vocal a, en unión de aquella excelentísima alabanza con la que todos los santos ensalzan jubilosos el dulcísimo gozo del flujo divino de mi humanidad deífica y elevada ya a la gloria de la inmortalidad, por las muchas angustias de mi pasión y muerte, que sufrí para la salvación de los hombres.
Alaba con la letra e la dulcísima delectación de las amenísimas delicias que proporcionan a los ojos de mi humanidad, las floridas praderas de toda la adorable Trinidad.
Alaba con la letra u aquella dulcísima delectación con la que se deleitan los oídos de mi humanidad deificada con las deleitables armonías de la siempre adorable Trinidad, y las incesantes alabanzas de todos los ángeles y santos.
Ensalza también con la i la deliciosísima brisa embalsamada del aliento suavísimo de la Santísima Trinidad con el que se recrea el olfato de mi santa humanidad adquirida ya la inmortalidad.
Con la letra a que se repite en lugar de la o alaba el magnífico, incomprensible e inestimable flujo de toda la divinidad, en mi humanidad deificada, que, alcanzada ya la inmortalidad y la impasibilidad, en lugar de la percepción del tacto corporal del que carece, disfruta ya de un doble gozo de flujo divino”.
Legatus IV 27,1. 3-4.