El Juicio final. 1446-1452. Rogier van der Weyden. Beaune, Francia.
«Los santos Padres consideran comúnmente tres Advientos de Dios sobre la tierra.
La primera vez el Creador vino al mundo para crearlo de la nada.
“Al principio Dios creó el cielo y la tierra” (Gn 1,1).
Aquél fue para nosotros el primer e infinito acto de amor con el cual el Ser infinito dio el ser a todos los entes creados, distribuyéndolos en el cosmos conforme a un orden maravilloso: “Tolo lo hiciste con Sabiduría” (Sal 103 [104],24)...
La segunda venida de Dios al mundo, Jesús la describe así en el Evangelio: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3,16).
Se trata, por tanto, de un nuevo acto de amor, que la liturgia natalicia describe como la visita del Esposo a su mística Esposa, que es la Iglesia: “Igual que un esposo que sale de su alcoba” (Sal 18 [19],6).
Al igual que la Creación, así también la Redención tiene un carácter definitivo y permanente; en cuanto que, por medio de la gracia, el Verbo divino nace continuamente en el corazón de los santos...
Para la Iglesia, cada día es Adviento, cada día es Navidad, cada día es Pascua; porque continuamente Dios renueva las gracias de estos misterios en el corazón de los fieles.
Con tal fin, la liturgia por medio de estas cuatro semanas de Adviento, quiere disponernos al gran advenimiento del Nacimiento del Salvador...
La segunda venida del Salvador al mundo quiere, sin embargo, preparar la tercera: la de Cristo Juez...
Hoy la liturgia procede como aquel ángel que con el sonido de la trompeta fatal anunciará el inicio del tercer y último período: el escatológico...
Y desde lo alto de Montecassino responde el eco: “Levantémonos de una vez, ya que la Escritura nos exhorta y nos dice: Ya es hora de levantarnos del sueño (Rm 13,11). Abramos los ojos a la luz divina, y oigamos con oído atento lo que diariamente nos amonesta la voz de Dios...” (Regla de san Benito, Prólogo, 8-9).
Al sonido de la trompeta profética y apostólica, que nuestra alma se despierte finalmente del sueño de la acedia. Abra los ojos y se embriague de la luz divina de la Fe que la inunda, como los rayos del sol naciente. Abramos los oídos del alma y escuchemos la voz divina del Verbo, que el Padre envía para ser Pedagogo de las almas»[1].
[1] Ildefonso Cardenal SCHUSTER, Un pensiero quotidiano sulla Regola di S. Benedetto. Dalla Prima Domenica d’Avvento alla Seconda dopo l’Epifania, Abbazia di Viboldone, 1950, pp. 2-7.