La Virgen ofrece su Hijo a santa Gertrudis, pintura de hornacina del retablo de Santa Gertrudis de la iglesia del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla,
atribuida al pintor Valdés Leal[1].
Mauro-Giuseppe Lepori, OCist[2]
4. Una mística vivida a través de los elementos ordinarios de la vida cristiana
Por esto creo[3] que uno de los aspectos más valiosos del carisma de santa Gertrudis, no son tanto las experiencias extraordinarias y sobrenaturales en sí mismas, sino el hecho de que ella las haya vivido a través del tejido metodológico de la vida cristiana y monástica, por así decir, “ordinaria”, común a todos. Gertrudis ha reconocido al Señor y ha hecho la experiencia de la relación real con Él, a través de los elementos ordinarios de la vida cristiana, que la vida monástica no hace más que vivir de modo más concentrado, también al servicio de quienes están llamados a vivir la vida cristiana en la dimensión secular.
Estos elementos son esencialmente la palabra de Dios, la liturgia, la vida común, vividos en la obediencia a una disciplina transmitida y elaborada por la larguísima y riquísima tradición de la Iglesia. Es como si santa Gertrudis hubiera reconocido siempre al Señor y lo hubiera encontrado, como los apóstoles aquella mañana, en su barca, trabajando juntos, cumpliendo los gestos aprendidos de la tradición plurisecular de sus padres. Cierto, la manifestación y el reconocimiento del Señor son una novedad que trasciende y en un cierto sentido desborda lo cotidiano, pero que no lo elimina jamás; más bien lo exalta, lo dilata, le da un respiro, una intensidad sin parangón.
Al inicio del segundo libro del Legatus, santa Gertrudis describe su conversión a la edad de 25 años, como un encuentro extraordinario con Jesús. Es una página bien conocida. Pero ¿en qué ámbito tiene lugar este encuentro extraordinario, y qué referencias utiliza Gertrudis para relatarlo? Todo sucede dentro de su cotidianidad monástica: es el lunes que precede la fiesta de la purificación de la Virgen María; es la hora de la tarde, después del oficio de Completas, al inicio del gran silencio que san Benito prescribe durante la noche; la circunstancia es un buen detalle de vida comunitaria benedictina, regulada por los usos que educan a un habitual respeto recíproco: “Yo me encontraba en aquella hora en medio del dormitorio y me había inclinado, según la regla de la Orden, hacia una hermana anciana que pasaba delante”[4].
Gertrudis vive este episodio durante un período de inquietud e insatisfacción interior. Pero esto no la distrae de la regularidad: sigue con simplicidad el camino en el que fue educada desde niña por las monjas de Helfta y que ella abrazó libremente con la profesión monástica, el camino trazado por san Benito.
En ese momento se encuentra por lo tanto fielmente en el lugar justo: el dormitorio; en el momento justo: después de Completas; en la actitud justa con respecto a Dios, a sí misma y a los demás: el silencio, el respeto expresado con sobriedad hacia la monja anciana. Y he aquí que, alzando la cabeza de la inclinación hacia esta hermana, no la ve más a ella, sino a Jesús en toda su belleza, que le anuncia la salación, con palabras que son un eco del profeta Isaías, así como viene cantado en la liturgia del Adviento. Inmediatamente Gertrudis se encuentra en espíritu en el coro monástico, “en aquel lugar -escribe humildemente- donde acostumbraba a recitar mis tibias oraciones”[5], y allí Jesús le renueva la promesa de salvación, la invita a no temer; y con su mano marcada con las llagas de la Cruz la levanta por encima de un seto de espinas que los separa. Desde aquel momento, escribe Gertrudis, nace una historia de amor nupcial entre ella y el Señor, que comienza enseguida a describir con palabras del Cantar de los Cantares. Y todo esto, santa Gertrudis lo canta como acontecimiento de misericordia, que la alcanza en su miseria.
Gertrudis, por lo tanto, reconoce al Señor en el ámbito cotidiano se su vida monástica; y dentro de esta cotidianidad y de la fidelidad a ella, el revelarse de Cristo, de su amor misericordioso sediento de comunión nupcial con su mísera creatura, transforma el gris de la cotidianidad en espacio luminoso de una aventura e amor, de amistad, que no censura nada, que no cambia nada de lo cotidiano, pero lo hace vivir en plenitud, con corazón dilatado. Y esto es salvación, redención, experiencia de la misericordia de Cristo, transfiguración que no cancela, o censura la realidad, sino que muestra la verdadera belleza, la de la presencia amante y amable del Señor.
5. El reino en medio de nosotros
Es precisamente de esto que tenemos necesidad, y si santa Gertrudis nos anuncia esto, nos prueba esto, nos transmite esta experiencia, entonces de santa Gertrudis tenemos necesidad, hoy más que nunca. Tenemos necesidad de su experiencia, para hacerla nosotros mismos; tenemos necesidad de su reconocimiento de Cristo, para reconocerlo nosotros mismos, como ella, dentro del ámbito de nuestra vida.
Y en particular quien vive dentro de la disciplina monástica cristiana, de vida y de oración, quien vive en comunidad, quien vive la liturgia, quien vive la escucha de la Palabra de Dios -y estas son dimensiones que no están reservadas a los monjes, hoy menos que nunca- tiene necesidad de aprender de ella a vivir todo esto, como espacio que encuentra su sentido en el buscar y acoger la manifestación del Crucificado Resucitado, porque sólo así todo eso que vivimos se cumple, no es en vano, no está perdido.
Como decía, hay una gran tentación de formalismo y de moralismo en la Iglesia de hoy, frecuentemente sobre todo en los jóvenes. Se busca y se cree encontrar seguridad en lo formal, y se teme siempre errar a este nivel, que es evidentemente superficial y revela una profunda fragilidad interior. Hace pocos días, el Evangelio del día nos recordaba las palabras de Jesús sobre el Reino de Dios: “El Reino de Dios no viene de modo llamativo (…) porque ¡miren, que el reino de Dios está en medio de ustedes!”[6].
El carisma profético de la experiencia de los místicos y de su testimonio es propiamente el de atraer nuestra atención al Reino de Dios, que no es llamativo, pero que está en medio de nosotros, a la puerta de nuestra experiencia cotidiana. La ascesis es la atención puesta en aquello que no la atrae, pero que sí atrae nuestro corazón hecho para esta experiencia.
La ascesis es vivir con esta atención no seducida, todas las formas de relación con el Reino de Dios que es Jesucristo en medio de nosotros; vivir con esta atención, por lo tanto, la escucha de la Palabra de Dios, la liturgia en todas sus formas, aun cuando no pueda ser tan bella como quisiéramos, y las relaciones humanas comunitarias, sobre todo con quien también humanamente no nos llama la atención, como no debería atraer por sí misma la atención, la monja anciana que pasaba delante de santa Gertrudis aquella tarde.
Si no somos despertados de nuevo a la atención a Cristo presente, sediento de unión con nosotros y con todos, todo se vuelve formal, apariencia, vanidad, en la cual la insatisfacción del corazón no encuentra más que desilusión, tanto más degradante cuanto más inconfesada y compensada con falsas satisfacciones, incluso también pseudo-religiosas, como el moralismo, el espiritualismo, el clericalismo, el narcisismo litúrgico, monástico, intelectualista.
En suma, la Iglesia siempre ha tenido necesidad de personas verdaderamente enamoradas de Cristo. Los apóstoles han tenido necesidad de la Magdalena, de Juan. Y Pedro ha tenido necesidad de convertirse del “daré mi vida por ti”[7] al “Señor, tú sabes todo, tú sabes que te quiero”[8]. La Iglesia ha tenido y tiene necesidad de todos los místicos y las místicas de su historia; por lo tanto, también de santa Gertrudis, que se destaca por la intensidad de su experiencia y el testimonio que ha dado y continúa dándonos desde hace más de siete siglos.
6. También Gertrudis tiene necesidad de nosotros
Pero quisiera concluir subrayando una consecuencia de la necesidad que podemos tener nosotros de santa Gertrudis. Si verdaderamente tenemos necesidad de su experiencia y testimonio, entonces también santa Gertrudis necesita de nosotros, y de nosotros hoy. Cristo ha tenido necesidad de ella para hacerse conocer y reconocer. En un momento en el cual Gertrudis pensaba que su testimonio no era indispensable, el Señor le reveló que no podría dejar esta vida sin haber cumplido su misión profética: “Quiero que en estos últimos tiempos, en los cuales he decidido infundir mi gracia sobre muchas almas, tus escritos sean un testimonio cierto de mi divina bondad”[9].
Parece escucharse el eco de lo que Jesús le dijo a Pedro sobre Juan: “si quiero que él permanezca hasta que yo venga…”[10].
La vida de aquel que es preferido de Cristo no puede cumplirse sino en el irradiarse a todos los tiempos y todos los corazones, del testimonio de la amistad que ha experimentado. Hasta el fin de su larga vida, Juan no se cansará de anunciar la experiencia innegable de que, en el Verbo de la vida hecho hombre, Dios se quiere revelar a todos como amor[11].
Juan ha muerto, Gertrudis ha muerto, pero esta experiencia es una llama que no puede, que no debe extinguirse, hasta que Cristo venga al final de los tiempos. ¿Pasa esta llama por nuestra vida? Quizás es precisamente con esta pregunta que deberemos vivir estos días, ayudándonos unos a otros a escuchar el testimonio cierto de la divina bondad de Cristo, que santa Gertrudis de Helfta no se cansa de proponernos.
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Mauro G. Lepori, OCist - ¿Por qué tenemos hoy necesidad de Santa Gertrudis?
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[1] El retablo de Santa Gertrudis de la Iglesia del Real monasterio de San Clemente de Sevilla constituye un conjunto pictórico grandioso, de estilo barroco, fechable en los últimos años del siglo XVII. En el centro se encuentra el gran lienzo de Lucas Valdés, Santa Getrudis en inspiración, de 1680. Rodeando el cuadro aparecen diversas escenas de la vida y visiones de Gertrudis. Este cuadro se representa a María en actitud de exponer o de entregar a su Hijo a Gertrudis, en correspondencia con las numerosas visiones en que la santa recibió al Niño Jesús, de manos de María, con ocasión de la fiesta de Navidad: “Durante la santísima fiesta [de tu nacimiento] (...) mientras se leía el Evangelio: ‘Dio a luz a su Hijo primogénito’, etc., tu Madre inmaculada con sus inmaculadas manos te entregó a mí, niño virginal, pequeño amable, que intentabas con todo esfuerzo conseguir mis abrazos. Yo, por desgracia indignísima, te acogí tierno niño, que estrechabas mi cuello con tus bracitos. Tu boca exhalaba el suave aliento de tu dulce Espíritu que experimenté como alimento vivificante para mí. Por ello, Señor Dios mío, con razón te bendice mi alma y todo lo que hay en mí, a tu santo nombre” (L II, 16,4).
[2] Mauro Giuseppe Lepori, nació en Lugano en 1959; se graduó en filosofía y teología en la Universidad de Friburgo; desde 1984 es monje cisterciense en Hauterive. Siendo maestro de novicios, fue elegido abad en 1994. Siendo miembro del Consejo del Abad General desde 2005, fue elegido Abad General de la Orden Cisterciense den 2010. Es autor de numerosos libros y artículos traducidos a varias lenguas.
[3] Continuamos publicando aquí la traducción de las actas Congreso: “LA “DIVINA PIETAS” E LA “SUPPLETIO” DI CRISTO IN S. GERTRUDE DI HELFTA: UNA SOTERIOLOGIA DELLA MISERICORDIA. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 15-17 novembre 2016. A cura di Juan Javier Flores Arcas, O.S.B. - Bernard Sawicki, O.S.B., ROMA 2017”, Studia Anselmiana 171, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2017. Cfr. el programa del Congreso en esta misma página: http://surco.org/content/convenio-divina-pietas-suppletio-cristo-santa-gertrudis-helfta-una-soteriologia-misericordia. Traducido con permiso de Studia Anselmiana y del autor, por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.
[4] Legatus II, 1.
[5] Ibid.
[6] Lc 17,20-21.
[7] Jn 13,37.
[8] Jn 21,17.
[9] Legatus II, 10.
[10] Jn 21,22.
[11] Cfr. 1 Jn 1,1-4; 4,8. 16.