Inicio » Content » LOS ROSTROS DE CRISTO EN SANTA GERTRUDIS (I)

Santa Gertrudis, óleo sobre lienzo, siglo XVII. Anónimo. Palacio Episcopal de Palencia, España.

Ruberval Monteiro, OSB[1]

Resumen: El autor propone contemplar la figura de Gertrudis desde un punto de vista diverso del literario: partiendo de las expresiones artísticas características de los siglos XII y XIII, nos hace captar la transición que se produce entre estos siglos en el modo en que la humanidad comprendía el mundo, a Dios y a sí misma: de una concepción unitaria del misterio, del mundo y de Dios, se pasa a una multiplicidad, con el propósito de estudiar mejor las partes, pero que al final resulta fragmentaria. Surge el teatro religioso como complemento de la liturgia, que articula diálogos con los personajes sagrados para acercar la realidad celebrada a los fieles. Todo esto confluye en la devoción al Sagrado Rostro de Cristo, que proporciona una de las grandes intuiciones de la espiritualidad gertrudiana: la reparación, la impresión y la divinización. ¡Gertrudis es hija de su tiempo y logra tomar lo mejor de lo que la historia le ha entregado!

 

Preámbulo

“Vi al Señor cara a cara” (L II 21,1[2])

Cuando me fue propuesta esta conferencia[3], tuve enseguida una sensación de desafío interior; y a mí me gustan los desafíos, porque todo lo que nos saca de nuestro campo familiar conlleva un crecimiento y un ensanchamiento de horizontes Mi campo de estudio, de trabajo y de interés es el del lenguaje simbólico y el arte de los primeros siglos; por lo tanto, no entra tanto en el medioevo. Pero estudiando un poco, he llegado a captar que en la Iglesia existe un flujo de continuidad; que el Espíritu Santo que ha inspirado los primeros siglos es el mismo Espíritu Santo que ha inspirado todos los siglos siguientes hasta nosotros, comprendido el medioevo. Por eso, en un contexto en el que han hablado tantos especialistas de Gertrudis, quiero compartir algo distinto, algo que es propio de la perspectiva del arte y del lenguaje simbólico.

 

1. El tiempo y el ambiente de Gertrudis

Para contemplar el cuadro de Gertrudis, quisiera ofrecer un marco distinto, y ustedes saben que los cuadros se valoran o se arruinan según el marco que le pongamos. Es normal entonces, que también santa Gertrudis haya sido vista de modo diverso en cada época, incluida la nuestra, con su contexto del siglo XXI. Partiremos de un recorrido cronológico, buscando ver lo que ha precedido al tiempo de nuestra monja y también los sucesivos cambios en el campo del lenguaje simbólico, en sus formas plásticas de la arquitectura y la pintura. Podremos así contemplar a esta mujer en su siglo XIII, puente de paso entre el pleno románico del siglo XII y el fuerte cambio traído por el gótico en el siglo XIV. Para captar mejor los cambios de mentalidad y de espiritualidad, examinaremos temas comunes a estos dos períodos.

 

1.1. El paso del románico al gótico

El románico[4] es el período que podríamos definir como “de oro”, contemporáneo a las dos grandes reformas de la vida religiosa de la Iglesia: los cluniacenses y los cistercienses. Es un siglo, por tanto, áureo, porque ha madurado la sabiduría del primer milenio y se ha creado, no solo desde el punto de vista artístico, lo que podríamos llamar un arte cristiano. El arte paleocristiano es cristiano por adopción. Los cristianos retomaron elementos del arte pagano y los reinterpretaron según los contenidos de la nueva religión. Seguirá un largo proceso de maduración, de destilación, de purificación –baste pensar en la crisis iconoclasta de Oriente-, en el cual los contenidos cristianos encontrarán formas adaptadas, tomadas de las culturas precedentes, realizando síntesis interesantísimas entre fines del primer milenio y comienzos del segundo El estudio de Marie-Madeleine Davy propone las siguientes características, aptas para definir el Románico[5]:

  1. Unidad del universo. El hombre románico vive en un cosmos completamente unitario, muy diverso al actual. Generalmente en nuestra cultura nos sentimos un granito de polvo en el más insignificante de los planetas, que es también insignificante dentro de sistemas cada vez más incomparablemente gigantescos, en un universo infinito en todos los sentidos. Somos un soplo del soplo de la nada. En cambio, sin cambiar para nada el escenario, el hombre románico ve el universo como una sola cosa, donde todo está relacionado, donde todo es una sinfonía orquestada por el Señor.
  2. El mundo es bellísimo. La unidad intrínseca de lo creado y su carácter sinfónico hacen. Sí, que todo sea bello y nada escapa a esta irresistible armonía. El hombre medieval ve la belleza en todos lados, porque todo es obra de Dios.
  3. El hombre como microcosmos. El ser humano es un pequeño universo. Esta imagen, retomada de los antiguos filósofos, contemplada por Gertrudis y descripta por Hildegarda, es la del hombre como un microcosmos dentro del cosmos, dentro del macrocosmos. La ligazón de cada parte con las demás no es autónoma sino unitaria, como las partes del coliflor, cada una en su pequeñez un coliflor en miniatura, y en su conjunto, igual a las partes.
  4. Conocimiento de sí mismo. Puesto que el universo es inmenso y no se puede conocer, incumbe al hombre medieval el importantísimo cometido de conocerse a sí mismo; porque partiendo de lo conocido, podrá develar también el universo. Esto no es novedad, sino que proviene de san Benito y de una sabiduría muy anterior al primer milenio, todavía muy apreciada en el medioevo, como se puede ver en San Bernardo, que escucha decir a Dios: “¿cómo, en fin, quieres contemplarme en mi claridad, si todavía te desconoces a ti misma?”[6]. Pero este conocerse a sí mismo no es exactamente lo que se piensa hoy, como, por ejemplo, hacer veinte años de análisis en el diván de un psicoanalista, al cual contarle mi historia y mis problemas familiares: absolutamente no es esto, aunque una terapia pueda ayudar. Conocerse a sí mismo, para el hombre románico es algo más profundo y simple: reconocerse creatura; por un lado, semejante a Dios, y por otro, desemejante a causa del pecado. Seguramente las experiencias personales con nuestro mal carácter, las opciones equivocadas, los pecados, entran como material de conocimiento; pero también la parte luminosa de los dones del Espíritu en nosotros, nuestra semejanza y filiación, hacen parte de este conocimiento.
  5. La Presencia de Dios. El conocerse a sí mismos nos revela la presencia de Dios, en unidad con la creación: esto hace toda la diferencia. Nuestro desarrollo personal toma estas características comunes al hombre medieval, y no por casualidad, sino porque gran parte de la espiritualidad monástica viene de ese período. Todas nuestras máscaras caen, una tras otra, sin llevarnos aún a la desesperación, sino que, en todo caso, nos hacen llegar a ser más humanos y realistas, porque nos conocimos a nosotros mismos y a Dios que nos habita, para realizar su proyecto Divino en nosotros.
  6. Luces y sombras. El siglo XII es un siglo de contrastes, durísimo, de grandes cambios. La peste negra, las divisiones internas de la Iglesia, los herejes, la persecución contra los Hebreos. Los cristianos perseguían a los musulmanes, más o menos como hoy ellos persiguen a los cristianos; no exactamente por una decisión oficial, pero en espacios determinados (por otro lado, incentivados incluso por san Bernardo, y esta parte de la historia nos disgusta tanto):

Los soldados de Cristo[7] combaten confiados en las batallas del Señor, sin temor alguno a pecar, por ponerse en peligro de muerte y por matar al enemigo. Para ellos, morir o matar por Cristo no implica criminalidad alguna y reporta una gran gloria. Además, consiguen dos cosas: muriendo sirven a Cristo, y matando, Cristo mismo se les entrega como premio. Él acepta gustosamente como una venganza la muerte del enemigo y más gustosamente aún, se da como consuelo al soldado que muere por su causa. Es decir, el soldado de Cristo mata con seguridad de conciencia y muere con mayor seguridad aún. Si sucumbe, él sale ganador. Y si vence, Cristo. Por algo lleva la espada, es el agente de Dios[8], el ejecutor de su reprobación contra el delincuente[9]. No peca como homicida, sino -diría yo- como ‘malicida’, el que mata al pecador para defender a los buenos. Es considerado como defensor de los cristianos y vengador de Cristo en los malhechores […]. La muerte del pagano es una gloria para el cristiano, pues por ella es glorificado Cristo […]. No es que necesariamente debamos matar a los paganos, si hay otros medios para detener sus ofensivas y reprimir su violenta opresión sobre los fieles. Pero en las actuales circunstancias es preferible su muerte, para que no pese el cetro de los malvados sobre el lote de los justos, no sea que los justos extiendan su mano a la maldad[10].

¡Matar a un malvado no es homicidio! Mataban a hombres, mujeres, niños, ancianos islámicos, hacían verdaderas y grandes masacres, tanto en Oriente, como en la reconquista de la Tierra Santa o aquí en Europa. Los textos son difíciles y duros: “Los impíos fueron piamente masacrados”[11]. Es un tiempo de la gran mística y de grandes sombras.

  1. No falta el sentido de lo maravilloso. Este siglo está marcado por una cierta ingenuidad; las personas creían lo que se les decía. Muy diverso es el siglo siguiente, cuando todos comenzarán a hacerse preguntas y a aplicar la razón para comprender los misterios de la fe. Por ejemplo, si había tres cabezas de san Juan Bautista, no era un problema tal como para poner en riesgo la fe de un cristiano normal: ellos tendrían reverencia por las tres. La noción de individuo, la noción de que “tengo mis propias ideas y quiero hacer mi propio camino, original y diverso al de otros”, no está tan presente en este siglo, pero sí lo estará mucho más en el siguiente.
  2. Las perspectivas escatológicas. Era un momento en el que todos pensaban que el mundo estaba por terminar. Este pensamiento fue muy fuerte al acercarse el año mil, pero continuó por largo tiempo también en los siglos sucesivos. En este contexto, los primeros siglos del segundo milenio, se puede comprender el deseo de reforma y las prácticas penitenciales intensas de los movimientos espirituales. Podemos captar esta tendencia, presente incluso hoy, cuando también nosotros, movidos por el estancamiento y las desilusiones, queremos que todo termine, porque no logramos entrever otra salida.

En una iglesia románica encontramos todas estas ocho características enumeradas por Davy: es un universo dentro del universo, donde lo maravilloso se muestra por doquier, así como también la enseñanza moral, cada uno en su espacio específico.

Continuará

 


[1] P. Ruberval Monteiro da Silva nació en Brasil en 1961 y, desde 1983, es monje benedictino en la Abadía de la Resurrección de Ponta Grossa. Ha obtenido la licencia y el doctorado en teología oriental en el Pontificio Instituto Oriental de Roma, y desde 2014, enseña las materias de Arte y Liturgia de los primeros siglos del cristianismo en el Pontificio Instituto Litúrgico de San Anselmo. Es artista plástico y ha pintado en muchas iglesias de Brasil y también de Europa, de las cuales una decena en Italia

[2] Legatus Divinae Pietatis (en adelante, Legatus = L); en: Santa Gertrudis, Le rivelazioni I, a cura di D. C. Tirone, Cantagali, Siena4 1994, 136. Para esta versión en castellano, las citas y referencias se tomarán de: Santa Gertrudis de Helfta, Los Ejercicios (Burgos: Monte Carmelo, 2003), en adelante: LE seguido de número de página; Ibid., El Mensajero de la Ternura Divina. Experiencia de una mística del siglo XIII, Tomo I: Libros 1-3; e Ibid., Tomo II: Libros 4-5 (Burgos: Monte Carmelo, 2013), en adelante: MTD I o MTD II, seguidos de número de página. Aquí: MTD I, 195.

[3] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: “SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019”, Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa

[4] El término se aplica por primera vez al arte medieval en el decenio 1810-1820, para indicar la fase histórica cronológica situada entre fines del siglo X y la primera mitad del siglo XII. Diverso de otros períodos de la historia del arte, el románico no nace de una crisis del período precedente, sino de un renacimiento constructivo en toda Europa. Cfr. C. Tosco, «Romanico», Enciclopedia Italiana dell’Arte Medievale, X, Treccani, Roma 1999, 171.

[5] Cf. Davy, M.-M., Il simbolismo medievale, Ed. Mediterranee, Roma 2010, 43-68.

[6] San Bernardo, Sermón XXXVIII,5, sobre el Cantar de los Cantares, en J. P. Migne (PL 183,977), M.-M. Davy (ed.), Paris, 1943, cit. t. II, p. 52. Versión en castellano tomada de: Ibid., Sermones sobre el Cantar de los Cantares, introducción y traducción de Fr. José Luis Santos Gómez, OCSO (Madrid, ed. del Monasterio de Santa María de Oseira, 2000), 263-264.

[7] Cf. 2 Tm 2,3.

[8] Cf. Rm 13,14.

[9] Cf. 1 P, 2,14.

[10] Sal 124,3.

[11] Suger, Vie de Louis VI le Gros, Waquet, H. (ed.), Champion, Paris 1929, 172.