Santa Gertrudis, talla de madera policromada, Basílica Ntra. Sra. de la Anunciación del Monasterio de São Bento, San Pablo, Brasil, obra de Adrien Henri Vital van Emelen.
Ruberval Monteiro, OSB[1]
El tiempo de la búsqueda y del encuentro
Una vez, en sus lecciones en la Gregoriana[2], el Padre Heinrich Pfeiffer[3] definió el estilo románico como “típico de los benedictinos”: la Iglesia que desciende del cielo, la Jerusalén celestial que se establece sobre la tierra: es segura, con peso, llena de contrastes, estable y colorida como un jardín. El gótico sería la iglesia de los mendicantes: la Iglesia que quiere subir al cielo, que busca de remontar vuelo a las alturas, transfigurada por las luces coloridas de los vitrales.
No debemos pensar que las iglesias románicas fueron como las que conocemos hoy. No han llegado hasta nosotros sino en fragmentos, que nos dan una vaga idea de lo que eran. Las paredes estaban todas pintadas con programas iconográficos ricos y sofisticados. En las navetas, en el ábside, se relataban la historia de la salvación y la vida de los santos, así como también, las teofanías de Cristo. No solo los pavimentos tenían mosaicos, sino también los techos tenían pinturas y decoraciones; ningún espacio estaba vacío o en blanco. Las bellas iglesias románicas que conocemos son apenas esqueletos, sin el color que las revestía en su origen. Son, sin embargo, estructuras muy bellas que nos hacen soñar cómo fueron.
Fig. 1 Iglesia de San Ciriaco, siglo X, Quedlinburg, Alemania.
San Ciriaco (fig. 1), en Alemania, estaba toda pintada con imágenes coloridas y luminosas que relataban escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento, la vida de los santos y beatos. El pavimento estaba recubierto de mosaicos, hoy en gran parte perdidos. Podemos imaginar que quien entraba en una iglesia románica se sumergía en un espacio de colores y de formas armónicas como el cosmos, que lo envolvía por doquier. Y aquí emergen las características que hemos enumerado antes: la unidad, la relación entre el mirco y el macrocosmos, la presencia de Dios, la referencia permanente al final de los tiempos. Si logramos también imaginar una música bella en sintonía con este ambiente, el perfume del incienso, las procesiones y rituales dentro de este espacio, podemos hablar de una experiencia integral, objetiva, de lo sagrado. Es importante tener esto en mente cuando pensamos en el espacio en el cual Gertrudis tiene sus visiones, y las grandes intuiciones de su espiritualidad. Cada iglesia románica era una pequeña Jerusalén celestial, un pregusto de la vida eterna.
El románico es pesado, no tiene miedo de serlo, a fin de poder crear precisamente esta percepción de la Jerusalén que desciende del cielo. A fines del siglo XII, la sociedad cambia y la arquitectura sigue este cambio: las paredes se despliegan hacia lo alto, en ese estilo que, recién en el siglo XIV, Giorgio Vasare ha denominado ‘gótico’[4] y que apunta siempre hacia el cielo y hacia la luz. El cambio no ocurre de un día para el otro, sino poco a poco. La iglesia que está en la tierra comienza a estirarse hacia el cielo. Antes, la iglesia era el lugar del cielo descendido a la tierra, mientras que ahora es el pesado edificio el que empieza alzarse hacia el cielo, dando forma al deseo del Altísimo, en total coherencia con la espiritualidad del momento. El paso del siglo XII a XIII está marcado por las grandes reformas: tanto de las órdenes mendicantes como la reforma de las órdenes monásticas de Cluny y Cîteaux.
Muy notorio es el ejemplo de la iglesia de Magdeburgo del siglo XIII (fig. 2), no muy lejos de Helfta, en la cual se pueden ver las diferencias. Gracias a los nuevos recursos arquitectónicos, los constructores han podido aligerar las paredes de modo de poder abrir ventanas más grandes, que hacen el espacio mucho más luminoso que antes.
Esta nueva tendencia, el gótico, no era mejor ni peor que el Románico: era otro punto de vista, que respondía a las personas y a la mentalidad de la época. También antes, las grandes alturas eras deseables, pero de modo estrictamente simbólico. Lo mismo sucede con la luz, que antes era simbolizada con los colores contrastantes de los frescos, mosaicos y relieves, y después ha dejado espacio a la luz natural, filtrada por las ventanas coloreadas. Los programas iconográficos de las paredes se transfieren a las gigantescas ventanas, y el interior de la iglesia gótica es una Jerusalén celestial iluminada por la Palabra de Dios y la vida de sus moradores: los santos.
Fig. 2 Iglesia de los Santos Mauricio y Catalina, siglo XIII, Magdeburgo, Alemania.
Fig. 3 Catedral de Notre-Dame siglos XIII-XV, Estrasburgo, Francia.
La catedral de Estrasburgo (fig. 3) es todavía una de las más altas del mundo; y con mayor razón, en el medioevo se imponía sobre las demás El deseo de llegar al cielo, de apuntar a lo alto, es explícito. En efecto, la arquitectura gótica, respecto de la románica, está mucho más marcada por la razón, lo que se corresponde con la creación de las primeras universidades y el desarrollo de las escuelas de teología. También antes se estudiaba, ya desde el renacimiento carolingio en el siglo IX, con el redescubrimiento y el aprecio por los libros clásicos y los autores antiguos, sobre los cuales se hacían nuevos comentarios e interpretaciones, pero es el modo, de estudiar lo que ahora cambia. El énfasis en el estudio ha hecho al siglo XIII mucho más racional que los períodos precedentes: no por nada la luz y las obsesiones de este estilo.
El momento en el que vive Gertrudis es precisamente este del paso de un mundo al otro; ella vive entre ambos, y esto la marca definitivamente. Para ayudarnos a comprender qué tenía ante sus ojos y qué cambios ocurrían dentro y fuera de ella, veamos algunos ejemplos que llegan hasta nosotros.
El pensador Pascal ha dicho: «Cristo estará en agonía hasta el fin de los tiempos»[5]; esta es un buena intuición, pero que un hombre románico jamás hubiera producido. Para éste, Cristo es el Viviente el Rey sempiterno[6]. La cruz existe, pero no se la ve aislada de su contexto pascual. El siglo XIII pone un gran énfasis en la ascesis; el deseo de la perfección pasa también por estos medios. Las emociones comienzan a expresarse en las imágenes sagradas y a tomar un espacio cada vez más predominante en las manifestaciones de la piedad.
El vitral figurado más antiguo que nos llega intacto hasta hoy es el de un rostro de Cristo (fig. 4). Si lo comparamos con otro rostro de Cristo, posterior en dos siglos (fig. 5), podemos notar significativos cambios.
Fig. 4 Vitral de Cristo de Wissemburg, 1040-1056, Strasburgo, Alemania.
Fig. 5 Santo Rostro de la Verónica, fines del siglo XIII, The Morgan Library, New York, USA.
Evidentemente son dos técnicas distintas, pero hay algo más: en el Románico, Cristo y los personajes son impasibles, no porque no sufran, sino en base a una concepción más profunda, según la cual todo está vinculado y no se puede separar la tribulación de la victoria ya adquirida por Cristo en la cruz, como explicabaM. M. Davy más arriba. La vida no está hecha “primero” de buenos momentos y “después” de malos, sino de tiempos buenos y malos simultáneamente. En el sufrimiento puedo aprender muchas cosas, y esto es bueno. Esta visión de conjunto que rige hasta el Románico, hace todo mucho más simple, sano y realista. Después, es la fragmentación del ser humano lo que lleva a poner el acento sobre las distintas partes y no sobre el todo. Así la simultaneidad cede el espacio a la narración en una secuencia temporal. No es una transición rápida, sino más bien lenta.
En este período, para estudiar una determinada cosa, se la dividía en partes, a fin de observar mejor sus características. Gertrudis se encuentra al inicio de la transición hacia esta nueva mentalidad, pero conserva todavía mucho de la precedente. En la piedad se sigue el mismo método: la ilustración del manuscrito “Arma Christi” (fig.6) nos muestra la meditación de la Pasión del Señor desarrollada en muchos detalles, cada uno rico e interesante; en principio, todos luminosos, como manifestación de un único misterio; pero que, andando el tiempo, derivarán en una acentuación gradual de las partes en detrimento de la unidad. Pasarán muchos siglos antes de que Pío XII y los papas del siglo XX logren restaurar el valor del misterio pascual en su integridad[7].
Fig. 6 Ilustración de la Pasión de Cristo, Salterio y libro de las Horas de Iolanda de Soissons, fines del siglo. XIII, f° 15.
Continuará
[1] P. Ruberval Monteiro da Silva nació en Brasil en 1961 y, desde 1983, es monje benedictino en la Abadía de la Resurrección de Ponta Grossa. Ha obtenido la licencia y el doctorado en teología oriental en el Pontificio Instituto Oriental de Roma, y desde 2014, enseña las materias de Arte y Liturgia de los primeros siglos del cristianismo en el Pontificio Instituto Litúrgico de San Anselmo. Es artista plástico y ha pintado en muchas iglesias de Brasil y también de Europa, de las cuales una decena en Italia
[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: “SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019”, Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa
[3] Apuntes de clase personales, 1996.
[4] Cfr. Enciclopedia europea, «Gótico», Garzanti, Vol. V. Originalmente el estilo nace en Francia y tiene gran difusión en Europa; pero como provenía de las localidades del norte (de Francia) fue asociado a los pueblos góticos.
[5] «Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo. Durante todo este tiempo, no es posible dormirse» [B553].
[6] Cf. Davy, M.-M., Il simbolismo medievale, 53.
[7] S. S. Pio XII, Dominicae Resurrectionis, AAS 43 (1951), 128-129.