Inicio » Content » LOS ROSTROS DE CRISTO EN SANTA GERTRUDIS (III)

Santa Gertrudis, talla de madera policromada, Fray Cipriano da Cruz Pascoal de Sousa, 1685-1692.

Ruberval Monteiro, OSB[1]

El teatro sacro

Consideremos ahora mismo módulo iconográfico en los dos períodos[2], para captar un aspecto importante de las visiones de Gertrudis. El ejemplo es el de la Visitación del siglo XII y del siglo XIII, en la misma Catedral de Chartres. Se pueden ver diferencias notables.

Fig. 7 La Visitación, Chartres siglo XII, Francia.

Fig. 8 La Visitación, Chartres siglo XIII, Francia.

Mientras que, en la primera (fig. 7), las cabezas son exageradamente grandes y fuertemente expresivas, con cuerpos apenas sugeridos bajo las líneas estructuradas en forma paralela de la vestimenta; en la segunda figura (fig. 8) las cabezas son proporcionadas a los cuerpos alargados, que se sugieren bajo los vestidos, mucho más naturales. Tenemos también otro detalle importante: mientras en la primera figura se reconoce enseguida a la Virgen María (coronada), en la segunda, la figura mariana no es para nada clara. En las imágenes se puede advertir un crescendo de las características naturalistas, que reflejan un proceso de humanización y el abandono de los aspectos simbólicos que predominaban antes.

Como ha señalado J. Leclercq, el fundamento de esta nueva visión medieval es el enfoque litúrgico y teológico de los maestros de este período en la Encarnación, que, vista a la luz pascual, conmueve todo lo humano, tanto lo que se refiere al monje como a Cristo. La consecuencia litúrgica de este enfoque es que la vida teologal de estos santos se centra predominantemente en los misterios de la Anunciación, Adviento, Navidad y la Encarnación.

La Pascua misma es vista a la luz de la Encarnación. Mientras que la perspectiva teológica de la Patrística era más paulina, en el sentido que la Pascua era el centro de su reflexión teológica y su aproximación litúrgica[3], los autores medievales de los siglos XII y XIII adoptan totalmente en la perspectiva joánica del Misterio, sacando todas las consecuencias del «Verbum caro factum» (el Verbo hecho carne).

Según J. Leclercq, el pensamiento de San Bernardo está orientado por dos grandes intuiciones, que corresponden a «las dos fases sucesivas del misterio de la salvación: la imitación del hombre de parte de Dios y la imitación del Dios encarnado de parte del hombre»[4]. Como decía Bernardo en los Sermones sobre el Adviento, este Dios, que es «Creador y Señor del mundo, viene a los hombres; viene por los hombres; viene como hombre», y esto es lo que nos permite «oírlo», «tocarlo», «sentirlo», «verlo»[5]. Es en este ámbito teológico espiritual que nace el así llamado «drama litúrgico», es decir la dramatización de los hechos de la vida de Cristo narrados en los Evangelios.

A partir de san Bernardo, comenzamos a ver cómo la liturgia va tomando un perfil dramático, porque pone él hace que los participantes se impliquen con todo su ser en lo que celebran, mediante un dinamismo de relaciones y diálogos, que producen una continuación entre la celebración y su vida interior. San Bernardo propone la consideratio como instrumento y ejercicio espiritual que permite contemplar con todos los sentidos los aspectos del Misterio de Cristo y disfrutarlos como realidades ya presentes. Es famoso el texto, hoy incorporado a la Liturgia, donde Bernardo dramatiza la Anunciación del ángel a María, diciendo:

«Ya has oído, Virgen, […] que has de concebir y darás a luz un hijo, ya has oído que no será por obra de varón sino del Espíritu Santo. El ángel está aguardando la respuesta; es hora de que suba al que lo envió.

Señora, también nosotros esperamos esa palabra tuya de conmiseración […]. Así te lo pide, Virgen entrañable, el compungido Adán, arrojado del paraíso con su infeliz descendencia. Te lo suplican Abraham y David […]. Responde ya, oh Virgen […] Contesta enseguida al ángel. ¿Qué digo yo? Al Señor mismo en la persona del ángel. Di una palabra y recibe a la Palabra; pronuncia la tuya y engendra a divina; expresa la transitoria y abraza la eterna. ¿Por qué tardas? ¡Qué temes? [...]. Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento y las entrañas al Creador. Mira que está a la puerta llamando el deseado de todos los pueblos [...].

Y respondió: “Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí según tu palabra” (Lc 1,38)»[6].

Gertrudis, como discípula de Bernardo, extiende la consideratio de los Misterios de Cristo, sobre todo, a lo que Leclercq llama la «rapraesentatio»[7]. Y, de modo sorprendente, ella no solo habla a Jesús, como aprendió de Bernardo, sino que también recibe Su respuesta, en un eterno diálogo cara a cara, que implica toda su vida y todas sus facultades.

Esta evolución de la dramatización litúrgica, de la relación con Jesús, no proviene tanto de la perspectiva teológico-espiritual de Bernardo, sino de aquel fenómeno artístico-religioso que se desarrolla en estos siglos dentro de la liturgia y que constituye una mirada propia, gracias a la cual podemos acercarnos a Gertrudis y a su encuentro con el Rostro de Cristo.

 

2. Buscando el Rostro

Un testimonio autorizado de lo dicho es el drama escrito por Hildegarda: el Ordo Virtutum (El Orden de las Virtudes), en el cual las virtudes del alma luchan contra el demonio, que quiere capturarlas. El instrumento de las virtudes es la dulzura de su canto, cada una a su manera. El diablo grita porque no tiene una voz bella ni armoniosa.

Pero los «dramas litúrgicos» ya existían y se desarrollaron a partir de la misma celebración eucarística, en torno al altar y a la lectura del Evangelio en las fiestas importantes[8]. Los Tropos y las secuencias, que son diálogos responsoriales, serían los textos base de estos dramas. Los participantes eran los mismos ministros de la liturgia y las monjas; tenemos un testimonio de esto en las miniaturas del Gradual de Gisela von Kerssenbrock (fig. 9) realizadas por esta monja cisterciense de Alemania del Norte, muerta en la misma época que Gerturdis (1300). Éste libro parece constituir una representación visual de esas dramatizaciones, evidenciando también su carácter contemplativo.

Fig. 9 Miniatura del Gradual de Gisela von Kerssenbrock 1300, Osnabrück, Alemania.

Esta miniatura adorna la letra P inicial del Introito de la tercera misa de Navidad: Puer Natus est (Ha nacido un niño). En ella, además de representarse la escena del Nacimiento en el establo, con el coro angélico en la parte superior, entonando el Gloria, vemos un coro de monjas situado abajo, junto al pesebre y con un himnario. Alrededor hay santos y ángeles, pero no con los pastores, sino con las monjas. Dos aspectos resaltan aquí: su origen cisterciense y su datación temprana[9].

Continuará



[1] P. Ruberval Monteiro da Silva nació en Brasil en 1961 y, desde 1983, es monje benedictino en la Abadía de la Resurrección de Ponta Grossa. Ha obtenido la licencia y el doctorado en teología oriental en el Pontificio Instituto Oriental de Roma, y desde 2014, enseña las materias de Arte y Liturgia de los primeros siglos del cristianismo en el Pontificio Instituto Litúrgico de San Anselmo. Es artista plástico y ha pintado en muchas iglesias de Brasil y también de Europa, de las cuales una decena en Italia

[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa

[3] Cfr. J. Leclercq, «L’humanisme des moines au moyen âge», en Dictionnaire de Spiritualité, vol. 7/1, Beauchesne, Paris 1969, 959-971.

[4] J. Leclercq, «L’humanisme des moines au moyen âge», 264.

[5] San Bernardo de Claraval, Sermones para el tiempo de Adviento III,1; versión en castellano tomada de: ib., Obras Completas de San Bernardo, Edición bilingüe, Tomo I (Madrid: BAC, 1985) 77.

[6] Ib., Omelia IV, 8-9; en: Ib., Opera Omnia 4, Cisterciense, Roma 1966, 53-54.; versión en castellano: Ib., Obras Completas, Tomo II (Madrid: BAC, 1984) 671-673.

[7] Cfr. J. Leclercq, «Imitation du Christ et sacraments chez St. Bernard», in Collectanea Cisterciensia 38 (1976), 263-282.

[8] Cfr. F. Liuzzi, «Dramma Liturgico», en Enciclopedia italiana, Treccani, Milano 1932, 204-205.

[9] Fue realizado en torno al 1300 en el monasterio de Marienbrunn, hoy Alemania.