Inicio » Content » LOS ROSTROS DE CRISTO EN SANTA GERTRUDIS (VI)

Estatua de Santa Gertrudis, siglo XX, Saint Gertrude Parish, Drakford, New York.

Ruberval Monteiro, OSB[1]

4. El rostro de Jesús, sacramento de su corazón

Un artículo interesantísimo[2] de M. G. Muzj[3], sobre la devoción al velo de la Verónica[4] en el siglo XIII, explica que esta práctica, muy difundida en aquel período, tenía dos expresiones diversas, una más gloriosa y otra que representaba a Cristo desfigurado. La autora demuestra que esta devoción estaba presente en la experiencia de Gertrudis y así, nos puede ayudar a comprender la síntesis mística de nuestra santa. En los párrafos siguientes haremos referencia a dicho artículo sobre el rol del rostro de Cristo en la visión de Gertrudis.

 

4.1. Reparación, impresión, divinización en Gertrudis de Helfta

Hasta aquí hemos esbozado los temas fundamentales del deseo del amor que llama a la visión y de la purificación-transformación operada por la visión del Rostro. Ahora deseamos comprender adecuadamente el contraste paradojal entre belleza y desfiguración, en el rostro de Cristo. El pasaje de santa Gertrudis dedicado específicamente a la Verónica nos permitirá analizar los diversos elementos de allí que emergen.

En el domingo: Que toda la tierra[5], por la tarde, según costumbre de los fieles de Roma[6] que desean contemplar la imagen de la amantísima Faz del Señor, ella se preparó con una confesión espiritual y al recordar sus pecados se sintió a sí misma tan desfigurada que se arrojó a los pies del Señor Jesús para depositar allí su deformidad y pedirle perdón de todos los pecados. El Señor levantó su santa mano y le dio la bendición con estas palabras: «Te concedo la indulgencia y el perdón de todos los pecados por las entrañas de mi gratuita misericordia» Y añadió el Señor: «Recibe para verdadera enmienda de todos tus pecados esta satisfacción que te impongo: cada uno de los días de todo este año harás alguna obra buena unida a la ternura con la que te perdoné todos tus pecados» (L IV 7,1)[7].

En el domingo de la octava de la Epifanía y conociendo el uso romano de la procesión con la Verónica ese día, Gertrudis se detiene a narrar, en este capítulo, una experiencia mística suya directamente ligada a la devoción de esa reliquia. Todo comienza con el deseo que siente de unirse en espíritu[8] a los peregrinos que, en Roma, ese día se preparaban para venerar «la imagen de la amantísima Faz del Señor». Y mientras, «como ellos», también ella se preparaba «con una confesión espiritual», he aquí que, de improviso, «al recordar sus pecados se sintió a sí misma tan desfigurada (deformata) que se arrojó a los pies del Señor Jesús para depositar allí su deformidad (eamdem deformitatem) y pedirle perdón de todos los pecados». El Señor, levantando su santa mano y la bendice con estas palabras: «Te concedo la indulgencia y el perdón de todos los pecados por las entrañas de mi gratuita misericordia», pidiéndole luego, como penitencia hacer una obra buena todos los días del año, para unirse «a la ternura con la que te perdoné todos tus pecados».

A la preocupación que Gertrudis le expresa luego, de no llegar a cumplir dicha penitencia a la perfección, el Señor le responde tranquilizándola y diciéndole que el más pequeño «paso» dado en esa dirección (vestigium) será suficiente. «Muy consolada con estas cosas comenzó a rogar por sus amigos más íntimos para que también ellos recibieran tal consolación de la divina misericordia» (L IV 7,2)[9]. De nuevo el Señor la bendijo, asegurándole que todos los que cumplan con ella esta penitencia recibirán como ella la remisión de todos sus pecados por la gracia de su bendición[10].

Fig. 10 «Verónica triste»

Fig. 11 «Verónica d’oro»

M. G. Muzj hace notar que dos temas nuevos emergen de estas líneas: el primero es la doble y sabio connotación contenida en el uso querido del término vestigium, que hemos tenido que traducir como «paso», pero que significa más propiamente «huella»: la huella alude, en efecto, a una parte del versículo del Cantar de los Cantares 1,8 «post vestigia gregum» (tras las huellas del rebaño), y también a la huella dejada por la impronta del Rostro de Jesús en el velo de la Verónica. ¡Y no es difícil intuir entre ellos la riqueza de matices de similares contenidos!                                                                                                    

El segundo tema está constituido por la actitud de reparación implícita en la oración de Gertrudis por sus amigos, actitud sobre la cual ella vuelve muchas vece en el Heraldo. Mencionemos aquí un solo ejemplo significativo: «cuando un alma enamorada se vuelve al Señor con todo el corazón y voluntad sincera, hasta el punto si fuera posible, de estar dispuesta a reparar con gozo todas las ofensas que se hacen a la gloria de Dios; conmueve su ternura, abrasada en llamas de amor durante la oración, y le aplaca hasta reconciliar y perdonar a veces a todo el mundo» (L III 30,4)[11].

El relato de Gertrudis prosigue retomando el tema mencionado al inicio, o sea el estado de «fealdad» en el que la santa se hallaba al momento de su confesión. Como recordamos, ella se veía «deformada»: ahora bien, el participio latino deformata, que responde más adelante al sustantivo deformationem, tiene una riqueza intraducible en lenguas modernas, en cuanto indica el estado de privación de la forma -que es la belleza[12] -, el origen mismo de la fealdad, haciendo así referencia implícita al don originario de aquella forma y belleza que es «la imagen y semejanza». Así, el día siguiente, mientras está orando por las hermanas que, de acuerdo a su consejo habían recibido la comunión a pesar de la ausencia del confesor, la santa ve al Señor que la reviste primero de una «túnica blanquísima», la de «su propia inocencia», y luego de una segunda túnica rosada «entretejida con flores de oro para significar la Pasión del Señor llena de amor, por la que todo hombre obtiene el mérito de una digna preparación (para la comunión)» (L IV 7,4)[13]. Luego, el Señor hace disponer para ellas sitiales junto a Él, se entiende, en el Paraíso.

Se resuelve así, en este segundo momento, el problema de la pérdida de la forma, tal como se manifiesta a Gertrudis, y comprendemos entonces que la contemplación de la Verónica no era ajena a su pensamiento, como podría parecer en una primera lectura del texto.

El hecho es que trata de modo especial el contraste concerniente al rostro de Cristo: queriendo evidentemente evitar hablar de una «fealdad» en el Señor, por una resistencia dictada por el amor, -aun cuando esta fura la consecuencia de su haberse hecho pecado por amor al hombre[14], la Santa habla de su propia deformitas, la fealdad adquirida por ella a causa del pecado. La polaridad paradojal de los atributos de la Verónica se verifica entonces no por parte de Cristo sino por parte de Gertrudis y de sus hermanas, en la combinación de las dos túnicas, que el Señor entrega a sus esposas: una brillante de la inocencia de Cristo, imagen purísima del Padre y otra rosada que alude a la Pasión y a la desfiguración del Siervo. Si bien el contraste está suavizado, ya que espontáneamente se piensa en una superposición de las dos túnicas.

Pero el texto ya tan rico de santa Gertrudis reserva todavía un final sorprendente. Cuando bendice por tercera vez, el Señor «conmovido por su natural bondad», hace una promesa:

«En todos los que atraídos por el deseo de mi amor frecuentan (frequentant) el recuerdo de la contemplación de mi santa Faz, imprimo (imprimo) en virtud de mi humanidad, el vivificante esplendor de mi divinidad. Su claridad iluminará permanentemente su intimidad y los hará brillar con preferencia a los demás en la gloria eterna ante toda la corte celestial por su especial semejanza con mi santa Faz» (L IV 7,5)[15].

Continuará

 


[1] P. Ruberval Monteiro da Silva nació en Brasil en 1961 y, desde 1983, es monje benedictino en la Abadía de la Resurrección de Ponta Grossa. Ha obtenido la licencia y el doctorado en teología oriental en el Pontificio Instituto Oriental de Roma, y desde 2014, enseña las materias de Arte y Liturgia de los primeros siglos del cristianismo en el Pontificio Instituto Litúrgico de San Anselmo. Es artista plástico y ha pintado en muchas iglesias de Brasil y también de Europa, de las cuales una decena en Italia

[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa

[3] M. G. Muzj, «I due volti della Veronica e l’unità del Mistero nella testimonianza dei mistici», in Il Volto dei volti (Bologna: Velar Gorle, 2004) 169-182.

[4] Veronica es la denominación de un módulo iconográfico con la representación de la santa ostentando su velo, sobre el cual Cristo imprimitó su Rostro durante su via crucis.

[5] Omnis terra, actualmente introito del domingo 2do del tiempo ordinario. Antes de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, introito del domingo de la octava de la Epifanía.

[6]  El domingo después de la fiesta de la Epifanía se celebraba en Roma una tiesta en honor de la Faz de Cristo llamada «Verónica», instituida por el papa Inocencio III en el año 1223. En la Edad Media era muy vivo el sentido de peregrinación a lugares santos (Palestina, Santiago de Compostela, Roma) y de veneración de las reliquias de la vida terrena de Nuestro Señor y de los santos. Como los monjes y monjas no podían realizar las peregrinaciones geográficas a causa de la clausura, los maestros espirituales desarrollaron la doctrina de la peregrinación espiritual del alma dentro del recinto del monasterio. En este sentido escribe nuestra autora. Cf. J. Leclercq, «Devoción al cielo», en Cultura y vida cristiana (Salamanca: Sígueme, 1965), 71-89. Título original: L’amour des lettres et le désir de Díeu (Paris: Du Cerf, 3ª edición 1990), 55-69. (N. de T.: tomada y adaptada de: Matilde de Hackeborn, Líbro de la gracia especial, Parte Primera, capítulo 10 [Burgos: Monte Carmelo, 2007]), 83, nota 126.

[7] Santa Gertrudis, Le rivelazioni II, 46; MTD II, 54.

[8] Es interesante notar la analogía entre la «veneración espiritual» de la Verónica -es decir, ponerse mentalmente con intensidad de afecto ante la imagen- y la «comunión espiritual» que era de práctica habitual, ya que no había costumbre de la comunión sacramental frecuente.

[9] Santa Gertrudis, Le rivelazioni II, 47; MTD II, 54-55.

[10] Ibidem.

[11] Santa Gertrudis, Le rivelazioni I, 226; MTD I, 304.

[12] G. Reale, Saggezza antica (Milán: Scienza e Idee, 1995) 132.

[13] Santa Gertrudis, Le rivelazioni II, 48; MTD II, 56.

[14] Como dice el himno Salve sancta facies: dataque Veronicae signum ob amoris (y dada a la Verónica como un signo de amor).

[15] Santa Gertrudis, Le rivelazioni II, 49; MTD II, 57.