«Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios (cf. Ga 4,4), vida en la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba “sometido” a sus padres y que “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2,51-52).
Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: “No se haga mi voluntad ...”(Lc 22,42). La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inauguraba ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido (cf. Rm 5,19).
La vida oculta de Nazaret permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de los caminos más ordinarios de la vida humana…
El hallazgo de Jesús en el Templo (cf. Lc 2,41-52) es el único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús deja entrever en ello el misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina: “¿No sabían que me debo a los asuntos de mi Padre?” María y José “no comprendieron” esta palabra, pero la recibieron en la fe, y María “conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”, a lo largo de todos los años en que Jesús permaneció oculto en el silencio de una vida ordinaria» (Catecismo de la Iglesia Católica, ns. 531-534).