Santa Gertrudis, visión del Corazón de Cristo - Capilla Obispo Martin Marty, Monasterio del Sagrado Corazón, Hermanas Benedictinas de Yankton, Dakota del Sur (USA).
Que te bendiga, Dios mío, oh dulzura mía,
la santa gloria de tu divinidad
con la cual te has dignado llenar y colmar,
durante nueve meses,
las castas entrañas de la Virgen María.
Que te bendiga la altísima potencia de tu divinidad,
que se ha inclinado hasta las profundidades de este valle virginal.
Que te bendiga tu omnipotencia tan ingeniosa, oh Dios altísimo,
por la que has derramado sobre la rosa virginal
tanta virtud y tanta gracia y belleza,
como tú mismo pudiste desear.
Que te bendiga tu admirable sabiduría,
cuya gracia abundante hizo
que toda la vida de María, en su cuerpo y alma,
fuese conforme a tu dignidad.
Que te bendiga tu amor fuerte, sabio y dulcísimo,
que hizo que tú, flor y esposo de la virginidad,
te hicieras hijo de una virgen.
Que te bendiga el anonadamiento de tu majestad,
que me consiguió los tesoros de la heredad eterna.
Que te bendiga la asunción de nuestra humanidad,
que me llamó a la participación de tu divinidad.
Que te bendiga el exilio que, durante treinta y tres años,
has soportado por mí,
para devolver mi alma, que había perecido,
a la fuente de la vida eterna.
Que te bendigan todos los esfuerzos,
dolores y sudores de tu humanidad,
por los que has santificado todas mis angustias,
opresiones y debilidades.
Que te bendiga la experiencia de mi miseria,
por la cual has sido para mí, Padre de gran misericordia
y Dios de una infinita clemencia.
Que te bendiga tu sobreabundante dilección,
por la cual te convertiste en preciosa redención de mi alma.
Que le bendigan todas y cada una de las gotas de tu preciosísima sangre,
por las cuales has vivificado mi alma
y me has rescatado a muy alto precio.
Que te bendiga la amargura de tu preciosa muerte
que tu amor generoso te ha infligido por mí;
gracias a ella no me ruborizo,
ni de tomar en ti todo lo que me falta de méritos,
ni de tener la audacia de pensar y presumir
de que te preocupas realmente de mí,
puesto que eres mío y yo tuya
por derecho eterno de mi propio rescate.
Que te bendiga por mí tu gloria triunfante,
con la que, revestido de mi carne,
te sientas a la derecha del Padre, Dios bendito por los siglos.
Que te bendigan tu propia luz, tu honor y tu poderío,
que nutre y sacia de modo admirable a todo el ejército celestial.
Que te ensalce, por mí, oh Dios de mi vida,
la divinidad de tu imperial Trinidad,
tu unidad esencial, la distinción de las personas,
su suave sociedad, su mutua e íntima familiaridad.
Que te ensalce tu sublime e incomprensible dignidad,
tu inmutable eternidad,
tu pureza que excluye toda mancha,
tu santidad fuente de santidad,
tu gloriosa y perfecta felicidad.
Que te ensalce la carne purísima de tu humanidad,
en la cual me has purificado,
al hacerte hueso de mis huesos y carne de mi carne.
Que te ensalce tu augustísima alma,
preciosísima prenda por la cual has redimido a mi alma.
Que te ensalce tu suave y deificado corazón,
que por amor se ha roto por mí en la muerte.
Que te ensalce tu amante y fidelísimo corazón
en el cual la lanza me abrió un camino,
para que mi corazón entre y descanse.
Que te ensalce este dulcísimo corazón,
único refugio de mi exilio,
que está siempre lleno
de una tierna solicitud pura conmigo,
y nunca deja de tener sed de mí
hasta que me reciba para la eternidad.
(Ejercicio VI)
Ver video: Jubileo de la misericordia y santa Gertrudis: https://www.youtube.com/watch?v=WOcNyG-gbKA