Juan Patricio Morlete Ruiz, Cuadro devocional sobre el tema central del corazón de María, rodeado de ángeles y santos (detalle).
Aparece Cristo, flanqueado por de San Joaquín y Santa Ana; a la derecha de Cristo, Santa Gertrudis, arriba de ésta Santa Catalina de Siena, abajo al centro,
Santa Teresa y dos santas monjas más, no identificables. Museo Nacional de Arte INBA, México.
Bernard Sawicki, OSB[1]
1.2.3 El efecto del amor
Los variados modos de obrar del amor[2], tal como los describe El Mensajero de la Ternura Divina de Santa Gertrudis, son el camino de la gracia de Dios y producen efectos que superan los objetivos se podrían concebir al emprender el camino del amor. En su lenguaje, Santa Gertrudis tiene expresiones e imágenes propias para presentar las variadas formas de amor. Amar a Dios implica ser liberada de todo apego humano[3], ser elegida por Dios[4] para su alabanza[5], llegar a ser morada de Dios[6], santificada por su amor[7]. Los «impulsos de un ardoroso amor» consuman las fuerzas y animan «los sentidos tanto internos como externos», predisponiendo a una buena celebración litúrgica[8].
El otro efecto del amor, que Gertrudis experimenta y describe, son las delicias de Dios. Las virtudes, formadas en el alma por el amor, hacen las delicias de Jesús[9]. Su ternura hace gustar en el corazón de los elegidos tales alegrías, que ellos, por sí mismos, no pueden experimentar y ni siquiera imaginar[10]. El alma agrada a Jesús cuando «doblega su mente por amor a Dios para cumplir alguna obra difícil»[11]; la fidelidad en el amor le satisface plenamente; su infinito amor se «deleita en perfeccionar» todas las acciones de Gertrudis[12]. También Gertrudis experimenta una sensación de deleite. En cierta ocasión escribe:
«Te acercaste a mí de forma maravillosa en aquella hora con clarísima condescendencia, y desbordante dulzura sobre toda medida. Me uniste a tu conocimiento y a tu amor con tiernísima reconciliación y me introdujiste en mi intimidad, ¡tan desconocida para mí antes de esa hora! Comenzaste a trabajarme de maneras maravillosas y secretas, para que pudieras tener en adelante tus delicias en mi corazón como las tiene el amigo con su amigo, diré más, como el esposo con su esposa, en su propia casa, así tú con mi alma»[13].
Todo amor lleva a la unión de las personas que se aman. Lo mismo vale para el amor de Dios. El Espíritu Santo une al alma con Dios eternamente, precisamente a través del amor[14]. Jesús mismo confiesa:
«Igualmente no encuentro nada en el cielo ni en la tierra que me deleite sin ti, ya que siempre te asocio a todas mis delicias por amor. De esta manera siempre me gozo en ti con todas las cosas en las que encuentro mis delicias, y cuanto más placenteras me resultan, mayores son los frutos que producen en ti»[15].
Habiendo establecido y fijado su amor en el alma de Gertrudis, Jesús no podrá soportar jamás que ella se separe de Él[16]. Una vez, al momento de recibir la comunión, Jesús presenta a Gertrudis la perspectiva de sentir su alma licuarse por el ardor de su divinidad, de modo que pueda fluir en Él «como el oro se funde con la plata»[17] en el crisol. El amor de su divino Corazón atrae a Jesús hacia Gertrudis[18]. El amor de María tiene también este carácter visceral y vuelto hacia todos[19]. Gertrudis se siente también «totalmente incorporada» a Jesús[20]. Esta unión acoge en sí misma todos los demás efectos del amor antes mencionados. Dios «primero […] la escogió desde toda la eternidad para concederle gracias especiales: segundo, […] haberla atraído dulcemente hacia sí; tercero, […] haberla unido tan íntimamente consigo, cuarto […] la dulce fruición con ella y quinto, […] haberse dignado consumarla en sí»[21].
La unión con Dios conduce directamente al conocimiento de Él. En una ocasión, le dice el Señor: «El color verde de mis vestidos, adornados por dentro como de oro, significa que toda acción de mi divinidad germina y florece por el amor»[22]. Gertrudis «aceptaba con gran gozo que la divina sabiduría sea tan inescrutable y tan inseparablemente unida al dulce amor. Esto le confería absoluta seguridad al encomendar a ella todas las cosas, porque le agradaba más que si pudiera conocer todos los arcanos de los secretos de Dios»[23].
El amor tierno y visceral de Dios es la fuente de la gracia. Gertrudis lo experimenta[24] y espera que también le sean concedidas otras gracias «por aquel amor que te contuvo, cuando el [Hijo] único amantísimo de tu paternal amor, era contado entre los malhechores»[25]. La gracia que «llevada por el soplo tenue y suave del amor» pone al alma «blanca como la nieve» dándole «plena seguridad no solo del perdón de los pecados, sino también de verse colmada de desbordantes méritos»[26]. Es que el amor hace bello, transformando aún los signos del sufrimiento en una realidad gloriosa[27].
Continuará
[1] Monje de la Abadía Benedictina de Tyniec (Cracovia) en Polonia, licenciado en teoría de la música y piano; doctor en teología. Entre los años 2005-2003 fue abad de Tyniec. De 2014 a 2018 fue coordinador del Instituto Monástico de la Facultad de Teología del Pontificio Ateneo San Anselmo en Roma.
[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa
[3] «[El] Señor […] había purificado el corazón de su amada de todo apego humano, se había dignado elegirla exclusivamente para sí, haber hecho en ella su morada y derramar sus dones espirituales» (L I 2,6; MTD I, 72).
[4] «Visito frecuentísimamente a esta mi elegida, escogida gratuitamente para poner en ella mi morada» L I 11,4; MTD I, 72).
[5] «Ésta, como he dicho más arriba, es una de esas [almas] dichosas que, según san Bernardo, escogió Dios como morada suya con preferencia al cielo material, para su alabanza» (L I 5,2; MTD I, 84).
[6] «Yo al elegir, vencido por tu amor mi morada en ti, entre todas las tormentas de los vicios que te inundan, intento alcanzar la serenidad de tu enmienda y el puerto de la humildad» (L II 12,2; MTD I, 170).
[7] «Escúchame también, santificada por mi amor, reconoce que de ti misma no tienes nada, de mí lo tienes todo» (L III 8,1; MTD I, 231).
[8] «Dilataba todas sus energías y sentidos tanto interiores como exteriores con esta intención y devoción y se preparaba para cantar los Maitines en la gloria del Domingo de Resurrección» (L IV 27,4; MTD II, 149).
[9] Cf. L III 26, 2-3; MTD I, 294-295.
[10] Cf. L III 17, 2-4 MTD I, 260-263.
[11] «Mientras el mismo día se cantaba: El Ángel del Señor llamó a Abrahán, comprendió que así como Abrahán mereció, con el brazo ya levantado para cumplir la obediencia, ser llamado por el Ángel, de igual modo si el elegido doblega su mente por amor a Dios para cumplir alguna obra difícil, y se adhiere a ella con plena voluntad, al momento experimentará la aprobación del favor de la divina gracia y merecerá ser consolado por el testimonio de su propia conciencia. Con este donativo la incontenible generosidad de Dios adelanta el premio eterno que cada uno recibirá por los méritos que hubiere obtenido con sus obras» (L III 30,21; MTD I, 312).
[12] «Yo […] me deleito con mi benignidad en perfeccionar de tal manera todas tus obras, que puedan ser objeto de complacencia para mí y para todos los moradores el cielo» (L IV 31,1; MTD II, 157).
[13] L II 23,5; MTD I, 203.
[14] Cf. L I 3,4; MTD I, 76.
[15] L I 11,5; MTD I, 102. Algunas ediciones añaden en este lugar un texto de san Bernardo: «Es lo que atestigua san Bernardo cuando dice: “Concedo que el honor del rey ame la justicia, pero el amor de esposo y más el Esposo-amor busca la correspondencia y la fidelidad del amor”» (Sobre el Cantar de los Cantares, sermón 83,5) Esta cita de san Bernardo está ausente en manuscritos importantes del Heraldo. Alguno la presenta como marginal. En Helfta eran muy conocidos y leídos los escritos del abad de Claraval. (Esta aclaración figura en MTD I, 102, nota 77; N. de T.).
[16] L III 5,1; MTD I, 225-226.
[17] L III 10,2; MTD I, 238.
[18] Cf. L III 42,1 MTD I, 346.
[19] «Cuando en el “Gloria a Dios en el cielo” se cantaba “primogénito de la Virgen María”, recapacitó ella que al Señor debería llamársele más congruentemente “unigénito” que “primogénito”, puesto que la Virgen sin mancha no engendró a ningún otro más que aquel único, que mereció concebir del Espíritu Santo. Entonces le respondió la bienaventurada Virgen con tierna serenidad: “De ninguna manera unigénito, sino que se le llama oportunísimamente mi dulcísimo primogénito Jesús, porque fue el primero que procreé en mi seno cerrado, y después de él y por él os engendré a todos vosotros, acogiéndoos en mis entrañas con maternal amor como hermanos para él, e hijos para mí”» (L IV 3,7; MTD II, 30).
[20] Cf. L IV 23,6; MTD II, 124. Cfr. también L IV 36,4; MTD II, 175.
[21] L V 29; MTD II, 404-405.
[22] L I 16,1; en MTD I, 124.
[23] L I 17,3; MTD I, 131.
[24] «Espero humilde y fielmente este beneficio de la dulcísima ternura de tu benignísimo amor, que me aceptará, aunque indignísima, según la fiel promesa de tu verdad. Lo abrazo agradecida con segurísima caridad, no por mis méritos que son nulos, sino por la sola clemencia de tu misericordia. ¡Oh mi sumo, aún más, único, todo, verdadero y eternal Bien!» (L II 20,12; MTD I, 192).
[25] L II 18,2; MTD I, 184.
[26] «La suavidad interior de la gracia divina que, llevada por el soplo tenue y suave del amor, derramaba en el alma fiel el rocío perfumado de amorosas lágrimas. Al momento la pone blanca como la nieve, con plena seguridad no solo del perdón de los pecados, sino también de verse colmada de desbordantes méritos» (L III, 14,3; MTD I, 249).
[27] «Gloria a ti, suavísima, dulcísima, benignísima, nobilísima, imperial, excelentísima, siempre radiante y tranquila Trinidad por las enrojecidas llagas de mi único y escogido Amante. […] Apareció nuestro Señor Jesucristo más hermoso que todos los ángeles. En cada una de sus llagas tenía flores que resplandecían como brillo del oro» (L IV 35,1; MTD I, 165).