Inicio » Content » SANTA GERTRUDIS, ENTRE LA TRADICIÓN DE LA FILOCALIA Y EL MENSAJE DE SANTA FAUSTINA KOWALSKA (XII)

Santa Gertrudis, colonial venezolano siglo XVIII, óleo sobre tabla, 25 x 15 cm.

Bernard Sawicki, OSB[1]

3.1 El aspecto kenótico en la Filocalia

Uno de los motivos importantes de la Filocalia[2], que podría clasificarse como kenótico, es la lucha contra el diablo y el pecado. Esta es precisamente la condición necesaria para llegar a la pureza de corazón, tan importante para el camino espiritual en la Filocalia. Para describir esta lucha los monjes usan un lenguaje muy concreto y a veces duro. Isaías el Anacoreta escribe que «es necesario echar del corazón el asalto del pensamiento con piadosa contradicción en el tiempo de la oración […]»[3], insistiendo sobre la necesidad de «odiar por naturaleza el pecado»[4]. Casiano habla del combate en sus varias formas[5], incluso violenta: «Cuando acuden a vuestro corazón los malos pensamientos, deberéis echarlos con ira y, luego de haberlo hecho, al encontraros en el lecho donde vuestra alma reposa, arrepentiros para convertiros»[6]. Filoteo del Sinaí habla de combate precisamente para los atletas de Cristo[7]. Un momento «kenótico» entonces difícil, pero necesario de afrontar es la «contrición del corazón» y la «compunción»[8]. El Presbítero Hesiquio describe las amenazas del corazón, parangonándolas con «las negras caras de los etíopes espirituales»[9]. Esta imagen de los demonios es en una de tantas, presentada con mucha vivacidad para expresar la seriedad y la necesidad de la lucha para alcanzar la pureza de corazón. Diadoco de Fótice, por ejemplo, escribe:

«Cuando la gracia no habita en el hombre, estos [los demonios] se adhieren como serpientes a las profundidades del corazón y no permiten absolutamente que el alma dirija su mirada al deseo del bien. Pero cuando la gracia está escondida en el intelecto, como nubes oscuras recorren las partes del corazón, asumiendo la forma de pasiones pecaminosas y de variadas distracciones […]»[10].

Aparecen también otras imágenes, como «los dardos del enemigo» y «las flechas del demonio»[11], el sepulcro que esperaba la liberación[12], y «las maquinaciones de los enemigos»[13]. Contra estas amenazas se requiere un esfuerzo serio y continuo y «lágrimas de arrepentimiento»[14] que ablandan el corazón[15], ya que el peligro está siempre presente. He aquí un ejemplo de una actitud inadecuada: «El rencor, adherido al corazón, es como un fuego escondido en el lino rústico»[16]. Máximo el Confesor agrega: «Quien no cumple la voluntad de Dios, aunque sea creyente, tiene el corazón insensato, como una fábrica de malos pensamientos, y su cuerpo es deudor del pecado, siempre implicado en la contaminación de las pasiones»[17]. La apuesta es alta. Como escribe Filoteo del Sinaí: «La prisión es ser sacado fuera del corazón con violencia y contra la propia voluntad, o el persistente y destructivo comercio de la parte más noble [con la más baja] de nuestra alma […]»[18]. O, según Marcos el Asceta: «La malicia, ejercitada mediante los pensamientos, torna insolente el corazón; cuando es eliminada, mediante la continencia y la esperanza, lo torna arrepentido»[19]. Se busca, por tanto, una actitud radical, como la que muestra Casiano con la imagen de la extirpación del corazón de la raíz de la cólera[20]. Sin embargo, el Presbítero Hesiquio observa que este radicalismo no es posible sin la ayuda de Jesucristo: «Es imposible purificar nuestro corazón de pensamientos pasionales y alejar de él los enemigos espirituales, sin una prolongada invocación del nombre de Jesucristo»[21]. Y, en otro lugar: «Los pensamientos que contra nuestra voluntad están dentro de nuestro corazón y allí se han establecido, son borrados por Él, desde lo más profundo del pensamiento del corazón, por la oración de Jesús unida a la sobriedad»[22]. En otro lado, el mismo autor agrega: «Es necesario invocar al momento, desde lo más profundo de nosotros mismos, a Cristo, para que ahuyente al intelecto del demonio y nos dé los premios de la victoria, ya que es amante de los hombres»[23].

Se busca también una actitud integral, como la propuesta por Marcos el Asceta:

«Si no puedes proclamar victoria contra las mencionadas pasiones […] mira hacia ti mismo mediante la oración y la sinergia de Dios, y sumergiéndote en las profundidades del corazón, determina dónde se encuentran estos tres poderosos gigantes del diablo, es decir, el olvido, el descuido y la ignorancia, sostén de los filisteos espirituales, mediante los cuales, las restantes pasiones […] actúan, viven y se fortalecen en los corazones de aquellos que aman la propia voluptuosidad y en las almas privadas de disciplina»[24].

Para enfrentar esta lucha, conviene conocer algunas dinámicas de la naturaleza humana en la que, en efecto, no hay compromisos. Lo recuerda el Presbítero Hesiquio: «Así como es imposible que por un mismo conducto pasen el fuego y el agua, de la misma manera es imposible que el pecado entre en el corazón, si antes no golpeó a su puerta por medio de la fantasía de un asalto maligno»[25]. Junto a los esfuerzos radicales es necesario mantener el esfuerzo sistemático en la búsqueda continua de Dios[26] y de su Reino[27], el esfuerzo y el deseo del corazón[28], una acción comprometida y responsable[29]. Casiano resume bien esta actitud, subrayando su significado espiritual: «El solo ayuno del cuerpo no es suficiente para adquirir la perfecta templanza y la verdadera castidad, si no hay también contrición del corazón, una perseverante oración a Dios, una asidua meditación de las Escrituras, una dura fatiga y trabajo manual […]»[30].

Marcos el Asceta habla de «fatiga del corazón»[31], el Presbítero Hesiquio indica la necesidad de esfuerzo y perseverancia en la invocación del nombre de Cristo, motivándolo con una bella metáfora: «Así como, cuanta más lluvia cae sobre la tierra, más la ablanda; así también el santo nombre de Cristo, gritado e invocado frecuentemente por nosotros, llena de alegría y de gozo la tierra de nuestro corazón»[32]. La meditación y la oración deben acompañar y penetrar todos los momentos de nuestra vida. El Abad Filemón lo dice muy claro: «Siempre, cuando duermes, cuando te levantas, cuando comes o cuando bebes, si estás en compañía o en lo secreto, mentalmente, tu corazón ora o medita los salmos: “Señor Jesús, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mí” [...]»[33]. Igualmente enseña Filoteo del Sinaí: «Desde la mañana [...] es necesario colocarse viril y reciamente a la puerta del corazón, mediante el perfecto recuerdo de Dios y la incesante oración de Jesucristo, y matar, con vigilancia espiritual, a todos los pecadores de la tierra […]»[34]. Un instrumento importante en este esfuerzo cotidiano es la humildad y «vivir apartados, con consciencia y silencio respecto de todo»[35].

Los autores de la Filocalia muestran también los efectos de este esfuerzo espiritual. Marcos el Asceta afirma: «Un corazón que ama los placeres, se convierte, a la hora de la muerte, en prisión y cadenas para el alma; el que ama fatiga, es una puerta abierta»[36]. Habla también de «un aguijón que azuza el corazón, empujándolo hacia la confesión, hacia la humildad, a dar gracias con el alma arrepentida, actuando con celo, devolviendo en cambio al Señor buenos modos y costumbres, y toda virtud según Dios […]»[37]. Juan Carpacio observa a su vez que «es necesario que haya mucha lucha y tiempo, solo para poder encontrar el estado de ánimo libre de turbaciones, ese cielo en lo interno del corazón, donde vive Cristo […]»[38]. Según Simón el Teólogo, el recuerdo continuo de Dios impreso en el corazón con la potencia de la cruz, vuelve «firme e inconmovible la potencia espiritual»[39].

Continuará

 


[1] Monje de la Abadía Benedictina de Tyniec (Cracovia) en Polonia, licenciado en teoría de la música y piano; doctor en teología. Entre los años 2005-2003 fue abad de Tyniec. De 2014 a 2018 fue coordinador del Instituto Monástico de la Facultad de Teología del Pontificio Ateneo San Anselmo en Roma.

[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa

[3] Filocalia I,27, Isaías el Anacoreta, 26; en castellano: Filocalia I,94.

[4] «Si tu corazón, por naturaleza, comienza a odiar el pecado, lo vence, colocándose lejos de aquellos que lo generan» (Filocalia I,24, Isaías el Anacoreta, 6; en castellano: Filocalia I,90).

[5] «Nuestra primera lucha será lograr la continencia del estómago y el doblegar nuestro cuerpo, no solamente mediante nuestro ayuno, sino también velando con la fatiga, la lectura y con el recogimiento de nuestro corazón, temerosos de la gehena y deseosos de acceder al Reino de los Cielos» (Filocalia I,74, Casiano el Romano, Los ocho pensamientos viciosos. La continencia del estómago; en castellano: Filocalia I,131).

[6] Filocalia I,83, Casiano el Romano, Los ocho pensamientos viciosos. La ira; en castellano: Filocalia I, 141.

[7] «Es con respecto al doble temor de Dios y a la purificación de los pensamientos pasionales, que siempre se entabla el más duro combate, que está en el corazón de la mayor parte de los atletas de Cristo» (Filocalia III,23, Filoteo del Sinaí, Cuarenta capítulos sobre la sobriedad, /ita. II,413/; la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[8] Filocalia I, Marcos el Asceta, 18; en castellano: Filocalia I,172.

[9] Filocalia I,166, El Presbítero Hesiquio, 23; en castellano: Filocalia I,235.

[10] Filocalia I,282, Diadoco de Fótice, 81; en castellano: Filocalia I,380.

[11] «Los dardos del enemigo se apagan más fuera de la sensibilidad del cuerpo; en efecto, la brisa del Espíritu Santo, moviendo el corazón hacia los vientos de paz, apaga las flechas incendiarias del demonio cuando aún se encuentran en el aire» (Filocalia I,285, Diadoco de Fótice, 85; en castellano: Filocalia I,383).

[12] «Cuando oyes decir que Cristo, al descender al hades, liberó a las almas que ahí estaban retenidas, no pienses que estas cosas sean muy lejanas de las que se cumplen ahora. Créeme, que el corazón es un sepulcro donde están sepultados los pensamientos y el intelecto, retenidos por pesadas tinieblas. Viene, por tanto, el Señor a las almas que gritan a Él desde el hades, es decir, viene a la profundidad del corazón; y allí, dando órdenes a la muerte, dice: “Envía a las almas prisioneras que me han buscado, ya que soy poderoso para salvarlas”; luego, levanta la pesada piedra puesta sobre el alma, abre la tumba y resucita a quien está verdaderamente muerto, librando al alma reclusa de la prisión sin luz» (Filocalia III,337 Macario el Egipcio, Paráfrasis de Simeón Metaphratos, 116/; la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[13] «Dice bien el santo que las maquinaciones de los enemigos quedan sin resultado, cuando nosotros vivimos en la profundidad de nuestro corazón, y tanto más cuanto más nos complacemos» (Filocalia IV,202 el Monje Nicéforo, Discurso sobre la sobriedad – De Diadoco, /III, 522/; la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[14] «Pero cuanto quitamos de nosotros esta materia y purificamos el corazón con lágrimas de arrepentimiento, odiando hasta el engaño de las cosas visibles, entonces nos hallamos participando de la venida del Espíritu» (Filocalia IV,84 Nikitias Stithatos, Primera Centuria. Capítulo práctico, 19 /III,398//; la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[15] «Sin [las lágrimas] la dureza de nuestro corazón no puede ablandarse, ni nuestra alma tiene todavía la percepción del juicio futuro y de los tormentos eternos» (Filocalia IV,39 Simeón el Nuevo Teólogo, Capítulos prácticos y teológicos, 69 /III,363/ la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[16] Filocalia I, Teodoro, Obispo de Edesa, 26; en castellano: Filocalia I,438.

[17] Filocalia II,181 Máximo el Confesor, Capítulos varios, I Centuria, 73 (la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[18] Filocalia II,29 Filoteo del Sinaí, 35 (la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[19] Filocalia I, Marcos el Asceta, 17; en castellano: Filocalia I,172.

[20] «Porque, si eliminamos del corazón la raíz de la cólera, el pecado no se convertirá en odio ni envidia» (Filocalia I,86, Casiano el Romano, Los ocho pensamientos viciosos. La ira; en castellano: Filocalia I,144).

[21] Filocalia I,166, El Presbítero Hesiquio, 28; en castellano: Filocalia I,236.

[22] Filocalia I,186, El Presbítero Hesiquio, 137; en castellano: Filocalia I,257.

[23] Filocalia I,171, El Presbítero Hesiquio, 47; en castellano: Filocalia I,241.

[24] Filocalia I,159, Marcos el Asceta, Carta al Monje Nicolás; en castellano: Filocalia I,226-227. Encontramos la misma enseñanza citada por el Monje Nicéforo: «Por tanto, si quieres obtener la victoria contra las pasiones, mira hacia ti mismo mediante la oración y la sinergia de Dios, y sumergiéndote en las profundidades del corazón, determina dónde se encuentran estos tres poderosos gigantes del diablo, es decir, el olvido, el descuido y la ignorancia, sostén de los filisteos espirituales» (Filocalia IV,199 Nicéforo el Monje, Discurso sobre la sobriedad – Del Abad Marcos a Nicolás /3,520/; la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[25] Filocalia I,170, El Presbítero Hesiquio, 45 en castellano: Filocalia I,240.

[26] «El que pone su corazón a la búsqueda de Dios con piedad y según la vedad, no puede saber que ya ha encontrado la complacencia de Dios» (Filocalia I,25, Isaías el Anacoreta, 18; en castellano: Filocalia I,92).

[27] «Incesantemente buscamos dentro de nuestro corazón el reino de los cielos, el granito de mostaza, la perla y la levadura (cfr. Mt 6,33; Lc 13,19; Mt 13,33. 45) […] Precisamente por esto nuestro Señor Jesucristo decía: “El reino de dios está dentro de vosotros” (Lc 17,21), poniendo de manifiesto que la divinidad habita dentro de nuestro corazón» (Filocalia III,23, Filoteo del Sinaí, Cuarenta capítulos de sobriedad, /II,408/; la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[28] «Que tu fatiga y el deseo de tu corazón se dirijan a los fieles de la tierra, igualándolos en su aflicción espiritual» (Filocalia I,34, Evagrio Monaco, Compendio de la vida monástica que enseña cómo se debe ejercitar la ascesis y la hesichía; en castellano: Filocalia I,111).

[29] «El que obra la piedad, corra y persiga el fin en su intelecto, de modo de poner perfectamente a salvo en su corazón el recuerdo de Dios, como perla o piedra preciosa» (Filocalia III,16, Filoteo del Sinaí, Cuarenta capítulos de sobriedad, /ita. II,398/ la traducción del italiano es mía, N. de T.)

[30] Filocalia I,75, Casiano el Romano, El espíritu de la fornicación; en castellano: Filocalia I,131.

[31] «El recuerdo de Dios es una fatiga del corazón ejercida por la piedad» (Filocalia I, 136, Marcos el Asceta, A propósito de aquellos que creen estar justificados por sus obras, 131; en castellano: Filocalia I,201).

[32] Filocalia I,169, El Presbítero Hesiquio, 41; en castellano: Filocalia I,239. Un estímulo similar encontramos en Elías el Presbítero: «Gotas de rocío embriagan los surcos de la tierra y gemidos que destilan del corazón, las disposiciones del alma en oración» (Filocalia III,61 Elías el Presbítero y Écdico, Capítulos gnósticos, 106 /ita. II,444/ la traducción del italiano es mía, N. de T.).

[33] Filocalia II,348 Abad Filemón, Discurso utilísimo (La traducción del italiano es mía, N. de T.).

[34] Filocalia III,16; Filoteo del Sinaí, Cuarenta capítulos …, 2 /ita. II,399/ (La traducción del italiano es mía, N. de T.).

[35] Filocalia IV,235 Gregorio del Sinaí, Últimos capítulos, 104 (La traducción del italiano es mía, N. de T.).

[36] Filocalia I,111 Marcos el Asceta, 20; en castellano: Filocalia I,172.

[37] Filocalia I,152, Marcos el Asceta, Carta al monje Nicolás; en castellano: Filocalia I,214.

[38] Filocalia I,310, Juan Carpacio, 52; en castellano: Filocalia I, 411.

[39] Filocalia IV,203 Simeón el Nuevo Teólogo, Discurso sobre la sobriedad. De Simeón el Teólogo / III,523/.