Inicio » Content » SANTA GERTRUDIS, ENTRE LA TRADICIÓN DE LA FILOCALIA Y EL MENSAJE DE SANTA FAUSTINA KOWALSKA (XIII)

Muerte de Santa Gertrudis, colonial venezolano siglo XVIII, Museo de Arte Religioso ex Convento Santa Clara, Bogotá, Colombia.

Bernard Sawicki, OSB[1]

3.2. El aspecto kenótico en El Mensajero de la Ternura Divina

La cercanía íntima de santa Gertrudis con Jesús, amante y sufriente[2], obviamente incluye imágenes de carácter kenótico, que expresan el deseo, pero también la experiencia, de unión con el Salvador. Uno de los motivos característicos es «la herida de amor», considerada por santa Gertrudis entre las gracias más preciadas:

«Entre todas estas gracias prefiero especialmente dos: haber impreso en mi corazón las preclaras joyas de tus saludables llagas, y para realizarlo, gravar en él la herida del amor con tal claridad y fuerza que, si en adelante no me concedieras ya ninguna consolación interna y externa, era tanta la dicha que me otorgaste con estos dos soles, que aunque viviera mil años, podría tener en cada momento más consolación, conocimiento y gratitud que lo que se puede desear»[3].

El amor que Gertrudis experimenta tiene, por tanto, esta dimensión de dolor violento, que consuma realmente todas las fuerzas y que es más potente que la muerte[4]. Dios le envía flechas de amor. Según la hermana que transcribe El Mensajero de la Ternura Divina, estas eran numerosas, lanzadas desde la infinita «dulzura de su divino Corazón» y su alma experimentaba «dulcísimos gozos de divina dulzura»[5]. Los dardos del amor de Jesús liberan a Gertrudis. Para ser liberada de las cosas terrenas santa Gertrudis pide a Jesús ser traspasada con los dardos de su amor:

«Por tu Corazón traspasado traspasa, amantísimo Señor, [mi] corazón tan profundamente con los dardos de tu amor, que no pueda contener nada terreno y solo sea poseído por el poder de tu divinidad […]. Confieso, Señor, que por mis méritos no soy digna de recibir el más pequeño de tus dones. Sin embargo, ruego a tu compasión por los méritos y deseos de todos los presentes, que traspases mi corazón con el dardo de tu amor»[6].

En este modo de experimentar el amor, la violencia se combina con la suavidad, llegando a ser una experiencia muy deseable. El amor misericordioso y visceral la penetraba «hasta la médula de la dulzura de la divina caridad»[7]. Pero este «efecto» ¡se encuentra también en Jesús! Él dice a santa Gertrudis:

«Considera atentamente con cuanta dulzura llega esta alabanza a los oídos de mi divina majestad y penetra hasta tocar, derritiéndolo, lo más íntimo de mi amoroso corazón, para que, en adelante, no desees la disolución de esta carne, en la que te concedo ahora el don de mi ternura gratuita»[8].

En cierto modo, estos dardos constituyen el vínculo íntimo entre Jesús y su amante: «Será el arrebato del divino deseo, que, desde lo más hondo de mi amor, lo dirigiré a ti para atraerte a mí»[9]. En adelante, [estas flechas] se vuelven instrumento de un juego sutil e íntimo de amor. Jesús dice a Gertrudis:

«Tú te propones herirme, si tuvieras un dardo de oro; pues yo, que lo tengo, quiero traspasarte de tal manera que nunca jamás recuperes la salud anterior. Este dardo parecía tener tres puntas encorvadas: delante, en medio y hacia el final, para significar la triple violencia del amor que se clava y hiere el alma»[10].

La herida de amor se convierte en fuente del «agua de caridad» que brota «del ardor de tan inefable amor […] para purificación de todos los pecados»[11]. Una vez, en el Mensajero, aparece el motivo de la tempestad. Jesús la envía para «obligar a algunos rebeldes a que, al rogar por esta situación, busquen mi protección»[12]. Otro motivo es la muerte, estrechamente ligada al amor. Santa Gertrudis dice a Jesús: «Tú, Vida que a todos das vida, fuiste muerto por amor de mi amor»[13]. Y Jesús lo confirma respondiendo: «Mira, por tu amor estuve colgado en la cruz, desnudo, despreciado, con todo el cuerpo llagado y mis miembros descoyuntados»[14].

Tal amor es difusivo y, por eso, usa todos los canales para expresarse, también aquellos más dolorosos del sufrimiento, para arribar a la unión: «Aquel divino gazofilacio [el Corazón de Jesús] absorbía aquella especie de gotas con fuerza admirable, inefable, diré más, incomprensible, para que quedase patente qué imponente poder concentró un amor imposible de contenerse, allí donde manifestaba su capacidad, su grandeza, y su impenetrable profundidad»[15]. Difundir la riqueza de este amor es un acto del poder creador de Dios. Él puede difundir la riqueza de su misericordia en el alma que desea purificar y embellecer con la fuerza indomable de su eterno amor[16].

La grandeza de este amor puede también conducir a una «extraña locura»[17], pero –por otro lado- está siempre puesto a prueba[18], pide siempre nuevos esfuerzos[19], provocando «un flujo de lágrimas»[20] y cree conveniente enviar el sufrimiento[21]. Santa Gertrudis habla de «la lenta combustión del amor divino y cuanto le acompaña»[22]. El amor incluye la prosperidad y la adversidad, y reclama también pruebas[23]. Los esfuerzos del amor, aunque débiles, son ennoblecidos por la ternura de Dios[24]. El fruto de este amor integral es la paciencia.

Analógicamente, todo esfuerzo humano es pronto acompañado con la gracia abundante de Dios que lo lleva a cumplimiento: también la paciencia se vuelve un espacio de intercambio del amor pacífico[25] y la meta del arrepentimiento[26]. En cierto sentido, también la misericordia de Dios es una forma de paciencia llamada «la sabiduría del amor»:

«Desde el comienzo de la creación del cielo y de la tierra, en toda la obra de la redención, he usado más la sabiduría del amor que el poder de la majestad. Esta benignidad de la sabiduría se muestra a plena luz cuando aguanto a los pecadores hasta llevarlos, mediante la libertad de la voluntad -el libre albedrío-, al camino de la perfección»[27].

El esfuerzo de amor implica también ofrecer a Dios «la excelentísima oración»[28] y la intercesión intensa por «las almas de los pecadores o cuantos estuvieran afligidos»[29], por «las almas del purgatorio o por otras causas»[30]. En este punto el mensaje de santa Gertrudis parece conducir directamente al de Santa Faustina Kowalska.

Continuará

 


[1] Monje de la Abadía Benedictina de Tyniec (Cracovia) en Polonia, licenciado en teoría de la música y piano; doctor en teología. Entre los años 2005-2003 fue abad de Tyniec. De 2014 a 2018 fue coordinador del Instituto Monástico de la Facultad de Teología del Pontificio Ateneo San Anselmo en Roma.

[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: «SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019», Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa

[3] L II 23,7; en MTD I, 204.

[4] «Había recibido de la desbordante abundancia de la bondad divina la promesa de que el amor divino consumiría todas sus fuerzas. Además, que ninguna muerte tendría poder sobre ella. Solo aquella nobilísima fuerza de amor que se impuso al Hijo de Dios y separó su preciosa alma de su delicado cuerpo» (L V 29,4; en MTD II, 403).

[5] «Quién transmita lo escrito en el libro con sus mismas intenciones, derramaré sobre él con la dulzura de mi divino Corazón otros tantos dardos de amor [como los que recibió Gertrudis] que suscitarán en su alma dulcísimos gozos de divina dulzura» (L I, Prol. 2; en MTD I, 58).

[6] L II 5,1; en MTD I, 147.

[7] «Estaba repleta al máximo de entrañas de caridad, y penetrada hasta la médula de la dulzura de la divina caridad» (L II 16,3; en MTD I, 178; sin embargo, estas palabras, según el contexto, se aplican a la Virgen María, N. de T.).

[8] L II 19,1; en MTD I, 186.

[9] L V 24, 2; en MTD I, 387.

[10] L V 25,1; en MTD I, 388.

[11] L II 5,3; en MTD I, 149.

[12] L I 13,5; en MTD I, 114.

[13] L III 41,1; en MTD I, 343.

[14] L III 41,3; en MTD I, 344.

[15] L II 8,4; en MTD I, 158.

[16] Cfr. L III 11,1; en MTD I, 240-241.

[17] Escribe Gertrudis: «Tu dulce humildad y la admirable bondad de tu tierna caridad, me veía tan insensata que no advertía haber perdido tan gran tesoro. No recuerdo haberme arrepentido por ello ni haber tenido el menor deseo de volver a encontrarte. Ahora me pregunto sorprendida qué extraña locura había obcecado mi mente» (L II 3,3; en MTD I, 141).

[18] «En las palabras: “El Espíritu del Señor está sobre mí”, y las siguientes: “Para curar a los de corazón arrepentido”, comprendió que al haber sido enviado el Hijo de Dios por el Padre para sanar a los de corazón arrepentido, acostumbra a hacer sufrir a veces a sus escogidos alguna prueba leve e incluso exterior, para ofrecerles la oportunidad de sanarlos. Cuando se acerca en esta situación al alma, no la cura con la prueba por la que el corazón está contrito porque no es perjudicial, sino que sana cuanto encuentra de peligroso en el alma» (L III 30,8; en MTD I, 306-307).

[19] «Esta benigna condescendencia tuya no dejaba de atraer mi alma hacia ti para una unión más íntima, una contemplación más viva, y una fruición más gustosa» (L II 2,1; en MTD I, 70).

[20] «Se derritió al instante mi corazón en suave flujo que estallaba con ímpetu en un flujo de lágrimas en ebullición» (L II 11,2; MTD II, 167).

[21] «El Señor hace recorrer a sus elegidos un camino difícil en esta vida, no suceda que mientas disfrutan aquí, olviden las alegrías de la patria […]. [Comprendió que] debía compaginar siempre todas las adversidades y sufrimientos tanto interiores como exteriores con plena y segura confianza de progresar en el camino de la salvación» (L III 73,9; en MTD I, 425).

[22] «Conviene saber que el alma se purifica de todos los pecados principalmente por dos medios: En primer lugar. por la amargura de la penitencia y todo lo que le acompaña […]. En segundo lugar, por la lenta combustión del amor divino y cuanto le acompaña» (L III 14,4; en MTD I, 249).

[23] Dice Jesús a santa Gertrudis: «Recibirás todo lo próspero o adverso con el amor que yo te entrego todo para tu salvación. Recibirás las cosas prósperas con agradecimiento en unión con aquel amor que yo, tu amante, condesciendo con tu fragilidad y te las concedo, para que por ellas aprendas a esperar en la meditación la prosperidad eterna. Recibirás las adversidades unida al amor que por amor a la fidelidad del Padre te concedo para alcanzar para ti los bienes eternales» (L IV 22,2; en MTD II, 116).

[24] «Tu desbordante ternura se ha dignado ennoblecer los exiguos esfuerzos de mis pobres deseos» (L V 31,3; en MTD II, 413).

[25] «La paciencia que me agrada encontrar en ella recibe el nombre de paz y conocimiento: por ello tendrá tal solicitud por la paciencia que no pierda la paz del corazón ante la adversidad, cuidando conocer siempre la causa del sufrimiento, esto es, por amor, como signo de verdadera fidelidad» (L I 16,4; en MTD I, 128).

[26] «Yo al elegir, vencido por tu amor mi morada en ti, entre todas las tormentas de los vicios que te inundan, intento alcanzar la serenidad de tu enmienda y el puerto de la humildad» (L II 12,2; en MTD I, 170).

[27] L II 17,1; en MTD I, 182.

[28] «Para conservar en mí don tan grande te ofrezco aquella excelentísima oración que el extremo dolor de tu agonía, atestiguado por el sudor de sangre, hizo tan intensa, la inocencia y sencillez de tu vida tan devota, y el amor ardiente de la divinidad tan eficaz» (L II 3,4; en MTD I, 142).

[29] L II 16,2; en MTD I, 177.

[30] L II 23,10; en MTD I, 205.