Inicio » Content » SÉPTIMO ENCUENTRO DE LA CONFERENCIA DE COMUNIDADES MONÁSTICAS DEL CONO SUR
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Historia de SURCO

Del jueves 21 hasta el martes 26 de noviembre estuvieron reunidos en Azul los superiores y delegados de las comunidades de los diferentes monasterios benedictinos y trapenses, tanto de hombres como de mujeres, del Cono Sur. El tema que nucleó todas las ponencias presentadas y comentadas en aquellos días fue el de “Evangelio y ascesis monástica”. Antes que nada se comenzó, en la tarde del jueves 21, con la evaluación de lo que en las diferentes comunidades se había avanzado en lo referente al temario de la oración, que se había tratado en la última reunión de Montevideo, en octubre de 1971. Se subrayó así la continuidad de estas reuniones y el carácter de cuasiprograma que tenían para todos los monasterios las conclusiones de las respectivas asambleas. Este año, en Azul, la asamblea se abstuvo de formular conclusiones, prefiriendo enviar una carta a todas las comunidades, en que se comunicaban algunas de las ideas que se habían tenido presentes en el encuentro de Azul. Reproduciremos su texto al final de esta introducción. En lo referente a la composición personal de la asamblea, se incorporaron a ella esta vez también el delegado del monasterio trapense de La Dehesa, Chile, y la superiora y la delegada del monasterio de monjas trapenses de Hinojo, Buenos Aires. También asistió como invitado especial, a las reuniones de los primeros días, el Hno. Juan, del monasterio de Usme, Colombia.

 
 
La comunidad anfitriona presentó el primer día su trabajo sobre “El seguimiento en el evangelio de Lucas”, redactado y leído por el Hno. Hugo Mujica; siguió, el día 23, el P. Prior Martín de Elizalde, en representación de S. Benito de Luján, con la ponencia sobre “Ascesis evangélica y estructuras monásticas”; el día 24 fue el turno de Las Condes, con, un tema sobre los grados de la humildad en la Regla de S. Benito y la actualidad de la ascesis de la humildad; el lunes 25, el P. Roberto Chiogna, en representación de Los Toldos, disertó sobre “Soledad y comunión en la vida monástica”, y el martes 26, la H. Emanuela, de Hinojo, clausuró el ciclo de conferencias con el tema de “María y sus implicaciones en la ascesis monástica”. Las reuniones en grupo y las asambleas plenarias celebradas cada tarde, dieron ocasión a un útil intercambio de ideas, en el cual participaban también siempre muchos miembros de la misma comunidad de Azul. En el curso de estos intercambios se delinearon como dos tendencias, que más que contraponerse se complementaban: una, que acentuaba más el arraigamiento en los valores de la tradición monástica; otra, que buscaba más bien la encarnación en el hoy de la Iglesia en América latina. No llegó a profundizarse el diálogo sobre este punto ni maduró una síntesis entre ambas maneras de enfocar el movimiento monástico en nuestros países, pero al menos se entrevió la utilidad de un esfuerzo común para llegar a mayor claridad sobre aquel tema.
 
Aparte de estos estudios se analizaron otros aspectos de tipo más bien práctico y de interés común: así se consagraron varias sesiones al intercambio de ideas sobre el futuro funcionamiento de la Conferencia de Comunidades monásticas, y el domingo 24 se eligieron las nuevas autoridades; se programó la próxima reunión para septiembre de 1978 en Talca, Chile; se dialogó sobre la preparación de la próxima reunión monástica latinoamericana en Bogotá, en julio de 1975, y se analizó exhaustivamente la marcha de la revista común, CUADERNOS MONÁSTICOS. En cuanto al primer tema: funcionamiento de la misma Conferencia de comunidades monásticas, era lógico que en vista de la reciente concreción de la Congregación benedictina del Cono Sur (que no existía aún en el momento de la primera reunión monástica del año 1966, pero que puede considerarse como uno de sus más hermosos frutos) se replanteara el papel de la Conferencia. Si algunos pensaban que ésta ya había cumplido su función y por lo tanto debía terminar, la abrumadora mayoría de la asamblea de este año se inclinó por la reafirmación de las metas comunes entre trapenses y benedictinos. Se consideró que la Conferencia de comunidades monásticas, que además de los monasterios citados incluye la Fraternidad de la Virgen de los Pobres y last but not least las benedictinas de Mater Unitatis de Santiago del Estero, continuaba teniendo su razón de ser, a la vez como complemento de la congregación benedictina y diferenciándose netamente de ella. La Conferencia no es una estructura de jurisdicción, sino el fruto de la colaboración fraterna entre los monasterios del Cono Sur, basada en contactos mutuos, jornadas de oración, estudio y convivencia y el común apoyo a la revista CUADERNOS MONÁSTICOS. Se estimó que esta colaboración era especialmente necesaria por la falta de tradición monástica dentro de la Iglesia de Hispanoamérica.
 
Habiendo terminado su período las autoridades elegidas en la última reunión de Montevideo (1971), se procedió a la elección de las nuevas. En el cargo de Presidente sucedió al P. Pedro Eugenio Alurralde el P. Agustín Roberts, Prior de Azul; como vicepresidente fue elegida la M. Priora de Mater Ecclesiae del Uruguay, Plácida Zorrilla, osb, y el cargo de secretario recayó sobre el ausente Hno. José Kasser, superior de la Fraternidad de la Virgen de los Pobres, de Colín, Chile. Aceptando la gentil invitación del mismo, se determinó hacer la próxima reunión en Talca, cerca del lugar en que se encuentra la Fraternidad, posiblemente en septiembre de 1978. El Hno. José sería respaldado en la preparación y organización de este evento por los superiores y delegados de los tres monasterios chilenos: Las Condes, La Dehesa y Viña del Mar. Así como las jornadas de Azul sirvieron para dejar aún más afirmada la hermandad benedictino‑trapense, se espera que las de Talca podrían afianzar los lazos monásticos con las casas de Chile.
 
No es necesario insistir sobre lo grata que fue la convivencia entre hermanos y hermanas y sobre el provecho de los contactos personales. Un picnic bajo unos árboles cercanos al monasterio y otra cena “hablada”, dentro de la casa, señalaron la parte más festiva de este encuentro. El lunes 25 todos los asistentes a la reunión se trasladaron al novísimo monasterio de las hermanas trapenses de Hinojo, fundación de la abadía de Vitorchiano, Italia. Hubo rezo en común (al principio Nona, más tarde Vísperas, y, antes de partir, Completas), visita a las diversas dependencias de la nueva casa, una asamblea plenaria en la sala de lectura y finalmente la cena. La presencia de dos novicias y una postulanta en la comunidad manifestaba claramente que ésta ya está echando raíces en suelo argentino.
 
Pasando revista a las anteriores reuniones de Los Toldos (1966), El Siambón (1967), Buenos Aires (1968),Las Condes (1969), Niño Dios (1970) y Montevideo (1971), se hace evidente que cada una de ellas revistió características muy particulares. En esta última de Azul influyó poderosamente el ambiente enaltecedor que brindaba la magnífica iglesia del monasterio, el recogimiento de su claustro (a pesar de las alteraciones que sufrió por la presencia de tantos visitantes) y la impresionante caridad de sus monjes. No estuvimos en Azul solamente para tratar temas y estrechar lazos fraternos, sino también y ante todo para orar juntos. Aparte del habitual horario del oficio divino que se mantuvo inalterablemente, serán inolvidables para todos los ratos de oración silenciosa pasados en común en la hermosa iglesia, particularmente en las horas de transición entre la noche y el día, después de Vigilias y antes de Laudes.
 
 
La carta final que se llegó a redactar, no sin algún trabajo, en Azul, para enviarla a las diferentes comunidades del Cono Sur, no refleja el cúmulo de temas tratados en aquellos días, ni pretende sentar principios doctrinales. Es simplemente una comunicación fraternal, impulsada por el deseo de hacer llegar a todas las familias monásticas algo de la plenitud fraterna que vivimos en aquellos días.
 
He aquí su texto:
 
«Azul, 26 de noviembre de 1974 
 
Queridas Hermanas y Hermanos:
 
Al finalizar este encuentro monástico en Azul, queremos de alguna manera concretar este sentimiento de saberlos a todos Uds. muy unidos con nosotros; seguros de haber estado en las oraciones de Uds. y Uds. en las nuestras, quisiéramos compartir con Uds. algo de lo que hemos vivido y reflexionado en estos días. Es éste un anticipo de lo que les llegará oportunamente y en todo su contenido cuando se publiquen los trabajos y la crónica de todo lo tratado en estos cinco días sobre la ascesis y la vida monástica.
 
En primer lugar pensamos que es fundamental y también muy tradicional la valoración y el respeto por las distintas formas en que vivimos la vida monástica en cada uno de nuestros monasterios del Cono Sur. Sin embargo, al mismo tiempo nos sentidos y estamos muy unidos en una misma vocación de seguir a Cristo en la soledad. Es precisamente este seguimiento, esta silenciosa escucha de la Palabra que nos fecunda y el cumplimiento de ella ‑a imagen de María‑ lo que hemos señalado como centro de la ascesis monástica.
 
El ámbito necesario para esta escucha es la soledad. El monje la asume en su cuerpo y la consagra con su celibato en un medio de amistad que le hace saber que no está solo. Este aliento fraternal es una garantía de que su soledad no conducirá al aislamiento y lo anima a la comunión con Dios y con todos los hombres.
 
Se ha subrayado en las diferentes ponencias la dimensión pascual de la ascesis, y sobre todo la necesidad de comprenderla en su aspecto positivo, como una de las contribuciones valiosas que esta generación podría incorporar a la tradición monástica.
 
Se ha reconocido que si bien nuestros Padres son la fuente de la tradición monástica, ellos a su vez reconocían su fuente en la Escritura, principalmente en el Evangelio.
 
Se ha apreciado la necesidad de verdaderos “Abbas” en el seno de nuestras comunidades, como encarnaciones de un valor tan, tradicional como es la paternidad espiritual.
 
Se ha insistido en que nuestra vocación es primordialmente fruto de] Espíritu y que la misma docilidad a él nos debe llevar a renovar o suscitar las estructuras y a estar dispuestos a relativizar su valor. Considerando que la estructura es una encarnación del Espíritu, en abstracto no debería haber contradicción entre estas dos realidades, pero la tensión existe, porque existe la contradicción de nuestro pecado. Es por eso justamente que la ascesis es necesaria. Pero esta tensión se convierte en tensión, vital y dinámica de crecimiento y, cuando se la asume como una realidad creadora, da vida al hombre nuevo.
 
Hemos enumerado también algunos criterios de discernimiento respecto de la autenticidad de los valores tanto tradicionales como nuevos. Entre ellos cabe mencionar en primer lugar las constantes históricas. Aquello en lo que convergen las diferentes experiencias y corrientes monásticas no puede ser desestimado. En esta línea podemos enriquecernos también con el aporte de la historia comparada del monacato extra‑cristiano. Otro criterio de discernimiento sería la coherencia entre el pensamiento y la vida. La coincidencia entre las aspiraciones manifestadas por los que llegan a nuestras puertas y el ideal de la comunidad, sería otro de los criterios. También la constatación de una apertura fecunda del pasado hacia el presente y del presente al pasado nos manifiesta la existencia de algo válido. Estos diferentes criterios no deben aplicarse en forma unilateral, sino complementarse mutuamente para poder reconocer así la presencia del Espíritu confirmada por sus frutos.
 
En el pasado la formación de los monjes se ha llevado a cabo predominantemente mediante las observancias; habiendo pasado éstas a ocupar un lugar menos exclusivo, adquieren una mayor dimensión pedagógica los rasgos de la ascesis evangélica que reconocimos como más importantes para nuestra vivencia actual. También los valores humanos deben ser integrados a través de una formación en responsabilidad. Tanto los unos como los otros nos son transmitidos principalmente por la comunidad y sus estructuras esenciales.
 
Las comunidades trapenses de Azul y de Hinojo nos ofrecieron el ambiente espiritual en el que compartimos una plenitud de vida que nos ha sido difícil transmitir en la limitación de estas pocas líneas. Queremos hacerles llegar el aliento y la esperanza que este encuentro significa para nuestras comunidades.
 
Unidos en el seguimiento del Señor, los saludan sus hermanos en la vida monástica, reunidos en Azul.
 
Publicamos en el presente número algunas de las ponencias presentadas en Azul, con la esperanza de que puedan estimular el diálogo sobre aquellos temas en las diversas comunidades y suscitar a la vez la colaboración en los trabajos que se presentarán en 1978 en Talca».
 
Crónica redactada por el P. Mauro Matthei, osb
Publicada en Cuadernos Monásticos n. 32 (1975), pp. 9-12