San Ireneo de Lyon (+ hacia 202), textos sobre la Encarnación del Hijo de Dios[1]
“La Iglesia, extendida por el orbe del universo hasta los confines de la tierra, recibió de los Apóstoles y de sus discípulos la fe en un solo Dios Padre Soberano universal ‘que hizo los cielos y la tierra y el mar y todo cuanto hay en ellos’ (Ex 20,11; Sal 145,6; Hch 4,24; 14,15), y en un solo Jesucristo Hijo de Dios, encarnado por nuestra salvación (Jn 1,14), y en el Espíritu Santo, que por los profetas proclamó las Economías y el advenimiento, la generación por medio de la Virgen, la pasión y la resurrección de entre los muertos y la asunción a los cielos (Lc 9,51) del amado (Ef 1,6) Jesucristo nuestro Señor; y su advenimiento de los cielos en la gloria del Padre (Mt 16,27) para recapitular todas las cosas (Ef 1,10) y para resucitar toda carne del género humano; de modo que ante Jesucristo nuestro Señor y Dios y Salvador y rey, según el beneplácito (Ef 1,9) del Padre invisible (Col 1,15) ‘toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua lo confiese’ (Flp 2,10-11). Él juzgará a todos justamente (Rm 2,5), los ‘espíritus del mal’ (Ef 6,12) y los ángeles que cayeron y a los hombres apóstatas, impíos, injustos y blasfemos, para enviarlos al fuego eterno (Mt 18,8; 25,41), y para dar como premio a los justos y santos (Tt 1,8) que observan sus mandatos (Jn 14,15) y perseveran en su amor (Jn 15,10), unos desde el principio (Jn 15,27), otros desde el momento de su conversión, para la vida incorruptible, y rodearlos de la luz eterna (2 Tm 2,10; 1 P 5,10)” (Adv. Haer. I,10,1).
“El Verbo de Dios, el Salvador de todos y Señor del cielo y la tierra, es Jesús, el que asumió la carne y fue ungido del Padre por el Espíritu, y este Jesús fue ungido como Cristo… Él llamó a todos los hombres que lloraban, les concedió el perdón de los pecados a los que habían sido reducidos a la esclavitud, liberando de las cadenas a aquellos de quienes dice Salomón: ‘Cada cual es oprimido por las cadenas de sus pecados’ (Pr 5,22)” (Adv. Haer. III,9,3)
“El Hijo Unigénito de Dios, que es el Verbo del Padre, una vez llegada la plenitud del tiempo, se encarnó en un hombre por el hombre y cumplió toda la Economía según su humanidad, siendo nuestro Señor Jesucristo uno y el mismo” (Adv. Haer. III,17,4).
“Solo el Señor es nuestro verdadero Maestro, y el Hijo de Dios bueno y paciente, el Verbo de Dios Padre se hizo Hijo del Hombre. Luchó y venció; porque era un hombre que luchó por los padres, y por la obediencia disolvió su desobediencia (Rm 5,19), ató al fuerte (Mt 12,29; Mc 3,27), liberó a los débiles y donó la salvación a su criatura, destruyendo el pecado; pues es ‘el Señor clemente y compasivo’ (Sal 103[102],8; 145[144],8), y ama a la raza humana” (Adv. Haer. III,18,6).
“Convenía que aquel que estaba por matar el pecado y por redimir al hombre reo de muerte, se hiciese lo mismo que es éste, o sea el hombre que por el pecado había sido sometido a la servidumbre y estaba bajo el poder de la muerte (Rm 5,12; 6,20-21), para que el pecado fuese arrancado por un hombre a fin de que el hombre escapase de la muerte. Porque así como por la desobediencia de un hombre, el primero que había sido plasmado de la tierra no trabajada (Gn 2,7), muchos fueron constituidos pecadores y perdieron la vida, así convenía que por la obediencia de un hombre, el primero engendrado de una Virgen, muchos fuesen justificados y recibiesen la salvación (Rm 5,19)” (Adv. Haer. III,18,7).
“El Verbo de Dios se hizo la misma criatura que debía recapitular en sí, y por eso se confiesa Hijo del Hombre, y declara bienaventurados a los humildes, porque heredarán la tierra (Mt 5,5). Y el Apóstol Pablo dice en su carta a los Gálatas: ‘Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer’ (Ga 4,4), y de nuevo a los Romanos dice: ‘Acerca del Hijo, el que nació del semen de David según la carne, que fue predestinado por Dios según el Espíritu de santificación por la resurrección de entre los muertos, Jesucristo nuestro Señor’ (Rm 1,3-4)” (Adv. Haer. III,22,1).
“Como Dios es invencible y generoso, por medio del Segundo Hombre (1 Co 15,47) ‘ató al fuerte y le arrancó sus bienes’ (Mt 12,29; Mc 3,27), aniquiló la muerte (2 Tm 1,10), volviendo la vida al hombre que había caído bajo el poder de la muerte. Pues el primer bien que cayó bajo su poder fue Adán, al que mantenía sujeto; es decir, que de forma inicua lo había empujado a la prevaricación, y poniéndole como señuelo la inmortalidad, le había infligido la muerte. En efecto, le había hecho la promesa: ‘Serán como dioses’ (Gn 3,5); pero no siendo capaz de cumplirla, le asestó la muerte. Por ello justamente Dios la volvió a someter a cautiverio, pues ella había mantenido cautivo al ser humano. Y el hombre, que había sido arrastrado a la esclavitud, quedó liberado de los lazos de su condena” (Adv. Haer. III,23,1).
“El Verbo había preanunciado desde el principio que habríamos de ver a Dios entre los hombres, que entraría en contacto con éstos sobre la tierra y hablaría con ellos, que se haría presente a su ser creado para salvarlo, y que se mostraría sensiblemente para liberarnos de manos de todos los que nos odian, esto es, de todos los espíritus rebeldes. Y que nos haría servirlo en santidad y justicia todos nuestros días, a fin de que, habiendo el hombre abrazado al Espíritu de Dios, entre en la gloria del Padre” (Adv. Haer. IV,20,4).
“El Verbo de Dios se hizo niño con el hombre, aunque Él era perfecto: no por sí mismo sino por la pequeñez del ser humano, a fin que, de algún modo, se hiciese capaz de recibirlo. Así pues, no es que Dios fuera incapaz o indigente; sino que lo era el hombre recién hecho, pues no era increado” (Adv. Haer. IV,38,2).
“El Espíritu Santo descendió sobre María, y el poder del Altísimo la cubrió. Por eso el que fue engendrado es santo e Hijo de Dios Altísimo, Padre de todas las cosas, el cual, llevando a cabo la encarnación, reveló un nuevo nacimiento. Pues así como por el viejo nacimiento heredamos la muerte, así por este nacimiento heredamos la vida” (Adv. Haer. V,1,3).
“Cuando el Verbo de Dios se hizo hombre, haciéndose Él mismo semejante al hombre y haciendo al hombre semejante a Él a fin de que, por esa semejanza con el Hijo, el hombre se haga precioso para el Padre. En los tiempos antiguos, en efecto, se decía que el hombre había sido hecho según la imagen de Dios; pero no se mostraba, pues aún era invisible el Verbo, a cuya imagen el hombre había sido hecho. Por tal motivo éste fácilmente perdió la semejanza. Mas, cuando el Verbo de Dios se hizo carne (Jn 1,14), confirmó ambas cosas: mostró la imagen verdadera, haciéndose Él mismo lo que era su imagen, y nos devolvió la semejanza y le dio firmeza, para hacer al hombre semejante al Padre invisible por medio del Verbo visible” (Adv. Haer. V,16,2).
“Nuestro Señor perdonando los pecados curó al hombre y le manifestó quién era Él mismo. Porque si ninguno puede perdonar los pecados sino solo Dios (Lc 5,21), y si el Señor los perdonaba y curaba al hombre, era claro que Él era el Verbo de Dios que se había hecho Hijo del Hombre, que como hombre y como Dios había recibido el poder de perdonar los pecados de parte del Padre, para que como hombre sufriese con nosotros y como Dios tuviese misericordia de nosotros y perdonase nuestras deudas (Mt 6,12), que habíamos contraído con Dios nuestro Creador” (Adv. Haer. V,17,3).
“El verdadero Creador del mundo es el Verbo de Dios. Este es nuestro Señor, el cual en los últimos tiempos se hizo hombre para existir en este mundo (Jn 1,10), de modo invisible contiene todas las cosas creadas (Sab 1,7), y está impreso en forma de cruz en toda la creación, porque el Verbo de Dios gobierna y dispone todas las cosas. Por ello invisiblemente ‘vino a los suyos’ ‘y se hizo carne’ (Jn 1,11. 14); por último colgó de la cruz para recapitular en sí todas las cosas (Ef 1,10). Pero ‘los suyos no lo recibieron’ (Jn 1,11), como dijo Moisés al pueblo: ‘Tu vida estará colgada delante de ti, y tú no le creerás’ (Dt 28,66). Quienes no lo recibieron, tampoco recibieron su vida. ‘Pero a cuantos lo recibieron les dio poder de llegar a ser hijos de Dios’ (Jn 1,12)” (Adv. Haer. V,18,3).
[1] Tomados de su obra: Contra los herejes (Adversus Haereses [= Adv. Haer.]); trad. de Carlos Ignacio González, sj (https://mercaba.org/TESORO/IRENEO/00_Sumario.htm).