"Hubo un hombre de vida venerable,
bendito por gracia y por nombre Benito,
que desde su más tierna infancia tuvo la prudencia de un anciano.
Adelantándose a su edad por sus costumbres,
no entregó su espíritu a ningún placer sensual,
sino que en esta tierra
en la que por un tiempo hubiera podido gozar libremente,
despreció, como ya marchito, el mundo con sus atractivos"
(san Gregorio Magno, Diálogos, II, Prol. 1).