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LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO

Letra Mi (continuación)

ABBA MILESIO[1]

1. Pasaba abba Milesio por cierto lugar, cuando vio a un monje, a quien tenían detenido como si fuera un homicida. El anciano, aproximándose, interrogó al hermano, y cuando supo que era una acusación falsa, dijo a los que lo tenían agarrado: “¿Dónde está el muerto?”. Y se lo mostraron. Acercándose al muerto, dijo a todos que orasen. Cuando extendió las manos hacia Dios, se levantó el muerto. Y le dijo en presencia de todos: “Dime quién te mató”. Respondió éste: “Entré en la iglesia y di dinero al presbítero. Este, levantándose, me mató y llevándome, me echó en el monasterio del abba. Pero se los pido, recuperen el dinero para dárselo a mis hijos”. Le dijo entonces el anciano: “Ve y duerme, hasta que venga el Señor y te despierte”.

2. Otra vez, cuando habitaba con dos discípulos en los límites de Persia, salieron dos hijos del rey, hermanos según la carne, para cazar según la costumbre. Extendieron las redes en un amplio espacio, unas cuarenta millas, para cazar y matar con las flechas lo que se hallase dentro de las redes. Pero encontraron al anciano con sus dos discípulos. Y se asombraron al verlo hirsuto y como salvaje, y le dijeron: “Dinos si eres hombre o espíritu”. Él les respondió: “Soy un hombre pecador, que me aparté para llorar mis pecados, y adoro a Jesucristo, el Hijo de Dios vivo”. Ellos le dijeron: “No hay otro dios fuera del sol, el fuego y el agua (que adoraban ellos). Adelántate y ofréceles un sacrificio”. Él les respondió: “Estas son criaturas, están engañados. Les ruego, conviértanse y conozcan al Dios verdadero, creador de todas las cosas”. Ellos le dijeron: “¿Dices que es Dios verdadero el que fue condenado y crucificado?”. Dijo el anciano: “Yo llamo Dios verdadero al que crucificó al pecado y mató a la muerte”. Pero ellos, atormentándolo, así como a los hermanos, querían obligarlo a sacrificar. Y después de muchos tormentos, decapitaron a los dos hermanos, pero al anciano lo atormentaron durante muchos días. Al fin, con su habilidad (de cazadores), lo pusieron en medio y dispararon flechas contra él, uno al frente y otro a sus espaldas. Él les dijo: “Puesto que concuerdan para derramar sangre inocente, mañana, en un momento, a esta hora, su madre los perderá a ustedes, sus hijos, y será privada del afecto de ustedes, y con sus flechas derramarán recíprocamente su sangre”. Sin importarles su palabra, fueron a cazar al día siguiente y salió un ciervo junto a ellos. Montando los caballos, corrieron para alcanzarlo y echando las flechas se hirieron mutuamente los corazones, según la palabra que había dicho el anciano condenándolos. Y murieron juntos.

 

ABBA MOTIOS[2]

1. Interrogó un hermano a abba Motios diciendo: “¿Si voy a habitar en un lugar, cómo quieres que viva?”. Le dijo el anciano: “Si habitas en un lugar, no quieras hacerte un renombre, no yendo a la sinaxis, por ejemplo, o absteniéndote de comer en el ágape. Estas cosas dan un renombre falso: y al fin serás turbado, puesto que los hombres van adonde encuentran estas cosas”. Le dijo el hermano: “¿Qué haré entonces?”. El anciano respondió: “Dondequiera que habites, sigue la misma vida de los demás, haciendo lo que veas hacer a los hombres piadosos en quienes confías; entonces tendrás el descanso. Esto es humildad, ser como ellos. Y los hombres, al ver que no te extralimitas, te tendrán por igual que a los demás, y nadie te molestará”.

2. Acerca de abba Motios, su discípulo, abba Isaac (y ambos fueron obispos) refería lo siguiente: “Primero el anciano edificó un. monasterio en Heraclea, y cuando se alejó de allí y fue a otro lugar, también edificó. Pero por el poder del diablo se encontró un hermano que le era contrario y lo molestaba. Y levantándose el anciano, se retiró a su aldea construyéndose un monasterio y se recluyó en él. Después de un tiempo, los ancianos del lugar del que se había marchado, trayendo al hermano que lo había entristecido, fueron para rogarle que lo recibiese en su monasterio. Cuando se acercaron al lugar donde vivía abba Sores, dejaron sus melotas con él, así como al hermano que lo había entristecido. Cuando llamaron, puso el anciano una pequeña escalera y miró, y los reconoció. Les dijo: “¿Dónde están sus melotas?”. Ellos respondieron: “En tal lugar, con el hermano Fulano”. Cuando hubo oído el nombre del hermano que lo había entristecido, el anciano por la alegría, tomó un hacha, destruyó la puerta y salió corriendo hacia donde estaba el hermano. Y él primero hizo la metanía, y lo abrazó, Lo llevó a su celda y durante tres días los agasajó, y él (compartió) con ellos, lo que no acostumbraba a hacer. Se levantó después y partió con ellos. Después de esto, lo hicieron obispo y obraba signos maravillosos. Y también a su discípulo Isaac lo hizo obispo el bienaventurado Cirilo.

 

ABBA MEGETHIOS[3]

1. Decían de abba Megethios, que si salía de la celda y le venía un pensamiento de alejarse del lugar, no regresaba a su celda. Nada poseía de las cosas de este mundo, fuera de una aguja para coser las palmas. Cada día hacía tres canastos, para alimentarse.

2. Decían del segundo abba Megethios que era muy humilde, educado por los egipcios en contacto con muchos ancianos, y con abba Sisoes y con abba Pastor. Residía junto al río en el Sinaí y lo contaba él mismo: Uno de los santos lo visitó y le dijo: “¿Cómo vives hermano en este desierto?”. Él respondió: “Ayuno día por medio y como un solo pan”. Él me dijo: “Si quieres, escúchame: come medio pan cada día”. Y así lo hizo y encontró el descanso.

3. Algunos Padres interrogaron a abba Megethios diciendo: “Si sobran alimentos cocidos del día anterior, ¿quieres que los hermanos los coman?”. Les respondió el anciano: “Si se ha echado a perder, no es bueno que se obligue a los hermanos a comerlo, puesto que se enferman por ello, sino que se deben tirar. Pero si está bueno, y se tira por derroche, para poder hacerlo nuevo, está mal”.

4. Dijo también: “Al principio, cuando nos reuníamos y hablábamos de cosas útiles, exhortándonos mutuamente, éramos como coros de ángeles y subíamos al cielo. Pero ahora, nos reunimos y caemos en la maledicencia, y descendemos al infierno”.

 

ABBA MÍOS[4]

1. Dijo abba Míos, el de Belos: “La obediencia responde a la obediencia. Si se obedece a Dios, Dios le obedece”.

2. Dijo también acerca de un anciano que vivía en Escete, que había sido esclavo y llegó a ser muy discreto (diacrítico). Cada año iba a Alejandría, para llevar su salario a sus señores. Ellos acudían a saludarlo con respeto, pero el anciano echaba agua en un aguamanil y lo traía para lavar a sus señores. Pero ellos le decían: “No, Padre, no nos aflijas”. Él les decía: “Proclamo que son mis señores y doy gracias porque me liberararon para servir a Dios, por eso les lavo y les entrego este mi salario”. Ellos pugnaban por no recibirlo, pero el decía: “Si no quieren recibirlo, me quedaré aquí sirviéndoles”. Y como le veneraban, le dejaban hacer cuanto quería y lo despedían con gran honor y muchos dones para hacer limosna por ellos. Por esto fue conocido en Escete y muy querido.

3. Un soldado preguntó a abba Míos, si Dios acepta la penitencia. Él después de adoctrinarlo con muchas palabras, le dijo: “Dime querido, si se rasga tu manto, ¿lo tiras?”. “No, respondió, sino que lo coso y lo uso”. Le dijo el anciano: “Si tú perdonas al manto, ¿Dios no perdonará a su criatura?”.

 

ABBA MARCOS, EL EGIPCIO[5]

1. Decían acerca de abba Marcos, el egipcio, que durante treinta años permaneció sin salir de su celda. Acostumbraba a venir el presbítero para hacer por él la sagrada Ofrenda. Pero el diablo, viendo la notable paciencia del varón, astutamente pensó en tentarlo para que juzgase al presbítero. Hizo que fuese un poseso adonde estaba el anciano, con pretexto de la oración. El poseso, antes de nada, gritaba al anciano: “Tu presbítero tiene olor de pecado, no le permitas llegar hasta aquí”. Mas el varón, inspirado por Dios, le respondió: «Hijo, todos expulsan de sí la impureza, pero tú me la traes. Pero está escrito: “No juzguen, para no ser juzgados” (Mt 7,1). Aunque sea pecador, el Señor lo salvará. Porque está escrito: “Oren los unos por los otros para ser curados” (St 5,16)». Y después de esta palabra, hizo oración y el demonio se escapó del hombre dejándolo sano. Cuando, según la costumbre, vino el presbítero, el anciano lo recibió con alegría. El buen Dios, al ver la ausencia de malicia del anciano le mostró una señal. Puesto que, cuando el domingo, se disponía a estar frente a la santa mesa, dijo el anciano: «Vi al ángel del Señor bajando desde el cielo, que puso su mano sobre la cabeza del clérigo y el clérigo se puso como una columna de fuego. Yo estaba asombrado por la visión y oí una voz que me decía: “Hombre ¿por qué te asombras por esto? Si un rey terrenal no permite que sus grandes estén sucios en su presencia, sino con mucha gloria, cuánto más la virtud divina no habrá de purificar a los que celebren los Santos Misterios, y están en presencia de la gloria celestial?”». El noble atleta de Cristo, Marcos el egipcio, fue grande y fue considerado digno de esta gracia, porque no juzgó al clérigo.

 

ABBA MACARIO, EL CIUDADANO[6]

1. Fue una vez abba Macario, el de la ciudad, a cortar ramas, y los hermanos iban con él. El primer día ellos le dijeron: “Ven, come con nosotros, Padre”. Él fue y comió. El segundo día le pidieron otra vez que comiese. Pero él no quiso, sino que les dijo: “Ustedes, hijos, tienen necesidad de comer, todavía son carne, pero yo no quiero comer ahora”.

2. Fue abba Macario donde estaba abba Pacomio, de los tabenesiotas. Pacomio lo interrogó diciendo: “Cuando los hermanos no cumplen la regla, ¿es bueno corregirlos?”. Le respondió abba Macario: «Corrígelos y juzga justamente lo que está ante ti, pero nada juzgues fuera de ello. Porque está escrito: “¿Acaso no juzgan lo que es visible? Pero lo interno lo juzga Dios” (1 Co 5,12-13)».

3. Pasó una vez abba Macario cuatro meses visitando diariamente a un hermano y ni una sola vez lo encontró fuera de la oración, y admirado dijo: “He aquí un ángel terrestre”.

 

 


[1] Sólo sabemos que fue masacrado, junto con sus dos discípulos, por los hijos del rey de Persia. Es probable que previamente haya sido monje en Egipto. En todo caso, aún vivía antes del siglo VI (cf. Sentences, p. 200).

[2] Al parecer este abba Motios no sería otro que Matoes. Éste habría vivido en los parajes de Heraclea, y Matoes estuvo en la región de Magdolos, cerca de Heraclea. “Otra coincidencia curiosa: Matoes y su discípulo fueron ordenados sacerdotes; Motios y su discípulo fueron ordenados obispos. ¿No habrá una confusión entre las dos órdenes?” (Sentences, pp. 201-202).

[3] Se conocen dos personajes con este nombre. A uno de ellos pertenece el primer apotegma, y es llamado el Grande o el Anciano; el otro es llamado “el segundo” en la sentencia número 2, y habría vivido en el Sinaí, “después de haber estado en contacto con Sisoes y Pastor (Poimén). Ningún otro detalle se nos da que permita situar de modo más preciso a los dos Megethios” (Sentences, p. 203).

[4] Posiblemente estuvo activo a inicios del siglo V. En el segundo apotegma, el anciano del que habla es el abad Olimpio de Escete (cf. Sentences, p. 204).

[5] “El capítulo 18 de la Historia Lausíaca habla de un joven asceta llamado Marcos que participaba en la Eucaristía de Macario de Alejandría. Es posible que sea este mismo abad Marcos el Egipcio, a quien vemos aquí viviendo como recluso en su celda y a quien un sacerdote iba a celebrarle la Misa” (Sentences, p. 205).

[6] “Nacido al final del siglo III, como su homónimo el Egipcio, fue llamado más tarde el Ciudadano porque era originario de la ciudad de Alejandría, y puede que también porque tenía costumbres amables y buenos modales. Comerciante de dulces en su juventud, parece haber conservado toda su vida los modos que todavía hoy se ven en los jóvenes vendedores que pueblas las calles del Cairo: gentileza, alegría, cierta despreocupación, pero también aplomo y elegancia. Macario se convirtió y fue bautizado hacia el 330, después se hizo monje en Nitria. Más tarde tuvo también una celda en Escete, pero residía sobre todo en el desierto de Las Celdas donde recibió el sacerdocio. Murió casi centenario en 393 o 394” (Sentences, pp. 206-207).