LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO
Letra Pi
ABBA PASTOR (continuación)
76. Uno de los Padres contó acerca de abba Pastor y sus hermanos, que vivían en Egipto y su madre quería verlos, y no podía. Observó ella el momento en que iban a la iglesia, y les salió al encuentro. Ellos, al verla, se volvieron y le cerraron la puerta en la cara. Pero ella clamaba a la puerta, llorando mucho y diciendo: “Que pueda verlos, amados hijos míos”. Al oírla abba Anub se dirigió a abba Pastor diciendo: “¿Qué le haremos a la anciana que está llorando delante de la puerta?”. Y desde el interior, donde se encontraba de pie, la oyó llorar con muchos gemidos. Le dijo: “¿Por qué lloras así, mujer?”. Mas ella, al oír su voz, lloraba mucho más, clamando y diciendo: “¡Quiero verlos, hijos míos! ¿Qué hay si los miro? ¿No soy acaso su madre? ¿Por ventura no los amamanté? Ya estoy llena de canas. Al oír tu voz me turbé”. Le dijo el anciano: “¿Quieres vernos aquí o en el otro mundo?”. Le respondió: “Si no los veo aquí, ¿los veré en el otro mundo?”. Le dijo: “Si te haces violencia aquí para no vernos, nos verás allá”. Y se marchó alegremente, diciendo: “Finalmente, si los he de ver allí no quiero verlos aquí”.
77. Un hermano interrogó a abba Pastor diciendo: “¿Cuáles son las cosas superiores?”[1] (cf. Rm 11,20; 12,16). Respondió el anciano: “La pretensión de justicia[2]”.
78. Una vez algunos herejes vinieron a visitar a abba Pastor y comenzaron a murmurar del obispo de Alejandría, como si hubiera recibido la ordenación de manos de los presbíteros. El anciano, guardando silencio, llamó a su discípulo y le dijo: “Dispón la mesa, encárgate de que coman y despídelos en paz”.
79. Abba Pastor dijo que un hermano que vivía con otros hermanos preguntó a abba Besarión: “¿Qué haré?”. El anciano le dijo: “Guarda silencio y no te midas a ti mismo”.
80. Dijo también: “No entregues tu corazón a lo que no lo llena”.
81. Dijo también: “Si te desprecias a ti mismo, hallarás descanso en cualquier lugar en que te encuentres”.
82. Dijo también que abba Sisoes decía: “Hay una vergüenza que peca por ausencia de temor”.
83. Dijo también: “La voluntad y el descanso, y la costumbre de estas cosas trastornan al hombre”.
84. Dijo también: “Si tú eres silencioso, hallarás descanso dondequiera te encuentres”.
85. Dijo también acerca de abba Pior que cada día comenzaba de nuevo.
86. Un hermano interrogó a abba Pastor, diciendo: “Si un hombre está envuelto en algún pecado, y se convierte, ¿es perdonado por Dios?”. El anciano le dijo: «¿Acaso Dios, que manda obrar así a los hombres, no lo hará aún más? Él ordenó a Pedro diciendo: “Hasta setenta veces siete (Mt 18,22)”».
87. Un hermano interrogó a abba Pastor, diciendo: “¿Es cosa buena orar?”. El anciano le respondió: «Dijo abba Antonio: “Esta palabra procede de la boca del Señor que dice: ‘Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice el Señor’ (Is 40,1)”».
88. Un hermano interrogó a abba Pastor, diciendo: “¿Puede el hombre contener todos sus pensamientos y no abandonar ninguno al enemigo?”. El anciano le dijo: “Hay quien recibe diez y da uno”.
89. El mismo hermano interrogó sobre la misma cuestión a abba Sisoes. Le respondió: “Existe ciertamente quien no le da nada al enemigo”.
90. En el monte Atlibeo vivía un gran hesycasta. Llegaron los ladrones donde él, y el anciano comenzó a gritar. Al oírlo, los vecinos apresaron a los ladrones y los, entregaron al oficial, que los arrojó en la cárcel. Los hermanos se entristecieron y decían: “Por causa nuestra fueron entregados”. Se levantaron, fueron a ver a abba Pastor y le contaron lo sucedido. Éste le escribió al anciano, diciéndole: “Piensa en la primera entrega y de donde viene, y luego examina la segunda. Si no te hubieras entregado interiormente antes, no habrías hecho la segunda entrega”. Al escuchar la carta de abba Pastor (que era célebre en toda la región, puesto que no salía de su celda), se levantó, fue a la ciudad, sacó a los ladrones de la cárcel y públicamente les dio la libertad.
91. Abba Pastor dijo: “El monje no se queja, el monje no se desquita, el monje no es colérico”.
92. Algunos ancianos fueron a ver a abba Pastor, y le dijeron: “Si vemos a los hermanos dormitando durante la synaxis, ¿quieres que los reprendamos, para que estén despiertos en la vigilia?”. Pero él les respondió: “Cuando veo un hermano que duerme, pongo su cabeza sobre mis rodillas y lo dejo descansar”.
93. Contaban acerca de un hermano, que sufría la tentación de la blasfemia, y le daba vergüenza decirlo. Donde oía que había grandes ancianos, iba a verlos, para exponerla a ellos, pero cuando llegaba, tenía vergüenza de confesarlo. Muchas veces fue a ver a abba Pastor. Y el anciano veía que tenía tentaciones, y se afligía porque el hermano no lo manifestaba. Un día le dijo: “Desde hace tanto tiempo vienes hasta aquí para decirme tus pensamientos, y cuando llegas no los quieres decir, sino que te vuelves afligido, como has venido. Dime, hijo, lo que tienes”. Él respondió: “El demonio me empuja a la blasfemia contra Dios, y me avergüenza decirlo”. Cuando lo hubo dicho, sintió un alivio. Y el anciano le dijo: «No te aflijas, hijo; cada vez que llega a ti la tentación, di: “No tengo culpa en esto; tu blasfemia sea sobre ti, Satanás. Mi alma no lo quiere”. Lo que el alma no quiere, dura poco». Y el hermano se marchó curado.
94. Un hermano interrogó a abba Pastor, diciendo: “Observo que dondequiera yo vaya, encuentro ayuda”. El anciano le dijo: “Los que tienen una espada en sus manos, tienen a Dios que los ayuda en el tiempo presente. Si somos valientes, su misericordia obrará con nosotros”.
95. Abba Pastor dijo: “Si un hombre se reprende a sí mismo, está protegido por todas partes”.
96. Dijo también que abba Amonas decía: “Un hombre puede estar cien años en la celda sin aprender cómo vivir en la celda”.
97. Abba Pastor dijo: «Si el hombre logra lo que dice el Apóstol: “Para los puros, todas las cosas son puras (Tt 1,15)”, se verá a sí mismo inferior a todas las criaturas». El hermano le dijo: “¿Cómo podré considerarme inferior a un criminal?”. El anciano le dijo: «Cuando un hombre obtiene lo que hemos dicho, si ve a un hombre cometiendo un crimen, dice: “Éste cometió este único pecado, pero yo mato todos los días”».
98. Un hermano hizo la misma pregunta a abba Anub, refiriéndole lo que había dicho abba Pastor. Abba Anub le contestó: “Si un hombre pone en práctica esa palabra al ver las culpas de su hermano, hace que su justicia se imponga sobre sus faltas”. El hermano le dijo: “¿Qué es su justicia?”. El anciano le respondió: “Que se reprenda siempre”.
99. Un hermano dijo a abba Pastor: “Si caigo en un pecado miserable, mi conciencia me devora y me acusa, diciendo: ¿Por qué has caído?”. El anciano le dijo: «Cuando el hombre cede al error, si dice: “Pequé”, al punto cesa el pecado».
100. Un hermano interrogó a abba Pastor, diciendo: “¿Por qué los demonios persuaden a mi alma para que permanezca con el que me es superior, y me hacen despreciar el que me es inferior?”. El anciano le respondió: «Por eso dice el Apóstol: “En una casa grande no hay solamente vasos de oro y de plata, sino también de madera y de arcilla. Si alguien se purifica de todo eso, será un vaso útil para el honor del Señor, que se halla preparado para toda obra buena (2 Tm 2,20-21)”».
101. Un hermano interrogó a abba Pastor; diciendo: “¿Por qué no puedo ser libre con los ancianos en mis pensamientos?”. El anciano le refirió lo que había dicho abba Juan Colobos: “Nada regocija tanto al enemigo, como esos que no manifiestan sus pensamientos”.
102. Dijo un hermano a abba Pastor: “Mi corazón languidece cuando me sobreviene una pequeña aflicción”. El anciano le dijo: “¿No admiramos a José, joven de diecisiete años, que sostuvo la tentación hasta el fin? (cf. Gn 37—40). Y Dios lo glorificó. ¿No vemos también a Job, cómo resistió hasta el fin, guardando la paciencia? (cf. Jb 2,10). No pudieron las tentaciones arrancarlo de la esperanza en Dios”.
103. Dijo abba Pastor: “El cenobio exige tres prácticas: la humildad es una, otra la obediencia, y la tercera que es ponerse en movimiento, teniendo como aguijón el trabajo del cenobio”.
104. Un hermano interrogó a abba Pastor, diciendo: “En el tiempo de mi aflicción pedí a uno de los santos que me diera algo que me era útil, y me lo dio como una caridad. Ahora bien, ¿si Dios me favorece, lo he de dar como caridad a otros o al que me lo dio a mí?”. Le respondió el anciano: “Lo justo según Dios es que se lo des a él, pues es suyo”. El hermano le dijo: “Si se lo llevo y no lo quiere aceptar, sino que me dice: Ve, dalo al que quieras, como caridad ¿qué haré?”. Le dijo el anciano: “Es suya la cosa. Si alguien te da algo por su iniciativa, sin que se lo pidas tú, es tuyo. Pero si tú lo pides a un monje o a un seglar, y no lo quiere recibir de vuelta, lo razonable es que, sabiéndolo él, lo des a otro en su nombre, como caridad”.
105. Decían de abba Pastor que nunca quería dar su palabra después de otro anciano, sino que, más bien, lo alababa en todo.
106. Abba Pastor dijo: “Muchos de nuestros Padres fueron fuertes en la ascesis, pero en la delicadeza, uno u otro”.
107. Estando sentado cierta vez abba Isaac junto a abba Pastor, se oyó el canto de un gallo. Dijo aquél: “¿Es posible oír estas cosas aquí, abba?”. Respondió diciendo: “Isaac, ¿por qué me obligas a hablar? Tú y los que son semejantes a ti oyen estas cosas, pero el que vigila no hace caso de ellas”.
108. Contaban que si venían a ver a abba Pastor, éste los enviaba primero a abba Anub, puesto que era mayor que él. Pero abba Anub les decía: “Vayan donde mi hermano Pastor, porque él tiene el carisma de la palabra”. Y si abba Anub se sentaba junto a abba Pastor, no hablaba abba Pastor en su presencia.
109. Había un seglar que llevaba vida muy piadosa. Fue a visitar a abba Pastor, y fueron otros hermanos, que pedían que les dijese una palabra. El anciano dijo al fiel seglar: “Diles una palabra a los hermanos”. Pero él suplicaba, diciendo: “Perdóname, abba, yo vine para aprender”. Pero obligado por el anciano, dijo: «Soy un secular que vendo verduras y, en mi negocio, desato los haces y los hago más pequeños, compro barato y vendo caro. Por lo demás no sé hablar de la Escritura; pero diré una parábola: Cierto hombre dijo a un amigo suyo: “Tengo deseos de ver al emperador, ven conmigo”. El amigo le respondió: “Iré contigo hasta la mitad del camino”. Luego dijo a otro amigo: “Ven y acompáñame hasta el emperador”. Mas éste le dijo: “Te llevaré hasta el palacio del emperador”. Dijo a un tercero: “Ven conmigo hasta el emperador”. Y le contestó: “Iré y te conduciré hasta el palacio, y me quedaré, y hablaré y te introduciré hasta el emperador”». Le preguntaron cuál era el sentido de la parábola. Él les respondió: “El primer amigo es la ascesis, que lleva hasta el camino; el segundo es la castidad, que lleva al cielo; el tercero es la limosna, que introduce con confianza hasta Dios nuestro emperador”. Los hermanos se retiraron edificados.
110. Un hermano que vivía fuera de su aldea, y hacía muchos años que no volvía a entrar en ella, decía a los hermanos: “Vean cuántos años llevo sin ir a mi aldea en cambio ustedes van con frecuencia”. Interrogado abba Pastor sobre esto, dijo el anciano: “Durante la noche subo a la aldea y camino alrededor de ella, para que mi alma no se gloríe por no haber estado en ella”.
[1] O: elevadas, arrogantes (ypselá).
[2] Dikaíoma ( acto de justicia, reclamación, pretensión justa).