2. Recepción y formación a la vida monástica (continuación)
«Pregunta: ¿Desde qué edad debemos ofrecernos a Dios, o a partir de cuándo se puede considerar que la profesión de virginidad es firme y estable?
Respuesta: El Señor dice: “Dejen que los niños vengan a mí” (Mc 10, 14; Lc 18, 16), y el Apóstol Pablo alaba al que desde la infancia había aprendido las sagradas letras, y también ordena que los hijos sean educados en la doctrina y en la corrección del Señor[1]; por tanto, consideremos que todo tiempo es oportuno, aun desde la primera edad, para aprender el temor y la enseñanza del Señor[2]; pero la profesión de la virginidad será firme desde el comienzo de la edad adulta, la que suele considerarse apta y adecuada para las nupcias. Pero es necesario que los niños sean recibidos con la voluntad y el consentimiento de los padres, más aún, que sean ofrecidos por los mismos padres con el testimonio de muchos, para que se excluya toda ocasión de maledicencia de parte de los hombres malvados. Hay que emplear suma diligencia para con ellos, de modo que puedan ser instruidos razonablemente en todos los ejercicios de la virtud, tanto en palabra, cuanto en pensamiento y obra; lo que les hubiere sido inculcado en su tierna infancia lo conservarán con más firmeza y tenacidad en el futuro. Por tanto, hay que encomendar el cuidado de los niños a los que, ante todo, han mostrado de modo convincente tener la virtud de la paciencia, que puedan también aplicar a cada uno la medida de la corrección proporcionada al grado de la culpa y a la edad, y que, por sobre todo, los preserven de las palabras ociosas[3], de la ira y de los incentivos de la gula y de todos los movimientos indecorosos y desordenados. Pero si con el aumento de la edad no se percibe en ellos ningún progreso, sino que su mente permanece voluble y su ánimo vano e hinchado, y aun después de enseñanzas adecuadas permanece estéril, hay que despedir a estos tales y principalmente cuando el ardor juvenil provoca en esa edad inexperta.
En cuanto a aquellos que vienen al servicio de Dios en edad ya madura, hay que investigar, como dijimos, el tenor de su vida pasada, y hasta es suficiente si piden insistentemente (dedicarse al servicio de Dios), y si tienen un verdadero y ardiente deseo por la obra de Dios. Esta constatación deben hacerla aquellos que pueden examinar y comprobar estas cosas con mucha prudencia. Después de haber sido aceptados, si desgraciadamente son infieles a su propósito, entonces hay que considerarlos como a quienes han pecado contra Dios, y ante él (han violado) el pacto de su profesión. “Si un hombre peca contra un hombre, se dice, habrá quienes oren al Señor por él; pero si peca contra Dios,¿quién orará por él?” (1 S 2,25)» (Basilio de Cesarea, Regla. Versión latina de Rufino de Aquileya, Cuestión 7).
[1] Cf. Mt 19, 14; 2 Tm 3, 15; Ef 6, 4. [2] “El temor... del Señor”: cf. Sal 33 [34],12; Sal 110 [111],11; Jb 28,28; Si 1,14. [3] Cf. Mt 12, 36. La enseñanza de Basilio contra las palabras ociosas se basa fundamentalmente en dos textos del Nuevo Testamento, que él suele presentar unidos: Mt 12, 36; Ef 4, 29-30. El cristiano no debe proferir palabras que no sean para la edificación de la fe, a fin de no contristar al Espíritu Santo.