LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO
Letra Sigma (continuación)
ABBA SERAPIÓN[1]
1. Pasaba una vez abba Serapión por una aldea de Egipto, y vio una prostituta de pie junto a su habitación. El anciano le dijo: “Espérame esta tarde, porque quiero venir y pasar la noche junto a ti”. Ella le respondió: “Esta bien, abba”. Y se preparó y dispuso el lecho. Cuando atardeció, vino el anciano donde ella y, entrando en la habitación, le preguntó: “¿Preparaste el lecho?”. Le respondió: “Sí, abba”. Cerró entonces la puerta y le dijo: “Espera un poco, puesto que tenemos una ley y debo cumplirla”. El anciano comenzó su oficio; tomó el salterio, y después de cada salmo hacía una oración, rogando a Dios por ella, para que se arrepintiese y salvara. Y Dios le escuchó. La mujer estaba temblorosa y suplicante junto al anciano. Cuando el anciano hubo concluido todo el salterio, la mujer cayó en tierra. El anciano comenzó el (libro del) Apóstol, y leyó mucho de él, y de esta manera terminó la synaxis. La mujer estaba compungida, y comprendiendo que él no había venido para pecar con ella, sino para salvar su alma, se postró ante él diciendo: “Ten caridad, abba, y llévame a un sitio donde pueda agradar a Dios”. El anciano la condujo a un monasterio de vírgenes, y la entregó a la Madre, diciendo: “Recibe a esta hermana, y no le impongas el yugo o la norma como a las demás; dale lo que quiera, y permítele actuar como ella desea”. Después de unos pocos días dijo: “Yo soy una pecadora, quiero comer día por medio”. Pocos días más tarde dijo: “Yo tengo muchos pecados, quiero comer cada cuatro días”. Y después de pocos días más, suplicó a la Madre diciendo: “Ya que he entristecido tanto a Dios con mis pecados, hazme un favor: ponme en una celda, ciérrala, y por un agujero dame un poco de pan y el trabajo manual”. La Madre lo hizo, y ella agradó a Dios por el resto de su vida.
2. Un hermano rogó a abba Serapión, diciendo: “Dime una palabra”. Le respondió el anciano: “¿Qué tengo para decirte? Tomaste lo que era de viudas y huérfanos, y lo pusiste en esta abertura”. Porque la veía llena de libros.
3. Dijo abba Serapión: “Así como los soldados del emperador, cuando están en atención, no pueden mirar a la derecha ni a la izquierda, del mismo modo, el hombre que está firme en la presencia de Dios y permanece en el temor delante de él a toda hora, no temerá nada del enemigo”.
4. Fue un hermano a visitar a abba Serapión, y el anciano lo invitó, según la costumbre, a hacer la oración, pero él no aceptaba, diciéndose pecador e indigno del hábito monástico. Quiso lavarle los pies y él, diciendo las mismas palabras, no accedió a ello. Le preparó para que comiese, y el anciano empezó a comer con él, mientras lo amonestaba diciendo: “Hijo, si quieres aprovechar, permanece en tu celda y atiende a ti mismo y a tu trabajo manual. No te aporta tanto provecho el salir cuanto el permanecer (en la celda)”. Al oír esto, se irritó y el modo se le alteró, y no lo pudo ocultar al anciano. Le dijo entonces abba Serapión: «Hasta ahora decías: “Soy pecador”, y te acusabas como si fueras indigno de vivir. ¿Y porque te amonesto con caridad, te alteras tanto? Si quieres ser humilde, aprende a soportar con fortaleza lo que te hacen los demás, y no profieras palabras ociosas». Oyó esto el hermano y se postró ante el anciano, y partió habiendo recibido mucho provecho.
ABBA SERENO[2]
1. Decían acerca de abba Sereno que trabajaba mucho, y siempre comía dos panes. Fue a verlo abba Job, su compañero, gran asceta también él, y le dijo: “Cuando estoy en la celda, guardo mi costumbre, pero si salgo, hago como los hermanos”. Le respondió abba Sereno: “No es esto gran virtud, guardar tu orden cuando estás en la celda, sino más bien cuando sales de ella”.
2. Dijo abba Sereno: “He pasado mi tiempo cosechando, cosiendo, trenzando, y con todo ello, si no me hubiese alimentado la mano de Dios, no hubiera podido sostenerme”.
ABBA ESPIRIDÓN[3]
1. Acerca de Espiridón, que había sido pastor de ovejas, se contaba que vivía con tal santidad, que fue encontrado digno de ser pastor de hombres. Fue llamado al episcopado en una de las ciudades de Chipre, de nombre Trimitunthes. Ya obispo seguía pastoreando las ovejas por humildad. Una noche vinieron unos ladrones al corral e intentaron robar las ovejas. Pero Dios, que protegía al pastor, salvó también al rebaño: los ladrones fueron ligados al corral, por una fuerza invisible. Cuando amanecía llegó el pastor al lugar. Al verlos con las manos atadas a la espalda comprendió lo que había sucedido y, orando, soltó a los ladrones. Los amonestó y exhortó largamente a que se esforzaran con trabajos honestos y no viviesen en la injusticia, y los despidió regalándoles un carnero. Y agregó graciosamente: “Para que no crean que han velado en vano”.
2. Se decía también que tenía una hija virgen, que participaba de la piedad de su padre. Se llamaba Irene. Un conocido le confió a ella una alhaja de gran valor. Para que estuviera más segura la escondió bajo tierra, pero poco después ella dejó este mundo. El que se la había entregado vino más adelante, y al no encontrar a la joven se dirigió a su padre, abba Espiridón, con amenazas y ruegos. Como el anciano se afligía del mal sufrido por el que había hecho el depósito, fue al sepulcro de su hija rogando a Dios que, antes del tiempo señalado, le mostrase la resurrección prometida. Y su esperanza no fue defraudada: revivió la joven y se apareció al padre, indicándole el lugar donde estaba la alhaja, y en seguida se alejó. Y el anciano la tomó y la devolvió.
ABBA SAIO[4]
1. Se contaba que abba Saio y abba Mué vivían juntos. Abba Saio era muy obediente pero muy rudo. El anciano le dijo, para tentarlo: “Ve a robar”. Él salía y robaba a los hermanos por obediencia, dando gracias a Dios en todo. El anciano, por su parte, tomaba lo robado y lo devolvía ocultamente. Una vez, mientras iba caminando se desmayó, y el anciano lo dejó allí, exhausto. Y fue a decir a los hermanos: “Vayan a traer a Saio, que yace quebrado”. Ellos fueron y lo trajeron.
AMMA SARA[5]
1. Se cuenta acerca de amma Sara que vivió durante trece años fuertemente atacada por el demonio de la fornicación, y que nunca pidió que cesara el combate, sino que decía: “¡Oh Dios, dame la fuerza!”.
2. Una vez el mismo espíritu de fornicación se llegó hasta ella con más fuerza, sugiriéndole las vanidades del mundo. Pero ella acudió al temor de Dios y a la ascesis. Subió a la terraza para orar y se le apareció entonces el espíritu de fornicación, el cual le dijo: “Me has vencido, Sara”. Ella le respondió: “No te he vencido yo, sino Cristo, mi Señor”.
3. Decían de ella que vivió sesenta años junto al río, y nunca volvió los ojos para mirarlo.
4. Otra vez fueron a verla desde Pelusio dos ancianos, grandes anacoretas. Mientras viajaban, se decían el uno al otro: “Humillemos a esta vieja”. A ella le dijeron: “Cuidado, no se exalte tu espíritu, y digas: “Los solitarios vienen a verme a mí, que soy mujer”. Amma Sara les contestó: “Por naturaleza soy mujer, pero no por el pensamiento”.
5. Dijo amma Sara: “Si tuviese que rogar a Dios para que todos los hombres sean colmados por mí, tendría que estar postrada ante la puerta de cada uno; prefiero pedir que mi corazón sea puro con todos”.
6. Dijo también: “Levanto mi pie para subir por la escalera y pongo la muerte ante mi vista, antes de subir”.
7. Dijo también: “Es cosa buena hacer limosna a causa de los hombres. Porque aunque se haga por agradar a los hombres, llega después a agradar a Dios”.
8. Fueron una vez unos escetiotas a visitar a amma Sara. Ella les sirvió un canastillo (de frutas). Ellos, entonces, tomaron lo que estaba malo y dejaron lo bueno, y ella les dijo: “Verdaderamente, son escetiotas”.
9. Dijo también a los hermanos: “Yo soy un hombre, ustedes son mujeres”.
AMMA SINCLÉTICA[6]
1. Dijo amma Sinclética: «Al principio hay grandes luchas y penas para los que se acercan a Dios, pero después encuentran una alegría inefable. Como los que quieren encender el fuego primero absorben el humo y lagrimean, pero después obtienen lo que buscan se ha dicho, en efecto: “Nuestro Dios es un fuego ardiente” (Hb 12,29), igualmente debemos encender en nosotros el fuego divino, con lágrimas y esfuerzo»[7].
2. Dijo también: “Los que hemos abrazado esta profesión debemos tener una templanza perfecta. Porque en los seglares se ve la templanza, pero con ella habita la intemperancia, porque pecan con todos los demás sentidos. En efecto, miran sin decencia y ríen sin medida”[8].
3. Dijo también: “Como las medicinas más amargas expulsan a las bestias venenosas, así la oración con el ayuno expulsa al mal pensamiento”[9].
4. Dijo también: «No te seduzcan las delicias de las riquezas del mundo, como si tuvieran algo de provecho a causa del placer vano. Ellos aprecian el arte culinario, mientras que tú, por el ayuno y por los alimentos de bajo precio, superas la abundancia de su comida. Está escrito: “El alma que vive en los placeres, se burla del panal de miel” (Pr 27,7). No te llenes de pan y no desearás el vino»[10].
5. Preguntaron a la bienaventurada Sinclética si la pobreza es un bien perfecto. Ella respondió: “Es perfecto, en verdad, para los que lo pueden. Los que soportan la pobreza, padecen en la carne (1 Co 7,28), pero tienen paz en el alma. Como los vestidos que lo resisten se lavan golpeándolos con los pies y retorciéndolos, así el alma fuerte se vuelve aún más fuerte por la pobreza voluntaria”[11].
6. Dijo también: “Si vives en el cenobio no cambies de lugar, porque eso te perjudicaría mucho. El pájaro que se aparta de los huevos los hace infecundos, así también el monje o la virgen se enfrían y mueren en la fe cuando vagan de un sitio a otro”[12].
7. Dijo también: «Las trampas del diablo son muchas. ¿No puede conmover al alma con la pobreza? Le propone la riqueza como cebo. ¿No consigue dominarla por las humillaciones y oprobios? Le sugiere alabanzas y gloria. Si es vencido por la salud, enferma al cuerpo. Si no pudo engañar con placeres, trata de voltearlo con las penas involuntarias. Envía enfermedades intolerables para desanimar a los pusilánimes en el amor de Dios. Ataca también al cuerpo con fortísimas fiebres y le hace padecer una sed intolerable. Si eres pecador y sufres esto, acuérdate del castigo futuro y del fuego eterno y de las justas penas, y no te desanimes por las presentes. Alégrate porque te visita Dios, y ten sobre tu lengua este piadoso dicho: “El Señor me castigó, pero no me entregó a la muerte” (Sal 117[118],18)”. Eras hierro, pero el fuego te purificó de la herrumbre. Si eres justo y te enfermas, has pasado de lo que es grande a lo que es aún mayor. ¿Eres oro? Por el fuego serás más probado. ¿Tu carne fue entregada al ángel? (2 Co 12,7). Alégrate, mira a quien has sido hecho semejante: has sido digno de la porción de Pablo. ¿Te prueba la fiebre? ¿Te educa el rigor? Dice la Escritura: “Pasamos por fuego y por agua, y nos has llevado al descanso” (Sal 65[66],12). ¿Tuviste lo primero? Espera lo segundo. Obrando la virtud grita las palabras del Santo: “Soy pobre y sufriente” (Sal 68[69],30). Por estas dos tribulaciones llegarás a ser perfecto, porque está escrito: “Me has dilatado en la tribulación” (Sal 4,2). Nuestras almas se instruyen en estos ejercicios, y así tenemos al Adversario ante nuestros ojos»[13].
8. Dijo también: “Cuando nos oprime la enfermedad no nos pongamos tristes si por la enfermedad y el abatimiento del cuerpo no podemos salmodiar con nuestra voz. Todas estas cosas eran para nuestra utilidad, para purificar las pasiones. Porque el ayuno y acostarse por tierra están mandados a causa de nuestros placeres. Pero si ellos son retenidos por la enfermedad, son superfluos. Puesto que ésta es la gran ascesis: dominarse en las enfermedades y elevar a Dios himnos de acción de gracias”[14].
9. Dijo también: “Si tienes que ayunar no pongas el pretexto de la enfermedad, porque los que no ayunan sufren muchas veces las mismas enfermedades. ¿Has empezado a obrar bien? No te retraigas, obligado por el enemigo, pues él será dominado por tu paciencia”.
9 a. “Los que inician la navegación son al principio llevados por el viento. Una vez que han extendido las velas, enfrentan al viento contrario, pero los marineros no aligeran la nave por su causa, sino que aguardan la calma y dejan pasar la tempestad, para retomar la navegación. También nosotros, cuando ha cedido el viento contrario, extendiendo la cruz como una vela, prosigamos seguros nuestro curso”[15].
10. Dijo también: “Los que han reunido riquezas después de los trabajos y peligros del mar, aunque han ganado mucho desean ganar todavía más y estiman en nada lo que tienen, y tienden hacia lo que no poseen. Pero nosotros, que no tenemos lo que deseamos, no lo queremos adquirir por el temor de Dios”[16].
11. Dijo también: “Imita al publicano para no ser condenado con el fariseo (Lc 18,10-14). Elige la mansedumbre de Moisés para que conviertas tu corazón, que es una roca, en un manantial de agua (Sal 113[114],8)”.
12. Dijo también: “Es peligroso que enseñe aquél que no ha sido educado en la vida activa. Porque si uno habita en una casa ruinosa y recibe huéspedes en ella, los perjudicará por el deterioro del edificio; del mismo modo el que no fue instruido primero, perderá a los que llegan hasta él. Con palabras los llaman a la salvación, pero con el comportamiento hacen mal a los atletas”[17].
13. Dijo también: «Es bueno no llegar a airarse, pero si sucede (el Apóstol) no te da siquiera el tiempo de un día para esta pasión, diciendo: “No se oculte el sol” (Ef 4,26). ¿Esperarás tú hasta que el tiempo se acabe? ¿Por qué odias al hombre que te ha contristado? No es él quien ha obrado mal, sino el diablo. Odia la enfermedad, no el enfermo»[18].
14. Dijo también: “Cuanto más aprovechan los atletas, enfrentan a adversarios más fuertes”[19].
15. Dijo también: “Hay una ascesis que es impuesta por el enemigo, y sus discípulos la practican. ¿Cómo distinguiremos la ascesis divina y regia de la tiránica y demoníaca? Ciertamente, por su medida regular. Durante todo el tiempo ten una sola norma para el ayuno. No ayunes durante cuatro o cinco días, y lo rompas después con abundancia de alimentos. La inmoderación es siempre corruptora. Cuando eres joven y sano, ayuna, porque llega después la ancianidad con la debilidad. Mientras puedas hacerlo, atesora privándote de la alimentación, para que, cuando no lo puedas hacer encuentres el descanso”[20].
16. Dijo también: “Mientras estemos en el cenobio, prefiramos la obediencia a la ascesis, porque ésta, en efecto, enseña el orgullo y aquella la humildad”[21].
17. Dijo también: “Tenemos que gobernar nuestra alma con discreción. Mientras vivamos en el cenobio no busquemos lo que es nuestro (1 Co 13,5) ni sirvamos a nuestra voluntad propia, sino obedezcamos a nuestro padre en la fe”[22].
18. Dijo también: «Está escrito: “Sean prudentes como serpientes y simples como palomas” (Mt 10,16). Aquello de hacerse como las serpientes se dijo para que no ignoremos los ataques y trampas del diablo. Pues el semejante conoce rápidamente a su semejante. La simplicidad de la paloma muestra la pureza de la acción»[23].
19. Dijo amma Sinclética: “Muchos viven en la montaña, actúan como los de la ciudad, y se pierden. Es posible estar solo con el pensamiento aunque se viva con mucha gente, y estando solo vivir con muchos, también con el pensamiento”[24].
20. Dijo también: “En el mundo, si faltamos sin querer, nos ponen en prisión; pongámonos nosotros mismos en prisión a causa de nuestros pecados, para que este recuerdo voluntario aleje de nosotros el castigo inminente”[25].
21. Dijo también: “Así como el tesoro que es expuesto pierde valor, desaparece la virtud que es conocida por todos. Como se derrite la cera puesta junto al fuego, así se disuelve el alma con las alabanzas y pierde su esfuerzo”[26].
22. Dijo también: “Del mismo modo que es imposible ser a la vez planta y semilla, es imposible producir frutos celestiales mientras estamos rodeados de la gloria mundana”[27].
23. Dijo también: “Hijos, todos queremos salvarnos, pero nos alejamos de la salvación por nuestra negligencia habitual”[28].
24. Dijo también: “Estemos atentos, porque los ladrones penetran por nuestros sentidos, aunque no lo queramos. ¿Cómo podría no ennegrecerse una casa con el fuego que le dirigen desde el exterior, si están abiertas las ventanas?”[29].
25. Dijo también: “Tenemos que armarnos de todos los modos contra los demonios. Puesto que vienen del exterior y nos mueven desde el interior, y el alma, como una nave, o se sumerge bajo las olas o se hunde por el exceso de carga. Nosotros somos así: a veces nos perdemos a causa de las acciones malas que cometemos, otras somos aniquilados desde adentro, a causa de los pensamientos. Se debe, por tanto, atender a los ataques exteriores de los hombres y ahogar los levantamientos interiores de los pensamientos”[30].
26. Dijo también: «No estamos exentos de preocupaciones aquí abajo. Dice la Escritura: “El que cree estar de pie, cuídese de no caer” (1 Co 10,12). Navegamos en la oscuridad, porque el salmista llama a nuestra vida mar (Sal 106[107],23), y el mar tiene escollos y a veces está furioso, a veces tranquilo. Nosotros creemos navegar por la parte tranquila del mar, y que los seculares lo hacen entre el oleaje. Nosotros navegamos conducidos por el sol de la justicia y, sin embargo, el secular salva a menudo su embarcación por la vigilancia en la tempestad y la tiniebla, mientras nosotros nos hundimos aunque estemos en un mar calmo, porque abandonamos por negligencia el timón de la justicia»[31].
27. Dijo también: “Es imposible construir un navío si no se tienen clavos; del mismo modo, es imposible salvarse sin humildad”[32].
28. Dijo también: “Hay una tristeza útil y una tristeza destructiva. Lo propio de la primera es lamentar las propias faltas y afligirse de la debilidad de sus prójimos, para no decaer de su propósito y adherirse a la perfección de la bondad. Pero también está la tristeza que viene del enemigo, totalmente irracional, que algunos llaman acedia. Hay que expulsar este espíritu, sobre todo con la oración y la salmodia”[33].
[1] “La existencia de un Serapión en Escete está asegurada solamente por Casiano, quien lo describe como aceptando con mucha dificultad la condena del antropomorfismo; era entonces muy anciano (Conferencias, X,3,1). En otro lugar menciona otro (¿o el mismo?) considerado padre espiritual lleno de discernimiento (Conferencias, II,10,3; XVIII,11)” (SCh 387, p. 71). Paladio nos da a conocer otros dos monjes con este nombre: “el sindonita” (Historia Lausíaca, cap. 37) y “el nitriota”, o Serapión el Grande (Historia Lausíaca, caps. 7 y 46); y la Historia monachorum in Aegypto (cap. 18) a un tercero, higúmeno cerca de Arsinoé. Serapión o Sarapión era un nombre común en Egipto. “De los cuatro apotegmas que se ofrecen aquí, sólo el último puede atribuirse con seguridad al Serapión de la decimoctava Conferencia (XVIII,11) de Casiano, de la cual es un extracto” (Sentences, p. 301),
[2] Sereno o Seríno puede que sea el abad Serenus del que habla Casiano en dos Conferencias (VII-VIII).
[3] “Los dos apotegmas de Espiridón (Spyridon) son extractos de la Historia Eclesiástica (PG 67,104-105) de Sócrates. Este obispo - pastor vivió en la isla de Chipre durante la primera mitad del siglo IV” (Sentences, p. 304).
[4] “En esta historia de Saio y Mué, ni el uno ni el otro de los dos ancianos provoca nuestra admiración. Es uno de los raros casos de un mandamiento verdaderamente aberrante en los Apotegmas” (Sentences, p. 305). Por ello casi ninguna de las colecciones de sentencias lo ha conservado.
[5] Sara (o Sarra) “vivió en la época del abad Pafnucio y permaneció 60 años junto a un río, es decir a orillas del Nilo, sin que sea posible dar más precisiones” (Sentences, p. 306).
[6] “Todos los apotegmas de amma Sinclética son extractos de la Vida de la santa (= VS), compuesta a mediados del siglo V. Nacida en el seno de una familia noble y cristiana, que había dejado Macedonia para establecerse en Alejandría, Sinclética se consagró al Señor en algún lugar de Egipto. Su santidad y sabiduría le valieron ser visitada y consultada por las vírgenes de los alrededores. Son precisamente los consejos y exhortaciones que dirigía a su hermanas o hijas espirituales los que constituyen la mayor parte de su biografía, y que recuerdan muchos de los aspectos de la enseñanza de los Padres del desierto” (Sentences, pp. 307-308).
[7] VS 60.
[8] VS 24.
[9] VS 80.
[10] VS 95.
[11] VS 30.
[12] VS 94.
[13] VS 98.
[14] VS 99.
[15] VS 102.
[16] VS 37.
[17] VS 79.
[18] VS 64.
[19] VS 26.
[20] VS 100.
[21] VS 100.
[22] VS 101.
[23] VS 28.
[24] VS 97.
[25] VS 101.
[26] VS 38.
[27] VS 78.
[28] VS 22.
[29] VS 25.
[30] VS 45.
[31] VS 46-47.
[32] VS 56.
[33] VS 40.