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Cartas y dichos inéditos de Silvano del Monte Athos[1]

Introducción

En el nº 55 de Cuadernos Monásticos (1980) han sido publicados ya una serie de dichos de Silvano (+1938), junto con una introducción biográfica y doctrinal de este monje de origen ruso. Sin embargo, para una mejor comprensión de los textos que presentamos nos parece necesario puntualizar algunos datos sobre el mismo[2].

1. Datos biográficos

Silvano nació en 1866 en la provincia de Tambov de la Rusia central. Su vida se desarrolló como la de un simple campesino. Tuvo una juventud desordenada interrumpida por una intervención de la Madre de Dios, que trajo como consecuencia el deseo de alejarse del camino de la impureza, un profundo dolor por su vida pasada y un gran anhelo por consagrarse a Dios.

Terminado el servicio militar, a los 26 años, decide hacerse monje en el Monte Athos. Ingresó en el monasterio ruso ubicado al norte de la península del Athos: el monasterio de San Pantaleón. Allí, después de un período de fervor inicial comienza a sentir el peso de su vida pasada, que se hace presente bajo la forma de pensamientos desordenados y en una gran angustia por las faltas cometidas. Al borde de la desesperación por el silencio y la ausencia de Dios, se encuentra al límite de su capacidad de resistir.

Entonces llega el auxilio de Dios a través de una visión del rostro de Cristo “manso y humilde” que le hace comprender la misericordia de Dios. El recuerdo de ese encuentro lo acompaña toda su vida, permitiéndole afrontar las diversas tribulaciones que le sobrevinieron, así como arrojar luz sobre los acontecimientos mundiales que se vivían en esos años (1900-1938), sobre todo en su Rusia natal.

 

2. Doctrina espiritual

En la doctrina de Silvano confluyen tres vertientes espirituales: la experiencia de su propia conversión, las Sagradas Escrituras y la tradición monástica Rusa, representada por la Filocalia. Son estos tres elementos los que lo llevan a ver en el centro de la redención la figura de Cristo “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29-30). La humildad es la clave de la vida y enseñanza de Silvano. Ella nace de una conciencia viva de la propia condición pecadora ante la misericordia de Dios, y trae aparejado un sentimiento de compunción que lo conduce en forma frecuente a la oración con lágrimas.

Este estado del alma Silvano lo identifica con la condición de Adán, que aparece frecuentemente en sus escritos. Se trata de un sentimiento agudo de la lejanía de Dios, pero marcado por un profundo deseo de poseerlo y recuperar la intimidad perdida. Y por eso la experiencia de la propia condición pecadora reviste un aspecto doloroso, cercana a la del infierno, pero también es causa de gozo y dulzura, fruto de la experiencia de la misericordia de Cristo “manso y humilde” de corazón. Esto lleva a Silvano a una estrecha solidaridad con todos los hombres. Esta solidaridad reviste dos aspectos: sentirse co-responsable, por sus pecados, de las calamidades que suceden en el mundo en esos años (1900-1938), principalmente en Rusia; y también considerarse elegido por Dios, en representación de esa humanidad, para expiar con su vida monástica esos pecados.

De esta humildad nace la obediencia que Silvano practica en su vida y predica a todos, monjes y laicos. Por la fe Silvano sabe que esa obediencia que se tributa a los hombres es una obediencia a Dios que actúa por medio de ellos. Y esa obediencia pasa a ser la antesala de la caridad para con todos, especialmente para con los enemigos, en quienes Silvano ve principalmente el rostro de Dios.

Pero el otro fruto, no menos importante, de la humildad es la apertura y docilidad al padre espiritual (staretz), por quien el hombre recibe la filiación divina.

Y esto está unido a otro tema de profunda raíz bizantina: la vida en el Espíritu Santo. A cada paso Silvano narra las distintas manifestaciones de la presencia del Espíritu Santo en su corazón, bajo la forma de consuelo, gozo, paz. Pero por eso mismo también tiene una experiencia muy fuerte de los momentos en que ese Espíritu está ausente, cayendo en el abatimiento, la tristeza y la soledad.

Sin embargo, aquí surge la firme convicción de Silvano de que es por la tribulación que el hombre se configura con Cristo y en su humildad no sólo se encuentra la paz, sino también el gozo y la alegría, el don más precioso del Espíritu Santo.

 

3. Las cartas y los dichos de Silvano

Esta nueva serie de textos comprende un conjunto de cartas inéditas dirigidas a Nadezhda Adreevna Soboleva, y una serie de dichos, a modo de apotegmas, anotados al margen de un catálogo de botánica.

La destinataria de las cartas es una mujer madre de familia que frecuentaba la comunidad de la iglesia rusa de París, siendo una ayuda fiel del metropolita Benjamín (Fedcenkov, 1880-1961). Cuando Benjamín fue trasladado a Riga, en 1947, ella lo siguió a la Lituania soviética, donde ingresó en el monasterio de Piouchtitsa, con el nombre de Madre Silvana, por la devoción que tenía a su padre espiritual (staretz) Silvano, del Monte Athos.

El valor de estos escritos está dado por ser los últimos que tenemos de Silvano, dos meses antes de morir, y que reflejan toda la madurez y la paz a las que había llegado. Los textos fueron conservados en privado, y finalmente publicados en la nueva revista rusa “Christianos”, de Riga, en 1991. Por nuestra parte hacemos la traducción de la versión francesa publicada por la “Lettre de Chevetogne” nº 2 de 1993.

Texto de las Cartas

Carta I

¡Muy amada en Cristo, Nadezhda!

He recibido su dinero y ruego por usted y por su hijo Boris. El Señor nos espera en el cielo. Oraremos y daremos gracias al Señor. Él es misericordioso. Nos ama mucho a nosotros que somos pecadores, y nos espera junto a Él y sus santos. Debemos ser humildes a causa del Señor y entonces amaremos a nuestros enemigos como el Señor nos ha ordenado. Soportamos las aflicciones a causa de Dios y allí, donde el alma verá al Señor y olvidará todas las aflicciones por amor a Él, allí no recordaremos más (lo que ha hecho) su hijo. A tal punto es bueno y dulce nuestro Señor. Es con lágrimas que escribo estas líneas, conociendo su amor a Dios.

Schimonach Silvano, pecador. Que el Señor venga en su ayuda con la Madre de Dios y los Santos.

 

Carta II

¡Alégrese querida Esperanza (Nadezhda) de Cristo!

El Señor misericordioso ama a sus servidores y les da aflicciones en la tierra para que en ellas el alma aprenda la humildad y se entregue a la voluntad de Dios, y para que encuentre en el dolor el reposo del que el Señor ha dicho: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis reposo para vuestras almas (Mt 11,29-30).

Fui al taller para enviarle un icono de la Madre de Dios, pero no tienen ninguno de ese tipo. Rece a la Madre de Dios y al santo mártir Minas y lo encontraremos. Señalarlo no es necesario, sino que debemos confiar en la voluntad de Dios. Esto es mejor. Dígale al dueño del icono: “la Madre de Dios le mostrará su gran misericordia”. Solamente que dé gracias a Dios por todo al Señor y a la Madre de Dios...

No deje caer a su marido sino ore para que pueda morir en el arrepentimiento. Dígale que el Señor ama a los pecadores que se arrepienten y que murió por nosotros en la Cruz, en medio de sufrimientos y que nos preparó un lugar en el cielo: Allí donde yo estoy, allí también estará mi servidor, para que vea mi gloria (cf. Jn 12,26ss.). ¡Ah, si supiésemos cuánto nos ama el Señor, a nosotros que somos pecadores, y cómo nos da el Espíritu Santo! Por Él llegamos a conocer al Señor y su amor, pero perdemos la gracia del Espíritu Santo por el orgullo.

Pasiones y vicios torcidos nos atormentan, pero debemos combatirlos; debemos pedir día y noche la ayuda de Dios y de la Madre de Dios, y el Señor nos socorrerá. Y si el icono no se encuentra, entonces debemos confiarnos a la voluntad de Dios. El Señor misericordioso nos mira y conoce todas nuestras necesidades. Nosotros no vemos al Señor, pero Él nos ve y debemos aprender a vivir según la voluntad de Dios.

Le escribo a pesar de una gran aflicción, pues yo la amo, pero me encuentro muy abatido. Es por mi propia falta, pues no he aprendido todavía la humildad de Cristo y sin ella perdemos la gracia del Espíritu Santo, y entonces el alma anhela la gracia. Pero con la gracia de Cristo, el alma permanece en calma en medio del dolor, aunque sus sufrimientos son grandes. Sin embargo son pasajeros. Cuando después de la muerte alguien es juzgado digno de ver al Señor, no puede acordarse de su prójimo a causa del gran amor que siente por Él. Así es nuestro Señor. Yo escribo y mi espíritu se regocija en la misericordia de Dios, en su gloria. ¡Oh Señor, haznos dignos de verte en la gloria de tu belleza indescriptible! Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, porque el Señor nos ama de tal modo, a nosotros que somos pecadores. Murió por nosotros sobre la Cruz y ha dado el Espíritu Santo a los Apóstoles, pero nosotros lo perdemos. Sin embargo, el Señor concede el arrepentimiento y, como dice la Sagrada Escritura (Lc 15,10), se regocija por el pecador que se arrepiente.

Usted puede infundir temor en su marido diciéndole: “Si no te corriges, te dejo caer”, pero, de hecho, Dios no quiere que lo deje caer.

El Padre Metodio la saluda y agradece el dinero, que también yo he recibido. Que el Señor se lo devuelva.

¡Oh Santa Montaña del Athos, vemos sobre ti muchos milagros gracias a las oraciones de la Madre de Dios. Nos falta la inteligencia para contarlos!

Schimonach Silvano.

 

Carta III

Querida Nadezhda, ¡Cristo ha resucitado!

Que se le conceda a usted y a su hijo Boris el amar al Señor con toda el alma. Él ha dicho: El que me ama observa mis mandamientos (Jn 15,10). "Y si observan mis mandamientos ayudan a la Iglesia". San Serafín de Sarov vivió en un bosque y ayudó a la Iglesia con su oración y guardó los mandamientos del Señor. Del mismo modo, los santos del desierto ayudaron a la Iglesia con su oración. La obligación de ustedes es la de educar a su hijo y de presentárselo puro a Cristo; cuando sea puro, el Espíritu Santo hará morada en él y será un intercesor por el mundo entero; y si pierde la gracia, llorará como Adán, expulsado del paraíso. Es difícil describir la angustia de Adán, pero aquél que ha conocido al Señor y después perdió ese amor, la comprenderá. Él gritó: “¡Señor, mi alma está afligida por causa tuya, pues no te veo! ¿Cómo no estaré afligido? Tu mirada mansa y humilde atrapó mi alma, Señor. Mi corazón cayó lleno de amor por ti”.

Te aconsejo entonces permanecer en tu casa y rezar con la oración del corazón según tus fuerzas. Dios sabe cuánto te comprendo y deseo estar en la Tierra con el Señor y con su purísima Madre. También todos los santos oran por nosotros. Por el Espíritu Santo, aman al Señor y a nosotros, pecadores. De este modo, el Señor misericordioso ha dado el Espíritu Santo a los santos. Aman al Señor por el Espíritu Santo, y también el Señor los ama. Si tu hijo ama a los hombres de la Iglesia, los santos obispos, los sacerdotes y los monjes, entonces el amor de Dios se ha mostrado grande con él. Y si no los ama, entonces será laico. ¿Y en cuanto a los mandamientos de Dios? A ciertos monjes les es más fácil observarlos. Te suplico orar humildemente por mí, para que aprenda la humildad de Cristo, para que glorifique al Creador y dé gracias por su gran misericordia, porque ha tenido piedad de mí, pecador.

Schimonach Silvano, Santa Montaña del Monte Athos.

El P. Metodio ha dicho que, si envía el dinero, el icono ya está listo. Son cinco dólares con los gastos de envío.

 

Carta IV

Regocíjese querida Nadezhda, pues el Señor nos ama, a nosotros que somos pecadores. He recibido su dinero y lo di para que recen por usted y por los nombres que nos pidió recordar.

El rosario[3] fue bendecido por el madero de la Cruz vivificadora. Yo mismo lo he usado para rezar. Hubiese querido enviarle uno nuevo, pero usted ha preferido uno viejo. Dígale a Efimia, la sierva de Dios, que rece de todo corazón por su marido y que cargue con sus debilidades. Creo que se corregirá. Le he tomado mucho cariño. Escríbame sobre cómo sigue y cómo ha recibido mis consejos. Que el Señor la ilumine en todo. Rece por mí para que adquiera la humildad y el amor de Cristo, y entonces mi muerte será dulce.

Schimonach Silvano. ¡Santa Montaña del Athos, vemos sobre ti muchos milagros y la misericordia divina, por las oraciones de la Madre de Dios!

 

Carta V

¡Cristo ha resucitado! Querida Nadezhda, que el Señor y la Madre de Dios consuelen su alma y la de su hijo Boris. Que el Señor le conceda corregirse, pero es necesario encomendarlo a la voluntad de Dios y vivir según ella.

Desde hace cuarenta años sufro dolores de cabeza y los soporto. Sé que la enfermedad me ha sido dada para que no me exalte. Y lo he comprendido: es necesario aprender la humildad de Cristo, día y noche, y así encontraremos reposo (cf. Mt 11,29-30). Si la gente supiera lo que es la humildad de Cristo y lo dulce de su reposo entonces abandonaría todas las ciencias y aprendería la mansedumbre y la humildad. Aquel que es instruido por el Espíritu Santo desea aprender la humildad de Cristo día y noche; es lo que yo deseo para todos. Acuérdese también de mí en la oración, para que la aprenda, pues eso es lo que desea mi alma. Ese es el don que deseo. Aquel que ha conocido al Señor por el Espíritu Santo desfallece por Él día y noche: “¿Por qué me has abandonado, Señor? Mi alma te desea día y noche. ¿Cómo no desearte? Tu mirada calma y suave ha atraído mi alma. Ahora te amo con todo mi corazón”. Y habiendo perdido la gracia, la deseará como Adán al ser expulsado del paraíso. Adán gritó: ”Señor, mi alma desfallece por Ti y te busco entre lágrimas”. Yo también pido a todos santas oraciones, para que aprenda la humildad de Cristo y no pierda la gracia del Espíritu Santo. Pues es por el Espíritu Santo que conocemos al Señor.

He recibido sus dos dólares. Que el Señor la recompense. El monasterio ora por usted, y yo también, pecador, rezo. No puede ir al monasterio mientras que no haya asegurado que su hijo ha encontrado su lugar. El Señor acepta las oraciones en todo lugar y en todo tiempo. 

Querida Nadezhda, manténgase con sus pensamientos en Dios y espere en Él. Él nos ama mucho a nosotros que somos pecadores, y nos prohíbe vacilar incluso en el pensamiento, ir de un lugar a otro sin necesidad. Manténgase en calma en Dios, y olvide todo lo que es terreno por amor de Dios. Él mismo nos ha pedido amarlo de tal modo, con toda nuestra alma y con todo nuestro espíritu, que olvidemos lo terrestre. Permanezca en casa y dé gracias al Señor con toda su alma. Aquel que da gracias a Dios por sus tribulaciones las tendrá pocas, pues ha confiado su alma a la voluntad de Dios y el Espíritu de Dios regocija su alma por la esperanza en Él. Todos los que han puesto su esperanza en Dios encuentran reposo en Él en todas las cosas, pues la gracia los regocija en el interior del alma. Pero cuando alguien ha perdido la gracia, la buscará nuevamente por el arrepentimiento, y entonces el Señor se la concederá. Él nos ama mucho y dice en el Evangelio: Voy a mi Padre y al Padre de ustedes, a mi Dios y a su Dios (Jn 20,17). Mira cómo nos ama. Sus palabras están llenas de piedad, amor y misericordia. Vamos a meditar noche y día cuánto nos ama el Señor a nosotros, que somos pecadores, y sin embargo nos llama hacia Él: Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados, y yo les daré reposo (Mt 11,28). Y el reposo en Dios quiere decir: olvidar todo lo que es terreno, para que el espíritu no olvide el Amor. Aunque las manos trabajen, el alma no puede olvidar a Dios, pues se ha aficionado a Él y el Espíritu de Dios la regocija. El alma no teme las aflicciones terrenas, sino que teme perder el amor de Dios, pues es cuando se ve privada de Él cuando siente pesar y aflicción.

Demos gracias a Dios y a su Madre muy pura, que intercede por nosotros delante de Dios. Y vamos a pedir también a los santos, pues en el Espíritu Santo nos aman tanto como el Señor. El Señor les ha dado el Espíritu Santo para que recen por nosotros. Que quien esté corrompido, como yo, lea mucho el Evangelio, que se arrepienta y el Señor misericordioso lo perdonará y le dará la paz del alma.

Gloria a Dios por todo. Schimonach Silvano, Julio de 1938.

 


[1] Tomado de: Cuadernos Monásticos n. 111 (1994), pp. 477-487.

[2] Para esta introducción seguimos: Archimandrita SOFRONIO, Staretz Silouane, moine du Mont-Athos, Paris 1973. Id., Sa vie est la mienne, Paris 1981; D. BARSOTTI, Écrits de Silouane du Mont-Athos, Bellefontaine 1971.

[3] Se sobreentiende que es el rosario de la “oración de Jesús”.