Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (18)

 

 

3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito
 
II. REGLA DE SAN AGUSTÍN
 
            Texto*
 
(Ante todo, hermanos queridísimos, amemos a Dios, luego al prójimo, porque éstos son los principales preceptos que se nos han dado)1.
 
I. Un solo corazón y una sola alma
 
1. Estas son las cosas que les prescribimos para que las observen los que viven en el monasterio.
 
2. En primer lugar, porque están congregados en uno, habiten de perfecto acuerdo en la casa, y tengan una sola alma y un solo corazón en Dios.
 
3. Y no digan que alguna cosa es suya, sino sean todas las cosas comunes entre ustedes. El prepósito2 distribuirá a cada uno el alimento y el abrigo, no a todos en la misma medida porque no tienen todos la misma salud, sino a cada uno según su necesidad, como leen en los Hechos de los Apóstoles: “Tenían todo en común, y era distribuido entre ellos según la necesidad de cada uno”.
 
4. Que, al ingresar en el monasterio, los que algo poseían en el mundo, quieran gustosamente ponerlo en propiedad común.
 
5. Pero los que nada tenían, que no busquen en el monasterio lo que ni afuera poseyeron. Subvéngase, sin embargo, a los tales en sus enfermedades, aun cuando, por causa de su pobreza, no podían procurarse lo que les era necesario cuando estaban afuera. Solamente, que no se tengan por felices porque encontraron tal sustento y abrigo cual no los pudieron hallar afuera.
 
6. Ni se engrían por frecuentar la compañía de aquellos a quienes afuera no osaban acercarse; antes bien, tengan el corazón levantado y no busquen las vanidades terrenas, no sea que los monasterios comiencen a ser útiles sólo para los ricos y no para los pobres, si allí aquellos se vuelven humildes y los pobres se inflan.
 
7. Que el que gozaba de cierta consideración en el mundo no sienta fastidio por aquellos hermanos suyos venidos de la pobreza a la santa sociedad. Por el contrario, que pongan todo su empeño en gloriarse de la compañía de los hermanos pobres y no del rango de sus parientes ricos; que no se envanezcan por los bienes que aportaron a la vida común, ni se vuelvan más soberbios a causa de las riquezas que dieron para compartir en el monasterio, como si las estuvieran gozando en el siglo. Pues los otros vicios se cultivan en el mal para producirlo, mientras que la soberbia se filtra en el bien para destruirlo. ¿Y de qué serviría distribuir lo propio en favor de los pobres y hacerse pobre, si el alma mísera se hace más soberbia al despreciar las riquezas que al poseerlas?.
 
8. Así, pues, vivan todos unánimes y honren mutuamente en ustedes a Dios, de quien han sido hechos templos.
 
 
II. La oración
 
1. Sean asiduos a la oración en las horas y tiempos establecidos.
 
2. En el oratorio nadie haga otra cosa sino aquello para lo cual se construyó y de donde recibió el nombre que lleva, para que si alguien, estando desocupado, quiere alguna vez rezar fuera de las horas fijadas, no se lo impida aquel hermano que crea poder hacer allí cualquier otra cosa.
 
3. Cuando oren con salmos e himnos a Dios, mediten en el corazón lo que profieren con la voz.
 
4. Y no canten sino lo que leen que debe ser cantado, pero lo que no esté escrito para ser cantado, no lo canten.
 
 
III. El ayuno y la pureza de corazón
 
1. Domen su carne por medio de ayunos y abstinencia en el comer y beber, en cuanto que lo permita su salud. Cuando alguien no puede ayunar, que se abstenga de tomar algún alimento fuera de la hora de la comida, a no ser que esté enfermo.
 
2. Cuando se sienten a la mesa hasta que se levanten, oigan, evitando ruido y desorden, lo que es costumbre leer entre ustedes, para que no solamente las bocas coman alimentos sino que también sus oídos se sacien con la palabra de Dios.
 
3. Los que están enfermos por causa de las antiguas costumbres, si en el alimento fueran tratados de otro modo, que no se sientan los demás molestos ni lo vean como una injusticia, los que mediante otras costumbres se han hecho más fuertes; ni estimen a los primeros como más felices porque comen lo que ellos no comen; felicítense más bien por tener una salud de la que los otros no gozan.
 
4. Y si a los que vinieren al monasterio de una vida más delicada se les dieren otros alimentos, vestidos, lechos y abrigos, que los que no se dan a los más fuertes, y por tanto más felices, deberán considerar a los que no se les da cuánto se han humillado aquellos al pasar de la vida que llevaban en el siglo a la presente, no rehusando alcanzar la frugalidad de aquellos que son de cuerpo más robusto. No vayan todos a aspirar recibir lo que a algunos se les da demás, no para honrarlos sino por tolerancia, no sea que se llegue en el monasterio a tal detestable perversidad que mientras los ricos, en la medida que pueden, se den al trabajo de la ascesis, los pobres se vuelvan delicados.
 
5. En cuanto a los enfermos establecemos que, como la enfermedad los forzó a recibir menos para que no se agravaran, sean tratados de tal manera que se apresure su restablecimiento, aunque en el mundo hayan carecido de todo recurso natural, por cuanto la reciente enfermedad ha equiparado sus necesidades a las que se atienden en los ricos, por razón de su antiguo régimen de vida. Pero en cuanto hayan recuperado su vigor anterior, vuelvan a aquella su más feliz costumbre: el tener pocas necesidades, la cual tanto más conviene a los servidores de Dios. Que después de restablecidos no los demore la molicie en cuidados propios de enfermos. Que se estimen como más ricos si tienen fortaleza como para contentarse con poco, ya que es mejor necesitar menos que tener más cosas.
 
 
IV. Castidad y corrección fraterna
 
1. Que su hábito no sea llamativo. No procuren agradar más con sus vestidos que con sus costumbres.
 
2. Cuando salgan, vayan juntos y juntos permanezcan al llegar.
 
3. Que al caminar, al descansar y en todos sus movimientos, a nadie ofenda su figura. Obren como conviene a la santidad de su estado.
 
4. Sus ojos si se posan en alguna mujer, no los fijen en ninguna. Cuando van de viaje no les está prohibido mirarlas pero desearlas o querer que ellas los deseen es pecaminoso. No sólo por el tacto y el afecto se desea y se quiere ser deseado por la concupiscencia de las mujeres, sino también por la mirada. No digan que su espíritu es púdico si tienen ojos impúdicos, porque el ojo impúdico es el enviado de un corazón impúdico. Y cuando, aun callando la lengua, por intercambio de mutuas miradas, los corazones revelan su impureza, y según la concupiscencia de la carne se deleitan en el recíproco ardor, aunque los cuerpos hayan permanecido intactos de toda inmunda violación, la castidad ha huido de sus costumbres.
 
5. El que fija sus ojos en una mujer y se complace en la mirada que se fija sobre él, no se debe creer que no es visto de los otros cuando hace esto. Lo ven perfectamente aun los que él no sospecha. Aunque pudiera pasar desapercibido y por ningún hombre ser visto, ¿qué hará con ese Observador de Arriba para quien nada está escondido? ¿Creerá que no lo ve porque tanto más paciente es su mirada cuanto más sabio es? Por tanto, tema el varón santo desagradar a este Testigo y no quiera agradar malamente a una mujer. Piense en aquel que todo lo ve y no la quiera mirar malamente; pues en efecto Él encomendó tener temor en esta causa, como está escrito: “El que clava los ojos, es abominable para el Señor”.
 
6. Cuando, pues, estén reunidos en la iglesia o en cualquier otro lugar donde hay mujeres, custodien mutuamente su pureza y Dios, que habita en ustedes, de este modo, por ustedes mismos, los guardará.
 
7. Y si advierten en alguno de ustedes esa mirada desvergonzada de que hablé, amonéstenlo enseguida y para que el mal no progrese, corríjanlo inmediatamente.
 
8. Si a continuación de la reprensión de nuevo, o en cualquier otro día, lo vieren hacer esto mismo, ya es claro que se trata de un enfermo que necesita ser curado, y como tal debe ser denunciado. Pero que primero se cerciore por uno o dos testigos más para que, por el testimonio de dos o tres, pueda confundirlo y corregirlo con la severidad conveniente. No se tengan por malvados cuando lo denuncien. No serán más inocentes si a aquellos hermanos de ustedes, a quienes podrían corregir con una denuncia, callando dejan que se pierdan. Porque si tu hermano tuviera una llaga en el cuerpo, que quisiera ocultar por temor a ser curado, ¿no serían crueles al silenciarlo y misericordiosos al manifestarlo? Entonces, ¿no deben hablar para que no se pudra mucho más perniciosamente el corazón?
 
9. Pero antes que ponerlo ante otros testigos por medio de los cuales convencerlo, si se negase, es el prepósito el primero que debe amonestarlo por su falta, si después de advertido no puso cuidado en enmendarse. No sea que esta reprimenda más secreta dispensara de divulgar lo demás. Pero si todavía lo negase, entonces que a sus desmentidos se oponga la palabra de otros, para que no sea un solo testigo el que lo inculpe, sino dos o tres quienes lo convenzan en presencia de todos. Una vez puesto al descubierto, según la decisión del prepósito, o también del presbítero, a quien le competa ejercer la autoridad, deberá someterse a un castigo corrector. Si no aceptara soportarlo será arrojado de su sociedad aun cuando él no pensara abandonarla. Hacer esto no es crueldad sino misericordia, no sea que el contagio pestífero pierda a muchos.
 
10. Esto que he dicho con respecto a no fijar la mirada también será observado diligente y fielmente en los demás pecados a descubrir, impedir, denunciar, probar y castigar, con dilección de los hombres y odio de los vicios.
 
11. Si alguno hubiera avanzado tanto en el mal que hubiese aceptado secretamente de una mujer cartas o pequeños regalos, si luego esto confesare, perdónenlo y rueguen por él; pero si fuera sorprendido y confundido deberá ser severamente corregido según el arbitrio del presbítero o del prepósito.
 
 
V. Uso y cuidado de los bienes comunitarios
 
1. Tengan en propiedad común sus vestidos. Estén al cuidado de uno o dos hermanos o los que sean suficientes para sacudirlos, no sea que los roa la polilla. Y así como guardan sus alimentos en una despensa, también guarden sus vestidos en una ropería. Y si es posible que no les competa a ustedes determinar lo que deben vestir de acuerdo a las estaciones, poco importa que cada uno reciba el vestido que había depositado o uno que otro había traído, en cuanto que a nadie se niegue lo que necesita. Si esta disposición originara riñas y murmuraciones entre ustedes al encontrar alguno que ha recibido algo que está en peores condiciones que lo que tenía, y considerase indigno vestirse con lo que otro hermano se vistió antes, tomen conciencia cuan raído tienen aquel interior y santo hábito del corazón, que litigan por el hábito del cuerpo. Si igualmente se tolerara su enfermedad, de modo que reciban lo que depositaron, sin embargo, que sean guardados en un solo lugar, bajo una custodia común, los vestidos que depositan.
 
2. Así también que nadie trabaje para su propio provecho, sino que todos sus trabajos se hagan en común y con mayor aplicación y más entusiasmo que si cada uno trabajara para sí. Pues, está escrito: “La caridad no busca lo que es suyo”, porque comprende que las cosas comunes preceden a las propias y no antepone las propias a las comunes. Y así, cuanto más cuidado tengan de las cosas de la comunidad que de las suyas, tanto más experimentarán mayores progresos. Para que prevalezca sobre todas las necesidades, que pasan, la caridad, que permanece.
 
3. Por consiguiente, si algunos ofrecen a sus hijos u otros parientes o amigos que viven en el monasterio regalos como vestidos u otros artículos de primera necesidad, que no sean recibidos a escondidas. Al contrario, pónganlos a disposición del prepósito, para que, como bien que pertenece a todos, pueda ser adjudicado al que tenga necesidad de él. (Si alguno ocultare una cosa para su uso privado, sea juzgado por el delito de robo)3.
 
4. Sus prendas se lavarán según el arbitrio del prepósito; lo harán o bien ustedes o bien los lavanderos. No sea que, por un demasiado vivo deseo de pulcritud en los hábitos, contraigan manchas del alma.
 
5. No se prohíba en lo más mínimo el uso de baños si lo exige la salud. Cúmplase sin murmuración lo que aconseje el médico. Y aun cuando no los quiera el que los necesita, si lo manda el prepósito, hágase lo que se deba hacer por la salud. Pero si los quiere y no se los prescriben, no se obedezca a sus deseos. Pues a veces lo que deleita, aun si es nocivo, suele considerárselo provechoso.
 
6. Brevemente, si se trata de un dolor en el cuerpo y así lo manifiesta el servidor de Dios, ha de creérsele sin dudar. Si a pesar de todo el remedio que deleita sana, déselo, y si no se está seguro que se consulte al médico.
 
7. No vayan a los baños ni a cualquier otro lugar que fuese necesario sino de a dos o tres. Que aquel que tiene alguna necesidad de salir no lo haga con quienes quiera, sino que juzgue el prepósito con quiénes debe salir.
 
8. El cuidado de los enfermos, de los convalecientes y de las otras molestias de los enfermos sin fiebre, debe confiarse a un hermano que pida a la despensa lo que prevea ser necesario.
 
9. Tanto los que trabajan en la despensa, como en las ropas, como con los códices sirvan a sus hermanos sin murmuración.
 
10. A hora determinada se pedirán los códices cada día; fuera de esa hora los que pidan, no los reciban.
 
11. Los hermanos que tienen a su cuidado los vestidos y calzados que no difieran el tiempo de entregarlos cuando tales cosas fueran necesarias a los indigentes.
 
 
VI. El perdón de las ofensas
 
1. En cuanto a las reyertas, o no tengan ninguna o póngales fin prontamente; no sea que la ira aumente y se convierta en odio, la brizna se vuelva viga y el alma se haga homicida, pues es eso lo que leen: “El que odia a su hermano es un homicida”.
 
2. Si un hermano hiere a otro con injurias o maldiciones o calumnias, acuérdese de dar satisfacción cuanto antes por el mal cometido; y el que fue herido perdónelo sin recriminaciones. Pero si se han ofendido mutuamente, mutuamente deberán absolverse de las deudas, gracias a sus oraciones. Porque cuanto más frecuentemente se contraigan, tanto más deben tratar de curarlas. Mejor es el hermano que, aunque se deja tentar a menudo por la ira, se apresura, sin embargo, a pedir perdón a aquel a quien reconoce haber ofendido, que el que es más tardo para enojarse, pero mucho más difícilmente se inclina a pedir perdón. Quien nunca quiere pedir perdón, o no lo hace de corazón, sin razón está en el monasterio, aunque no haya sido echado de él. Por eso absténganse de palabras duras; las cuales si su boca llegare a proferir, no vacile en remediarlo con la misma boca que causó las heridas.
 
3. Cuando la necesidad de la disciplina, que se debe exigir a los más jóvenes, los obliga a decir una palabra dura, no se les exige que les pidan perdón aun cuando sientan que se han excedido en el modo, no sea que ante los que les conviene estar sometidos, por servir a una extrema humildad, pierdan la autoridad de gobierno. Sin embargo, deben pedir perdón al Señor de todos, que conoce con cuánta benevolencia aman también a aquellos a quienes han corregido más de lo justo. No haya entre ustedes amor carnal sino espiritual.
 
 
VII. El superior
 
1. Obedezcan al prepósito como a un padre, con el honor que se le debe para no ofender a Dios en su persona; y con mayor razón al presbítero que lleva sobre sí el cuidado de todos ustedes.
 
2. Que todo esto, pues, sea observado, y en caso de que no lo fuera para que no se lo pase por alto negligentemente, se lo cuidará enmendando y corrigiendo, lo que corresponde principalmente al prepósito; el cual refiera a los presbíteros, que entre ustedes detentan la mayor autoridad, lo que exceda a su medida y a sus fuerzas.
 
3. Que el que los preside no se considere feliz por ejercer un poder tiránico, sino por servir en la caridad. Delante suyo, sea muy honrado; delante de Dios, el temor lo ponga a sus pies. Delante de todos que se muestre como ejemplo de buenas obras: corrija a los inquietos, consuele a los pusilánimes, sostenga a los enfermos, sea paciente con todos. Que observe gustosamente la disciplina y la imponga con temor. Y aun cuando las dos cosas son necesarias, sin embargo, desee ser más amado por ustedes que temido, acordándose siempre que es a Dios a quien deberá dar cuenta de ustedes.
 
4. Por eso, si bien es cierto que con su obediencia manifiestan tener misericordia de ustedes mismos, aún más la tienen con él, porque entre ustedes cuanto más alto es el lugar que se ocupa, tanto mayor es el peligro en que se está.
 
 
VIII. Conclusión
 
1. El Señor les conceda observar todo esto con amor, como amantes de la belleza espiritual, exhalando el buen olor de Cristo con una buena vida, no como siervos sino como hijos constituidos bajo la gracia.
 
2. Para que puedan examinarse en este librito como en un espejo, les será leído una vez por semana; no sea que por olvido descuiden alguna cosa. Y cuando encuentren que están haciendo lo que aquí está escrito, den gracias al Señor, dador de todos los bienes. Si alguno de ustedes ve que ha faltado en algo, duélase de lo pasado y guárdese en el futuro, orando para que se le perdonen las deudas y no caiga en la tentación.
 
 
Notas:
 
* La traducción la hemos tomado de Cuadernos Monásticos 80 (1987), pp. 127-134. Para evitar sobrecargar el texto con las citas bíblicas, las damos al final.
1. Este primer párrafo no es retenido por Verheijen en su edición, pero se trata de un trozo comúnmente admitido en las ediciones de la Regla, motivo por el que lo colocamos entre paréntesis.
2. Para Agustín el praepositus es el superior de la comunidad, aunque subordinado a un presbítero en virtud de su condición de laico; el presbítero sería el encargado de dar la palabra final en las cuestiones difíciles. Mas el verdadero superior de la casa es el prepósito.
3. Esta frase también es omitida en la edición de Verheijen pues falta en los mejores manuscritos de la Regla.
 
 
Referencias bíblicas:
 
I,2               Sal 67 [68],7; Jn 11,52; Hch 4,32
I,3               Hch 4,32.35; 1 Tm 6,8
I,5               Is 3,12; Hch 4,35b; Rm 12,13
I,6               Qo 1,14; 3,19-20; Mt 6,21; Lc 14,11; Flp 3,19-20; Col 3,1-2
I,7               Lv 20,26; Sal 111 [112],9; Qo 5,10; Si 3,30; 10,15; Mt 16,26; 19,21; Lc 18,22; 1 Co 1,28-29;
                    3,21; 13,3; 2 Co 8,9; 12,11; Ga 2,2; 6,3; 1 Tm 6,17; St 1,9-10; 4,6
I,8               Hch 4,32; Rm 12,10; 13,7; 15,5-6; 1 Co 3,16-17; 6,19-20; 2 Co 6,16; 1 P 2,17
II,1              Lc 18,1; 21,36; Hch 1,14; Rm 12,12; Ef 6,18; Col 4,2; 1 Ts 5,17-18; 1 Tm 5,5
II,2             1 Co 7,5
II,3             Dt 30,14; Is 29,13; Mt 12,34-35; 15,8. 19;Rm 10,10; 15,6; Ef 5,19; Col 3,16
III,1            Rm 14,21; 1 Co 9,27; Col 3,5
III,2           Dt 8,3; Sal 18,11; Am 8,11; Mt 4,2-3; 4,4
III,4-5        Is 3,12
IV,1             Si 11,4; 1 Tm 2,9-10; 1 P 3,3-4
IV,3            Ef 5,3; Tt 2,3
IV,4            Jb 31,1; Si 9,5. 8: Mt 5,28
IV,5            Jb 11,11; 23,10; Sal 32 [33],13-14; 52 [53],6; Pr 24,12.18; 27,20 LXX; Sb 1,6.8; 11,24; 12,10;
                    Si 5,5-6; 15,18-19; 23,25-28; Ez 33,11; Mt 6,4; Rm 2,4; Ga 1,10; Hb 4,13; 1 P 3,20; 2 P 3,9
IV,6            1 Co 3, 16-17; 2 Co 6,16.19-20; Ef 3,17
IV,7            Si 19,17; Ez 3,16-21; 33,1-19; Mt 18,15-17
IV,8            Lv 19,17; Dt 17,6; 19,15; Jb 5,17; Sal 140 [141],5; Pr 3,12; Mt 9,12; Mt 18,15-17; 2 Co 13,1;
                    1 Tm 5,19; Hb 12,6
IV,9            Dt 13,5; Mt 18,15-17; 1 Co 5,2.5.13; 2 Co 13,2; Ga 2,14; 2 Ts 3,14; 1 Tm 5,20; Tt 3,10
IV,10          Lv 19,17; Ga 6,1; 2 Ts 3,15
IV,11           Si 20,4; St 5, 16
V,1              Ex 16,8; Lv 20,26; Sb 1,11; 1 Co 1,11; 3,3; 10,10; Flp 2,14; Tt 2,3; 1 P 3,3-4; 4,9
V,2              1 Co 7,31; 10,24.33; 12,31; 13,5.8; 13,13; Flp 2,4-5
V,3              Rm 12,13
V,4              1 P 3,3-4
V,5              Ex 16,8; Sb 1,11; 1 Co 10,10; Flp 2,14; 1 P 4,9
V,8              Hch 4,3 5b
V,9              Ex 16,8; Sb 1,11; Lc 12,37; 1 Co 10,10; Flp 2,14; 1 P 4,9-11
V,11             Rm 12,13
VI,1             Lv 19,17; Si 28,2-8.10; Mt 7,3-5; Ef 4,26; 2 Tm 2,24; 1 Jn 3,15
VI,2            Pr 16,32; Si 28,2-8; 29,9; Mt 6,12.14-15; 18,32-35; Mc 11,25; 1 Co 5,13; Ef 4,32; Col 3,13;
                    1 Tm 2,8; St 3,10
VI,3            Lv 19,32; Pr 3,12; Rm 8,13; Ga 5,17; Ef 5,21; 1 P 5,3
VII,1           Ex 20,12; Si 3,8; 7,29-31; Lc 10,16; Rm 13,1-7; Ef 6, 1-3; 1 Tm 5,17; Hb 13,17; 1 P 2,13.17
VII,2          Dt 8,5; Ez 3, 16-21; 33,1-19
VII,3          Ex 20,12; Si 3,20; 44,3; Is 3,12; Ez 3, 16-21; 33,1-19; Mt 20,25-28; Mc 9,34; Lc 12,37; 14,11;
                    22,25-26.32; Jn 13,14-15; 2 Co 4,5; Ga 5,13; Ef 2,10; Col 3,12; 1 Ts 5,14; Tt 2,7; Hb 4,13;
                    13,17; 1 P 4,10-11; 5,3
VII,4          Tb 12,10; Si 30,24
VIII,1         Sal 44 [45],3. 12; cf. 1,3-4; Sb 8,2; Si 39,18; 44,6; Is 55,2-3.8; Rm 6,14-22; 13,8-9; 2 Co 2,15;
                    Ga 5,6; Col 3,23; St 1,25; 3,13; 1 P 2,12; 3,16
VIII,2         Mt 6,12-13; Col 3,16-17; 1 Ts 5,17-18; Tt 1,5; Hb 12,5; St 1,17.23.25.